Guerra Hamás Israel

Dios (o Alá o Yahvé) nos libre de profundizar en el largo y complejo conflicto entre árabes e israelíes. Ambos tienen motivos que les dan la razón y motivos que se la quitan. Sobre todo en el momento en que decidieron solventar sus desavenencias matándose entre ellos. Ni compramos el relato de los sionistas ultranacionalistas que ocuparían el 200% de Palestina si les dejaran ni el de los árabes que se inmolarían al grito de Allahu akbar y se llevarían por delante a todo infiel que pillaran, sean unos jóvenes judíos en una rave pacifista, los dibujantes de Charlie Hebdo, los currantes de las Torres Gemelas o un profesor que enseña las caricaturas del profeta. Puede llamarnos equidistantes de mierda, se lo perdonamos, que ya sabemos que no tolerar nada que no sea la adhesión incondicional a su causa es lo único en lo que están de acuerdo los dos bandos.

Está claro que la nueva guerra entre el grupo terrorista Hamás y el Estado de Israel ha hecho saltar por los aires, una vez más, el tablero de Oriente Próximo y la batalla cultural que inspira este blog porque todo tiene ya que ver con la batalla cultural, con la polarización de la opinión pública, con el auge de la censura y con las grietas de un multiculturalismo que, por muy facha que le suene, va camino de tragarse la civilización occidental.

A la izquierda le pone el islamismo

En 1979, la Revolución Islámica de Jomeini acabó con la monarquía del sah de Irán en una jugada táctica de Estados Unidos que no les salió como esperaban. El ayatollah también le salió rana al partido comunista de Irán, que apoyó a Jomeini por eso de que la Revolución Islámica era un movimiento popular contra el capitalismo yanqui. En 1982, las organizaciones marxistas iraníes habían sido eliminadas y sus componentes estaban muertos, en prisión o exiliados. El apoyo al islamismo había resultado ser un plan sin fisuras.

Cuarenta años después, la izquierda no aprende. Para ellos el pueblo palestino vive oprimido y ocupado por el Estado de Israel, al que consideran más nazi que los nazis (con la guasa que tiene llamar eso precisamente a un judío). Partiendo de ahí, lo de menos es que su querido pueblo palestino tenga una cultura poco tolerante. Y que convenientemente radicalizados, sharía mediante, los primeros en pasar por la quilla serían sus grandes defensores progresistas seguidos de gays, lesbianas, y no digamos los trans a los que les harían una reasignación de sexo instantánea y sin anestesia. Todo visto desde dentro de sus casas por las mujeres, que iban a conocer de primera mano lo que es un patriarcado de los buenos.

Masacres contextualizadas

Curiosamente, nada de esto le preocupa a nuestro progresismo que tiene una capacidad única para ver el machismo insoportable en el beso a una jugadora de fútbol pero en cambio pone en contexto la violación y asesinato de mujeres israelíes, considerando que esta situación está de algún modo justificada tras décadas de ocupación, apartheid y exterminio en Palestina.

La izquierda española ha llenado las redes sociales de soflamas en favor de Palestina Libre y contra el «genocidio planificado» del Estado de Israel, en palabras de las muy feministas miembras de Podemos Ione Belarra e Irene Montero, ambas aún en el gobierno de España, o de algunos representantes de Más Madrid que, a golpe de declaraciones, están a un paso de llamarse Hamás Madrid. Resumiendo, para ellos una masacre islamista igual no está bien, pero lo que hace Israel es mucho peor.

Gaza en manos de Hamás

Cuando los terroristas cruzaron el siete de octubre la Franja de Gaza y provocaron la mayor masacre de judíos desde el Holocausto, asesinando a 1.400 civiles y secuestrando a más de 200, sabían perfectamente cuál sería la respuesta de Israel que lleva muy dentro lo del ojo por ojo. Y contaba con una sangrienta represalia sobre la población del considerado mayor campo de concentración al aire libre del mundo. Población que realmente les da igual y con la que dejaron de contar desde que los votaron en 2006, elecciones que no se han vuelto a repetir demostrando el talante democrático de los susodichos.

Hamás, cuyos líderes residen tranquilamente en Qatar o en Londres, no tiene problemas, ya no solo en que sus ciudadanos vivan en la miseria a pesar de los miles de millones que les llegan en ayuda humanitaria —parte de la cual han preferido gastar en una gigantesca red de túneles subterráneos para su guerra con Israel— sino en usarlos como escudos humanos si llega el caso. Así proporcionan dantescas imágenes de dolor y muerte que radicalizan al mundo árabe, conmueven a Occidente y movilizan a los simpatizantes de la causa palestina, siempre dispuestos a justificarles, ponerse la kufiya y organizar manifestaciones multitudinarias, algunas con pancartas tan surrealistas como las de Queer for Palestine.

El sesgo de confirmación va por barrios

Por eso el progresismo no se creerá jamás la noticia de los 40 bebés que degolló Hamás, pero en cambio se hace eco de cualquier información sobre la muerte de inocentes musulmanes en la Franja, aunque esté ilustrada con imágenes de otra guerra. Para esa izquierda Hamás o Hezbollah no son grupos terroristas pero sí agencias fiables de noticias. Y movimientos sociales progresistas, como los definió en su momento la famosa feminista norteamericana Judith Butler, una de las fundadoras de Voces Judías por la Paz, una asociación de bucólico nombre pero que sacrificaría a los primogénitos de los sionistas sin dudarlo.

Las críticas también valen, por cierto, para los más exaltados fans de ese sionismo, que —aparte de utilizar también imágenes falsas cada dos por tres— están convencidos de que Israel lanza toneladas de misiles con precisión quirúrgica para no dañar a la población civil. Y que si mata niños y mujeres inocentes es sólo porque viven encima de objetivos militares o porque no hacen caso a sus advertencias de salir por patas de sus casas.

Oiga, que yo llevo viviendo aquí con mi familia quince años. Mi hogar, mis pertenencias, mis abuelos…
Y a mí que me cuenta, encima que le aviso.

Cómo apreciarán algunos judíos a sus vecinos que en anteriores bombardeos había ciudadanos israelíes que se reunían para ver caer las bombas sobre Gaza como quien disfruta de una película, con sus cervecitas y aperitivos. Y gratis. Pagaban los palestinos, claro.

El infierno en Palestina

Que Hamás ha desatado adrede el infierno sobre su propio pueblo parece claro. Y que Israel se va a pasar la «respuesta proporcional» que le pide la OTAN por los kipás, también. Y que el progresismo de todo el mundo va a sacar su antisemitismo disfrazado de derechos humanos tampoco lo dude. Eso sumado a los 25 millones de musulmanes que viven en Europa que van a clamar por sus hermanos. Y si solo es clamar y ninguno de ellos va a ir más allá ya nos podemos dar con un canto en los dientes.

Mención de honor le dedicamos al humanista movimiento Black Lives Matter, cuya sede en Chicago publicó una imagen de apoyo a Palestina, ya borrada, con un parapente como los que descendieron sobre el festival de música Supernova antes de masacrar a sus asistentes. Qué simpáticos los del BLM. Hitler los adoptaría con mucho gusto. Lástima que sean negros.

La guerra palestino-israelí del relato

La guerra también se libra en el relato, y casi diríamos que más que nunca. Los palestinos saben que cuentan con la simpatía del Occidente más chachiprogre y los judíos tienen que lidiar con la mala prensa que les ha acompañado casi siempre, aun invadiéndoles cinco naciones árabes justo después de celebrar la creación de su Estado.

Y como la guerra del relato consiste en convencer a tu parroquia y atacar a la contraria, sea o no verdad lo que se cuenta, los bulos campan a sus anchas desde el primer momento. La lista de desinformaciones y manipulaciones, como ya ha pasado con la guerra de Ucrania, no tiene fin.

Que si las imágenes de una chica muerta y semidesnuda mientras los terroristas jalean son mentira porque la chica está viva (spoiler: no lo está). Si hubo o no 40 bebés decapitados o que si los hubo fueron muchos menos y solamente los acribillaron a balazos. Que si Israel bombardeó el hospital de Al-Ahli o fue un cohete lanzado desde la franja, que parece la versión más fiable mal que le pese a la propaganda palestina que organizó una rueda de prensa en el hospital rodeados de cadáveres. Y que si una rehén israelí de 85 años dio la mano a su secuestrador deseando la paz tras ser liberada —-chúpate esa, Netanyahu— o si lo que le pasaba —también bastante más probable— es que estaba acojonada porque su marido aún estaba preso.

Ni quince días han pasado y ya tenemos versiones dobles de prácticamente cada hecho relevante. Lo que les espera a los pobres gazatíes va a ser terrible, pero lo que nos espera al resto del mundo con la desinformación también se las trae.

Bulos sin fronteras

Según Médicos sin fronteras —que han divulgado sin complejos la versión palestina del ataque al hospital, lo que no les hace tampoco muy neutrales— la situación en la franja es un infierno con miles de heridos y muertos por todas partes, cosa que es perfectamente plausible, por otro lado. Las imágenes, sobre todo de niños, se suceden aunque, como nunca son suficientes, también se adornan con bulos que buscan tocar, aún más, la fibra sensible —una cría palestina que ha sobrevivido a tres bombardeos, un gatito que se despide de una niña muerta—, en una espiral de fakes innecesarios que a veces producen efectos absurdos.

Es el caso de la actriz Jamie Lee Curtis, que borró de sus redes sociales las sentidas imágenes de unos niños israelíes llorando cuando supo que en realidad eran fotos de niños palestinos. O de la diputada de Sumar Tesh Sidi publicando en Twitter otras conmovedoras fotos de criaturas palestinas… hechas por inteligencia artificial.

La Unión Europea aprovecha para fomentar la censura

Muchos bulos existen porque son alimentados por unos medios de comunicación torpes, en el mejor de los casos, y plagados de activistas disfrazados de periodistas, en el peor, y unas redes sociales en las que el sesgo de confirmación causa estragos. Y eso le ha venido muy bien a la Unión Europea para estrenar su nueva censura de las redes sociales, oficialmente Ley de Servicios Digitales, que se supone que quiere promover la información veraz.

Suena muy bien pero, como toda ley que promueva la censura, no se fíe.

En el caso del bombardeo al hospital de Al-Ahli, todos dieron por buena la versión de las autoridades de Gaza. Y fueron precisamente las redes las primeras en alertar del error. La progresista La Sexta, siempre preocupada por la islamofobia —nunca por el antisemitismo—, ofreció un tranquilizador reportaje en el que aseguraba que los atentados yihadistas habían disminuido en el mundo. Los lectores en Twitter añadieron contexto a la noticia:

«Como la propia noticia dice [al final] el descenso se debe al dejar de considerar a los talibanes un grupo terrorista y no a que los ataques terroristas hayan disminuido».

Que sí, que las redes pueden ser un estercolero de Fake-News, pero si es habitual de este blog ya sabe que a menudo los informadores oficiales manipulan que da gusto. Y son las redes y los denostados influencers los que les enmiendan la plana, por lo que la censura en las redes nos dejaría indefensos frente a los independientes El País, la BBC, The New York Times, The Guardian, RTVE o CNN.

Menos mal que Pablo Iglesias va a mandar un equipo de Canal RED a Palestina para informar de verdad. Sí, Pablo Iglesias, comunista convencido cuya productora financiaba Irán. El periodismo está salvado.

Caos en la Europa multicultural

En la multicultural y tolerante Europa la esquizofrenia es total. Algunos países, conscientes de que existe más riesgo yihadista del que el buenismo querría reconocer, han intentado reducir al mínimo el impacto de la propaganda palestina, desautorizando marchas contra Israel o, como en Francia, dispersándolas con gas lacrimógeno, lo que organizaciones claramente alineadas con los palestinos como Amnistía Internacional consideran un acto contra la libertad. En otros países como España esas marchas han sido permitidas. En Londres se oyeron en una de ellas gritos de «¡Yihad, Yihad!», lo que para la policía tenía un «significado ambiguo», así que circulen, que aquí no pasa nada.

Con desastres multiculturales como los que vemos en Francia o Suecia y la cantidad de movimientos en favor de Palestina apoyados por un progresismo cegado como lo estuvo el partido comunista de Irán con Jomeini, qué quieren que les diga. Prefiero que Amnistía Internacional considere a Europa el continente más islamófobo del mundo a que cualquier día me llamen a la oración desde un minarete o que la Kaplanchica tenga que llevar un hijab.

Greta Thunberg, víctima colateral

Al menos esta nueva catástrofe en Oriente Próximo le ha traído una cosa buena a Israel: se han deshecho de la plasta de Greta Thunberg. Como buena progre, la activista sueca se sumó a las peticiones propalestinas con una imagen en la que aparecía también un pequeño pulpo de peluche, que algunos asociaron a un cartel antisemita de la Alemania nazi y que ella dijo que era un juguete para las personas autistas.

En cualquier caso, Israel reaccionó eliminando de los planes de estudios universitarios a la activista, lo cual quiere decir que en las universidades de Israel se estudiaba a Greta Thunberg y sus turras medioambientales. Un hecho que demuestra que, sin duda, el país hebreo es el más afín a nuestra civilización occidental, wokismo incluido. Eso sí, al menos ellos aún son capaces de defenderse.

Imagen que ilustra el artículo: Viñeta de Adam Zyglis para The Buffalo News, 2014.

2 comentarios

  1. Un resumen perfecto de la situación, sobre todo en lo referente al uso de la propaganda que hacen ambas partes. Además, en una simple ojeada en medios y redes se ve el posicionamiento a un lado o a otro, no es posible el término medio.

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