Había una vez un señor llamado Anónimo García. Era un tipo con inquietudes, de izquierdas, feminista y ecologista que trabajaba en Greenpeace, la organización más comprometida y solidaria del mundo mundial. En sus ratos libres se dedicaba a reírse de la derecha poniendo en evidencia sus contradicciones y sinsentidos, haciéndoles reflejarse en su espejo del callejón del Gato, lo cual era motivo de jolgorio entre sus compañeros ideológicos. Pero un día, ¡ay, infausto destino!, escogió como objetivo de sus dardos el tema más tabú de la España progresista y feminista: el caso de La Manada.
Y entonces Anónimo García cayó a los infiernos mediáticos, sociales y judiciales comprobando que en el supuesto país cuasifascista de la ley mordaza, el capitalismo salvaje y el franquismo enquistado lo único de lo que no se podía hacer ninguna broma estaba en su propio bando: en el feminismo identitario que lucha por la igualdad, en los medios abanderados de la libertad de expresión y en esa nueva figura social revestida de santidad que es, Daniele Giglioli dixit, el héroe de nuestro tiempo: la Víctima.
Esa es la historia que cuenta Juan Soto Ivars en su libro Nadie se va a reír, que culmina lo que podríamos considerar una trilogía en defensa de la libertad de expresión que analiza nuestros tiempos de locura tribal, iniciada en Arden las redes y La casa del ahorcado, dos títulos que han influido, y no poco, en Kaplan contra la censura y que un servidor tiene dedicados, dato irrelevante a lo que nos ocupa pero que nos hacía ilusión comentar.
‘Nadie se va a reír’, inspirado en hechos reales
Nadie se va a reír disecciona un caso que parece una fábula de Esopo en la que el pobre Anónimo es la cigarra, el asno, la liebre y la zorra a la vez, recibiendo por todas partes. El libro comienza recordando el historial activista-paródico de Anónimo García y su grupo Homo Velamine. Un colectivo que ridiculizaba aspectos de nuestra época llevándolos a su absurdo lógico, como situar a unos hipsters en plena celebración de la victoria electoral del PP y haciéndose una foto con la dama de hierro de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, luciendo unas camisetas con la leyenda «FEA», acrónimo de «Feministas con Esperanza Aguirre». En ninguno de los dos actos tuvieron ningún problema.
Anónimo García tendría que haberse olido dónde estaban los auténticos intolerantes de nuestro tiempo cuando tuvo que salir por patas de una «marcha por la dignidad» de la izquierda en el momento en que sacó a pasear una bandera española. Rodeada de tricolores republicanas le dijeron de todo menos bonito. «¡Esa bandera está manchada de sangre!», le gritaron. Y más aún cuando, en otro de sus actos subversivos, descolgó otra enorme bandera española delante de una marcha del 8M al grito de «¡Viva España Feminista!». Aquello no hizo demasiada gracia entre la parroquia de la marcha y, literalmente, terminó recibiendo una paliza de unos encapuchados antifascistas.
Señales de peligro
García, como buen progre, no quiso dar mucha publicidad a aquel asunto para no incitar titulares en los medios conservadores tipo «Cuelgan unas banderas de España y las feminazis los apalizan», que era lo que realmente había sucedido, con el agravante esperpéntico de que ni siquiera habían sido mujeres las que le habían pegado sino machirulos en su nombre, haciendo gala de la agresividad masculina que tanto suele denunciar el feminismo.
Pero el protagonista de nuestra fábula no reconoció esas señales de peligro. Lenta e inexorablemente se acercaba al abismo. Y ese abismo se abrió justo a sus pies el día en que quiso poner en evidencia el morbo mediático que rodeaba el caso de La Manada de Pamplona, el tema más sensible de la última década en España, estandarte feminista, tabú del que es imposible discrepar y que ha culminado en una de las leyes más desastrosas que se recuerdan: la ley del Solo sí es sí. Así se anunciaba el tour de La Manada en su web:
Pamplona multiplica su población en San Fermín con gentes venidas de todas partes. Entre el alcohol y el desenfreno, cinco varones con peinados a la última moda se encuentran a una joven en la céntrica plaza del Castillo. Apenas 20 minutos después entraban con ella en un portal a 300 metros de distancia y la agredieron sexualmente. ¿Qué pasó en esos 20 minutos?¿Dónde fueron los agresores después? ¿Cómo los identificó la policía? ¡Descúbrelo todo en este tour!
El ‘tour’ de La Manada que era imposible creerse
La web del tour proclamaba luchar contra el machismo y fomentar el turismo en Pamplona al tiempo que permitía visitar los escenarios de la famosa agresión sexual: el portal y el hotel en el que, con anterioridad, buscaron habitación para mantener relaciones sexuales. Finalmente, los visitantes podían comprar souvenirs, como las camisetas que llevaban los cinco jóvenes y una calcomanía que imitaba el tatuaje de uno de ellos.
Por supuesto, todo esto era mentira y la gira en cuestión ni siquiera existía. Se trataba de una nueva acción ultrarracionalista de Homo Velamine, una parodia del tratamiento mediático que durante meses habían realizado los medios de comunicación, regodeándose en el morbo y publicando centenares de noticias y mapas interactivos que, menos lo de los souvenirs, constituían el auténtico tour de La Manada que pudo ver en directo toda España.
Los medios pican el anzuelo
Y fueron esos mismos medios que propagaron el morbo los que se creyeron este tour de La Manada, calificándolo de vil, vomitivo e inadmisible. En ese momento, cuenta Soto Ivars, Anónimo García sintió que su acción había sido un éxito sin igual. Jamás habían logrado tanta repercusión dejando en evidencia las vergüenzas del sensacionalismo informativo. La web del tour fue sustituida por una reflexión sobre la truculenta desinformación de los medios (actualmente es una completa radiografía del caso y del calvario que vino después). Pero ninguno de esos medios informó del desmentido y mucho menos de la reflexión crítica hacia ellos. Otro aviso a navegantes.
Y es que dejar con el culo al aire a los periodistas garantes de la libertad de expresión y de la información veraz no les suele hacer mucha gracia. Se pueden contar con los dedos de una mano los medios que han rectificado y que han dado la otra versión del affaire Homo Velamine. Como en esas películas que empiezan en comedia y acaban en drama, la segunda parte estaba a punto de comenzar para Anónimo García.
La Víctima y la Abogada
Primero vino en forma de una denuncia del Instituto Navarro de Igualdad, con poco recorrido judicial. Pero después apareció la propia víctima de La Manada, a través de su abogada, quien daba el tour por verdadero, le acusaba de enaltecer a los violadores y le achacaba un desprecio machista contra las mujeres. Según la acusación, la chica había empeorado de su estrés postraumático por culpa del tour. Y pedía 20.000 euros de indemnización y pena de cárcel. Citamos a Soto Ivars que a su vez cita el pensamiento de Anónimo: «La víctima era sagrada, había que creerla siempre, su palabra no debía ser nunca puesta en duda». Pronto iba a comprobarlo en el juicio.
Nadie se va a reír se convierte en su último tercio en el más terrorífico de los relatos de Kafka. El buen hombre de izquierdas, feminista y que solo quería poner en evidencia a los medios de comunicación se ha convertido en un bicho machista al despertar. Los medios se cobran su vendetta por haberles dejado en evidencia: han publicado su identidad y solo cuentan la versión de la acusación, la de la Víctima y la Abogada, que filtra la denuncia a los medios al mismo tiempo que se queja de la exposición mediática de su cliente. Por supuesto, que el tour jamás existiera es un detalle irrelevante para la prensa.
Greenpeace no quiere saber nada del tema
Además, García ha sido despedido, de forma improcedente, de Greenpeace, que mucho defender ballenas pero que no quiere saber nada de esto. Homo Velamine tiembla y el juicio se convierte en un auto inquisitorial en el que la astuta abogada presenta un informe de daños psicológicos realizado el mismo día en que se presenta la denuncia, firmado por una médico internista que ni siquiera es psicóloga. La vista se desarrolla en una realidad paralela que todos dan por cierta. El juicio a la ironía quiere derrotarla con una sencilla premisa: que la ironía no existió.
Frente a eso, la defensa es un desastre y, aunque el abogado de Anónimo da por hecha la absolución, finalmente le condenan a año y medio de cárcel y a una multa de 15.000 euros más las costas procesales. El delito, «trato degradante» previsto en el artículo 173.1 del Código Penal. La sentencia es algo extraña. La magistrada llega a cambiar citas literales de Anónimo para hacerle pasar por un tipo sin escrúpulos que solo quería reírse de todos. La declaración final de Anónimo, comparando su situación con la película Psicosis, cierto es que no le ayuda mucho aunque, tal como estaba predispuesto todo contra él, no le habría salvado ni compararse con El diario de Ana Frank.
La prensa, por supuesto, ha celebrado la condena y su ratificación en el Tribunal Supremo como un acto de justicia. Antiguas colaboradoras de Homo Velamine enarbolan ahora las antorchas purificadoras de la cancelación contra el ideólogo del tour, casi convertido en el sexto miembro de La Manada. A nadie parece importarle un hecho preocupante. Como recoge Soto Ivars, es la primera vez que una sentencia aplica el artículo 173.1 a la sátira entendiéndola de forma literal. Los sentimientos de la víctima, que ni siquiera se mencionaba en el famoso tour, están por encima de todo.
Una fábula sin moraleja… todavía
La resolución final está ahora en manos de la apelación al Tribunal Constitucional. En el momento en que este ha cambiado de magistrados, con una mayoría progresista al gusto de Pedro Sánchez. Un nuevo giro irónico a este juicio a la ironía: los jueces más activistas que se recuerdan —que piden perspectiva de género para beneficiar a las mujeres y un «derecho constructivista» que «supere la ley»– tendrán que decidir si prevalece la libertad de expresión o la condena de una sátira dirigida a los medios de comunicación que ofendió y trató de forma degradante a la víctima más sagrada del feminismo.
Le deseamos a Anónimo, por muy ingenuo y cándido que nos parezca, la mejor de las suertes porque la va a necesitar. Si pierde su última batalla en el Constitucional la moraleja de esta fábula va a dar más mal rollo que el final de El planeta de los simios.
Pues parece interesante el caso. Tomo nota. Y para mí ya hay una moraleja: por muy progre, feminista , ecologista y todos los -istas que quieras que se sea, no se está a salvo de los fuegos amigos si se toca a la víctima sagrada. Que vayan tomando nota.
Yo creo que aunque se lo digas con palitos no se enteran. No hay más ciego que el que no quiere ver.
¿Alguien vio “Jauría”, la obra teatral inspirada en EL CASO? De dar miedito (no sólo por lo maniqueo de la trama, sino por la reacción de la audiencia.
Y los premios que le dieron. Y lo peor de todo es que la ponen para institutos, con charlas de expertos en género después. Es bastante espeluznante y daría para un artículo entero.
Hola Señor Kaplan, si la ideología dominante en España es de izquierda, en mi país es la derecha, las dos manos con las que golpea la plutocracia mundial. Y con respecto a la publicación, creo que a Anónimo lo condenaron porque se metió con los medios. Los medios tienen más poder que cualquier gobierno.
Los medios se han convertido en el perro del amo económico o político de turno. Lo del “cuarto poder” suena casi a cachondeo. Y lo de la libertad de prensa ni le cuento.
Sólo hay una explicación para todo esto: Posmodernismo.
Pd: por más que sea argentino, siempre consideré a España mi segunda patria. A ver cuando se unen con Portugal y forman Iberia jaja.