El caso de Nick Sandmann es un ejemplo perfecto de lo que le gusta a algunos eso de que la imagen vale más que mil palabras… aunque la imagen no siempre diga la verdad. La bandera de la URSS ondeando en el Reichstag, la foto del miliciano derribado en la guerra civil, la foto del Che mirando al horizonte… han servido para construir discursos llenos de una emoción cuanto menos partidista: la IIGM la ganaron los soviéticos, el fascismo destruyó la valiente República y el Che fue la esperanza del pueblo. Para la izquierda se ha convertido en un eficaz recurso para apuntalar su mensaje y apelar al corazón de las causas progresistas.
Y es que si la imagen se convierte en símbolo, para qué ponerse a explicar y contextualizar. Simplificar viene muy bien cuando se trata de educar a las masas en consignas y reduccionismos. Más con públicos como los de izquierdas, siempre crédulos ante estas narrativas heroicas. Y sobre todo en estos tiempos en que la corrección política apela directamente a los sentimientos y trata de imponerse sobre cualquier debate racional incómodo, zanjándolo por la vía expeditiva del blanco y negro: somos el bien y si no nos apoyas eres el mal.
La historia alrededor de Nick Sandmann dio la vuelta al mundo: un colegio católico de Kentucky que participaba en una marcha antiabortista en Washington había tenido un encontronazo con un grupo de nativos americanos. Un breve vídeo mostraba a unos colegiales católicos burlándose de un anciano indio. El anciano entonaba ancestrales cantos de su tribu ante un chaval de 16 años con el lema «Make America Great Again» en su gorra, que le miraba con la chulería de las juventudes hitlerianas. O así es como lo interpretaron los medios de comunicación y las redes sociales.
Solo ante el peligro
Era un relato perfecto para los medios devotos de la corrección política: joven blanco católico, ejemplo de la América de Trump, se burla de un venerable nativo americano, heredero moral de las tribus indias masacradas. El supremacismo blanco contra las minorías, los privilegios de la clase dominante poniéndose de manifiesto una vez más contra los pobres nativos americanos. Los principales medios de comunicación estadounidenses como The Washington Post, The New York Times, NBC o la CNN, y cientos de medios a lo largo y ancho de nuestro globalizado mundo, ya habitualmente sesgados ante estos temas, ni se lo pensaron a la hora de informar.
Como resumió Cristian Campos en El Español, las redes sociales se sumaron a la ola y llamaron a Sandmann «racista», «pequeño pedazo de mierda», «nazi», «supremacista blanco» y «discípulo del KKK». También le amenazaron de muerte, a él y a su familia, e hicieron públicos sus datos personales». La flor y nata del artisteo progre de Estados Unidos contribuyó al linchamiento. Alyssa Milano -la madre del #MeToo– declaró que «sin chicos blancos capaces de empatizar con otras personas, la humanidad se destruirá a sí misma», Chris Evans -el Capitán América- consideró que las acciones de los estudiantes fueron «espantosas» y «vergonzosas». Tim Robbins, Rosie O’Donnell, Jim Carrey o Jamie Lee Curtis, entre muchos otros, se mostraron igual de furiosamente desolados.
Sin perdón
Mientras el país se dividía entre los que apoyaban al chaval porque no había hecho nada y los que decían que estaba poseído por el general Custer, el vídeo completo pudo verse por fin. En él quedaban claras unas cuantas cosas, y la primera es que se había dado difusión a una fake news como una casa.
- Los estudiantes del colegio católico no insultaron ni ofendieron a nadie. Ni siquiera respondieron a las provocaciones de un grupo de supremacistas hebreos negros, sea lo que sea eso -que también estaban por allí- y que les habían dicho de todo porque como son negros ellos sí pueden insultar libremente.
- Nick Sandmann no se burló de ningún nativo americano. De hecho, fue el indio el que se puso a darles la brasa a los chavales con sus cánticos, supuestamente para interceder entre los negros hebreos y los católicos. Ya saber por qué si los que insultaban eran los negros se puso a cantarles a los chicos del colegio, forma parte de los misterios de Manitú.
- Por cierto, el de los misterios de Manitú, el venerable anciano vejado, era Nathan Phillips, supuesto veterano de la guerra de Vietnam (nunca estuvo allí) y, eso sí, veterano activista, especialista, según él, en protestar por la dignidad de los nativos americanos; según otros, en hacer el indio -literalmente- para vivir del cuento.
Por un puñado de dólares
Aunque los medios recularon con la boca pequeña y ofrecieron la nueva versión, ya era tarde. Estados Unidos es ese país que pasó de resolver sus problemas a tiros en el salvaje Oeste a hacerlo en los salvajes tribunales de justicia, y Nick Sandmann se buscó a unos buenos abogados para ponerle unas demanditas por difamación a los principales medios del pais.
En enero, los abogados de Sandmann ya consiguieron llegar a un acuerdo millonario con la CNN, a la que habían demandado por 275 millones de dólares. Hace unos días, The Washington Post también llegó a un acuerdo ante una demanda de otros 250 millones de dólares. “Hemos llegado a un acuerdo con WAPO y CNN –escribió en Twitter Sandmann-. La pelea no ha terminado. 2 menos. Faltan 6. No aguantes la respiración @jack”, dijo en alusion al CEO de Twitter que permitió el linchamiento en su red social. Podemos ir sacando las palomitas.
La corrección política ha vivido con el caso de Nick Sandmann su particular Little Big Horn. Que entierren su sesgado corazón en Wounded Knee… y que llamen a Nathan Philips para que se eche unos cánticos en su honor.
Bravo, Mr. Kaplan, bien dicho.
Es insoportable lo de la corrección política. Pero allí tienen un dilema tremendo: el único que se opone a esta narrativa es el ceporro de Donaldo Trump. Málaga o Malagón, pero a lo bestia.
Porque si la izquierda europea está pa ponerle un piso, la norteamericana necesita una ciudad completa.
No lo podría haber dicho mejor. La izquierda norteamericana ha conseguido que Trump parezca a su lado el tipo más sensato del mundo. Su discurso en el Rushmore fue para aplaudir.
Muy buen artículo. Por fin alguien nos cuenta la historia real que hay tras una noticia no tan real. Y que, por cierto, pocos medios han contado. Siga así, señor Kaplan.
Se intentará. Muchas gracias, Merce 🙂
Eso del supremacismo hebreo me suena a cuento inventado por los israelíes…He de aclarar una cosa: los «judíos» europeos y americanos son, desde el punto de vista antropológico, pertenecientes a la raza jázara, un grupo originario de Oriente Medio (alrededores de la actual Mongolia) que actuaban como mercenarios (como los suizos en Europa durante siglos) que adoptaron la religión judía; es decir que la raza «judía» no existe y jamás existió, dado que no hay pruebas paleontológicas ni genéticas de su existencia; además no está relacionada con la etnia semita, por lo que ser antijudío no es sinónimo de antisemita, cosa que sí es ser antiárabe. El problema es que los cristianos creyeron que los judíos eran una raza y esa falsa creencia se ha extendido hasta nuestros días, cosa que los sionistas (supremacistas «judíos» europeos) explotaron en su beneficio hasta el extremo de colaborar en el Holocausto nazi, exagerando el número de víctimas y actuando como cualquier panda de victimistas para conseguir ilegalmente un territorio que jamás les perteneció instaurando uno de los regímenes ilegales más brutales de Oriente Medio y uno de los más blanqueados a día de hoy; si los criticas te colocan el sambenito de antisemita. De hecho me tienen censurado en Facebook por decir que son muchísimo peores que los nazis alemanes, cosa que es verdad y para ello basta con los testimonios de los extranjeros que ayudan a los palestinos…sobre todo porque según declaraciones de líderes políticos israelíes (todos unos auténticos genocidas, de hecho los que salen elegidos primeros ministros son los que prometen más genocidio y ocupación; para que se vea el nivel de depravación de esa gentuza) «los judíos somos una raza de amos» literalmente y el resto de razas somos sus esclavos porque somos inferiores…Y lo dice la peor gentuza que ha habido en Europa en toda su historia, literalmente