Las elecciones autonómicas del 4 de mayo en Madrid dejaron en estado de shock a la izquierda. Isabel Díaz Ayuso se olió la traición de Ciudadanos y desactivó dos mociones de censura, convocó elecciones y, a pesar de sufrir una concienzuda campaña de desprestigio, arrasó incluso en el famoso cinturón rojo, expulsó a Pablo Iglesias de la política y, encima, decidió pactar con la bestia parda del progresismo, Vox. Por eso, su sesión de investidura se presumía de todo menos tranquila, pero lo que ni los analistas más audaces fueron capaces de imaginar es que se iba a convertir en la versión castiza del Black Lives Matter.

«La alusión racista de Vox a un diputado de Podemos dispara la tensión en la Asamblea de Madrid» (Cadena SER) y «Vox marca la investidura de Ayuso con racismo y homofobia» (El Diario.es) son algunos de los dramáticos titulares que ha suscitado la polémica que ha habido entre Rocío Monasterio y Serigne Mbaye. El Independiente lo completa un poco más y nos da una pista de ese racismo y esa homofobia: «Tensión en la Asamblea por las «palabras racistas» de Monasterio contra el diputado Mbaye: «Entró de forma ilegal»».

Efectivamente, Monasterio le recordó sus orígenes como inmigrante ilegal (lo cual es cierto) y su pasado de mantero (lo cual es cierto también). Incluso reconoció que ya era ciudadano español (con lo que arregló la pifia de uno de los community manager de Vox que había propuesto deportar al «ilegal» Mbaye). Podría haberle recordado también cómo consiguió la ciudadanía casándose con una española de la que se separó poco después, cómo ha montado un restaurante —¡y vegano!— gracias a su relación con otra española (su cuñado es su socio) y cómo agradeció esa ciudadanía leyendo un pregón quejándose de «racismo institucional» tras la muerte de un mantero en Lavapiés. Para vivir en un sitio que asegura que es muy racista como Madrid, no está mal lo que ha prosperado. Y con 3.500 euros al mes que va a ganar como diputado. Si es que el racismo institucional es irrespirable.

«Palabras racistas»

Pero solo con mencionarle que llegó de forma ilegal y que fue mantero bastó para que Mbaye saltara como un resorte y exigiera la retirada de esas «palabras racistas». «El racismo no está permitido en esta Cámara», continuó entre los aplausos de Podemos, Más Madrid y PSOE para finalizar con el puño en alto en una escena que habría hecho llorar a Spielberg. Es un mecanismo de defensa típico de los identitarismos de izquierda: ante una crítica molesta se ponen victimistas, ven odio por todas partes y desde abajo lanzan su ataque hacia arriba. ¿Criticas al feminismo? ¡Machista! ¿A los colectivos LGTBI? ¡Homófobo, tránsfobo! ¿A la inmigración ilegal? ¡Xenófobo! No falla nunca.

El circo identitario tuvo más momentos para la posteridad. La número tres de Unidas Podemos, Vanessa Lillo, acabó expulsada de la cámara de tanto interrumpir a gritos a la fascista Monasterio. Si llamó «ratas» y «sinvergüenzas» a los de su propio partido la misma noche de las elecciones, no queremos ni imaginar lo que saldría por la boquita de Vanessa Lillo sobre la portavoz de Vox.

El color de la piel como escudo

Ya le hubiera gustado a Santiago Abascal que todo lo que le hubieran dicho en la famosa moción de censura hubiera sido reprocharle sus orígenes (que también lo han hecho, por cierto, recordando su pasado chiringuitero en la Fundación por el Mecenazgo y el Patrocinio Social que le puso Esperanza Aguirre). En vez de eso le han llamado «ectoplasma de falangismo, del trumpismo y del cuñadismo», «un monstruo que solo se alimenta del odio» y «un depredador sin valores y sin ningún tipo de escrúpulos». Si hubiera sido negro se habría podido levantar indignado y exigir que se retiraran esas afirmaciones racistas. Y hasta el PSOE podría haberlo hecho cuando Pablo Iglesias dijo que Felipe González tenía el pasado manchado de cal viva. «¡Maldito supremacista que nombra la cal blanca!!», podría haber denunciado Pedro Sánchez si Felipe hubiera sido un pescador de Senegal.

Porque, como se ha demostrado en la Asamblea, si los comentarios son realmente racistas o no es un detalle sin importancia cuando lo que importa realmente es la queja del que usa el color de su piel como un escudo. Cuando la presidenta de la Asamblea de Madrid, la popular Eugenia Carballedo, invitó a que Monasterio se disculpara ante Mbaye, Monasterio le preguntó una y otra vez de qué palabras exactamente se tenía que disculpar, a lo que la diputada del PP no supo qué contestar. Igual esto hace reflexionar a Carballedo la próxima vez que la izquierda se la meta doblada.

Carballedo no supo qué decir porque, como vería cualquier persona que no estuviera nublada por el postureo progresista, los comentarios de Monasterio serían más o menos oportunos, más o menos elegantes pero no racistas. De hecho, empezó diciendo que «el problema con el señor Mbayé no es que sea blanco o negro, alto o bajo, sino que es una persona que entró en nuestro país de forma ilegal». Que la izquierda considere que nadie es ilegal es estupendo, pero no les da derecho a llamar racista a quien se lo discuta, cuando todos los ordenamientos jurídicos del mundo civilizado castigan la inmigración irregular.

El comodín del racismo

Pero más allá de la anécdota, lo que ha sucedido con el diputado de Podemos tiene su importancia porque anticipa una estrategia para el futuro: la izquierda usará el comodín del racismo para llamar la atención y desactivar cualquier comentario incómodo al que no convenga enfrentarse. La ofensa antirracista llevada hasta el límite y más allá. Si lo llegan a saber ponen a un diputado negro mucho antes.

Una táctica de la que harían bien Ayuso y Monasterio en tomar nota porque Mbaye no va a dudar en aparecer como un tabú andante al que no se le podrá decir nada fuera de tono sin que levante otra vez el puño. Y entre el puño de Mbayé y la pistola de la madre y médica, la CAM puede parecer una mezcla del Salvaje Oeste y el Black Power.

Así que prepárese porque el Black Lives Matter ha llegado a la política regional. El propio Mbaye tuiteó tras su cruce de palabras con Monasterio: «las vidas migrantes importan». Esperemos que los diputados de Podemos, Más Madrid y PSOE no hinquen la rodilla con Lo País y La Sexta aplaudiendo el gesto contra el racismo. En cualquier caso, coja palomitas y póngase cómodo. Palomitas, no Conguitos, no la vaya a liar.

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6 comentarios

  1. El señor Kaplan, como siempre, al día de las noticias. Con este hombre van a tener un filón: cada vez que tengan que tocar un tema espinoso, se lo endosan a él y a cualquiera que se le ocurra rebatírselo, se le llama racista y arreglado. Para mí, otra persona usada por Podemos para sus intereses. Y, por cierto, veo más racismo en aplaudir a alguien solo por ser negro que en decir cosas que son verdad sobre su pasado. Supongo que esto me convertirá en racista también. 🤷‍♀️

  2. Señor Kaplan hable sobre el caso de Scott Cawthon, creador del videojuego FNAF, que recientemente anunció su alejamiento de la franquicia, debido a que se «filtró» en las redes sociales que en las últimas elecciones de Estados Unidos donó miles de dólares a la campaña de Donald Trump, provocando la indignación y el linchamiento de parte de los «justicieros sociales», incluso recibiendo amenazas de muerte hacia él y su familia.

  3. Con respecto a la publicación en cuestión, Señor Kaplan, el mundo está cada vez peor. Me temo que acá en Argentina no estamos a salvo de estas locuras. Sólo es cuestión de tiempo para que lleguen a mi país. Imagínese que soy rubio de ojos claros, el «enemigo» a abatir por parte de la izquierda y el progresismo.

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