En Los Ángeles 1984, el mundo aplaudió la hazaña de una atleta suiza llamada Gabriela Andersen que acabó la maratón a punto de desmoronarse tras un esfuerzo sobrehumano, negándose a ser atendida hasta cruzar la línea de meta. En los Juegos de Tokio, 37 años después, el mundo aplaude a Simone Biles, una gimnasta que se bloquea en plena competición y abandona. Lamentarlo, claro. Consolarla, animarla… de acuerdo. Pero ¿aplaudirla? ¿Convertir su renuncia en un ejemplo de valentía? El barón de Coubertin se debe de estar revolviendo en su tumba. Por no mencionar a los miles de atletas que han competido contra viento y marea, enfrentándose a la presión y a sus miedos, dándolo todo por su sueño olímpico.
Los Juegos de Tokio 2020, que para empezar se celebran en 2021, están resultando particularmente extraños pero son un perfecto reflejo de nuestra época. Incluso antes de su inauguración ya había un rosario de escándalos que van desde el «machismo» a la «banalización del Holocausto» pasando por el «acoso infantil» y la «transfobia». Escándalos que dan risa, pero que son dignos de la hipersensible y políticamente correctísima empatía con la que se aplaude la decisión de Simone Biles.
De entrada, el presidente del comité organizador tuvo que dimitir por decir que las mujeres hablaban demasiado, el director artístico de la ceremonia inaugural también dimititó por proponer que una mujer se vistiera de cerdo, el director de la ceremonia inaugural también se tuvo que largar por un chiste sobre el Holocausto que contó hace diez años, y, finalmente, el compositor de la ceremonia inaugural —que está claro que estaba gafada— también se fue por la puerta de atrás por haberse burlado cuando era niño de unos disminuidos. Todos acabaron viendo la dichosa ceremonia inaugural por la tele.
La guinda de Simone Biles
A esto hay que sumarle un invento que solo se les ocurriría a los japoneses, las camas anti sexo para los atletas, la vigilancia feminista al más puro estilo vieja del visillo para que no se sexualice a las deportistas y la polémica participación de Laurel Hubbard, antes hombre y ahora mujer trans, que va camino de hacer realidad el gag de South Park de la competición de mujeres fuertes que ganaba un transexual que parecía el increíble Hulk. Pero la guinda ha sido, sin duda, lo de Simone Biles, la mejor gimnasta del mundo, abandonando a las primeras de cambio.
La norteamericana llegó a Tokio como una de las estrellas de la competición, con la posibilidad de ampliar su leyenda batiendo el récord de nueve medallas olímpicas de la también mítica Nadia Comaneci, cosa que se daba por hecho con su brutal palmarés: siete títulos nacionales, 19 títulos mundiales y 25 medallas en campeonatos mundiales, incluyendo cuatro medallas de oro en los Juegos de Río. Pero tras clasificarse sin brillo para las finales renunció por sorpresa durante la primera de ellas, contribuyendo a la derrota de su equipo a mano de las rusas, que son de las que no perdonan y que revivieron los tiempos del rodillo soviético.
La salud mental por encima de todo
«Cuando entro en escena somos mi cabeza y yo —anunció al rato la propia Biles—. Trato con los demonios que hay en mi cabeza. Solo pienso que la salud mental ahora mismo es más importante en los deportes. Tenemos que proteger nuestras mentes y nuestros cuerpos, no sólo hacer lo que el mundo quiere de nosotras». Y continuó, demostrando que puedes ser la mejor del mundo y estar llena de inseguridades: «Ya no confío tanto en mí misma. Tal vez sea por hacerme mayor». Con 24 años.
El tema podría haber quedado aquí, con las típicas reflexiones sobre el estrés de la alta competición o la irresponsabilidad de participar sin estar al 100% y dejar tirado a tu equipo, al que, por cierto, no le dedicó ni una palabra. Biles, que luego comunicó que tampoco defendería su título en la final individual, al fin y al cabo no es la primera deportista de élite que tiene que lidiar con la ansiedad, en una larga lista que incluye al Iniesta de nuestra vida.
Michael Phelps —el deportista olímpico más laureado con 28 medallas, 23 de oro— incluso habló de querer suicidarse ante la angustia que sufría. Y hace apenas quince días la sensacional jugadora australiana de baloncesto Liz Cambage también se dio de baja de Tokio por motivos de salud mental. Y ni Phelps en su momento ni Cambage ahora llamaron demasiado la atención de la opinión pública.
El apoyo (interesado) de la izquierda
Pero el caso de la gimnasta norteamericana ha dado la vuelta al mundo y copa los medios de comunicación que la ponen como un ejemplo de valentía. En España, donde la izquierda se llena la boca de salud mental, la ministra de sus cosas, Irene Montero, le dedicó a la norteamericana su primer tuit en todos los Juegos. «Escuchamos tus palabras y te mandamos todo el apoyo», escribió.
Eso sí, ni una mención para la tenista Carla Suárez, que ese día había competido como una jabata tras superar un cáncer, o para la piragüista Maialen Chourraut que, con casi 40 años, se subía al podio de nuevo tras hacerlo en las dos olimpiadas anteriores. A Montero, las españolas Suárez y Chourraut no le interesaron lo más mínimo, quizá porque con ellas no podía hacer propaganda de nada, como con Biles, Juana Rivas o Rocío Carrasco.
Simone Biles, símbolo del BLM y del #MeToo
¿Y qué tiene de especial Simone Biles para que no se pare de hablar de su valor por visibilizar la importancia de la salud mental? (que también es muy discutible hablar de valor cuando estás perdiendo y te largas). La clave está en lo de siempre. La mejor gimnasta del mundo es también una «luchadora contra las injusticias» (The New York Times dixit). Una figura mediática que el progresismo no dudaría en considerar una de los nuestros. Y todo lo que haga merece reconocimiento… hasta pirarse de una final de los Juegos Olímpicos.
Defensora del Black Lives Matter, Biles contribuyó al linchamiento social que provocó la dimisión de la presidenta de la Federación de Gimnasia de Estados Unidos por tuitear en contra de Nike al contratar al futbolista negro que se arrodillaba durante el himno. Y como feminista convencida ha estado dispuesta a patrocinar una gira de gimnastas solo para mujeres (perjudicando económicamente a los miembros masculinos del equipo nacional).
Pero sobre todo es símbolo del #MeToo tras convertirse en bandera de la página más negra de la historia de la gimnasia en su país: las cientos de niñas abusadas durante dos décadas por el médico del equipo de gimnasia de Estados Unidos, Larry Nassar, entre las que se encontraba ella. Algo que, asegura, le ha producido una gran ansiedad a pesar de darse cuenta de los abusos ya de adulta («no quería admitírmelo a mí misma») y de reconocer que los había sufrido en mucha menor medida que sus compañeras. Signifique lo que signfique eso, que tampoco lo ha aclarado nunca.
La víctima siempre tiene la razón
Simone Biles, por tanto, para la sociedad posmoderna de la corrección política no es solo una gran deportista. Es una «luchadora contra las injusticias» investida, además, de la santidad de la «víctima». Ya lo decía Daniel Giglioli:
La víctima es el héroe de nuestro tiempo. Ser víctima otorga prestigio, exige escucha, promete y fomenta reconocimiento, activa un potente generador de identidad, de derecho, de autoestima. Inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la inocencia más allá de toda duda razonable.
Los medios europeos convencionales siguen la estela de los estadounidenses que llevan años apuntalando este relato. El artículo de The New York Times «Simone Biles: el precio de la perfección» convierte a la deportista en una heroína del imaginario demócrata estadounidense, como hiciera con la poeta Amanda Gorman, en el que la gimnasia ya es lo de menos. «Ha dejado de ser la dulce novia de Estados Unidos y se ha unido a las mejores atletas negras para ejercer su influencia en el deporte y la sociedad», proclama el artículo entre otros muchos comentarios del estilo.
Simone Biles no llegó a Tokio solo con la presión de ganar sino también con la cabeza hirviendo de causas sociales y de traumas personales intensificados por su propio activismo. Su colapso cuando no dio la talla puede haber sido una sorpresa deportiva pero ha encajado perfectamente con la escenificación del relato que se espera de una hipersensible y heroica víctima: un espectáculo a tumba abierta en el que las emociones están por encima de todo y cuyas decisiones no solo no deben ser juzgadas sino aplaudidas. Tras el abandono, la gimnasta compartió en sus redes sociales, cual tuitero de tres al cuarto buscando casito, un texto de alguien que la defendía recordando los problemas de su pasado y reforzando su imagen de víctima.
Medicamentos prohibidos
En ese relato heroico no interesa hablar de otras cosas que a lo mejor aportarían algo de luz. En 2016, la facción rusa de Anonymous hackeó los servidores de la Asociación Mundial Antidopaje (AMA) revelando los controles realizados a algunos deportistas en Río. Entre ellos estaban los de Simone Biles.
En los controles de orina a los que se sometió los días en que consiguió tres de sus cuatro medallas de oro y el bronce aparecían restos de una sustancia incluida en la lista prohibida de la AMA y que, como medicamento, se utiliza para tratar a niños hiperactivos y con déficit de atención (TDAH). Biles participó en Río con una exención especial de la AMA para tomar este medicamento.
Dos años después, la gimnasta reconocía que seguía medicándose, en esta ocasión —dijo— contra la ansiedad tras el caso Nassar. Se desconoce si también hay trazas de sustancias prohibidas y si la AMA lo habría autorizado. ¿Estaba sin medicar o mal medicada Simone Biles y eso influyó en su derrumbe psicológico y en su bajo rendimiento? ¿Temía dar positivo en un control antidopaje y eso la asustó? Un bloqueo repentino de la campeona del mundo, que venía de arrasar en el campeonato nacional, con Yurchenko incluido, da que pensar y tal vez investigar sus causas sí le haría un favor a la salud mental, y a la propia Biles, en vez de convertirla en una mártir sin saber qué le ha pasado realmente.
Medalla de oro para los blanditos
De todas formas, lo sucedido con la gimnasta que en sus buenos tiempos, o sea, hace una semana, habría pateado el culo a Nadia Comăneci, según la propia Nadia Comaneci, no deja de ser revelador de esta época que eleva a los altares las emociones, admira la exposición pública de la derrota, recompensa de igual forma, o incluso más, la renuncia que el esfuerzo, el fracaso que los logros, al débil que al fuerte y tiende a envolver a los individuos en una burbuja para que se sientan protegidos de los lobos del mundo, reales o imaginarios.
El serbio Novak Djokovic, número uno del tenis, y que, después de una temporada sensacional, va también a Tokio bajo la presión de tener que ganar fue preguntado al respecto y lo dejó muy claro: «Sin presión no habría deporte profesional. Si ansías ser el mejor en tu deporte debes aprender a hacer frente a la presión. Y cómo hacer frente a esos momentos en la pista, pero también fuera de ella».
Es solo cuestión de tiempo que salga un político de izquierdas diciendo que las palabras de Djokovic demuestran su falta de empatía con la salud mental y que son un claro ejemplo de masculinidad tóxica.
Hola Señor Kaplan, parece una broma de alguna página de humor, pero, tristemente, es verdad. Hoy día la cobardía y el papel de víctima son una virtud que debe ser imitada por todos, como antaño era la valentía. Pero si esto mismo hubiera hecho un atleta varón, blanco y heterosexual, le hubieran llovido los insultos por doquier.
O al menos no habría tenido la más mínima repercusión. Mire a Phelps en su momento.
Creo que todo este espectáculo la va a perjudicar más que otra cosa. La están convirtiendo en un símbolo del tema de moda por ser mujer y negra, símbolo que por supuesto desecharán e cuanto encuentren otro mejor. Ha habido deportistas españolas en estos Juegos con victorias y con problemas de salud y nadie dijo nada. Y, por supuesto, si eso mismo le pasara a Gasol nadie diría ni una palabra. La salud mental es lo que menos les importa.
Es todo un tema de agenda y de visibilizar a sus héroes que, por supuesto, son de usar y tirar en función del rédito que den.
Muchos me van a tildar de racista, pero observando la fotografía de esta chica he entendido porque ha ganado tantas medallas en esta disciplina. Tiene la nariz y la boca muy grandes, que le permiten una mayor entrada de aire a los pulmones, lo que en el atletismo es una gran ventaja.
Hace un par de años, un jugador de la NBA, en la rueda de prensa previa al partido decisivo del play off por el título, cuando le preguntaron si sentía mucha presión, dio una respuesta que me pareció sublime: “¿Presión? presión es lo que sentían mi madre y mi abuela cuando se levantaban cada día a las 5 de la mañana para ir a limpiar casas para mantener a sus hijos”.
¡Muy buena respuesta!
¿Este es el nuevo modelo de las mujeres deportistas? ¿Una persona que se mete en competiciones internacionales estando incapacitada de antemano para competir? Eso es como apuntar como piloto a un ciego en un grand prix de Fórmula Uno…