Arde Francia

Era cuestión de tiempo que la batalla cultural enloqueciera. Dos relatos antagónicos en una guerra en la que la verdad es lo de menos. Por un lado, el progresismo que abandera una sociedad idílica e integradora que solo existe en sus sueños. Por el otro, la reacción a ese progresismo manipulador que culpa al capitalismo y a Occidente de todos los males y que está alimentando el odio del otro bando. Algún día puede que todo explote y la pregunta que nos haremos será si vino primero el huevo progre o la gallina facha. Igual para entonces la respuesta dará lo mismo, pero está claro que a todos los que han defendido ciegamente el multiculturalismo, por convicción o por cobardía, les tendremos que agradecer los esfuerzos que nos han llevado al desastre. Por ejemplo, ya que vamos a hablar de Francia, lanzándolos desde la Torre Eiffel.

Nuestros vecinos del norte han vivido una semana de pesadilla tras la muerte de Nahel, un joven de ascendencia argelina de 17 años que quiso huir de un control policial y acabó recibiendo un tiro. Las protestas callejeras han provocado más de tres mil detenidos y unos mil millones de euros en destrozos. Y eso que el policía que lo mató ha sido detenido acusado de asesinato. Como sucedió con George Floyd o en la misma Francia en 2005 cuando dos jóvenes murieron electrocutados escondiéndose de la policía, el trágico suceso ha sido la chispa en los suburbios abarrotados de hijos y nietos de inmigrantes magrebíes que se sienten cualquier cosa antes que franceses. Jóvenes sin empleo, sin futuro, que viven de subsidios en guetos cada vez más colonizados por el Islam en los que La Marsellesa ni está ni se la espera.

Un pobre repartidor de pizzas

Con escuelas, bibliotecas, vehículos, comercios y comisarías envueltas en llamas o saqueadas sin compasión tenemos un nuevo éxito del multiculturalismo, como bien pudieron comprobar miles de aficionados ingleses y españoles en la final de la Champions del año pasado, en Saint Denis. La izquierda más radical nos lo vende como la revolución de unas clases populares empobrecidas contra la marginación y el racismo estructural del Estado, en este caso provocado por el asesinato policial de un pobre muchacho, repartidor de pizza y estudiante de electricidad. El factor étnico o identitario ni existe para ellos porque solo pensarlo es fascista.

Que el repartidor de pizza condujera a toda velocidad un Mercedes sin carné, fuera ya conocido por la policía por haber cometido pequeños delitos y tuviera la extraña ocurrencia de salir huyendo cuando le encañonaba un agente son detalles también sin importancia. Como lo es que haya millones de pobres en el mundo que no suelen liarla de esa manera. Pero a esa izquierda todo eso le da igual: ellos lo que quieren es ver el sistema arder para sacar tajada. En el canal de televisión de Pablo Iglesias, a una colaboradora poco le parecía lo que estaba ocurriendo, quien sabe si añorando los buenos tiempos del terror jacobino y Madame Guillotine. A falta de ejecuciones de blancos burgueses en masa, se tuvo que conformar con unos vándalos lanzando un coche ardiendo contra la casa de un alcalde con su mujer y sus hijos dentro.

Macron culpa a los videojuegos y a las redes sociales

Tras décadas de fracaso en los barrios periféricos de las grandes ciudades, con cuarenta mil millones invertidos para nada, a los políticos solo les queda echar balones fuera. Lo que sea antes que reconocer que tienen un problema cuando una parte importante de sus ciudadanos están fuera de control, no quieren ser franceses ni respetan nada francés. El presidente Macron le ha llegado a echar la culpa a las redes sociales y a los videojuegos, que dice que intoxican a los jóvenes y ha pedido controlar la información en Internet. Oye, y si cuela la censura, cuela.

Finalmente, los ánimos se han enfriado… hasta la próxima vez. Las peticiones a la calma de personalidades como Mbappé o la propia abuela de Nahel igual tuvieron algo que ver. Pero seguramente lo han tenido más los 45.000 policías desplegados cada noche por las ciudades y el mensaje de los principales comerciantes de los suburbios, los traficantes de droga: a casa todos o se acaba el negocio.

«El fondo de la vergüenza»

Como los medios no quieren hacerle el juego a la malvada «ultraderecha», concepto amplio que incluye desde nazis de cabeza rapada a cualquiera que ose discutirles su multiculturalismo, se ha producido un apagón informativo en el que el establishment ha hablado de violencia aislada y nos ha querido convencer de que las protestas eran justas y legítimas. Y mayormente pacíficas, algo difícil de creer si uno se asomaba a las redes sociales.

Por eso, se han mosqueado cuando una campaña a favor del policía, al que le espera un mediático calvario de juicio, ha recaudado un millón y medio de euros, cuatro veces más que otra campaña para la madre de Nahel. Por mucho que digan que detrás está esa ultraderecha, lo cierto es que la opinión pública, que no publicada, parece tener claro que el policía pudo cometer un error terrible pero no es un asesino de inocentes argelinos. La tolerante izquierda política y mediática ha pedido a GoFundMe que cancele la campaña de lo que considera «el fondo de la vergüenza». Los franceses no nos han hecho caso y apoyan al policía racista y no a la madre del hijo bueno y cariñoso que repartía pizzas. ¡Fascistas!

Mensajes conciliadores antorcha en mano

No hay que irse hasta Francia para encontrar ejemplos de ese buenismo blanqueador en los medios. Aquí en España tenemos la crónica de El Mundo: «Nahel, el joven cuya muerte inflamó la banlieue», que llega a hablar del «mensaje conciliador» de su madre… el día después de que la señora encabezara una manifestación sobre un camión con una antorcha en la mano. Conciliadora, conciliadora, lo que se dice conciliadora igual no era la palabra más adecuada.

Como comentaba otro artículo que entendió mucho mejor ese peculiar concepto de la conciliación: «Esta mujer se convierte en antorcha de la otra Francia, dispuesta a quemar París en respuesta a la muerte del joven argelino de 17 años». En cualquier caso, el tono habitual en la prensa generalista es centrarse en el aspecto socioeconómico de esos pobres marginados, dar voz a expertos que critican al Estado francés e ignorar cualquier componente étnico o identitario. «La ira de Les Misérables en Francia: «Esta vez fue Nahel, la próxima puede ser mi familia», en la conservadora La Razón, era el título de uno de tantos reportajes al uso sobre el tema. Leerlo y ver luego las nada políticamente correctas opiniones al artículo da cuenta de lo alejados que están a veces los medios de sus propios lectores.

Las gónadas del hombre blanco

Las revueltas de jóvenes no integrados en Francia contrastan con las revueltas que nunca tuvieron lugar tras los asesinatos de Charlie Hebdo, el degollamiento de Samuel Patty o las 130 víctimas de los atentados yihadistas de París de 2015. Ahora imagine a un francés blanco degollando a un profesor musulmán. O a un grupo de fanáticos cristianos disparando a toda la redacción de un semanario humorístico árabe. O a unos seguidores de Le Pen acribillando a tiros a un centenar de jóvenes magrebíes en la sala Bataclán. Francia saltaría por los aires con la izquierda al borde del orgasmo animando el cotarro, pidiendo remover la República desde sus cimientos.

Por suerte, nada de eso ha sucedido. Y eso que al hombre blanco de la vieja Europa se le están hinchando las gónadas con tanto fariseísmo buenista que no es capaz de ver el más mínimo problema en la inmigración descontrolada ni en sus descendientes supuestamente integrados, ni aunque lo tenga en sus narices. La izquierda le dirá que esa inflamación de gónadas se llama (a ver si lo adivina) ultraderecha y le montarán una alerta antifascista en menos de lo que tardan en echar a Irene Montero de una lista electoral integradora y plural.

Un Bataclán al revés

Ya lo advirtió en su momento Michel Houellebecq. El controvertido escritor (también considerado de ultraderecha por el progresismo) pronosticó que cuando haya territorios enteros dominados por el Islám habrá un «Bataclán, pero al revés». Ante las acusaciones de discurso de odio y una querella de la Gran Mezquita de París en ciernes, el autor de la esperemos que no profética «Sumisión» hizo lo contrario que en su vídeo porno: se la envainó.

Pero el mensaje estaba claro cristalino: mucha gente está viendo que se le está tomando el pelo con el multiculturalismo, le entra miedo por la falta de reacción política y se está cabreando de que encima los malos de la película sean ellos. Hay que tener en cuenta que solo el timo de la segunda vuelta electoral ha impedido que Marine Le Pen, a la que han llegado a votar cuatro de cada diez millones de franceses, llegara a ser la primera presidenta de Francia.

Manipuladores también a la derecha

Pero para los amantes de los relatos maniqueos tenemos una mala noticia. También en ese lado de la batalla se está creando otra narrativa tan incendiaria y manipuladora como la de los blanqueadores del multiculturalismo. Solo hay que ver cómo se han inventado el historial delictivo de Nahel, dando a entender que no solo no era el santo de los medios de comunicación sino que en realidad era más peligroso que Al Capone y Billy el Niño juntos.

El periodista, eso dice él, Vito Quiles aseguró que tenía fuentes contrastadas de la policía francesa que le habían confirmado los delitos del joven: asalto de un Lidl a punta de pistola en Niza, atraco a 78 personas en una discoteca, pertenencia a banda armada y quema de un concesionario de coches. «No lo veréis en ningún medio», afirmaba cual Bob Woodward en pleno Watergate. Efectivamente, porque era una milonga tan grande como lo de la madre conciliadora de la antorcha y demuestra que mentir, cambiar de opinión que diría Pedro Sánchez, no es un privilegio de la izquierda.

Epílogo en Madrid

Aún no se habían apagado las llamas en Francia cuando Concha, de 61 años, fue apuñalada hasta la muerte en su tienda, cerca de la Puerta del Sol de Madrid. Los primeros testigos apuntaron a un magrebí. Las dos trincheras de la guerra cultural contuvieron la respiración. Cuando se confirmó que había sido un toxicómano habitual del barrio, más castizo que el bocata de calamares, los progres se lanzaron contra los fascistas que habían difundido que era un árabe, entre ellos, el presidente de Vox, Santiago Abascal al que, todo sea dicho, no le venía mal de cara a las elecciones que el asesino de Concha no comiera jamón.

Y aunque la mayoría reculó, o se hizo la loca para no reconocer su error, hubo quienes siguieron convencidos, sin prueba alguna, de que realmente era un marroquí nacionalizado y que la policía y los medios lo escondían adrede. El sueño multicultural produce monstruos. En todos los bandos.

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4 comentarios

  1. Como siempre un artículo muy bueno. Y, como siempre también, ( y eso me gusta), Kaplan no hace prisioneros y da caña a diestro y siniestro. Estamos perdidos con este buenismo que no ve el gran problema que supone esto. Supongo que decir esto también me convierte en parte de la peligrosa ultraderecha. ?

  2. Hola Señor Kaplan, se lo extrañaba jeje. Leyedo el artículo se me vino a la mente la famosa frase de Friedrich Nietzche (padre del posmodernismo): «Dios ha muerto», queriendo decir que la verdad ha muerto o no interesa, algo muy propio de esta era posmodernista. Igual lo felicito por criticar a ambos bandos.

    1. Yo también los extrañaba a ustedes. Efectivamente, hay que criticar a todos los bandos cuando se lo merecen. El que piense que esto es una guerra entre buenos y malos está muy equivocado. Un saludo para Argentina, amigo.

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