Si Dani Alves hubiera sabido lo que le esperaba aquella madrugada en la sala VIP de la discoteca Sutton de Barcelona seguro que habría preferido mil veces el Mineirazo de 2014. «Uno no puede cambiar el pasado, sólo el presente», dijo tras la semifinal del mundial de Brasil en la que Alemania les clavó un 7-1. Pero la verdad es que el presente que se le presenta al jugador no puede ser más funesto: una condena de 4 años y medio por violación —con el atenuante de haber pagado 150.000 euros de indemnización– a una chica de 23 años de esas de sola y borracha quiero volver a casa tras haberme metido en el baño de una discoteca a las cuatro de la madrugada con un futbolista millonario que me dobla la edad pasado de vueltas.
La joven salió llorando de Sutton y alertó al portero que activó el protocolo contra agresiones sexuales. El jugador brasileño fue detenido al día siguiente y se ha pasado un año en prisión preventiva. En ese tiempo ha sucedido de todo, con cameos estelares de la madre de Dani Alves incluidos, revelando la identidad de la chica para ayudar a su hijo a demostrar que era una buscona. Amor de madre que lo demás es aire. Aire y en este caso denuncias por revelación de datos personales.
El futbolista, por su parte, ha cambiado de versión cinco veces, pasando del Yo a esta no la conozco de nada al Pues ahora que lo dice sí me suena que había alguien en el baño pero no me fijé, al Recuerdo que nos liamos vagamente pero solo me la chupó y finalmente al Bueno, vale, follamos pero fue consentido y yo estaba como una cuba.
Joana Sanz y Dani Alves
Unos giros en la historia que nos hacen augurar futuro como guionista a Dani Alves y motivados, según él, para no cargarse su matrimonio feliz con la modelo canaria Joana Sanz, que aunque declaró a favor de él en el juicio, a fecha de hoy mantiene el suspense de si le pedirá el divorcio o no sabiendo como sabe ahora que a su marido se le dan mejor las incursiones por la banda derecha que la fidelidad conyugal.
Para aumentar el misterio, la modelo publica de vez en cuando mensajes de lo más ambiguos en sus redes sociales, algunos bastante polémicos: «Ahora mismo me encantaría que me jalaran del pelo y me empotraran contra la pared. Renovaría energías». No queda claro si le está lanzando un guiño de complicidad a su marido, un aviso de los cuernos que se le vienen encima o un corte de mangas en toda la cara a la chica de la discoteca.
Cuatro años para Dani Alves… que serán más con el Supremo
La Fiscalía ya ha recurrido la sentencia para que la condena sea mayor, lo que en estos tiempos de patriarcado opresor apostamos a que así será, como lo fueron las sentencias del Supremo de La Manada o de la Arandina, aquella en la que la Audiencia de Burgos le había echado de entrada casi 40 años de cárcel a tres chavales por acostarse con una menor de 15 años que solo denunció cuando la madre descubrió lo que había hecho su niña.
Así que calculamos que al brasileño le pueden caer al final de 6 a 9 años de prisión, que igual serían más si no fuera por la ley de Irene Montero, que sigue cosechando éxito tras éxito y a la que Alves puede estar agradecido.
Una sentencia con muchas sombras
Pero lo más llamativo del asunto Alves es la propia sentencia firmada por tres magistrados de la Audiencia de Barcelona y celebrada por el Gobierno como un triunfo de la Ley del solo sí es sí (que no lo es) y como una muestra de que, por fin, el consentimiento está en el centro de las condenas por agresión sexual (se ve que hasta ahora se condenaba a los violadores por feos). Sin embargo, la ejemplar sentencia tiene sombras. Y no pocas, aunque solo plantearlas nos convierta también en violadores, como le ha pasado a aquellos que se han atrevido a nadar contracorriente del pensamiento único feminista en las redes sociales o en la prensa.
Como ejemplo tenemos al abogado penalista José María de Pablo. Para él los hechos probados de la sentencia se dividen en dos bloques: uno que se puede contrastar con las cámaras de vigilancia del reservado de la discoteca y otro que solo conocen los dos implicados una vez se metieron dentro del baño. Lo que se puede comprobar por las cámaras, y así lo reconoce la sentencia, constata que la chica mintió y que Dani Alves dijo la verdad. Ni estaba incómoda bailando con él —como aseguró— ni fue al baño para pedir que Alves y su colega las dejaran en paz a ella y a sus amigas. Según la propia sentencia, ella fue al baño después de él «con el propósito de estar con el acusado en un espacio más íntimo».
Hechos ¿probados?
Lo que sucedió a continuación constituye la otra parte de los hechos probados de la sentencia, donde las declaraciones ya no se pueden contrastar. Y ahí la jueza cree la versión de la demandante, la violación vaginal, por «coherente» tras justificar los deslices anteriores —«un desajuste en la declaración» lo llama—, dándole total credibilidad a la joven, rechazando cualquier hecho que pudiera refutarla aunque pudiera ser más probable.
Por ejemplo, la presencia de material genético de Alves en la boca de la chica parece darle la razón al jugador cuando dijo que le practicó una felación en el baño, algo que ella niega, pero la jueza no lo considera creíble porque existe una mínima posibilidad de que ese material proceda de la saliva al besarla.
La credibilidad de la víctima por encima de todo
Si la chica mintió antes, ¿por qué se la cree a pies juntillas después? Y si Alves fue fiel a la verdad al principio, ¿por qué se está tan seguro de que luego todo lo que declara es mentira? ¿Porque la chica lloró al salir de la discoteca, tiene un raspón en la rodilla («traumatismo» según la sentencia) y asegura sufrir estrés postraumático y el otro en cambio se fue sin siquiera mirarla? Ser poco caballeroso, grosero o directamente un cerdo, puede estar muy mal pero no es prueba de una agresión sexual.
El resultado es que la sentencia considera probado que hubo «ausencia de consentimiento, uso de violencia y acceso carnal» solo por la declaración de alguien que se sabe que mintió contando lo sucedido minutos antes. El muy feminista digital Público lo ha resumido muy bien en su artículo sobre la sentencia: «La credibilidad de la víctima por encima de todo», y ve en la condena una «encomiable perspectiva de género» Lo de más allá de la duda razonable y el in dubio pro reo lo dejamos para otro momento.
El precedente de Neymar
En 2019, una mujer acusó a otro futbolista brasileño, igual de golfo que Alves y ex compañero suyo en el Barcelona, Neymar, de haberla pegado y violado por negarse a mantener relaciones sexuales. Neymar la había invitado a París y le pagó a la muchacha un avión desde Brasil, cosas de gente asquerosamente rica. Según ella, el delantero por aquel entonces del PSG no quiso ponerse preservativo, ella se negó entonces a tener sexo y se produjo la violación. También aseguró estar traumatizada a raíz de aquello.
La jueza brasileña absolvió al jugador al año siguiente por falta de pruebas y por los numerosos desajustes en la declaración, que dirían los magistrados de la sentencia de Alves, entre lo que ella declaró y la realidad de los hechos, con vídeo incluido de por medio. Nosotros no sabemos si Neymar y Alves son o no violadores y sus acusadoras son o no auténticas víctimas de violencia sexual, pero nos alivia más una sentencia que no quebranta la presunción de inocencia sin tenerlo claro que otra con encomiable perspectiva de género que condena a cuatro años y medio de cárcel a un hombre sin pruebas solo con una declaración de la que los jueces se quedan con lo que les conviene.
Buenas intenciones y un futuro sombrío para los hombres
La cuestión no es baladí —siempre quisimos decir esa frase que nos suena al Cantar del Mío Cid— y abre un futuro sombrío para las acusaciones de violencia sexual y, por ende, para las formuladas por mujeres contra hombres y de las que pronto viviremos un nuevo capítulo con la sentencia que se prevé surrealista y con mucha perspectiva de género contra Luis Rubiales. Hemos pasado de no creerlas a ellas porque llevan minifalda a no creerlos a ellos porque patata, y a retorcer las sentencias para adaptarlas a la versión de la Víctima y que cuadre con los famosos tres supuestos que ha de cumplir una declaración de agresión sexual para ser considerada prueba de cargo: ausencia de incredibilidad subjetiva, verosimilitud del testimonio y persistencia en la incriminación.
De telón de fondo vemos una motivación, en principio, encomiable (transmitir confianza a las víctimas de violación para que denuncien) distorsionada por esa visión del mundo simplista y sesgada del feminismo en la que una mujer siempre tiene razón y le asiste el derecho de hacer lo que quiera sin responsabilidad alguna, rodeándola de una falsa sensación de seguridad que queda muy bien en las consignas del 8M pero poco práctica en el mundo real. Hermana, atraviesa la selva llena de leones. Hermana, acampa en medio de una de las regiones más peligrosas de la India. ¿Qué puede salir mal?
Sí, sí, sí hasta el final
El mundo judicial que se nos viene entusiasmará a las feministas que, aun así, no paran de hablar de justicia patriarcal cuando las sentencias no les gustan. Algunos violadores pagarán por sus agresiones y nos parece fantástico. También nos lo parecía sin perspectiva de género. Pero otros inocentes acabarán en la cárcel porque, como ha dicho Pablo de Lora en su artículo «Alves, yo sí te entiendo», echándose al cuello a las feministas, el nuevo consentimiento —el sí, sí, sí hasta el final, del que se cachondeó Cayetana Álvarez de Toledo— no tiene realmente final. Y basta con que una mujer se arrepienta de una mala experiencia sexual que en principio consintió para sentirse a posteriori una víctima y acusar a cualquier hombre. Algo de lo que saben mucho las ex parejas de Carlos Vermut y la redacción feminista de El País.
Lo ando diciendo desde hace tiempo. Los hombres estáis vendidos. Como una mujer despechada quiera arruinaros la vida, lo tiene fácil. Se ríen de lo de grabar el consentimiento y de poner un notario pero es que al final no va a quedar otra. Menos mal que aún quedamos mujeres normales.
Es verdad que las acusaciones por violación son muy difíciles de demostrar pero no podemos pasar de un extremo a otro. La frase “es mejor que diez personas culpables escapen a que un inocente sufra” debería seguir siendo la máxima procesal, aunque ya sabemos que para las feministas todos los hombres son culpables.
Me pregunto qué hubiera ocurrido si Alves no hubiese negado conocer a la chica en un principio (una torpeza por su parte, ¿no sabe que hoy hay cámaras en todos los sitios?, y hubiese cogido el toro por los cuernos contando su verdad desde un principio. Probablemente el resultado hubiese sido el mismo, visto lo visto, me temo
Alves solo se habría salvado si hubiera habido cámaras de seguridad dentro del baño. Y ni aún así lo tengo claro, que ya sabe que lo de Jenni Hermoso lo han convertido en una agresión sexual aunque lo haya visto todo el mundo.