Covid muertos censura

La primera oleada de coronavirus en España dejó dolor y muchas lágrimas. Pero no lo vimos. El Gobierno de Pedro Sánchez decidió que no había que mostrar a los muertos del covid y se instauró una censura informativa a la que muchos medios se prestaron. Eran días de Resistiré, de sanitarios bailando en los hospitales, de huecas ruedas de prensa, de camisetas con la cara de Fernando Simón y de camuflar los datos continuamente para maquillar la tragedia que vivía nuestro país. Y es que la ética y los muertos no se suelen llevar bien cuando hay pandemias mal gestionadas de por medio. Ahora vemos las consecuencias.

La famosa curva de contagios desapareció de la noche a la mañana de los informativos y de la página web del Ministerio de Sanidad. Se cambió tantas veces la manera de registrar los muertos que las estadísticas hacían aparecer y desaparecer miles de fallecidos de la noche a la mañana, lo que anunciaba Simón con explicaciones dignas de Les Luthiers. Algunos periódicos tan diferentes ideológicamente como Ok Diario y El País terminaron denunciando que los 28.000 fallecidos que reconocía el Gobierno podían ser casi 45.000. E igual se quedaron cortos. Nadie lo sabe realmente.

Y lo peor no es que nos convirtieran en números manipulados, impidiendo que conociéramos el dolor en las residencias, las personas que sufrían y morían solas en sus domicilios o las que abarrotaban las UCI, sino que los contadísimos medios que desafiaban ese discurso y se atrevían a mostrar imágenes de la dura realidad del covid, como El Mundo, eran criticados por sensacionalistas y por su falta de escrúpulos… cuando la falta de escrúpulos estaba en el otro lado.

El problema de no ver suficientes muertos

En vísperas de una segunda ola ya estamos pagando las consecuencias de ese caos aséptico que dio paso a la hora feliz (“la nueva normalidad”) que nos han vendido nuestros gobernantes asesorados por inexistentes comités de expertos. En julio, Pedro Sánchez pedía que saliéramos sin miedo para reactivar la economía, tras el triunfo de la sociedad española sobre el virus (“Hemos doblegado la curva. Hoy tenemos bajo control la pandemia”, anunció). Y los españoles, deseosos de recuperar su vida normal, le hicieron caso con descontrolado entusiasmo, sin acabar de tomarse en serio los consejos para evitar contagios. Dos meses después somos los primeros en número de casos de coronavirus, y los consejos para evitar rebrotes se han convertido en obligaciones para evitar otro desastre.

Reuniones familiares, manifestaciones de todo tipo (que eran peligrosas o no según cayeran mejor o peor ideológicamente los manifestantes), turistas, inmigrantes ilegales, personas que se tomaban cualquier medida de seguridad como si fuera la antesala de una dictadura… Como explicó Arturo Pérez-Reverte: “No nos han enseñado suficientes muertos. Por eso todos estos meses de tragedia y dolor no han servido para un carajo. Y aquí estamos. Acabando agosto puestos de coronavirus hasta las trancas. Protestando porque no nos dejan bailar en las discotecas”.

¿Prevenir el covid o el estrés?

El debate estaba servido. ¿Se hizo bien ocultando las imágenes del dolor provocadas por la pandemia favoreciendo ese clima de despreocupación? Unos consideran que sí porque no era ético enseñar muertos y para evitar desmotivar, traumatizar o provocar estrés. Aunque muchas de estas almas sensibles no tuvieron ese mismo dilema cuando se trató de Aylan, el niño sirio ahogado en una playa de Turquía, porque sabían que esa imagen les convenía para concienciar sobre la inmigración. Y ahí no les preocupó tanto si provocaban ansiedad o si era poco ético enseñar el cuerpecito de un niño muerto.

Y es que no cabe duda de que la imagen de la muerte es muy potente y, más allá del morbo o repulsión que pueda despertar en algunos, también nos puede sensibilizar ante determinados temas. Sucedió con Aylan, sucedió con las fotos de féretros que volvían de Vietnam y hubiera sucedido, sin duda, con el coronavirus. Pero en este caso se ve que no convenía “traumatizar”.

Y luego están otros como Olmo Calvo, que sabían lo que pasaba pero no lo publicaron, aunque querían hacerlo, porque no “pudieron”. En las inmortales palabras de mi abuelo, id a cagar a la vía.

Rebrotes y prohibiciones

En cualquier caso, gracias a esas imágenes que nos han ahorrado volvemos a las andadas con un otoño de lo más incierto, con rebrotes -y no verdes- por todas partes, una vuelta al cole digna de Hitchcock y un traspaso del marrón a las comunidades autónomas que son capaces de hacer bueno a Sánchez, lo cual confirmaría que nuestro Estado de las Autonomías es tan necesario como la nueva trilogía de Star Wars.

Sin nadie al volante, con informaciones contradictorias, prohibiciones sobre la marcha y una sociedad desquiciada por la situación, a la que se ha tratado de forma infantil y a la que ahora se le exige madurez, puede que hubiera sido una buena idea sacudir un poco más las conciencias mostrando el dolor de la pandemia. No es raro que florezcan los plandemistas y que Miguel Bosé, hasta arriba de conspiranoia y de otras cosas, les suene a algunos más creíble que todas nuestras autoridades juntas.

Aunque siempre habrá quienes tengan una última bala a la que agarrarse: echarle la culpa de todo a Isabel Díaz Ayuso, a los recortes del PP y a Franco. Que seguro que algo ha tenido que ver con esto del coronavirus. Solo hay que poner a un periodista de estos que no quiere traumatizar a investigarlo. Que muertos del covid ni uno, pero momias exhumadas las que hagan falta.

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