policía infiltrado

Ay, el travieso Cupido. Siempre haciendo de las suyas. Disparó sus flechas en Barcelona y ocho activistas independentistas cayeron rendidas. El problema es que fue ante el mismo hombre, un mozalbete con tatuajes, cresta punk y que lucía camisetas antifascistas ajustadas. Pero como Cupido, además de caprichoso es algo facha, les tenía reservada una sorpresa más a aquellas ocho feministas anticapitalistas que habían disfrutado (y compartido) los encantos del heteropatriarcado: el punkarra indepe era en realidad un policía infiltrado, más español que el jamón ibérico.

La vida transcurría en la piel de toro de la vieja Sepharad que cantara Salvador Espriu y que el independentismo quiere trocear con el mismo seny que Jack el destripador. Aquellos días cercanos a San Valentín el clima social no era precisamente amoroso. La ley del Solo sí es sí continuaba rebajando condenas de delincuentes sexuales sin prisa pero sin pausa. El contador iba por 400, el diez por cierto de los condenados por estos delitos en España. El gobierno socialista empezaba a ponerse nervioso a pocos meses de las elecciones y el Ministerio de Igualdad luchaba contra el resto del mundo defendiendo que su ley era perfecta y que la culpa era de los jueces que la aplicaban mal porque eran unos machistas.

En ese clima habitual de guerra celtíbera saltó la noticia. Un policía nacional se había camuflado durante dos años en los movimientos antisistema del barrio de Sant Andreu. Según La Directa, el medio que descubrió el pastel, el poli infiltrado había mantenido en ese tiempo «relaciones sexoafectivas» con ocho mujeres de esos colectivos. «Relaciones sexoafectivas» que es una forma discreta de decir que se las había pasado por la piedra como cajón que no cierra, dándole un nuevo sentido a L’estaca de Lluís Llach. Había nacido un héroe: Rabocop, Trending Topic hasta en Calella de Palafrugell.

La peligrosa misión de Rabocop

Para entender la dimensión del asunto, y no nos referimos al calibre del pistolón de Rabocop, hay que comprender dónde se infiltró exactamente este intrépido agente de la ley: en un nido local del independentismo más radical, poblado por cupaires y anarquistas. Una selva inhóspita y salvaje, y no solo porque estas mujeres no se suelan depilar. Caldo de cultivo de feminazis de manual y del más furibundo sentimiento antiespañol.

El famoso lema nacionalista «España nos roba» fue sustituido rápidamente por el más contundente y gráfico «España nos jode». Con la ventaja añadida de que se podía aplicar en sentido literal. La opresión del Estado en todo su esplendor y en todas las posturas, en un momento crítico del independentismo, más dividido que nunca. Que haya sido el gobierno progresista de izquierdas que tanto ha cedido con los catalanes el que les haya espiado así invita aún más al recochineo. Que sí, indultamos a los del Procés, os quitamos el delito de sedición y el de malversación, pero os enviamos a Rabocop.

Espías y sexo, un clásico

Por mucho que algunos se pongan más furiosos que los almogávares, lo cierto que este tipo de espionaje es habitual. Las llamadas «trampas de miel» han existido siempre. Desde las bíblicas Judith y Dalila hasta los Romeos de la Stasi que sedujeron secretarias solitarias de la OTAN calentando la Guerra Fría. La lista sería interminable e incluye largos matrimonios con hijos e indemnizaciones por daños morales al descubrir las parejas que el hombre de sus vidas era la versión de andar por casa de James Bond.

El escuadrón volante de Catalina de Médicis, la condesa de Castiglione, la famosa Mata Hari, las prostitutas del salón Kitty, la nazi Hilda Krüger, la nazi que resultó ser de la KGB Marika Rökk, la estalinista África de las Heras, la franquista Margarita Ruiz de Lihory, protagonista del suceso más escabroso de los años 50, el caso de la mano cortada, Christine Keeler y el caso Profumo, la sanguinaria etarra Idoia López Riaño y la «red de información vaginal» de la que presumía el comisario Villarejo. Por mencionar solo unos cuantos ejemplos. Como dice Carmen Posadas, que no nos extrañaría nada que también hubiera sido espía: «El sexo es un arma muy efectiva para el espionaje».

Ni al Polònia le hace gracia

Como se puede imaginar, lo de Rabocop —del que incluso han sacado una canción y se ha abierto una campaña de recogida de firmas para que le den una merecida condecoración—no le ha hecho ninguna gracia a las seducidas damiselas, ni tampoco al nacionalismo catalán, ni a la izquierda más progre. Ni siquiera el programa de TV3 Polònia, que suele presumir de sarcasmo sin fronteras y que no tiene mayor problema en llamar putero al Rey emérito, ha querido hacer demasiada broma de esto. Y mucho menos mencionando el tema sexual que afectó a las compañeras de izquierdas. Verge de la Moreneta, líbranos de la cosificación.

Por su lado, cinco de las ocho mujeres que cayeron en los brazos de Rabocop han denunciado al policía a través del colectivo izquierdista Iridia y el sindicato CGT por «violencia institucional sexualizada». Le atribuyen delitos de «abusos sexuales continuados, tortura —suponemos dulce— y contra la integridad moral, descubrimiento de secretos e impedimento del ejercicio de los derechos civiles». Ahí es nada.

Según las abogadas denunciantes, las mujeres no se habrían acostado con el policía si hubieran sabido que era un agente infiltrado, por lo que consideran que el consentimiento que se dio en su momento «estaba viciado» y, ley del solo sí en mano, se trataría entonces de, redoble de tambores… una agresión sexual.

El argumento del siglo: engañar a tu pareja es violación

El planteamiento es apasionante y maravilla que provenga de mujeres que, supuestamente, representan los avances sociales más adelantados. ¿Es agresión sexual engañar a una pareja? ¿Serle infiel? ¿Es violación si para acostarse con alguien se le dicen algunas mentiras o se exageran las propias virtudes ocultando los defectos? A ver si va a resultar que toda la humanidad ha estado mintiendo y violando desde la noche de los tiempos para echar un polvo. Acabe usted con el delito de adulterio en 1978 para sugerir uno nuevo de tintes feministas en 2023 combinado con el Solo sí es sí. La jueza podemita Victoria Rosell se pone en celo solo de pensarlo.

Algunos comentarios en redes sociales son dignos de enmarcar. Este hilo del colectivo Feminismos Madrid no tiene desperdicio. Estas compañeras sororas hablan de «abusos sexuales por parte del Estado» y denuncian que «las herramientas del Estado para controlar las militancias han sobrepasado todos los límites». ¿Se referirán en esta frase al leviatán estatal o a la herramienta de Rabocop que envidian en secreto? Siempre nos quedará la duda.

TODO es violencia contra las mujeres

Ángela Rodríguez Pam, secretaria de Estado de Igualdad, que lleva un tiempo en el ojo del huracán y está más a punto de explotar que sus vaqueros, ha declarado que el asunto del policía infiltrado es «violencia contra las mujeres», algo que tampoco nos extraña nada. Su jefa Irene Montero también consideró «violencia política contra las mujeres» que la diputada de Vox Carla camisetas molonas Toscano le dijera que el único mérito que tenía para ser ministra era «haber estudiado en profundidad a Pablo Iglesias». Y otra ministra podemita, Ione Belarra, también sintió la violencia contra las mujeres en sus pezones cuando le afearon por no llevar el patriarcal sujetador. Por establecer una regla general, toda opinión que no guste a una feminista es por definición violencia contra las mujeres. Este artículo posiblemente también.

Los comentarios que se quejan de Rabocop se han ido deslizando por una pendiente en la que el progresismo moralista ha acabado patinando sin frenos. Pablo Iglesias, la materia de estudio de Irene Montero, quiso denunciar el caso a su manera y le salió una fantasía erótica de poder en la que ironizaba sobre la infiltración de policías en el PP manteniendo relaciones sexuales con sus máximos dirigentes. En su relato, narrado a cámara con mirada lasciva, solo le faltó azotar a Isabel Díaz Ayuso hasta sangrar.

Las auténticas víctimas

En cualquier caso, entre los indignados comentarios de unos pocos y el cachondeo del resto de España que está deseando ver esto en Netflix —Ocho empotradas catalanas y 155 sombras de Grey podrían ser buenos títulos—, nosotros reconocemos que sentimos algo de pena. Por las tres mujeres engañadas que no han querido denunciar y que estarán cagándose en San Valentín. Pero también por los sufridos activistas masculinos de los movimientos antisistema catalanes.

Hay que ponerse en su piel. Aliados que tienen que aguantar a diario las chapas feminazis, los talleres de nuevas masculinidades y que pagan más cuota en la CUP solo por ser hombres (con lo que le duele a un catalán eso de aflojar pasta). Tantos sacrificios para mojar el churro y al final el que triunfa es un fascista madero español. Y con ocho. Será cabrón.

Solo hay que leer el tuit de un patriota catalán consumido por la rabia para darse cuenta del daño que les ha hecho Rabocop: «Tanta deconstruccio i tanta hòstia, i després a espatarrrase-se amb el primer garrulu castellà que passa». Escalofriante testimonio. No se había vivido mayor humillación en Cataluña desde los decretos de Nueva Planta y los últimos bochornos del Barça en la Champions.

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8 comentarios

  1. Muy bueno, señor Kaplan. Como bien dice, yo no pienso en las supuestas agredidas. Pienso en esos pobres hombres aliados, lo que habrán tenido que aguantar. Para que luego llegue un machirulo y se las lleve de calle. Si es que al final lo que nos gusta a las mujeres es un buen machirulo. Palabra de alienada.??

  2. Hola Señor Kaplan, veo que en España los hechos surrealistas se siguen sucediendo uno tras otro, pero este hecho, sin quererlo, hace una aportación de índole científico: las mujeres prefieren a los hombres hombres antes que a los deconstruidos, inclusive las feministas más fanáticas.

    1. Ni Esteso y Pajares en sus mejores tiempos superan este esperpento. Un saludo y felicidades por su nuevo libro. ¡Gracias por la visita!

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