Conspiracion Pitufos

Puede parecer que desde que Podemos echó de una patada sorora a Teresa Rodríguez, la gaditana ha perdido el norte. Nada más lejos de la realidad. La que una vez se proclamara khaleesi andaluza sigue preocupándose por los temas importantes para la ciudadanía. Como demostrar que La Patrulla Canina es machista y poner el foco en una de las grandes teorías feministas, junto a la Fanta que sirven a las mujeres y el empoderamiento del hijab: el síndrome de Pitufina, que se usa para criticar el poco protagonismo de los personajes femeninos en los dibujos animados del Patriarcado. Teresa Rodríguez ha dado en el clavo. Porque Los Pitufos no es esa serie divertida y candorosa que aparenta ser. Detrás de ella se esconden innumerables mensajes secretos que ponen en peligro a la civilización. ¿No se lo cree? Prepárese para conocer la terrible realidad.

Les Schtroumpfs, en su lengua original, fueron creados en 1958 por el historietista Pierre Culliford, alias Peyo. Su primera aparición fue de secundarios en otro cómic, como unos pequeños duendes azules que vivían en una aldea escondida. Su éxito les dio colección propia y Peyo abandonó sus demás personajes para dedicarse en cuerpo y alma a estos seres de tres pulgadas de altura. El dibujante se dejó la salud, literalmente, al tiempo que se hacía rico gracias a ellos (su mujer siempre dijo que Los Pitufos habían «devorado» a su marido). Cuando falleció en 1992 de un ataque al corazón, sus criaturas eran mundialmente famosas con serie de televisión incluida. Lo que no se podía imaginar Peyo es que también despertarían todo tipo de teorías conspiranoicas desde su mismo nacimiento.

Los Pitufos del KKK

Ya en su primer álbum se lio pitufa, o sea, parda: Los pitufos negros, en el que la aldea se enfrenta a una plaga que convierte a sus habitantes en pitufos rabiosos y primitivos que solo piensan en morder a otros pitufos. Uno podría pensar en un curioso precursor de La noche de los muertos vivientes, pero lo que hubo fueron acusaciones de racismo. En Estados Unidos, el cómic no se pudo publicar hasta que el color negro de los pitufos infectados se cambió por morado. Algunos ya con la mosca detrás de la oreja vieron en los gorritos de los pitufos claras referencias a los capirotes del KKK. Con los años, se extendió la leyenda urbana de que Peyo era simpatizante del Klan y supremacista blanco. Por supuesto, no existe ni una sola prueba que lo demuestre, pero ¿qué son las pruebas al lado de los comentarios anónimos en los foros de Internet?

Los Pitufos negros fueron censurados en Estados Unidos y no se pudieron publicar hasta que cambiaron el color de los infectados por el morado. Porque Podemos no existía que si no se iban a enterar esos yanquis de la ultraderecha.

«Small Men Under Red Forces»

En 1970, se publicó el delirante ensayo Para leer al Pato Donald: ideología imperialista en los cómics de Disney, que venía a contar que los cómics del Pato Donald y del Tío Gilito eran adoctrinamiento capitalista encubierto. La misma idea pero al revés circuló durante un tiempo en Estados Unidos: Los Pitufos no conocían la propiedad privada, trabajaban juntos para la comunidad bajo un líder autoritario con barba blanca que encima vestía de rojo. Estaba claro: aquellos dibujos eran propaganda bolchevique y su líder una versión de Karl Marx. Para cuadrarlo todo, el nombre inglés de pitufo, smurf, escondía el siniestro acrónimo de Small Men Under Red Forces (Pequeños Hombres Bajo Fuerzas Rojas).

La aldea masónica de Los Pitufos

En El Pitufísimo un pitufo se convierte en dictador tras ganar unas elecciones. Contra él se rebelarán algunos pitufos formando una logia secreta que conspirará hasta derrocar al tirano. La maquinaria conspiranoica descubrió en esta historia un homenaje a la masonería de la Revolución Francesa contra el absolutismo monárquico. Y los capirotes del KKK ahora eran gorros frigios republicanos. Un tal Antonio Soro, que no Soros, escribió años después Los Pitufos, el conocimiento «real» y la mampostería donde explicaba que los pitufos eran una clara alusión a la francmasonería. Su pueblo es una logia, Papá Pitufo —el Karl Marx de antes—, es el Gran Maestro y Gargamel un alquimista laico que trata de arrebatarles sus secretos.

Y la Bestia tiene número de pitufo

Mientras las interpretaciones racistas, coloniales y masónicas rivalizaban por triunfar en la mente de los usuarios de gorros de aluminio, otros vieron la luz y descubrieron en los personajes de Peyo una obvia simbología cristiana: los principales pitufos representaban los siete pecados capitales: ira (Gruñón), lujuria (Pitufina), avaricia (Fortachón), soberbia (Vanidoso), envidia (Gafitas), gula (Goloso) y Pereza (Perezoso). Es cierto que algunas de las equivalencias estaban muy cogidas con alfileres pero cualquiera les quitaba la ilusión.

Detrás de esta simbología religiosa se escondía algo mucho más oscuro. Eso debieron de pensar los más avezados (por no llamarlos otra cosa). Y pronto asociaron a Papá Pitufo con el mismísimo diablo (después de ser Marx y el Gran Maestro de los masones, sentido tenía, eso sí); a Pitufina con Lilith, la primera mujer que se supone que yació con demonios, y los bailes alrededor de la hoguera que tan felices hacían a estos duendecillos eran en realidad aquelarres. No se salvaba ni el propio Peyo, que habría hecho un pacto con Lucifer para tener éxito, ni el Padre Abraham, un tipo con barba y sombrero que triunfó con La canción de los pitufos que, por lo visto, escondía mensajes satánicos. Ríase pero pruebe a ver el vídeo musical de noche con la luz apagada. Esos muñecos que cantan dan más miedo que Chucky y Adriana Lastra juntos.

Pierre Culliford, alias Peyo, posa feliz ajeno a todas las conspiraciones que rodean a sus simpáticos pifutos.

El Heteropitufiarcado

La primera pitufina fue creada por Peyo en 1966. Lo hizo porque su hija le pidió que hubiera una chica entre tantos pitufos, aunque leerá por ahí que fue para acallar críticas de machismo y misoginia. Lo cierto es que Pitufina no es precisamente una mujer como le gusta a Netflix. La creó mágicamente Gargamel para traer la discordia entre los pitufos y solo su gestación en el caldero haría lanzar espumarajos a Irene Montero:

Una pizca de coquetería, una buena capa de ideas fijas, tres lágrimas de cocodrilo, un cerebro de gorrión, una punta de maldad, un puñado de ira, un dedo de tela de mentiras, una chispa de glotonería, una cuarta parte de mala fe, una de inconsciencia, un rasgo de orgullo, una medida de envidia, una parte de tontería y una de astucia, mucho espíritu volátil y una buena dosis de cabezonería.

Por si fuera poco, Papá Pitufo la transformó en una pitufina guapa y rubia, convirtiéndola en el amor platónico de la aldea. Ser la única pitufina rodeada de 99 pitufos cosificadores con rabito no acabó con las críticas por machismo, claro, sino que las disparó. Y porque fue en los años sesenta: hoy se hablaría de manadas de pitufos violadores y se exigiría que Pitufina pudiera volver sola y borracha a casa. En la película La aldea escondida (2017) se han inventado todo un pueblo de pitufas empoderadas y amazonas para «equilibrar». En nuestra humilde y deconstruida opinión, no es suficiente: ¿para cuándo unas pitufas lesbianas? ¿Y unes pitufes trans? Y por supuesto hay que acabar con ese supremacismo azul cuanto antes. GreenLivesMatter.

Una imagen que demuestra la violencia patriarcal que hay en la aldea pitufa. Un pitufo piropeando a la Pitufina. El Ministerio de Pitufigualdad debería tomar cartas en el asunto inmediatamente.

¿Peyo el misógino?

Y a todo esto, ¿qué pensaba Peyo de esa polémica? Pues aunque se explicó varias veces nunca se logró quitar el sambenito del todo:

El episodio de la Pitufina apenas fue publicado, gran parte de la prensa me llamó misógino, machista, etc. Honradamente, no creo ser misógino, al contrario. La Pitufina es una caricatura sin maldad de la naturaleza femenina, con sus cualidades y sus defectos. En especial me he esforzado en demostrar que la mujer nos tiene por los sentimientos y que, voluntariamente o no, ejerce por este medio una verdadera autoridad sobre el hombre. (…) Y mira a tu alrededor: constatarán como yo que, en la mayoría de los hogares, es la mujer la que lleva los pantalones.

Eso lo dice ahora y Twitter explota por los aires.

El pequeño libro azul

En 2011, Los Pitufos volvían a la gran pantalla en una superproducción de Hollywood en la que los adultos estaban más interesados en ver a Sofía Vergara que a Pitufina. «Tendría que tener mi voz, el cuerpo de Jennifer López, y debería ser picarona, metiendo a los pitufos en muchos problemas», declaró la actriz colombiana sobre una hipotética Mamita Pitufa, un comentario que hoy sería imposible con el #MeToo. Mientras, el ensayista francés Antoine Buéno tuvo la genial idea de aprovechar el tirón del estreno para publicar El pequeño libro azul: análisis crítico y político de la sociedad de los pitufos, que a los medios les hizo gracia y que difundieron casi más que la propia película.

Buéno retomaba las viejas ideas de que Los Pitufos eran machistas, racistas y comunistas y le añadía algunos detalles, fruto de un «riguroso análisis». En un doble salto mortal hacia atrás, los entrañables pitufines eran «un arquetipo de la utopía totalitaria, impregnada de estalinismo y nazismo» Todo junto. La Pitufina rubia exaltaba los rasgos de la raza aria y el personaje de Gargamel representaba el antisemitismo por «parecerse» a las caricaturas nazis de los judíos: narigón, encorvado, traicionero, mentiroso y avaricioso.

Para Antonio Buéno, Gargamel recuerda a la caricatura antisemita del judío. Ya lo que le faltaba al pobre brujo, que lleva años de fracaso en fracaso intentando capturar a Los Pitufos.

La última revelación pitufa

Como no existía nada que demostrara la más mínima inclinación de Peyo por estas ideologías, Buéno concluyó que el autor las plasmó de forma inconsciente. Seguramente, el dibujante belga, un burguesito votante de centro derecha al que no le gustaba meterse en política, habría alucinado en colores. Casi tanto como cuando lo situaron en el KKK o como cuando lo acusaron de vender su alma al diablo.

El pequeño libro azul consiguió lo que se proponía: su momento de gloria, aunque le trajo algunos problemas a su autor. Recibió amenazas anónimas, no por desvelar secretos ancestrales que deberían haberse mantenidos ocultos sino porque algunos cabreados lectores entendieron que el libro se cargaba los recuerdos de su infancia. Pasados los años, y aunque el ensayista francés ha publicado más obras, se le sigue recordando por ser el tipo que fue a degüello con los pobres pitufos.

Mirándolo con perspectiva, lo más sorprendente de todo esto no es la cantidad de gente aburrida que hay por el mundo, ni las teorías que han nacido de una serie infantil, sino que falte la pieza más importante del puzzle: los Pitufos Makineros. ¿Qué despiadada mente criminal se escondía detrás de aquellas canciones que incitaban al suicidio en masa? ¿Bill Gates? ¿Los reptilianos? ¿Pablo Echenique? Nunca lo sabremos y quizá sea lo mejor. Para según qué cosas la Humanidad debería permanecer en la ignorancia. Ya lo decían en Hamlet: «Existen más cosas en el cielo y en la tierra de las que pitufas en tu filosofía».

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9 comentarios

  1. Muy bueno, señor Kaplan. ¿Quién iba a decir que escondería tanto secreto y tan opuesto unos dibujitos? Tendría que dejar mi trabajo y dedicarme a vender gorritos de papel de aluminio. Me iba a forrar. ??

  2. Señor Kaplan. He tratado de suscribirme a los mensajes por correo pero el Captcha no se me muestra completo y ni siquiera puedo ver que es lo que quiere que resalte en las fotografías. Se me hace un atentado de Irene Montero o de Pablo Iglesias. Estoy bromeando. Soy de Panamá y espero me brinde el link para suscribirme a sus ingeniosos escritos.

    1. Hola, George. Irene Montero y Pablo Iglesias que sin duda me odian xD Facilíteme una dirección de correo electrónico y lo suscribo directamente yo. Un saludo.

  3. Hola Señor Kaplan, claaro el problema de la humanidad son Los Pitufos, no la pobreza, el desempleo, la violencia ,la inseguridad, el terrorismo, el narcotráfico, la corrupción, la globalización, etc, cómo no nos dimos cuenta. Lo más triste de todo esto, Señor Kaplan, es que todas estas gilipolleces están destruyendo el arte. Hoy ni siquiera se puede expresar una opinión sin que se malinterprete.

    1. Sin duda, Lisandro. Con la «ofendiditis» en pleno florecimiento al final el arte va a ser lo más aséptico posible para no ofender a nadie. Ya lo estamos viendo en el cine y en la literatura, todo cada vez con menos chicha, como decimos aquí.

  4. Evidentemente, una pifufina conviviendo con 99 pitufos son una prueba irrefutable del heteropatriarcado, igual que lo es una chica de piel blanca como la nieve pegándose la gran vida en una cabaña en medio del bosque, mientras 7 enanitos (perdón, personas de estatura no normativa) trabajan duramente en la mina. Pero, si la historia fuera de un pitufo rodeado de 99 pitufinas, también sería una prueba del heteropatriarcado. Es lo que tienen los dogmas, que se adaptan a lo que uno quiera.

  5. Encima comparando a Gargamel con un jázaro-judío…¿se puede caer más bajo, comparar a un personaje ficticio con una raza desaparecida hace casi dos mil años, obsesión del eurorracismo de los siglos 19-20?

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