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Del diario de Jonathan Harker:


31 octubre. He tomado la diligencia nocturna para el paso del Borgo donde me recogerá un criado del Conde. Los pasajeros no hacen más que advertirme. «Esta noche no debería viajar hasta allí, su alma corre peligro», me susurra al oído una anciana, como temiendo ser oída por algún ser sobrenatural. Ante mi mirada de perplejidad me regala un crucifijo. «Por lo menos lleve esto y no se lo quite nunca. Ellos no soportan las cruces», murmura apretándome la mano.

El cochero se ha negado a esperar a que me recojan y me ha dejado abandonado en el cruce en mitad de la noche. Menos mal que ha llegado el carruaje del Conde y me ha llevado al castillo de la Moncloa, casi parecía que volando. Tal vez tuviera algo que ver la extraña marca del carruaje: Falcon.

—Bienvenido a mi casa. Entre libremente por su propia voluntad, deje parte de la felicidad que trae y todo su dinero en impuestos.

Frente a mí tenía al mismísimo conde Sánchez, invitándome a entrar a su castillo. Me miraba con una sonrisa ladina envuelto en su capa negra. Y en ese momento me arrepentí de haber aceptado su encargo. Me había pedido que le ayudara con su tesis doctoral. Al parecer, había algunos problemillas con la originalidad de ciertos pasajes y mi labor era revisarlos y cambiarlos para que no se notara demasiado.

Mientras me acompañaba a la habitación que me había preparado me percaté de que pasaba algo con los espejos del castillo. Había demasiados, estaban por todas partes, como si el Conde quisiera verse reflejado en ellos en todo momento… pero solo veía mi imagen, la suya no aparecía. «Ha sido lo más duro de la transformación», me dijo apesadumbrado, «no volver a verme en un espejo, no poder contemplar tanto aplome y estilo. ¿Sabía usted que no ha habido nadie más guapo que yo en este país? Lo dicen el 99% de los españoles, según las encuestas de mi esclavoTezanos».

—¿Su… transformación? ¿A qué se refiere?

—Sí, cuando me convertí. No vea usted cómo he cambiado. De no poder dormir tranquilo con Podemos en el gobierno, ahora lo hago a pierna suelta, en un ataúd pero lo hago. Y yo que nunca quise pactar con los herederos de ETA, ahora los blanqueo a diario sin ningún problema. Convertirse le cambia a uno la vida… o la no vida.

—¿Pero convertirse en qué? —le insistí reprimiendo un escalofrío.

—En presidente, ¿en qué otra cosa podía ser? —y Sánchez sonrió mostrando dos colmillos afilados a la luz trémula de los candelabros. Sí, candelabros. El castillo tenía electricidad pero cualquiera la encendía con el precio de la luz, cosa que, según me dijo mi anfitrión, no tenía nada que ver con él sino con unos tipos que se llamaban Aznar y Rajoy.


1 de noviembre. No sé si tendré palabras para describir lo que ha sucedido. Apenas llevaba un rato en la cama, intranquilo por todo lo que estaba empezando a cobrar forma en mi cabeza, cuando escuché unas voces que me llamaban en la oscuridad. Aterrorizado, vi a tres mujeres en camisón que se acercaban sigilosamente hacia mí. Me pareció reconocerlas: Carmen Calvo, Adriana Lastra y María Jesús Montero, a cual más terrorífica. Hasta la visión de una lamia recién levantada me habría resultado más agradable.

—La sangre pública no es de nadie — decía Calvo—, así que vamos a darnos un banquete, bonitas.

—No te emosione, chiqui, que eto ya lo hemo hablao, yo voy primero y utede van detrá —replicó Montero con un extraño acento que no entendía muy bien, seguramente procedente de algún ignoto país centroeuropeo.

—A por él, hermanas, que seguro que es de la extrema derecha —siseó Lastra, que llevaba una cazadora vaquera encima de su camisón con estampado de leopardo.

Mientras se lanzaban a mi cuello profiriendo horribles blasfemias —o quizá eran consignas feministas, siempre las confundo— recordé el regalo de la anciana y saqué el crucifijo. Retrocedieron entre alaridos trepando por las paredes como arañas y se fueron de mi cuarto gritando: «¡fascista!». El terror se apoderó de mí y quedé inconsciente.


2 de noviembre. ¡Que el Todopoderoso me dé las fuerzas que necesito! Después del encuentro con aquellas tres hijas del diablo quedé tan agotado que dormí todo el día. Desperté por la tarde y apenas quedaba una hora de sol. Tenía que acabar con aquel ser antes de que su maldad se extendiera por el mundo.

Descendí hacia la cripta del castillo sin apenas reparar en los cadáveres que yacían desparramados por las escaleras, exangües, de algunos insensatos que habían pensado que podían confiar en el conde Sánchez: Felipe González, Susana Díaz, Iván Redondo, Pablo Iglesias, Salvador Illa, José Luis Ábalos… este último con una extraña mueca lasciva en su rostro, que a saber qué habría estado haciendo antes de que el Conde acabara con él. En un rincón bailaba feliz Miguel Iceta, sin ser consciente del futuro que le esperaba. En otro, Zapatero levantaba la ceja y cazaba moscas para comérselas entre gritos de «¡Viva Maduro!».

Finalmente, entré en la cripta y lo vi, dentro de su lujoso ataúd, esperando que se hiciera de noche para alzarse. Me acerqué con la única arma que sabía que podía pararle. Los últimos rayos solares entraban por el ventanal y el conde Sánchez ya se había despertado. Me hablaba de su plan de conquista con un brillo demoníaco en los ojos:

—Después de pasarme por el forro tres sentencias del Tribunal Constitucional contra mis estados de alarma y el cierre del Congreso, haré lo que sea por continuar siempre en el poder… Pienso dejar sin sangre a todo el país y lograr un estado republicano, ecosostenible y feminista… Colonizaré todas las instituciones con esclavos del partido que estarán a mi servicio… Ganaré la Guerra Civil 80 años después … Joe Biden se arrodillará ante mí…

Mientras deliraba ebrio de poder, los ojos de Sánchez vieron el sol que se ocultaba y su mirada de odio se convirtió en mirada de victoria. Pero en ese mismo instante me lancé sobre él y le puse un ejemplar de la Constitución en el corazón. Fue como un milagro. Ante mis ojos y en apenas un momento, su cuerpo se convirtió en polvo y desapareció. España se había salvado.


Correo electrónico del profesor Van Helsing:

Estimado Jonathan:
Su prometida Mina me ha hecho llegar los detalles de su terrorífica aventura. No sabe la suerte que ha tenido. Muy pocos pueden contarlo después de haberse encontrado con seres como el conde Sánchez. Le gustará saber que recogí las cenizas del castillo de la Moncloa y las enterré en el único lugar donde la secta vampírica del PSOE nunca se atreverá a ir: debajo de la cruz del Valle de los Caídos. Pero estén alerta, si algún día derriban la Cruz será señal de que el Mal ha vuelto. En tal caso, mi consejo es que se aprovisionen de ajo, agua bendita y estacas. Y si alguien se les acerca y les habla en lenguaje inclusivo clávenle una entre las costillas. Sin miedo, porque ellos ya no pertenecen al mundo de los seres humanos.

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8 comentarios

  1. Buenísimo por favor!! y que algo tan terrorífico esté pasando de verdad… nos quieren exprimir al máximo, dejarnos sin una gota de sangre y lo que es peor, sin esperanza.

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