Existe una antigua leyenda entre los más progresistas, que se transmite de abueles a nietes en las frías y húmedas noches del cambio climático. Un poderoso hechicero concedió poderes mágicos a la pata disecada de un mono que militó en Podemos, para que concediera deseos a los justicieros sociales, posmodernos ofendidos y activistas de sofá. La pata les daba lo que sus corazones progres anhelaban pero nunca salía como esperaban. Con esto, el mago, que era muy sabio y muy facha, quería demostrar que el destino gobierna el mundo y que ningún activismo puede oponérsele. Estas terroríficas historias que siguen a continuación, reales como el patriarcado mismo, serían capaces de helar la soja a cualquier woke. Léalas bajo su propia responsabilidad.
Los piropos del horror
Noe era feliz. Tenía todo lo que una influencer de éxito podía pedir: juventud, belleza y casi treinta mil seguidores en Tik Tok pendientes a diario de sus vídeos. Sin duda, la seguían por sus contenidos sobre moda y divertidas ocurrencias. Que estuviera como un tren y que se grabara luciendo su cuerpo serrano bailando o posando en modelitos sexys apenas debía de influir en su éxito. Por eso le molestaba tanto que, cuando salía por la calle, recibiera una de las microagresiones machistas más despiadadas que existen: el piropo.
Pero una noche esa lacra sobrepasó todos los límites. Mientras grababa, alguien le dijo «¡guapa!» desde un coche y Noe sintió la furia de generaciones de feministas hervir en su interior. «¡Vete a la puta mierda, cerdo asqueroso, ahí te mueras en tu coche de mierda!», le contestó ella, en un sutil y elegante comentario que la hizo viral, granjeándole millones de visualizaciones en las redes sociales y el aplauso de los medios de comunicación que la consideraron toda una heroína.
Pero Noe quería más. Era ya de madrugada y tenía en sus manos la misteriosa pata de mono de los deseos progres. ¿Funcionaría o sería un bulo como el de las denuncias falsas? Solo había una forma de saberlo. Apagó las luces, encendió una vela y susurró:
—Deseo que los hombres nunca me vuelvan a decir un piropo.
Sopló un viento helado que abrió las ventanas y la vela se apagó. Al volver a dar la luz, Noe vio que la pata de mono tenía sus garras retorcidas. «Bah, menuda chorrada», pensó, y se fue a dormir no sin antes comprobar como su último vídeo en Tik Tok tenía cien mil visualizaciones.
A la mañana siguiente, Noe se levantó como si nada. Se lavó la cara y lo que vio en el espejo la dejó horrorizada. ¿Quién era ese adefesio de ojos saltones, papada colgante y pelo enmarañado que le devolvía la mirada? ¿Dónde estaba el pibón de la noche anterior? ¿Por qué sus labios carnosos parecían ahora los de Carmen de Mairena? ¿Y sus curvas? Antes su culo causaba admiración; ahora podría ser denunciado ante la Convención de Ginebra. Se vistió como pudo y salió a la calle dispuesta a que la viera un médico.
Y entonces comprobó horrorizada que ningún hombre la miraba. En vez de acercarse se apartaban de ella. Se bajó un poco la camiseta para marcar mejor el escote pero nadie miraba esos pechos, ayer turgentes, hoy más mustios que el club de fans de Macarena Olona.
Igual sus seguidores le darían la aprobación masculina que necesitaba desesperadamente, pero no podía aparecer así en Tik Tok. Hasta un vídeo de garrapatas marinas era más glamuroso que ella. En aquel momento, pasó el coche desde el que la noche anterior la habían llamado «guapa». Noe corrió detrás suplicando:
—¡Por favor, dime algo! ¡Un piropo, el que sea!
Apenas escuchó una voz que exclamaba:
—¡Tío, acelera que nos persigue un orco!
Noe empezó a asumir su nueva vida. Se borró la cuenta de Tik Tok, sus tiempos de influencer habían pasado a la historia y nadie se acordaría de ella. Era como Ciudadanos pero con piernas. Su futuro estaba en el terreno de la belleza no heteronormativa y en algún cartel photoshopeado del Ministerio de Igualdad. Eso sí, ya no la volverían a piropear los hombres, aunque con un poco de suerte los salidos le mandarían fotopollas por DM. Pero para eso tendría que robar la foto de alguna de Internet y hacerse un perfil falso, claro.
Truco o yihad
Gerardo podía presumir de ser uno de los tuiteros y opinadores más populares de la izquierda. Su lema era «Intento hacer un buen trabajo contrastando datos y procurando ser claro». Hablar claro sí lo hacía, lo del buen trabajo y contrastar datos no tanto. Solo veía machismo, racismo y xenofobia a su alrededor, y todo aquel que no coincidía con su punto de vista solo podía ser una cosa: un miserable nazi. Hasta los editoriales de Àngels Barceló eran más rigurosos que él, que ya es decir.
La guerra entre Hamás e Israel le tenía obsesionado. Palestina tenía que ser libre, los crímenes de Hamás eran bulos sionistas e Israel era un estado genocida que merecía desaparecer. Las manifestaciones multitudinarias en Europa a favor de la causa islámica le emocionaban. ¿Cómo podían los fascistas de la derecha estar en contra de la maravillosa inmigración que llenaba el continente de musulmanes, mucho más inteligentes, progresistas y abiertos de mente? Pensaba en ello mientras acariciaba la pata de mono que le había llegado misteriosamente a su domicilio. Y entonces le vino la idea a la cabeza. «Tomad plan Kalergi, fachas», pensó antes de pronunciar su deseo:
—Quiero que la inmigración musulmana se extienda por Europa y acabe con el imperialismo opresor de Occidente.
Y la pata de mono retorció sus garras y un fuerte viento sopló alrededor de Gerardo.
Al amanecer del día siguiente unos fuertes golpes en la puerta le despertaron. Aún adormilado, Gerardo abrió y vio a cuatro tipos con turbante vestidos con túnicas oscuras y un kalashnikov al hombro. Le empujaron fuera de su casa gritándole en árabe. Gerardo se fijó que todas las personas de la calle iban vestidos igual, los hombres envueltos en túnicas y las mujeres con hijab agachando la cabeza, sumisas. Algunas llevaban un burka que las tapaba casi completamente. Entre ellas, le pareció distinguir los ojos de Silvia Intxaurrondo. Al fondo, las llamas de una iglesia ardiendo le daban un fulgor siniestro a la mañana.
—¡Por fin se acabó el imperialismo y el catolicismo! —Exclamó eufórico—. Eres Ahmed, ¿verdad? ¿El chico del bazar al que le compraba el pan cada día? ¡A mis brazos, hermano!
Pero Ahmed le respondió con un culatazo del kalashnikov que le dobló las rodillas.
—Tú eres un occidental rojo y maricón como Jorge Javier Vázquez, ¿no? ¡Pues a la grúa también! —y señaló arriba con el dedo.
Gerardo miró hacia lo alto. Colgando de la grúa se balanceaba un cuerpo que reconoció enseguida. Tragó saliva.
—De invertido nada, muy hombre es lo que soy — balbuceó bajando una octava el timbre de su voz—. Y no soy rojo, soy un hermano musulmán. ¡Allahu akbar! ¡Viva el Islam!
Los árabes rieron.
—Entonces servirás al Islam, hermano.
Poco después, llevaba puesto un chaleco con varios cilindros lleno de explosivos y unos cables alrededor del torso. Se dirigía con paso temeroso a la embajada de Estados Unidos. Era eso o la grúa. Mientras avanzaba despacio aguantándose los pedos, por si acaso, Gerardo intentaba verle el lado positivo. «Bueno», pensó, «al menos no gobierna la derecha».
El bulo maldito
De un tiempo a esta parte, Toño no podía vivir en paz. Todo lo que le rodeaba era homofobia y nadie le creía. Desde que él y su pareja discutieron con dos viejecitas en un bar no dormía tranquilo. Fue una agresión terrible y temió por su vida, que igual las viejecitas eran cabezas rapadas disfrazados. Realmente, lo exageró todo mucho, pero tenía que darle dramatismo en las redes sociales. Desde entonces, había visto persecución contra los homosexuales por todas partes, hasta en un cole infantil de Madrid donde algún niño de nueve años, heredero del franquismo, había escrito en la pizarra «Muerte a los desviados».
Es verdad que la pintada también tenía todo el aspecto de ser más falsa que Jenni Hermoso, y se volvieron a reír del pobre Toño. Pero el mundo se encontraba en una emergencia homófoba, como demostró aquel famoso caso del homosexual al que tatuaron la palabra «maricón» en el culo, aunque, claro, también fue otro bulo. Daba lo mismo. La homofobia se extendía por el país porque lo decía él y los chiringuitos como el suyo que vivían de las subvenciones.
A pesar de que le habían advertido de los peligros, Toño no lo creyó. Ser uno de los mayores troleros del país le permitía decidir qué era bulo y qué no, y los riesgos de la pata de mono no le parecían muy creíbles. Así que cogió aquel peludo amuleto y cerró los ojos:
—Deseo vivir en un lugar lo más lejos posible de este mundo terrible en el que todo es homofobia y nadie me cree.
Las garras del mono se retorcieron una vez más y el fuerte viento casi le pareció homófobo de la violencia con la que se desató. Al abrir los ojos a la mañana siguiente se encontraba, efectivamente, muy lejos. En el tiempo y en el espacio. Estaba en otra época, vestido con una toga y tumbado en un jardín al lado de su domus. Cantaban los pájaros y se oía el rumor de la gente despertando al nuevo día y poniendo en marcha la tranquila vida de aquella villa romana al lado del mar.
—¿Por qué no? — se preguntó Toño. Aquí seguro que viviré tranquilo y sin problemas de homofobia. No hay redes sociales pero me acostumbraré, y a lo mejor puedo abrir otro chiringuito con dinero del senado romano. Y seguro que disfrutaré mucho viendo a los sudorosos gladiadores en el circo.
Entonces un temblor le sobresaltó. Se incorporó y vio no muy lejos una montaña echando humo. A Toño Abad le esperaba una vida feliz sin homofobia y en la que nadie volvería a dudar de él. Al menos durante cuarenta minutos, hasta que el Vesubio entrara en erupción.
Epílogo: Moncloa, 22 de julio
Las encuestas lo dejaban claro cristalino: Pedro Sánchez perdería las elecciones. La sola idea de dejar la presidencia que solo él merecía lo exasperaba pero aún quedaba una última esperanza. Felix Bolaños entró en su despacho.
—Lo he encontrado, presidente.
—¡Por fin! ¿Funciona?
—Eso dicen — contestó el ministro de Presidencia ofreciéndole una cajita.
Pedro Sánchez la abrió y contempló con un brillo en sus ojos la pequeña garra simiesca.
—Señor, tenga cuidado. Dicen que nunca sale bien y que trae la desgracia al que pide los deseos y a los que le rodean, en su caso cuarenta y siete millones de españoles.
—Menuda tontería —se rió el presidente—. ¿Qué me podría pasar? ¿Que tenga que conceder la amnistía y el referéndum de independencia a los catalanes? ¿Que haga saltar por los aires el Estado de Derecho y la convivencia? ¡Ni que me fuera a cargar España!
Bolaños retrocedió unos pasos, reprimiendo un escalofrío, cuando escuchó a su jefe exclamar con voz solemne:
—Deseo ser otra vez presidente del Gobierno.
Las garras de la pata de mono se retorcieron y el viento volvió a aullar.
Oh, señor Kaplan, vuelven los clásicos. Una noche de Halloween no es lo mismo sin el relato kaplaniano de todos los años. Terrorífico, divertido y con algún que otro guiño.????
Algún que otro, efectivamente 😉 Celebro que le haya gustado… y aterrorizado.
Menos mal que Noe, Gerardo y Toño no existen, que todo es fruto una mente calenturienta que emerge en todo su esplendor en la noche de Halloween… Menos mal
Ojalá fuera como dice, Valentín, ojalá 😉