Censura Twitter

Algún día se hablará de las elecciones de 2020 en Estados Unidos como un momento histórico. Por primera vez un candidato cuestionó abiertamente el resultado. Por primera vez se vieron irregularidades aunque ningún juez quiso meterse en el berenjenal de poner patas arriba una democracia de más de doscientos años. Por primera vez un grupo de ciudadanos asaltó el Capitolio en una de las escenas más rocambolescas (y poco claras) jamás vividas en el país. Y por primera vez los dueños de una red social decidieron arrogarse el derecho de eliminar la libertad de expresión de un presidente con casi noventa millones de seguidores.

Los accionistas de Twitter ya se la tenían jurada a Donald Trump, incómodos con su discurso beligerante y políticamente incorrecto. Y especialmente desde que intentó acabar con la sección 230 de la Ley de Decencia de las Comunicaciones que permite a las empresas de Internet moderar contenidos sin asumir ninguna responsabilidad sobre ellos. Iniciativa que Trump tomó después de que la red social señalara que su tuit denunciando el riesgo de fraude en el voto por correo violaba las normas cívicas y electorales de la plataforma.

En vez de alentar un posible debate, Jack Dorsey y Mark Zuckerberg decidieron, como si fueran directores de un medio de comunicación, que ese tema era fake news. Y en noviembre, justo cuando esa cuestión provocó toda la polémica electoral, el asunto continuó siendo tabú en Twitter y Facebook. El resto es conocido: la obstinación de Trump en no reconocer el resultado electoral, los incidentes del Capitolio y la cancelación virtual de un presidente al que la Historia juzgará si ha sido un líder visionario o un chiflado megalómano.

Ni un presidente está por encima de Facebook o Twitter

¿Se tomó esta cancelación tras una resolución del Congreso o del Senado? ¿O después de una sentencia del Tribunal Supremo? No, simplemente los CEO de Twitter y Facebook decidieron que a usted no le convenía leer a Donald Trump. Dijeron que incitaba al odio y a la violencia. Daba igual que usted no lo pensara así, ni siquiera le dieron opción a pensarlo. Y también daba igual que Trump en sus últimas publicaciones pidiera a los manifestantes permanecer en paz y que se retiraran del Capitolio. Dorsey y Zuckerberg vieron claramente un riesgo de violencia y, espoleados por demócratas apocalípticos como Michelle Obama, aplicaron sus normas de moderación de contenidos para proceder a la suspensión de las cuentas de Trump. «Ni un presidente está por encima de nuestro reglamento», manifestó orgullosa la directora de explotación de Facebook.

Primero censuraron a Trump,
y yo no dije nada porque yo no era trumpista.

Los dueños de las tecnológicas deciden y la izquierda lo aplaude

Twitter dio un paso más, eliminando la cuenta de Trump definitivamente, haciendo valer también su derecho de admisión. No lo ha hecho nunca con Nicolás Maduro, con el Ayatollah de Irán o con los líderes que animaban las protestas de Antifa y Black Lives Matter, pero sí con Donald Trump, demostrando una preocupante parcialidad que no ha impedido la euforia del Partido Demócrata y la izquierda europea. En cambio, ha sido criticado por Angela Merkel y otros políticos europeos, como el ministro de Economía francés, Bruno Le Maire, que ve peligroso que este tipo de medidas las emprenda «la propia oligarquía digital”.

Y es que aunque los críticos de Trump aplaudan ahora a Twitter, Facebook o YouTube (propiedad de Google), que también ha suspendido la cuenta del ya casi ex presidente, nunca se sabe quién puede ser el siguiente. Parafraseando a Martin Niemöller, primero censuraron a Trump, y yo no dije nada porque yo no era trumpista.

Veda abierta

Ese es el auténtico mar de fondo que Merkel se está oliendo: que la veda para que unos gigantes tecnológicos controlen la información y la opinión está más abierta que nunca. Y hablamos de cifras planetarias, de servicios utilizados al mes por miles de millones de personas: 2.500 millones Facebook, 2.000 YouTube y 330 Twitter. A quien ha cerrado la cuenta del presidente de Estados Unidos no le temblará la mano con nadie, y podría pasar por encima de gobiernos, derechos, leyes e incluso constituciones, supeditadas a las normas de las plataformas, esas que al principio solo se hicieron para que no se publicaran fotopollas. El horizonte es tan esperanzador como si le hubieran encargado la vacuna del covid a la corporación Umbrella.

Una distopía a la vuelta de la esquina

Los relatos distópicos futuristas están llenos de poderosas empresas, como Umbrella precisamente, que han acabado teniendo una gran repercusión sobre el individuo y la sociedad haciéndose indispensables y globales. Si no se evita, estamos a un paso de hacer realidad una de esas distopías. La buena noticia es que no habrá zombies como en Resident Evil. La mala es que dejaremos que multimillonarios como Zuckerberg y Dorsey partan la pana, impongan un discurso, el suyo y el de la gente que ellos apoyen, y silencien a los disidentes con un reglamento molón que decidirán, interpretarán y aplicarán a su antojo aparentando neutralidad e interés general. Sus miles de millones de usuarios deberían saber por lo menos qué hay detrás de las decisiones de esas redes que les hacen disfrutar con los vídeos de gatitos.

La izquierda, tan recelosa normalmente de las grandes multinacionales, está encantada y justifica la censura llenándose la boca de respeto por las normas de estas corporaciones tecnológicas. Y es así, primero, porque mucho sentido común no han tenido nunca y, segundo, porque la «moderación de contenidos» está del lado de su agenda política, silenciando voces disidentes con el globalismo, las políticas identitarias, la inmigración, el cambio climático o el feminismo, dogmas de fe progresistas del siglo XXI. Es llamativo que sean aquellos a los que han colocado el sambenito de ultraderecha los que más alerten del peligro totalitario de las élites empresariales, dando lugar a una curiosa paradoja: los «intolerantes» piden libertad y los «tolerantes» celebran que no la haya. Hasta George Orwell colapsaría con este giro del guion.

Eliminando a la competencia

Y usted, evitando ponerse catastrófico, que a fin de cuentas el año acaba de empezar, dirá que habrá que emigrar a otras redes alternativas donde haya más libertad, como Gab o Parler. Es una opción, aunque en el caso de Parler llega tarde: Amazon, Google y Apple han decidido que ese nido de fascistas tampoco le conviene y no tiene cabida en sus servidores.

Curiosamente, los grandes defensores de la sección 230 exigen que Parler sí se haga responsable de los contenidos. Y de paso, que es de lo que se trata, se cargan a la competencia. Una muestra de capitalismo salvaje, de nuevo, justificado y celebrado por la izquierda progresista, convencida de que con Joe Biden el mundo será mejor. Con Biden y su flamante vicepresidenta que sigue «haciendo historia» saliendo en la portada de Vogue, una gran noticia que, esta sí, debería aplaudir y compartir ya mismo en Twitter y Facebook.

Pero no se equivoque, no sea que comparta por error que la mitad de los republicanos no vieron mal el asalto al Capitolio o que casi la mitad de los norteamericanos cree que las elecciones fueron un fraude. O que Twitter y Facebook han perdido 33.186 millones de dólares en Bolsa tras tumbar a Donald Trump. A ver si va a tener que venir Conan a atizarle con su espada por incitar al odio, a la violencia y oponerse a ese futuro maravilloso que nos espera.

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5 comentarios

  1. Muy buen resumen de la situación. La verdad, me parece que esto ha abierto una puerta a la censura que puede ser peligrosa. ¿Quién será el siguiente?

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