Un mago de Oz engañando con el calentamiento global. La viñeta que acompaña esta entrada fue una de las imágenes del entonces famoso Climagate, en 2009. Tan solo diez años más tarde, el que iba a ser el mayor escándalo de la ciencia moderna se quedó en un borrón del apocalipsis climático. Los medios lo reescribieron para que se adecuara a los nuevos tiempos. Actualmente, la absolución de sus implicados es total. Y los que se indignaron por los métodos de los expertos en el cambio climático se han convertido en villanos —la «pura arrogancia de los profanos», llegó a decir The Guardian— de una historia que pudo cambiarlo todo pero que no interesó que cambiara nada.
Noviembre de 2009. El calentamiento global movía ya miles de millones de dólares. Una verdad incómoda (2006) de Al Gore había conseguido que el armagedón empezara a calar con su mensaje de que el uso masivo de combustibles fósiles estaba provocando un desastroso aumento de las temperaturas por culpa del CO2. En unas semanas se celebraba, además, la Cumbre del Clima de Copenhague, que algún flipado periodista definió como «la reunión más importante desde el fin de la Segunda Guerra Mundial» (y que acabó siendo un fracaso absoluto).
Y de repente estalló el Climagate. Miles de correos electrónicos y de documentos fueron hackeados del servidor de la Unidad de Investigación del Clima (CRU) de la Universidad de East Anglia, uno de los principales colaboradores del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), el organismo de la ONU que se dedicaba a valorar el cambio del clima a partir del análisis exhaustivo, objetivo, abierto y transparente de la información que recibían. Vistos los documentos sustraídos, quedaba clara una cosa: que la información no era ni exhaustiva ni objetiva ni abierta ni transparente.
Diez años pasándose el método científico por el arco del triunfo
Los textos pirateados cubrían diez años y no tienen desperdicio. Los científicos, no unos cualquiera sino los científicos de referencia del cambio climático, se portaban como una banda de compadres, pasándose por el arco del triunfo el método científico. No querían compartir la información cuando se la pedían otros investigadores, preferían borrar datos controvertidos antes de que los viera un experto del bando de los escépticos, interferían y falseaban el proceso de la revisión por pares (peer review) y presionaban a las revistas académicas para que no se publicaran los trabajos que se apartaran de la teoría oficial, desacreditando continuamente a los que estaban fuera de su camarilla climática. Todo muy científico.
Al margen de estos estándares éticos dignos de El Padrino, lo más asombroso fueron los correos que insinuaban que seleccionaban y manipulaban los datos para que coincidieran con las previsiones del IPCC. La teoría del cambio climático, tan basada en cientos de estudios y análisis más que comprobados quedaba cuestionada. Si esto hacían los que estaban considerados algunos de los principales expertos, ¿qué no harían los demás?
Del «truco de Mike» a «esconder la caída»
Muchos correos electrónicos parecen indicar que la prestigiosa unidad climática de la Universidad de East Anglia tenía un morro que se lo pisaba. «Esconder la caída» para que parezca que la temperatura no paraba de subir, usar el «truco de Mike» (en referencia al palo de hockey de Michael Mann, la gráfica paleo-climatológica —muy cuestionada por tramposa, precisamente— que fue durante años la base del cambio climático), realizar las gráficas pensando en un «resumen para los políticos», ocultar periodos de temperaturas altas como el llamado «periodo cálido medieval», manipular parámetros para que los resultados se ajustaran a lo esperado, y realizar auténticas chapuzas como tomar mediciones de estaciones climatológicas en China que cambiaron de sitio durante el periodo de estudio.
El director del CRU y coordinador del IPCC, Phil Jones, estuvo en el ojo del huracán desde el primer momento. Se justificó diciendo que los correos estaban sacados de contexto, que «truco» era una frase coloquial y que, aunque reconocía que las mediciones en China podían haber sido más rigurosas, no cambiaban los resultados finales. Unos resultados que aparecieron en el informe de IPCC para justificar que la temperatura subía igual en las grandes ciudades que en las zonas rurales, que queda muy bien si se quiere demostrar un calentamiento «global».
Una causa muy bien remunerada
Aunque cualquier medio de comunicación le dirá cuánto ascenderá el nivel del mar en los próximos cien años, le costará mucho más encontrar cuánto dinero se dedica a la investigación del cambio climático. Los documentos del Climagate ofrecían algunos datos: Michael Mann recibió 5,6 millones de dólares entre 1990 y 2009. El CRU de Phil Jones había sido financiado en el mismo periodo por más de 20 millones de dólares («Espero que nadie se dé cuenta de que he tenido subvenciones durante 25 años», decía Jones en otro de los correos), la mayoría procedente de organismos gubernamentales como el Departamento de Energía de Estados Unidos y la Unión Europea.
Por seguir mareando con cifras, cuenta Álvaro Orozco Jaramillo en Climagate: un escándalo silencioso, entre 1999 y 2009 se han dedicado 79 mil millones de dólares a investigaciones del cambio climático. El ingeniero Douglas Pollock las calcula en 1,2 billones de dólares, aunque en ambos casos es muy difícil de comprobar. Al lado de estas cifras, los 250 millones de dólares que según Greenpeace se han gastado las grandes petroleras en intentar boicotear esta lucha suenan casi a calderilla. Los de Exxon que son unos agarrados. Que aprendan de la Unión Europea, que reconoce que dedica el 20% de su presupuesto a acciones relacionadas contra el cambio climático.
Echando tierra sobre el «Climagate»
En medio de la tormenta —el término «Climagate» (Climategate en inglés) llegó a tener 22 millones de búsquedas en Google, y porque Twitter era muy jovencito que si no habría arrasado— pronto se decidió enterrar el asunto antes de que hubiera demasiados escépticos. Tres investigaciones (una de la Cámara de los Comunes, otra de la propia universidad y otra de «reconocidos expertos» que solo se fijaron en la «integridad» de los sospechosos y no en la calidad de las investigaciones) absolvieron a Phil Jones y a su equipo.
Las tres reconocieron que había habido algunos fallos de procedimiento, problemas de transparencia y métodos mejorables pero no dudaron de la honestidad de los científicos. Tampoco vieron nada que hiciera sospechar de una manipulación de los datos. Y, por supuesto, no había motivos para dudar de la teoría del calentamiento global, avalada por «consenso». ¿Recuerdan a Leslie Nielsen pidiendo a la gente que se disperse porque no hay nada que ver mientras un edificio explota y arde en llamas detrás de él? Pues eso.
El Climagate se fue apagando lentamente. Mientras tanto, a un ahora cuestionado IPCC (que solo tres años antes había ganado el Nobel de la Paz) no le quedó más remedio que reconocer que se había colado anunciando la desaparición de los glaciares (algunos hasta lo llamaron el Glaciargate). Su director, el hindú Rajendra Pachauri, tuvo que salir a la palestra diciendo que no pensaba dimitir por haber dado por buenas las chapuzas del CRU de East Anglia. Los «errores menores» no restan credibilidad al cambio climático, aseguró.
Phil Jones contra Stephen McIntyre
Phil Jones empezó a conceder entrevistas y aseguró que por culpa del Climagate pensó en suicidarse y que había recibido amenazas de muerte. Estaba seguro de que todo se trataba de una conspiración de un «viejo enemigo», Stephen McIntyre, uno de los principales investigadores y difusores de los documentos del Climagate.
Y es cierto que McIntyre era un viejo enemigo de los luchadores contra el cambio climático: él fue uno de los primeros en demostrar que el palo de hockey era tan fiable como la palabra de Pedro Sánchez. Además, descubrió un error en los registros de temperaturas del Instituto GISS de la NASA que afirmaba que 1998 había sido el año más caluroso del siglo en Estados Unidos. A regañadientes (y de tapadillo), el organismo de la NASA tuvo que modificar el dato y el año más caluroso del siglo pasó a ser 1934, que ya no era lo mismo.
Doce años después del «Climagate»
Han pasado doce años. El Climagate, reescrito por los medios y por la comunidad científica del «consenso», se considera ahora una derrota de los escépticos. ¿Pero qué fue de sus protagonistas? Rajendra Pachauri, el director del IPCC, falleció en 2020. Después de sobrevivir al escándalo climático tuvo que dimitir en 2015 acusado de acoso sexual, poniendo fin a una trayectoria no tan brillante como su flamante premio Nobel daba a entender. Y que dé gracias, que si le pasa unos años después se lo come el #MeToo.
Phil Jones se convirtió en la víctima oficial del Climagate. Stephen McIntyre, el villano al servicio de las petroleras. Y Michael Mann fue exonerado tras otra investigación de su universidad. El primero sigue dirigiendo el CRU en East Anglia, con sudores fríos cada vez que le tiene que dar a «enviar» a un correo electrónico. El segundo continúa pintándole la cara al IPCC en su blog. Y el tercero aún defiende su palo de hockey contra viento y marea, y acaba de publicar un libro, cómo no, contra los negacionistas del apocalipsis climático.
Hace dos años, Mann se enfrentó en la Corte de la Columbia Británica a un escéptico al que había demandado por difamarle. Al creador del palo de hockey se le pidió que mostrara sus datos, su método y cómo llegó a su famosa teoría. Mann se negó y perdió el juicio. Mientras los medios maquillaban el Climagate recordando su décimo aniversario —la «pura arrogancia de los profanos» contra la Ciencia— uno de sus protagonistas revivió fuera del foco periodístico la esencia de aquel suceso imprevisto, un «cisne negro» como diría Taleb. Un cisne del que nunca interesó ir más allá de las plumas.
Vaya, vaya, lo que se descubre con una buena investigación. El cambio climático esconde muchas sombras que, por supuesto, se esconden convenientemente en los medios. Estupendo artículo, señor Kaplan.
Muchas gracias, Merce 🙂 Precisamente por todas esas sombras es sano dudar, lo que parece que ahora no nos dejan.
Hola Señor Kaplan, está claro que lo del “cambio climático” es un chiringuito, como dicen en España, de algunos científicos para recibir subvenciones de parte de Estados y ONGs. Por lo visto, en el Primer Mundo, la corrupción también campa a sus anchas.
En ese caso, sin duda estaríamos hablando del mayor de todos ellos, que mueve miles de millones al año de una forma muy poco transparente. ¡Gracias por la lectura, Lisandro!
Yo recuerdo que en su día leí la noticia en el Washington Post y en el NYT. Venía en primera página. En España no encontré nada en los principales periódicos hasta dos meses después. Publicaban una pequeña nota en las páginas interiores justificando al IPCC sin haber desarrollado antes lo que había ocurrido y que fue un escándalo internacional.
Cierto, yo recuerdo eso también. Quitando algún que otro medio como Libertad Digital, hablaban más de la respuesta que “desmontaba” el Climagate que del Climagate en sí.
El Climagate no cambia el consenso científico sobre el calentamiento global: https://www.factcheck.org/2009/12/climategate/
Por otro lado, la comparación de la temperatura de 1934 y 1998 es para Estados Unidos (https://www.climate.gov/news-features/blogs/beyond-data/mapping-us-climate-trends). La temperatura global más alta de aquellas décadas se dio en 1944, que fue superada en 1981 y se ha superado TODOS LOS AÑOS desde 1994: https://www.ncdc.noaa.gov/cag/global/time-series/globe/land_ocean/ytd/12/1880-2013
Me suena que de todo eso hablamos en Twitter, ¿no? 😉
Recuerdo haber leído un libro de Michael Crichton relacionado con el tema titulado Estado de miedo (State of Fear, 2004), en que explicaba algo muy similar a lo relatado en este artículo: que el cambio climático no es para tanto y que se usa para amedrentar a la población y así controlarla