Al contrario de esos periodistas que presumen de estar al servicio de la verdad —y no miramos a ninguna Silvia Intxaurrondo que renovó por un pastizal con la gubernamental RTVE poco después de meterle caña a Feijóo—, nosotros reconocemos que no somos neutrales y menos en este tema. Así que igual es una sensación contaminada por nuestros sesgos machirulos, pero nos da la impresión de que la cobertura mediática del 8M parece hecha con cierta desgana y con el piloto automático puesto. Una apatía que refleja también el cansancio de mucha gente con un 8M devorado por los partidos y organizaciones de izquierda.
Y es que siempre es igual. Empiezan unas semanas antes hablando de los grandes logros feministas, algunos cogidos por pinzas, y de las trabas del machismo estructural, siempre relacionados con los sectores involucionistas de la sociedad que suelen ser todos aquellos que no adoren el feminismo, y culminan con las manifestaciones que toman, desbordan, inundan o llenan las calles. Las crónicas son intercambiables de un año a otro. Es un guion que se cumple como la cobertura de las fiestas navideñas o los Reyes Magos: algo que toca dar con aparente ilusión pero qué coñazo, a ver si pasa pronto.
Un 8M cada vez más desinflado
Hace cinco años se manifestaron en Madrid unas 300.000 personas, en una época en la que el feminismo acudía unido y disimulaba más su radicalización. Luego vino la pandemia, con el Gobierno escondiendo los datos de contagio para que no se desinflara la asistencia y aún así se redujo a la mitad. Y después llegó el cisma feminista del siglo, el gran logro de Irene Montero. La ley del Solo sí es sí y, sobre todo, la ley trans ha dividido el movimiento en dos bandos irreconciliables, que se distinguen porque uno de ellos no sabe definir lo que es una mujer.
Como resultado, muchas mujeres han huido del 8M como los socialistas de Ábalos y a la última edición de Madrid han asistido solo 34.000 personas en dos manifestaciones enfrentadas a cara de perro. Y se considera todo un éxito ya que son 7.000 más que el año anterior.
Akira Toriyama eclipsa el 8M
Por si fuera poco, este 8M ha coincidido con la muerte del mítico Akira Toriyama, creador de Dragon Ball, un manga denunciado habitualmente por sexista y por violencia de género en Argentina, posiblemente el único país del mundo con más feminazis que España. Aunque Toriyama falleció hace una semana la noticia de su muerte se dio a conocer el ocho de marzo con el consiguiente cachondeo en las redes de que esta fecha se va a conocer a partir de ahora como el Día de Akira Toriyama en vez del Día de la Mujer. Ni que decir tiene que feministas y aliades, que no se suelen caracterizar por su gran sentido del humor, se lo han tomado bastante mal.
Pero no solo Akira Toriyama ha eclipsado este gris 8M. 37 hombres de Ceuta también lo han hecho. Bueno, ahora son 37 mujeres. O así lo pone el registro civil. Y da igual que tengan barba, voz grave o sean más cachas que Dwayne Johnson. Todo gracias a la ley trans que, ya aconsejábamos nosotros, invitaba a hacerse mujer para aprovechar los 497 —el año pasado eran 475— privilegios legales de las mujeres en España por sus ovarios morenos, también llamado medidas de discriminación positiva.
El sindiós de las leyes trans
Las leyes trans suelen ser un sindiós que pretenden normalizar y no estigmatizar la transexualidad, y que en la práctica son uno de los caballos de Troya favoritos de la izquierda identitaria. La norma española, entre otras lindezas, permite la autodeterminación de género libre a partir de los 16 años sin informes médicos, hormonación o cambio de nombre en el Registro. La mera palabra basta para modificar el género administrativamente y quien lo discuta se arriesga a penas de más de 100.000 euros por delito de odio. Un chollo no, lo siguiente.
Los precedentes internacionales no son precisamente halagüeños. En el deporte, al ver que se habían abierto las puertas del infierno, se tuvo que recoger velas para que la superioridad física de una musculatura biológica masculina no humillara a las mujeres una y otra vez. La World Athletics, la federación internacional de atletismo, y la Federación Internacional de Natación, prohibieron a las mujeres trans participar en la categoría femenina si habían pasado por una pubertad masculina tras casos como el de Lia Thomas. La nadadora trans pasó de ser el 462 del ranking masculino a pulverizar todos los récords femeninos con el subsiguiente mosqueo de muchas de sus rivales, que no solo se quejaron de que las machacaba en la piscina sino que, encima, tenían que ver su pene en el vestuario. Una clara muestra de transfobia, según los parámetros mentales progres actuales.
El experimento de Inocente Duke
El pene no se lo vieron pero sí la cara. Inocente Duke, uno de los YouTubers que se han cambiado el sexo en el registro para demostrar la locura de la ley trans, grabó una serie de vídeos de lo más reveladores. En uno de ellos se presentaba en el vestuario de mujeres de un gimnasio y sus responsables avisaban a la policía. Una vez comprobado su sexo femenino en el DNI, la policía le preguntaba si quería presentar una denuncia por delito de odio. Porque Inocente Duke es buena que si no les cae una multa a las tránsfobas mujeres biológicas del vestuario que se iban a acordar de la familia de Irene Montero.
El progresismo ha querido dar a entender que nadie se puede aprovechar de esta maravillosa y necesaria ley salvo que haya fraude. Por eso da publicidad a aquellos a los que se les deniega el cambio de nombre registral pero, como indican los jueces, por cada caso así «hay cientos de resoluciones favorables». Y entre ellas las de esos 37 hombres, reunidos en la asociación Trans no Normativos, en su mayoría militares, policías y guardias civiles que no han cometido fraude porque, sencillamente, han hecho lo que la ley les permite.
Escándalo en los platós
Algunos de ellos han pasado por varios platós televisivos —solo les faltó llevar una camiseta que pusiera «Gracias, Irene»— dando pie a escenas dignas de La vida de Brian ante el pasmo de presentadoras y colaboradores. Su cara era todo un poema cuando veían a la cabo Roberto decir que se siente «mujer lesbiana porque me gustan las mujeres» y que ahora es una «madre no gestante». O escuchar a la soldado Juanjo sentando cátedra en feminismo queer al afirmar con toda su pinta de señoro que «ser mujer hoy en España es un constructo social».
Maternidad no gestante y constructos sociales aparte, las nuevas mujeres también se refirieron a los beneficios que han obtenido desde que cambiaron de sexo en el Registro Civil. Ahora ven más posibilidades para sacarse las oposiciones a la Policía o a la Guardia Civil, ya que las pruebas físicas son menos exigentes. La palentina Francisco Javier Avellaneda, otro hombre que ha pasado por el registro, espera que siendo mujer pueda por fin recuperar a su hijo del que tiene la patria potestad que su ex esposa lleva ocho años sin reconocer. «Como hombre se han pisoteado mis derechos», ha asegurado. Espera tener más suerte en igualdad de condiciones.
Todos tránsfobos
A solo dos días del 8M, las nuevas mujeres han copado el interés informativo ante el estupor de las feministas tradicionales, ergo terfas, que ya habían advertido por activa y por pasiva que esto iba a pasar, partidos como Vox que también lo habían avisado, y a la cara de Pedro Sánchez, y las feministas LGTB, las únicas a favor de la ley trans pero a las que su sentido arácnido les dice que esta gente no son sus hermanes.
Pero con la ley en la mano, que solo permite la reafirmación, todos ellos podrían estar cometiendo delito de odio, así que se anden con ojo. ¿Qué es eso de dudar de una mujer trans? A Susanna Griso, que dijo que eran «unos caras», o a Sonsoles Ónega, que acabó de los nervios cortando el micrófono a la militar Francisco Javier —«No me he arrepentido nunca de haber traído a nadie al programa. A usted sí»— también las podrían acusar de ser unas tránsfobas de cuidado. Incluso a la propia e indignada Federación Estatal de Gais, Trans, Bisexuales e Intersexuales. España no puede ser más trans surrealista.
El elefante en la habitación
Puestos a arreglar las cosas, existen dos soluciones. Una es tirar abajo la ley trans y hacer otra mejor y menos ideológica. El otro camino consiste en igualar las leyes para hombres y mujeres, sin discriminaciones positivas de ningún tipo. Curiosamente, las feministas se ofenden terriblemente por estas situaciones que provoca la ley trans, pero esa opción de igualar los dos sexos ni siquiera la contemplan porque no ven el elefante en la habitación. O quizá lo ven demasiado bien.
¿Por qué unos hombres hechos y derechos iban a renunciar a los privilegios que les otorga el Patriarcado opresor pasando al bando de las oprimidas? ¿Solo por fastidiar? ¿Por afán de protagonismo? Llámennos locos pero igual es que tales privilegios solo existen en los ocurrentes lemas del 8M. Pero qué sabremos nosotros de esos temas, que tampoco entendemos que en una manifestación que apela a la sororidad universal entre mujeres se llame criminal a Isabel Díaz Ayuso o se grite contra el Estado genocida de Israel olvidándose de las mujeres violadas y asesinadas por Hamás.
Para mí que cada vez va menos gente a esas manifestaciones. Y respecto a esa ley, se sabía desde el principio que iba a ser un sindiós. Que habrá quien la use para su propio provecho y para su beneficio personal, pero solo están haciendo lo que la ley les permite. Con la ley en la mano, todo es legal. Que se anden con ojo quienes les cuestionan que se pueden llevar una sorpresa.
Sería digno de verse, todos disculpándose y pidiendo perdón apretando los puños para que no les cayeran las multas.
Es el legado que dejan Irene y Pam.
Y si un juez condena a alguno de estos por fraude de ley, ¿Qué será? ¿Juez machirulo o juez feminista?
Buena pregunta. Sería algo así como el juez de Schrödinger.