Que un colegio infantil tenga una comisión de género, así de entrada, ya no es buena señal. Y menos aún cuando esa comisión decide retirar el 30% de su biblioteca infantil por tóxica y machista. Eso es lo que hizo la escuela barcelonesa Tàber hace cinco años. La escuela explicó que fue «un malentendido», que solo querían reflexionar acerca de los contenidos de los cuentos infantiles en nuestra sociedad. Esa reflexión suponía que los alumnos más pequeños no podrían acceder a los doscientos títulos afectados que se irían sustituyendo progresivamente por otros más del gusto feminista. A los nazis de 1933 les habría sobrado tanta explicación: que quemen esa literatura decadente y se dejen de milongas.
Entre esos doscientos libros peligrosos que había que alejar de la mente de los niños de 1 a 4 años se encontraba la alienada y poco empoderada Caperucita Roja y uno de los relatos más tóxicos y sexistas jamás escritos: la leyenda de Sant Jordi, patrón de Cataluña y origen de una tradición popular que la izquierda en el fondo detesta y que intenta, de momento con poco éxito, adaptar a su forma de ver el mundo.
Una rosa para las mujeres, un libro para los hombres
Lo cierto es que es difícil que Sant Jordi le guste al progresismo, como no le gusta la Semana Santa o la Navidad. Para empezar, por esa costumbre de regalar rosas a las mujeres y libros a los hombres. Lo de las rosas empezó en el siglo XV y si los discursos sobre los estereotipos de género nos suenan a verborrea sectaria ahora, hace seis siglos sonarían a chino mandarín. Mucho tiempo después, a la Cámara Oficial del Libro de Barcelona se le ocurrió celebrar un día del libro aprovechando la muerte el mismo día de Shakespeare y Cervantes —que en realidad murieron con diez días de diferencia— y se hizo coincidir con la efeméride de la rosa. Y como a las mujeres ya se les regalaba la flor, el libro fue para los hombres que en aquella época eran los que más leían.
Con los años, y como la lectura le gusta a todo el mundo, el día del libro se ha ido haciendo unisex, que se decía antes. Lo de la rosa no ha tenido tanta suerte y es que, aunque la izquierda cultural se empeñe, las rosas siguen gustándole más a las mujeres. En 2017, UGT puso el grito en el cielo porque en la televisión pública se habló de que las mujeres recibían rosas y los hombres libros. «Es fundamental que se acabe con los estereotipos del Patriarcado», declaró un indignado dirigente del sindicato. En aquel lejano 2017 a todos nos hizo mucha gracia el cabreo de UGT. Ahora Televisión Española le dedicaría un reportaje a los hombres que adoran que les regalen rosas en su nuevo programa sobre nuevas masculinidades.
La leyenda machista de Sant Jordi
Pero el auténtico problema viene con la leyenda de Sant Jordi y el dragón. Y es que si encajar la perspectiva feminista con una costumbre galante del siglo XV está complicado, inténtelo con un relato que forma parte de los mitos primigenios de la humanidad para representar la lucha del orden contra el caos (o del bien contra el mal) y que aparece por primera vez en el poema babilónico Enūma Eliš hace cuatro mil años.
Y eso que lo han intentado. Ya el psicoanalista marxista Erich Fromm relacionó ese mito babilónico con el cambio de un matriarcado igualitario y feliz por un patriarcado desigual y autoritario. La derrota de la diosa primigenia Tiamat a manos del guerrero Marduk ha dado mucho juego a una rama del coñocimiento que se llama teología feminista y que suena un poco como la película The Wicker Man o el cómic Aguas calientes de Raúlo Cáceres pero sin la parte erótico-festiva que es la más divertida.
Un compendio de sexismo y masculinidad tóxica
La leyenda de Sant Jordi, versión catalana del mito del guerrero contra el dragón ancestral y que se hizo famosa en el siglo XIII con la Leyenda Dorada representando la victoria del cristianismo frente a Satán, no reúne precisamente los valores favoritos del feminismo. Un dragón aterroriza la villa de Montblanc que tiene que hacer sacrificios humanos para saciar a la bestia. El sorteo le toca a la hija del rey, para desgracia de Puigdemont al que no le tiene que gustar que sea un rey y no un presidente de la república. Entonces aparece un caballero a lomos de un corcel blanco que derrota al dragón y salva al reino.
El cuento lo tiene todo para que el feminismo eche espuma por la boca. Un compendio de lo peor del sexismo y de la masculinidad tóxica: una princesa indefensa y sumisa que acepta su cruel destino, un hombre valiente que la salva matando violentamente al dragón y que recibe como premio la mano de la doncella que se queda embobada tras recibir una rosa de amor. Solo falta un piquito del príncipe a lo Rubiales.
«No queremos ni príncipes azules, ni caballeros patriarcales»
Es normal que a las feministas el 23 de abril les produzca sarpullidos. No solo tienen que luchar contra la tradición de la rosa y el libro sino que encima tienen que soportar lo que consideran una representación simbólica del patriarcado y del mito del príncipe azul. Para las teólogas feministas es aún peor: para ellas el dragón es una dragona y les recuerda el dramático fin del matriarcado en el que todos vivíamos en paz y armonía.
«Hoy no celebro Sant Jordi —dijo una vez una de estas místicas del feminismo sagrado—, arquetipo del paladín patriarcal, sino a la dragona matrística que intentó asesinar. En medio late el mito del príncipe azul que ha nublado por completo las mentes de las mujeres… No queremos ni príncipes azules, ni caballeros patriarcales que pretendan salvarnos ¡Queremos a la Dragona, para volar sobre su lomo, y a hombres compañeros con quienes celebrar la vida!»
Por hombres compañeros entiéndanse aliades. Y por celebrar la vida, claro, hacerles comulgar con las ruedas del feminismo bajo la amenaza de la denuncia por machismo o por violencia con todo aquello que incomode a las feministas. Ellas vuelan sobre la dragona; ellos se arriesgan a que se los coma si se salen del camino marcado.
La princesa ya no necesita a Sant Jordi
Con una leyenda tan arraigada y popular pero políticamente poco correcta para estos tiempos, la izquierda feminista ha intentado reconducirla. En 2019, la Setmana Medieval de Montblanc anunció el estreno de una cantata infantil «para romper estereotipos de género». En la obra, una princesa valiente y un príncipe «más bien dulce» unen fuerzas para derrotar a un dragón que, al final no es tan malo como lo pintan. La Vanguardia la presentó con entusiasmo: «La princesa ya no necesita a Sant Jordi para salvarse del dragón». Que nosotros sepamos solo se representó aquel año. Exitazo.
La cantata no es un caso único. Desde hace unos años se intenta actualizar la fiesta con Santa Jordina, «una nueva heroína que desafía la tradición», según el digital catalán VilaWeb. La versión feminizada y feminista de Sant Jordi ha protagonizado ya unos cuantos títulos editoriales dirigidos al público infantil que es el que mejor se lo pasa con la leyenda y es más fácil de adoctrinar. Está feo que crezcan con Caperucita Roja, La Bella Durmiente o el Sant Jordi de toda la vida, pero que lo hagan con una versión política cargada de ideología, en cambio, es perfecto. Porque ya que se cuenta la leyenda con perspectiva de género, de paso, se le añade un poco de republicanismo, lucha de clases, justicia social, ecopacifismo y crítica al capitalismo.
Abran paso a Santa Jordina
La revolta de Santa Jordina es el ejemplo perfecto de estos nuevos cuentos infantiles. La sinopsis es espectacular: «Montblanc ha votado: no quiere vivir más bajo las órdenes de un rey tirano. Pero el monarca no piensa abandonar los privilegios así como así y pide refuerzos. El Dragón Mercado, despiadado y voraz acude a su rescate. La Jordina, alma libre y conciencia crítica, será la primera en rebelarse. El pueblo se movilizará porque saben que solo saldrán adelante si actúan juntos y a la vez. No esperarán que ningún caballero les saque las castañas del fuego». Seguro que la escuela Tàber tiene este libro en un lugar de honor de su biblioteca infantil.
Si después de leerle esto a su hijo no le denuncia por maltrato y lesiones psicológicas puede continuar con otros apasionantes títulos como Santa Jordina, con un dragón pacífico liberado por Jordina de un domador (hombre, claro). O Georgina i la dragona donde veremos a nuestra heroína rescatar a un príncipe de una dragona que al final se hace vegana. La Jordina i el drac Parrac y La fantàstica llegenda de la Jordina completan esta antología a la que solo le falta una Sante Jordine trans.
Íbamos a hacer el chiste de que Netflix tiene un filón con estas obras, pero llegamos tarde. La plataforma estrenó el 8M la empoderante Damsel que va de una princesa que van a sacrificar a un dragón y al que ella sola se enfrenta para acabar haciéndose su amigui, porque en realidad no es más que una madre desesperada a la que unos hombres le mataron sus dragoncitos. Sí, le hemos hecho un spoiler como una casa pero le estamos salvando de perder dos horas de su vida.
Sant Jordi resiste
En su momento, Público entrevistó a una profesora de la Universidad Pompeu Fabra que es, dato importante, activista feminista. Y, por supuesto, todas estas reinterpretaciones literarias le parecen maravillosas ya que Sant Jordi reproduce «patrones patriarcales y androcéntricos» y hay que evitar «seguir transmitiendo a las nuevas generaciones esta estructura guerrera y las figuras heroicas que nacen del patriarcado».
El reportaje del digital incluía entrevistas a varias librerías, apostamos que feministas también, que se sumaban al aplauso de estas relecturas aunque añadían, algo a regañadientes, que «la leyenda típica y los cuentos tradicionales son los que tienen más éxito». Si es que no hay derecho. Entre eso y la rosas para las mujeres así no hay quien pueda con ese machirulo de Sant Jordi, que encima seguro que ni siquiera es independentista.
Este mundo está perdido cuando también se empeñan en querer cambiar las leyendas y quieren quitar los cuentos de toda la vida por sus desvaríos. Mientras siguen luchando contra ese patriarcado inexistente yo seguiré celebrando San Jordi comprando un libro y esperando mi rosa.
Así se habla. Es usted toda una alienada del Patriarcado, querida Merce. Estoy orgulloso de usted xD