El charómetro que mide la popularidad del feminismo en España marcaba registros mínimos. Tras una legislatura, el Ministerio de Igualdad había ido de ridículo en ridículo dividiendo al movimiento feminista más que nunca, desangrándolo en guerras internas. Los propios aliados colapsaban al verse obligados a ser machistas para defender a las feministas de otras feministas. Con tanta cuchillada entre hermanas la palabra «sororidad» causaba el mismo efecto que «Pijus Magnificus» en La vida de Brian. Algunos empezaron a sospechar que detrás de este aparente desastre se escondía algo mucho más siniestro: ¿Y si el Ministerio de Igualdad fuera en realidad el quintacolumnismo del Patriarcado para socavar la lucha feminista desde dentro? Las dudas van a quedar resueltas hoy, con esta entrevista en exclusiva a Irene Montero que nos abrirá su corazón y sus secretos por primera vez.

Así comenzaba el documental Irene, contar la verdad para seguir enchufada, que Telecinco estrenó el otro día en horario de máxima audiencia. Desgarrada en un mar de lágrimas, Irene Montero dejó a España con la boca abierta en una entrevista que ya ha sido calificada de histórica y la más importante desde que Dios habló con Moisés. Netflix prepara ya una serie basada en este testimonio que protagonizará la primera actriz negra trans que encuentren. A continuación, transcribimos lo mejor de esta dramática entrevista, quitando las pausas para publicidad, los sorteos de las marcas patrocinadas y los quinientos «tía, qué fuerte» en las respuestas.

—Irene, dinos la verdad. ¿Es cierto que el Ministerio de Igualdad trabaja para el Patriarcado?

—Sí, lo confieso todo. Lo planeó mi churri, Pablo, que quería vengarse de un mundo que le juzgaba por querer azotar hasta sangrar a Mariló Montero. Yo pensaba que el invento no colaría. Que a fin de cuentas llegué a ministra por ser su pareja, que muy feminista no suena. Pero oye, coló. Si alguien tirando de sentido común decía que las mujeres de Podemos solo ascendíamos si agarrábamos la coleta del líder lo callábamos diciendo que eso era violencia contra las mujeres. Yo no pasaba ni un poema satírico cachondeándose del tema.

—¿Cómo empezó a desarrollarse este maquiavélico plan?

—Nos lo curramos desde que me nombraron ministra. Empecé por poner a dedo catorce asesoras y dos cargos de confianza que costaban casi un millón de euros de dinero público y grabando un vídeo de mi cumpleaños, que se viera que lo pasábamos en grande. Si alguien quería conocer detalles profesionales de esas personas, algunas de las cuales no habían trabajado en su vida, les decíamos que era acoso. Además, claro que trabajaban, que a una de las asesoras la tenía de niñera.

—Nada más empezar, una pandemia en ciernes y vosotras convocando manifestaciones feministas el 8M ocultando información del peligro del virus.

—Está claro, teníamos que presumir de poderío feminista. Nos lo iba a impedir un virus de nada. ¡Ja! Y si alguien nos echaba en cara que no habíamos hecho caso a Europa, que desaconsejaba las manifestaciones, decíamos que era misoginia. He de añadir que la asistencia a las manifestaciones del 8M ha ido bajando año tras año. Es uno de los logros de los que Pablo estaba más orgulloso en mi labor contra el feminismo.

—¿Qué actividades destacarías de vuestro ministerio fake?

—El primer paso para demostrar que no servíamos para nada era gastarnos el presupuesto en informes y campañas a cual más tonta, que rayaran a las mujeres y le echaran la culpa de todo a los hombres. Hicimos uno que decía que el color rosa en los juguetes oprimía a las niñas. Otro que explicaba que la culpa de que las mujeres se drogaran era por querer imitar a los hombres, y otro que aseguraba que los hombres emborrachaban a las mujeres para violarlas. Y hasta hicimos un anuncio contra algo que llamamos «violencia estética» robando las imágenes a modelos, que encima retocamos con photoshop. Fue el bochorno del verano. Junto con el viaje que nos pegamos en el Falcon a Nueva York Pam, Isa y yo en nombre del feminismo. Aún nos descojonamos al recordarlo.

—Y, claro, os vinisteis arriba hasta llegar finalmente a la Ley del Solo sí es sí, vuestra obra maestra.

— Nos inventamos una nueva y enrevesada definición de consentimiento que convertía a las mujeres en débiles mentales a las que hay que estar preguntando a cada rato qué es lo que quieren. Una delicatessen que redactamos deprisa y corriendo criticada por juristas y por el propio CGPJ. Claro, así nos salió la Ley del solo sí es sí, más de 1.200 violadores con condenas reducidas y un centenar en la calle. Lo clavamos, oye. Luego le echamos la culpa a los jueces por ser unos machistas y listos.

—Lo de apoyar un tema típico de la prensa rosa como lo de Rociito fue otra gran jugada.

—Exacto. Juana Rivas estaba amortizada después de las sentencias en su contra. La pobre nos tomó en serio y así acabó, siendo un juguete roto del feminismo. Necesitábamos otra mártir, que lo de las madres protectoras nos salió rana porque me condenaron a pagar 18.000 euros por el detalle sin importancia de difamar y calumniar al ex marido de María Sevilla. Pero lo de Rocío Carrasco fue ideal. ¿Me viste en Sálvame? Muy fuerte. Una ministra de España apareciendo en la telebasura defendiendo a una tía que no ha dado un palo al agua en su vida y linchando a un tipo absuelto por la justicia, todo en nombre de la causa feminista. Ese día Clara Campoamor se tuvo que revolver en su tumba.

—Con todo esto se os pondría en contra media España.

—Era la idea, pero nos faltaba el odio de las propias feministas. Y por eso elaboramos la ley trans, otra de las cimas de nuestro plan, que ha hecho saltar por los aires los ya frágiles puentes entre el feminismo queer y el radfem. Hemos logrado que se lleven a matar, acusándose unos a otros de transfobia, de misoginia, de neoliberalismo e incluso de estar al servicio del Patriarcado. Colectivos enteros han pedido mi dimisión y han dicho que soy una traidora. Hasta hemos conseguido que la presidenta del Partido Feminista de España vaya a actos de Hazte Oír junto a Vox. Pablo lo veía en la tele, entre serie y serie, y chillaba de placer. Yo estaba cegada, alienada, feliz de ver a mi macho alfa satisfecho.

—Si el plan para destruir el feminismo iba tan bien, ¿por qué se ha decidido ahora a contar la verdad?

—Porque me dijo Pablo que él manejaba los hilos y que sería de nuevo ministra de Igualdad, que el puesto era mío para siempre. Pero no. Primero aúpa al liderato a esa gallega, la muy [pedimos disculpas a nuestros espectadores, pero en cumplimiento de la normativa sobre frases malsonantes de nuestra cadena nos vemos obligados a suprimir estas palabras de Irene Montero]. Y luego esa hija de [pedimos nuevamente perdón a los espectadores] me deja fuera de las listas electorales. Y no ha habido forma de meterme, y mira que han presionado los cuatro gatos que quedan de Podemos exigiendo que yo sea ministra, que una cosa es que digamos que no nos importan los sillones y otra quedarme sin chollo. Pero esa desgraciada de [en fin, disculpen ustedes de nuevo] se resiste. Y Pedro Sánchez y sus amigos de cuarenta y cincuenta años encantados. La cuestión es que, visto todo lo que ha pasado, creo que Pablo me ha timado y quiero vengarme como esas que usan la ley de violencia de género para joderle la vida a su expareja.

—Igual eso no es muy apropiado en una entrevista feminista.

—¿Sí? A ver si esto queda mejor: La verdad es que no soportaba más engañar al feminismo. Sentí la llama de millones de mujeres clamando justicia dentro de mí. El mundo tenía que saber la verdad: Yo era una víctima más que no sabía lo que hacía, alienada por Pablo Iglesias. Con lo feliz que estaba centrada en mis estudios y currando de cajera en el Saturn, y mira dónde he acabado por culpa suya: viviendo en un chalé de 2.000 metros cuadrados, con chófer, guardaespaldas y servicio doméstico. Convertida en ministra manejando un presupuesto de 500 millones anuales, y con un patrimonio que ha pasado de 6.800 a 630.000 euros en cinco años. ¿No es terrible?

Irene, contar la verdad para seguir enchufada terminaba con un primer plano de su axila sin depilar y esta última frase demoledora. La entrevista fue un éxito de audiencia. La ex ministra recibió miles de mensajes de apoyo. Especialmente emotivo fue el de Teresa Rodríguez que tuiteó «Yo sí te creo, Irene»… aunque lo borró enseguida, y el de Pedro Sánchez: «No podía dormir con el Coletas en la Moncloa… menos mal que lo cambié por Yolanda».

El resto de la historia es bien conocida. La audiencia televisiva dictó sentencia: Irene no era más que una pobre víctima de las manipulaciones de su pérfido marido y pidió una nueva oportunidad para ella. Pero Yolanda Díaz se mantuvo en sus trece y no le dejó volver a ser ministra. Separada de Pablo Iglesias, que también dejó la política y creó una empresa de formateo de móviles con Dina Bousselham, Irene fundó junto a Ángela Rodríguez Pam la asociación «Víctimas de la violencia de género política y de la gordofobia» y prometió luchar contra el Patriarcado, esta vez de verdad. Con el dinero de su primera subvención volvió a Nueva York y allí conoció el amor en una discoteca del Soho. «En cuanto aquel hombre —escribió en su cuenta de Twitter— fue al baño a refrescarse y dijo que me esperaba allí, algo despertó en lo más profundo de mí y tuve un flechazo».

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3 comentarios

  1. Muy divertido, señor Kaplan. Una exclusiva así solo podía conseguirla usted. Y lo peor es que no descarto que algo así ocurra de verdad.

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