Un siglo antes del coronavirus, el mundo vivió una pandemia muchísimo peor: una gripe que arrasó con 50 millones de personas e infectó a un tercio de la población mundial. Aún no está del todo claro si esta epidemia empezó en Estados Unidos o en China y de ahí se extendió por Europa, pero aún hoy se la conoce con el sobrenombre de “gripe española”. Y todo esto se lo debemos a una tormenta perfecta entre la censura, la propaganda de guerra y la leyenda negra contra España, que convirtió el origen de esta pandemia en la primera gran fake news del siglo XX.
En el húmedo mayo de 1918, Europa se desangraba en la Primera Guerra Mundial cuando, en Francia, empezaron a multiplicarse los casos de una gripe mucho más letal de lo habitual. Las insalubres condiciones de las trincheras plagadas de ratas y piojos le vinieron de perlas al nuevo virus que se sumó a las enfermedades habituales de los soldados franceses e ingleses, causando estragos en sus filas y en las de los alemanes de las trincheras de enfrente.
Pero nada de esto trascendió a la opinión pública, ni siquiera entre la tropa. Bastante baja estaba la moral de los soldados tras cuatro años de guerra agotadora como para decirles que, por si no tuvieran bastante, una epidemia los estaba diezmando a ambos lados de la trinchera. Así que se impuso la más férrea censura de guerra y que siguieran matándose en nombre del káiser y de las democracias occidentales.
Una gripe tan pegadiza como la canción de una zarzuela
Lejos, en el soleado mayo español de 1918 se vivía en otra onda. Como no había participado en la política de bloques que había conducido a la guerra, nuestro país era neutral en el conflicto y las acaloradas discusiones entre germanófilos y anglófilos eran un tema más de conversación más en una pradera de San Isidro que, como era habitual, estaba a rebosar celebrando el santo patrón de la ciudad. Apenas una semana después, el periódico ABC informaba de un inusual número de casos de gripe en la capital.
Al estilo del coronavirus oé de David Broncano, España reaccionó al principio con su habitual cachondeo y desparpajo ante la nueva enfermedad que bautizó como el “Soldado de Nápoles”, en honor a la más famosa de las melodías de “La canción del olvido”, que se había presentado en marzo con gran éxito en el Teatro de la Zarzuela, y que -como la nueva gripe, y de ahí la coña del nombre- era muy pegadiza.
Censura en toda Europa… menos en España
Pero mientras los periódicos españoles informaban con todo lujo de detalles de la epidemia, que empeoraba a diario y se cobraba cada vez más vidas, y que incluso parece que llegó a afectar al propio rey Alfonso XIII, en el resto de Europa la censura mantenía el silencio, por lo que parecía que no hubiera más casos de la enfermedad fuera de España.
Y es entonces cuando entra en escena uno de esos personajes llenos de historia, todopoderosos en su época pero olvidados hoy en día: el Rupert Murdoch de principios de siglo XX: Alfred Charles William Harmsworth, lord Northcliffe, al que llamaban el “Napoléon de la prensa”.
The Times la bautiza como la gripe española
Lord Northcliffe era propietario de muchos medios de comunicación, incluidos el Daily Mirror y The Times, y jugaba un papel fundamental en la propaganda del bloque aliado en la guerra. Conocía la presencia de la nueva enfermedad y, seguramente, tuviera constancia de su inicio en Brest, el puerto francés por el que entraba la mitad de las tropas estadounidenses. Pero publicó sin reparos un artículo de su corresponsal en Madrid de The Times donde se hablaba de los 700 muertos que había provocado una nueva enfermedad… española.
Pronto el término “Spanish Influenza” se hizo popular en la prensa internacional, y más cuando la Royal Academy of Medicine de Gran Bretaña situó el origen de la enfermedad en España. El fin de la guerra, con millones de personas volviendo a sus hogares y celebrando el armisticio, había vuelto a disparar las muertes y había que alejar la idea de que esa cepa de gripe podía haber sido producto de la contienda.
Leyenda negra para todos los gustos
Hubo voces críticas como la del médico García Triviño que protestó ante lo que consideraba un acto más para promover nuestra famosa leyenda negra. Y algo de razón no le faltaba porque en otros países, la gripe “española” recibió el nombre del enemigo nacional de turno. En Brasil se la conoció como “gripe alemana”, en Senegal “gripe brasileña”, en Polonia la llamaron “enfermedad bolchevique”, y en nuestras antiguas colonias la bautizaron como “el beso de la raza” o “la despedida de Colón”, en cariñoso recuerdo a sus antiguos colonizadores.
En un giro que habría encantado a las feministas actuales, también se la conoció popularmente como “Lady Spanish”, identificando el mal con la mujer. Seguramente, esto habría provocado hoy las enérgicas protestas de Irene Montero, que calificaría la ocurrencia de “Lady Spanish” como una muestra de violencia de género más.
Descontento con el gobierno
En España, a pesar de algunas protestas, no estaba el horno para esos bollos de terminología y les daba igual cómo se llamara a la gripe. Los casos y los fallecimientos se multiplicaban, se suspendían actos públicos y las dos siguientes oleadas de la gripe provocaron un gran temor y descontento popular. La gente creía que su gobierno les engañaba y no hacía todo lo posible por protegerles (¿le suena de algo todo esto?).
Algunos de los hechos de aquellos meses demuestran que no éramos muy diferentes entonces: en Barcelona, los casos aumentaron después de que el fundador del FC Barcelona, el suizo Joan Gamper, no suspendiera un partido de fútbol del campeonato catalán.
La última sorpresa de la gripe española
Lord Northcliffe falleció en 1922, con solo 57 años. Ayudó a vencer a Alemania y a esconder el auténtico origen de la gripe, y se puede decir que lo dejó todo atado y bien atado. Incluso legó a la posteridad alguna que otra frase lapidaria sobre el trabajo periodístico que aún hoy se cita, aunque atribuyéndosela a George Orwell: “Noticias es lo que alguien quiere suprimir. Todo lo demás es publicidad”.
Pero el virus le reservaba a él, y a todo el mundo, una última sorpresa, uno de esos guiños macabros cargados de futuro: en la firma del Tratado de Versalles, el presidente norteamericano Woodrow Wilson quería una paz más suave para los derrotados alemanes. Debilitado él y su delegación por la gripe “española”, no pudo imponerse a la línea dura que franceses e ingleses querían para Alemania. Aquel excesivo Diktat inició un periodo de resentimiento en el pueblo germano que, a la larga, contribuyó a que surgiera un virus aún más peligroso que la influenza de 1918: el nazismo.
Enhorabuena, señor Kaplan. Un magnífico artículo, al nivel de lo que nos tiene acostumbrados. Aprovecho para felicitarle por su magnífico blog.
Muchas gracias, Merce, me alegro de que le haya gustado. Siempre es un placer verla por el blog.
Otra leyenda negra desmentida, muchísimas gracias por contar la verdad. Un saludo desde España