Si hace diez años alguien me hubiera dicho que el bueno de Kaplan abandonaría el recto camino de la izquierda habría estallado en una carcajada. Y si alguien me hubiera dicho que libraría la batalla cultural desde un blog en mitad de una pandemia mundial me lo habría creído aún menos. Pero lo que jamás se me habría pasado por la cabeza es que iba a dedicar dos artículos para defender a Novak Djokovic, tal vez el mayor especialista en meterse en charcos del deporte mundial. Charcos que provocan maremotos en un mundo en el que ir por libre cada vez está peor visto.
El actual número uno del mundo se ha convertido en el gran protagonista del Open de Australia y sin jugar un solo minuto. Como le sucedió desentendiéndose del baboseo por Simone Biles cuando la gimnasta abandonó los juegos olímpicos, ‘Nole’ no ha hecho lo que se suponía que debía hacer. Y eso hay quien no se lo perdona, con el agravante de que esta vez no es una opinión sobre una gimnasta con estrés, sino que sus acciones chocan de lleno con la crisis del Covid-19 y con los gobiernos intentando evitar los contagios sin pensar si eso se está haciendo respetando los derechos de sus ciudadanos.
La exención misteriosa
Djokovic se plantó en Australia todo ufano dispuesto a revalidar su título de campeón del Open. Famoso por defender la libertad de vacunarse o no, no presentó ningún certificado de estarlo pero sí una exención médica «concedida tras un riguroso proceso de revisión en el que participaron dos paneles independientes de expertos médicos», según los organizadores del Open, que habían pedido el año pasado que se permitiera esta exención, para sortear la ley que obliga a que todo aquel que entre en el país esté vacunado. Y la exención fue aceptada por el gobierno local de Victoria y por el federal. Hasta aquí la cosa iba bien.
Pero los ciudadanos australianos estallaron en cólera al saber que el tenista podía hacer algo que a nadie más se le permitía: entrar en el país sin estar vacunado. Con los casos de la variante Omicron disparados tras casi dos años aislados del mundo y un confinamiento tras otro (Melbourne podría figurar en el Guinness por ser la ciudad más confinada de la pandemia), los habitantes de Australia, hartos, saltaron más alto que sus entrañables canguros.
Australia no quiere iconos «de la libre elección»
Y así, en medio de una indignación tan espontánea como bien abonada por la oposición política, las autoridades cambiaron de opinión sobre la marcha. El primer ministro, Scott Morrison, que se presenta a las elecciones en cuatro meses, reculó que dio gusto. Y eso que el propio Open de Australia reconoció que el caso de Djokovic no era el único. De 26 exenciones presentadas, algunas fueron aceptadas. Esto quiere decir que mientras el tenista serbio ha sido finalmente expulsado hay un número de tenistas indeterminado que está jugando sin estar vacunado. Pero, claro, no se llaman Novak Djokovic. Ni Natalia Vikhlyantsev, expulsada por ponerse la vacuna rusa que no reconoce Australia. Ni Renata Voracova que, teniendo el visado perfectamente inmaculado, también ha tenido que volverse a su casa con la raqueta entre las piernas por no vacunarse.
Con la opinión pública aullando por la presencia del serbio en Australia, empezó el calvario de un tenista que no suele caer precisamente bien (Rafa Nadal poniéndose de perfil ha demostrado que tampoco es su mejor amigo). El gobierno le retiró el visado y lo retuvo cuatro días en un hotel para inmigrantes ilegales. Un juez sentenció que ese acto había sido ilegítimo y lo puso en libertad, pero el primer ministro australiano, el de las elecciones a la vista, le pidió a su ministro de inmigración que usara un poder personal que le otorgan las leyes para retirarle de nuevo el visado y echarlo del país. El ministro le debió de decir Sieg Heil, o alguna versión más políticamente aceptada.
Djokovic, expulsado. ¿Mártir o villano?
La decisión de tres jueces del Tribunal Federal dándole la razón al ministro de inmigración —entendiendo por «dar la razón» reconocer que el ministro tenía potestad de retirar visados— supuso el punto final a este circo australiano de tres pistas. ”Esta decisión se adoptó por motivos de salud, seguridad y mantenimiento del orden, sobre la base de que era de interés público”, comunicó solemne el primer ministro australiano al conocerse el fallo. Por si quedan dudas de qué va realmente esto, el abogado del Ministerio de Inmigración reconoció que el peligro de Djokovic era que podía convertirse en un «icono de la libre elección». Habrase visto. Elegir libremente en una democracia.
Este es el núcleo del caso Djokovic y la causa real de su expulsión. Todo lo demás es ruido de fondo, como las manifestaciones de sus incondicionales en las afueras del hotel o las surrealistas declaraciones del padre del tenista comparando a su hijo con Espartaco o Jesucristo. Y porque no habrá visto El caballero oscuro, que si no suelta eso de que «no es un héroe, es un guardián silencioso, un protector vigilante. Un caballero oscuro». Que la mujer de Djokovic dijera que las únicas leyes que había que seguir eran «las del amor» también es para enmarcar, aunque realmente lo que ella dijo fue que «la única ley que todos deberíamos respetar en todas las fronteras es el amor y el respeto por otro ser humano». Ada Colau, el Open Arms y las mafias que recogen inmigrantes en el norte de África la suscribirían sin problemas.
Negacionistas contra covidiotas
También es irrelevante al caso, aunque muchos se agarren a eso, la supuesta falsificación del visado por no marcar la casilla de haber estado en otro país (España) días antes, o el baile de fechas en las que se contagió supuestamente de covid. Estas cuestiones se tendrían que valorar y sancionar (o no) en un juicio. Pero aquí no han tenido nada que ver: el primer ministro le ha echado únicamente por «interés público», o sea, por contentar a ese 80% de australianos que se había indignado por su presencia. ¿Hemos dicho que se acercan elecciones en Australia?
El asunto ha convertido a Novak Djokovic en un símbolo para las personas que no quieren vacunarse —negacionistas los llaman los que sí se vacunan— y en un apestado para estos últimos —covidiotas según los no vacunados—, en una guerra que no hace más que radicalizarse. Una guerra que hemos de agradecer a la paranoia implantada por gobiernos, supuestos expertos y medios de comunicación que, lejos de incentivar de buen rollo la vacunación y respetar la libertad de la minoría que no se vacuna —otro día hablamos de la inmunidad de rebaño prometida— han promovido la fractura social, el miedo y la desinformación, cambiando de opinión al son de las muchas veces contradictorias versiones oficiales.
Y es que en el mismo saco negacionista se encuentran los conspiranoicos que consideran que todo forma parte de un plan eugenésico, los que cuestionan la validez de una vacuna experimental que se está administrando hasta a los niños, los que se han vacunado pero critican la imposición de medidas de dudosa eficacia sanitaria pero probada capacidad coercitiva como el pasaporte Covid, o los que no han comprendido la magnanimidad de un gobierno que nos ha encerrado usando dos estados de alarma declarados inconstitucionales.
Tsunami Djokovic
Para esa peligrosa minoría social no inoculada se han llegado a pedir medidas que solo hay que cambiar no vacunados por judíos o negros para ver lo bien que suenan: no considerarlos ciudadanos, confinarlos en sus domicilios y retirarles el derecho a la atención sanitaria. Por eso Djokovic es un mártir para unos, necesitados de referentes que inspiren más confianza que Miguel Bosé, y una bestia negra para otros, que proyectan en él sus miedos alimentados por las autoridades y que, en su odio contra el antivacunas serbio, no se plantean el sinsentido de echar al mejor jugador del mundo estando perfectamente sano por unas normas rígidas y autoritarias que igual ni siquiera son las más adecuadas. Las normas son las normas, dicen, y nadie está por encima de la ley. Que fuera el Open y el gobierno australiano los primeros dispuestos a saltárselas parece que es lo de menos.
El tsunami Djokovic ha dado la vuelta al mundo, con una curiosa derivada local en Madrid tras unas declaraciones de su alcalde que la izquierda no consideró lo suficientemente contundentes contra el tenista y que Almeida corrigió más rápido de lo que ha nombrado hija predilecta a Almudena Grandes. Y es que la mayoría de los medios van a degüello contra Djokovic. Por insolidario, por egoísta, por irresponsable, por millonario… por no pasar por el aro. Incluso circula un vídeo de ‘Nole’ en un avión donde sale con la mascarilla sin taparle la nariz que también se considera un acto monstruoso. Todo el odio contra los antivacunas ha caído sobre el nueve veces campeón del Open de Australia con la furia de un dios vengativo. Al menos tiene el consuelo de que en su país lo han recibido como un héroe.
Wimbledon, el Open USA y Roland Garros —que ha cambiado de criterio también de la noche a la mañana— parecen cerrarse para el serbio si insiste en no vacunarse. Y lo mismo pasa con sus patrocinadores que pagan millones a cambio de sonrisas y huyen de polémicas. Se ha convertido en el chivo expiatorio perfecto de unas medidas que está prohibido cuestionar y quién sabe lo que hará ‘Nole’ ante la posibilidad de renunciar a los principales torneos del mundo en 2022. ¿Cederá? ¿Se vacunará? El partido no ha terminado y sería genial si el año que viene vuelve a Australia, gana el Open y les hace un corte de mangas a todos sus haters.
Efectivamente, todo apunta a que esta historia seguirá. Para mí, se la jugaron al darle el visado y cancelárselo cuando iba ya de viaje. Ahora ha quedado como un símbolo, para bien o para mal. Veremos cómo acaba el culebrón.
Muy bien lo ha definido, Merce. Un culebrón en toda regla y seguro que aún faltan algunos capítulos por escribirse.
Hola Señor Kaplan, había escuchado que Djokovic tenía la Sputnik V, no reconocida por el gobierno de Australia y me parece que lo están ocultando para vendernos la imagen de un Djokovic héroe-villano. Al fin y al cabo es todo política. A mi lo que me preocupa del movimiento antivacuna es que hoy se oponen a la vacuna contra el Covid-19 y el día de mañana se pueden oponer a todas las vacunas.
Hola, Lisandro. No conocía esa historia de la Sputnik y Djokovic. Yo creo que no está vacunado. Será interesante ver qué pasa ahora de cara a los siguientes torneos. Un afectuoso saludo desde España 🙂