Taylor Swift Woke

Este gran momento piriodístico culminó varios días de cobertura delirante en la que el progresismo mediático y político ha intentado arrimar a su ascua los dos conciertos de The Era Tour en ese novísimo Santiago Bernabéu que, según quién se lo diga sea más o menos madridista, es una instalación prodigiosa que Florentino Pérez le ha regalado a la humanidad o una tortura sonora insoportable capaz de provocar suicidios en masa.

Taylor Swift acaba en España con el Patriarcado de los conciertos

Algunas de esas crónicas periodísticas que lamían las botas de Taylor Swift eran de lo más pintorescas, pero ninguna como la de Cadena Ser: «Taylor Swift lleva al éxtasis a miles de fans en Madrid y acaba con el patriarcado de los conciertos». La Ser dándolo todo, incluso la dignidad periodística, para convertir el evento musical del año en un hito feminista aunque para ello hubiera que borrar de un plumazo a Madonna, Tina Turner, Whitney Houston, las Spice Girls, Celine Dion, Beyoncé o Lady Gaga, que se ve que debían de ser unas vendidas del Patriarcado a cuyos conciertos iban solo machirulos y alienadas.

Pedro Sánchez, que presume mucho de swiftie, se sumó a la rentabilización política del paso por España de la cantante más escuchada en Spotify: «La economía va como la carrera de Taylor Swift: imparable» o «España es la Taylor Swift de las economías europeas» fueron algunas de sus perlas. Si quiere emocionarse aún más, tiene la noticia de El Mundo Deportivo que informa de que la diva de Nashville le habría lanzado un guiño a nuestro presidente cantando su tema favorito, aunque lo más probable es que Taylor Swift no tenga ni idea de quién es ese tal Pedro Sánchez.

Musa del progresismo… desde 2018

En cualquier caso, que la izquierda mediática y política busque identificarse como sea con la milmillonaria cantante no debería extrañarnos. Taylor Swift es una de las musas oficiales del wokismo yanqui, el modelo a seguir de los progresismos europeos, y todo lo que toca se convierte en una causa empoderadora, inclusiva y diversa. Pero no ha sido siempre así. De hecho, no sucedió hasta 2018, doce años después de que empezara su carrera en el country.

Hasta esa fecha, Swift había permanecido en un limbo ideológico sin ganas de meterse en berenjenales políticos. Bastante tenía con las cosas típicas de lidiar con el meteórico éxito que la ha convertido en un fenómeno de masas y las movidas propias entre divas, como su enemistad nada sorora con Katy Perry y la agria polémica que mantiene desde hace años con el rapero Kanye West y su entonces mujer Kim Kardashian. Añádase a eso la demanda que ganó a un DJ que la había denunciado por hacer que lo echaran de su trabajo acusándole, según él falsamente, de tocarle el culo y que la convirtió en una publicitada pionera del #MeToo.

Los tiempos en que Taylor era racista y una diosa aria

En esos años, el silencio político de Taylor Swift se interpretó como un apoyo implícito a los republicanos —cumpliendo el axioma de que el progre, que se siente moralmente superior, lo cacarea a los cuatro vientos y el conservador suele ser más discreto— lo que la llevó a ser objeto de la ira woke por el vídeo de Wildest Dreams (2015), un homenaje al cine clásico con guiños a Memorias de África en el que la artista rubia —aquí morena— fue tachada de racista por no poner a ningún negro en la selva africana. Una «muestra de colonialismo blanco voraz», según algunos medios, que incluso llegaron a preguntarse si esto podía ser el inicio del fin de la carrera de la cantante.

Tan solo un año después de aquella polémica, los nazis yanquis decidieron nombrarla su musa oficial. Blanca, más americana que la Coca Cola, rubísima de ojos azules, rica y poderosa. Los supremacistas de Estados Unidos la veían como una mezcla de Barbie, Theodore Roosevelt e Ilsa, la loba de las SS, y se pusieron cachondísimos. «Taylor Swift es una nazi camuflada que está esperando el momento en que Donald Trump gane para anunciar sus ideales arios al mundo. Probablemente se comprometerá con el hijo de Trump y serán coronados imagen de América», escribió en The Daily Stormer su alucinado editor, Andrew Anglin, seguramente puesto hasta arriba de Pervitin caducado desde 1945.

Taylor Swift sale del armario político

Unos visionarios estos nazis. Dos años más tarde, Taylor Swift salía del armario político, y si usted visualiza lo que se espera de una diosa aria se encontrará justo lo contrario: una diosa woke, que no sabemos que es peor.

«En el pasado he evitado emitir mis opiniones personales sobre política, pero debido a varios acontecimientos que han tenido lugar en mi vida y en el mundo, he cambiado de opinión al respecto», escribía a sus más de 250 millones de seguidores de Instagram —casi tantos como habitantes de Estados Unidos— pidiendo el voto para el representante demócrata de Tennessee en las elecciones de mitad de mandato y atacando a la candidata republicana, Marsha Blackburn, a la que más tarde se referiría como «Donald Trump con peluca».

El nacimiento de una activista

La victoria de Trump había coincidido con una época algo oscura de Taylor Swift: el ataque de los seguidores de Kanye West y Kim Kardashian que la consideraban una falsa y una mentirosa, la ruptura con su novio Calvin Harris y las críticas por no haber tomado partido contra Trump, a diferencia de la mayoría del establishment del espectáculo que ya empezaba a vender el marketing demócrata de que el presidente republicano era el gran Satán. Y es en ese momento de horas algo bajas cuando Taylor Swift se vuelve Hillary Clinton y, casualidades de la vida, recibe el encumbramiento mediático definitivo disparando aún más su popularidad. Por fin Taylor es de los nuestros.

Ese paso se consolida en Miss Americana, el documental producido por —cómo no— Netflix en el que Taylor Swift, según recoge Variety, «conteniendo las lágrimas», recuerda el momento en que pidió el voto por los demócratas para estar «en el lado correcto de la historia». El proclamado por los medios nacimiento de una activista que retrata Miss Americana muestra a una mujer que despierta y defiende de repente todos los mantras progresistas: el feminismo post MeToo, el aborto, la lucha contra el racismo estructural, los derechos LGTB supuestamente pisoteados, y el antitrumpismo.

Las ventajas de estar en el lado correcto de la historia

Por si quedaban dudas, que no quedaban, lo dejó claro en unas declaraciones para V Magazine, compartidas en sus planetarias redes sociales: «Voy a votar con orgullo por Joe Biden y Kamala Harris en las elecciones presidenciales de este año. Bajo su liderazgo, creo que Estados Unidos tiene la oportunidad de iniciar el proceso de sanación que tanto necesita». Taylor Swift pasó de no meterse en política a parecer un tertuliano de La Sexta y a posar en Instagram con galletitas de Joe Biden. Ya lo de que Estados Unidos y el mundo han sanado con Sleepy Joe y la desaparecida en combate Kamala Harris lo dejamos para otro documental de Netflix.

El pacto con el diablo woke tiene muchas ventajas. Le ha supuesto a la cantante la tranquilidad que otorga estar en el lado correcto de la historia. Libre de la sospecha de ser de derechas, ya no hay campañas mediáticas sobre el racismo de sus videoclips ni la asocian a nazis perturbados. En vez de eso, su caché sube como la espuma: persona del año para la revista Time en 2023, entrada en la lista Forbes de las personas más ricas del mundo —1.100 millones— y mujer más importante en 2024 para Forbes por delante de Ursula von der Leyen y la sanadora Kamala Harris. Incluso la han propuesto al premio Nobel de Literatura, siguiendo la estela de Bob Shakespeare Dylan. Así se empodera hasta una gitana de las 3.000 viviendas.

Luchando contra el cambio climático en jet privado

Y como estrella activista protegida, Taylor también se puede permitir el lujo de preocuparse por el cambio climático y al mismo tiempo volar en aviones privados, siendo la artista que más huella de carbono dejó en 2022, bajando al puesto 31 en 2023 después de que sus abogados hayan amenazado al joven que monitorizaba sus vuelos por atentar contra su intimidad, causarle un gran estrés —una «cuestión de vida o muerte», según los abogados— y promover su acoso. Acoso, por cierto, el que recibió el joven, asediado en las redes sociales por miles de swifties justicieros.

Por supuesto, si se critica a la autora de Blank Space por usar sus jets privados hasta para ir a comprar el pan es por machismo, una cortina de humo que nos desvía del auténtico problema climático o una oportunidad de oro para que la cantante (que ama la naturaleza porque —dicen sus fans— la menciona muchas veces en sus canciones) recapacite y se convierta en la heroína climática que necesitamos. Según un trabajo de un investigador de la Universidad de Pensilvania, Taylor Swift puede movilizar a las masas componiendo un gran himno, «una balada climática de proporciones épicas que permanecerá durante generaciones». Y si ya la canta junto a Greta Thunberg va a dejar el We are the World a la altura de la música de ascensor.

La pesadilla de Trump

Ahora mismo, Trump debe de tener pesadillas con la rubia ganadora de catorce Grammy. Bueno, con dos rubias contando a la actriz porno Stormy Daniels, que también ha ganado trece premios usando la garganta pero sin cantar una nota. Si hay alguna estrella con capacidad de influir en millones de potenciales votantes esa es ahora mismo Taylor Swift. La paranoia republicana ha llegado a imaginarse una gran conspiración demócrata amañando la mismísima final de la Superbowl, más o menos en la línea de lo que piensan los aficionados del Barcelona de las quince Champions del Madrid.

Según esta teoría tan espectacular como la de la diosa nazi de The Daily Stormer, la cantante sería un activo secreto del Pentágono que usaría su popular romance con la estrella del fútbol americano Travis Kelce para movilizar el voto juvenil en favor de Joe Biden y derrotar a Trump en las elecciones de noviembre.

¿Decidirán los swifties?

Suena alocado, cierto, pero después de ver a Donald Trump perseguido por tierra, mar y aire, pasando por una comisión de investigación que parece una mala película de Hollywood, con cuatro causas penales abiertas promovidas por los demócratas y condenado por el caso Stormy Daniels tras un juicio más preparado que el pollo al curry, iniciado por un fiscal de distrito demócrata, con un juez colombiano simpatizante de Joe Biden y que tuvo un jurado formado por ciudadanos de uno de los Estados más demócratas del país, nosotros no ponemos la mano en el fuego por nadie.

Y menos aún por los enemigos de un Trump que, a pesar de todo, sigue en la carrera por volver a la Casa Blanca con más apoyo —y detractores— que nunca y batiendo récords de donaciones tras su condena, 53 millones en 24 horas. A ver si va a ser verdad que lo único que puede derrotar al ex presidente es, como decía el humorista Jimmy Kimmel, un ejército de swifties cabreados. Un ejército que baila, canta y vota lo que les diga su diosa woke.

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4 comentarios

  1. Menuda se ha armado con los conciertos de la chica esta. El nivel de fanatismo de sus fans supera con creces a los de Rosalía. Con decir que, además del Nobel de Literatura, hay una campaña de recogida de firmas para que le den el de la Paz…

    1. ¿El de la Paz también? Ya puestos que le den también el de Física y el de Medicina. Para una artista tan empoderada y completa como ella pocos me parecen.

  2. Conocí tu blog hace un mes, no sé ni cómo llegué a El y terminé haciéndome adicto. Muchas risas y la medidas perfectas de acidez, ironía y sarcasmo, además de mucha info bien investigada de los temas y personajes. Me declaro fan. Pensé en estos días encontrarme con el Sánchez vs Milei, pero bienvenido el de Taylor. Saludos!

    1. Muchas gracias, Alfonso. Comentarios como el suyo son bienvenidos y animan más que el Twitter de Sabrina Salerno. ¡Un abrazo y seguimos en la brecha!

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