Cuando en 1992 se celebró el quinto centenario del descubrimiento de América, los fastos fueron contestados por una izquierda minoritaria que consideraba que no había nada que celebrar porque los descubridores civilizaron a cañonazos a los pobres indígenas. Lo cierto es que en aquel ya lejano 92 nadie les hizo demasiado caso. Con sus luces y sombras, solo algunos ponían en duda la gesta civilizadora que, gracias al mestizaje que no al genocidio, alumbró la América que ahora conocemos y que la mayoría celebramos. Pero con el tiempo, este revisionismo ha ido creciendo alimentado por uno de los movimientos más dañinos de nuestra época: el progresismo woke, que idealiza el pasado y siente la necesidad de reparar la historia juzgándola con los indignados ojos del siglo XXI. Para ellos Hernán Cortés fue poco menos que un fascista de la extrema derecha y Moctezuma un precursor del Che.
El multiculturalismo indigenista controlado por la izquierda ha hecho de esta moda una nueva y exótica lucha de clases y ha sabido aprovechar bien esta revisión de la historia americana. La muerte de George Floyd —según parece, el policía que lo mató iba en la Santa María con los hermanos Pinzón— aumentó sus iras contra el bueno de Cristóbal Colón, personificación de todo lo que odian del hombre blanco ya que él fue el primero. Así, los demócratas y el Black Lives Matter llevan desde entonces reivindicando el Día de los Indígenas siguiendo la estela de Hugo Chávez, que lo propuso por primera vez en 2002, una jornada festiva que se celebra derribando o decapitando estatuas de Colón.
El trauma de la conquista
Pero nosotros no vamos a poner el foco en Estados Unidos, que bastante tienen con haber exterminado a su población nativa. Vamos a espolear nuestros caballos y cruzaremos a galope el Río Bravo al ritmo de Los siete magníficos, buscando algo de sentido común en el México lindo. Spoiler: no lo encontraremos.
La negativa de la nueva presidenta Claudia Sheinbaum a invitar a Felipe VI a su toma de posesión es solo el último capítulo de una historia que, en palabras del historiador y divulgador mexicano Juan Miguel Zunzunegui, podríamos resumir como el trauma de la conquista. Y no es una hipérbole. La conquista española tiene a la izquierda mexicana en el diván, traumatizada. Y a la española también, que no paran de pedir perdón cada Día de la Hispanidad con su hashtag #Nadaquecelebrar, la misma matraca desde 1992.
Añorando Tenochtitlán
En México, el asunto se ha enconado desde 2019, año en el que se calentaban motores para la conmemoración de los 500 años de la caída del imperio azteca. Entonces, el presidente, el hábil populista Andrés Manuel López Obrador —de nombre claramente azteca, pero de los aztecas de Cantabria— escribió al Vaticano y a Felipe VI instándoles a pedir perdón por la conquista que él rebautizó como resistencia indígena, así como el Día de la Hispanidad pasó a llamarse Día de la Nación Pluricultural. El gobierno español se hizo el sueco pero el papa Francisco entró en el juego y se disculpó por hechos sucedidos hace 500 años poniendo la otra mejilla para que López Obrador se la acabara cruzando a leches.
En este ambiente de lo más caldeado por la izquierda nacionalista mexicana, no es de extrañar que una céntrica estatua de Colón fuera retirada ante las amenazas de vandalismo. Grupos feministas erigieron en su lugar la silueta de una mujer con el puño levantado dándole el nombre de lugar de mujeres en lucha. En pleno éxtasis indigenista-feminista, el partido del gobierno anunció que, en lugar de Colón, se colocaría la estatua de una india olmeca. La obra se le encargó a un afamado escultor que tuvo la desgracia de ser un hombre blanco, lo que aumentó más el esperpento. El activismo cultural del país rechazó al escultor y pidió que se creara un comité de mujeres de pueblos indígenas para elegir a la creadora del monumento.
El veto a Felipe VI pero no a Putin y Maduro
Con la elección de la primera mujer presidenta de la historia de México, la sucesora de AMLO Claudia Sheinbaum, esta también de pura cepa mexica, pero de los mexicas judíos del este de Europa, la señora —que por cierto es la que decidió cambiar la estatua de Colón por la india— decidió no invitar a Felipe VI recordando que el monarca español no había contestado la carta de cinco años antes, provocando una innecesaria crisis diplomática que, de momento, se ha saldado con la no asistencia de ningún representante español a una ceremonia a la que, en cambio, están invitados Vladimir Putin o Nicolás Maduro, nombres que tranquilizan a la izquierda mexicana porque no son descendientes de Hernán Cortés.
En España, nuestros zurdos han aprovechado la polémica para apoyar a sus hermanos mexicanos que, como hemos visto, tienen sus mismas taras, y atizar a la monarquía, uno de sus deportes favoritos. Ya lo hicieron cuando el Rey no se levantó ante la supuesta espada de Bolívar en la toma de posesión de Gustavo Petro, en Colombia. En aquel caso, Podemos se quejó de una falta de respeto «a un símbolo de América Latina». Nosotros tenemos la teoría de que Felipe VI no se levantó porque no sabía si aquella reliquia era auténtica, con media docena de espadas del Libertador repartidas por el continente, algunas de ellas, como la de Pietro, con una historia más azarosa que la del pene de Rasputín.
La izquierda española saca la guillotina
Con esta nueva crisis, la izquierda antimonárquica ha vuelto a sacar a pasear su guillotina. «La presidenta de México, votada por más de 35 millones de personas no invita a su toma de posesión a un señor que no ha votado nadie, elegido por fecundación en una dinastía reinstaurada por Franco», tuiteaba el inefable Echenique. Ione Belarra se quejaba del «servilismo monárquico» del gobierno por no dejar al Rey a los pies de los caballos, que era lo suyo. «Viva México, cabrones», declaraba sutilmente Gabriel Rufián sobre el veto a Felipe VI. «Se ve que preferimos mandar a Abascal o a Pérez-Reverte vestido de Alatriste», dijo, en fin, Pablo Iglesias, que debe soñar que es Hernán Cortés azotando indias desnudas hasta sangrar.
Eso sí, de las quejas de la población indígena mexicana, cada vez más pobre, y que se lamenta de que el gobierno siempre les utilice o no les tenga en cuenta (como con el megaproyecto del Tren Maya que atravesará diez reservas naturales), en cambio, no les hemos visto ni una sola palabra. Se les habrá pasado con tanta infamia borbónica por denunciar y tanto genocidio español por expiar. Las prioridades son las prioridades.
Quinientos años de leyenda negra
La propaganda protestante de los Países Bajos y de la Pérfida Albión, junto a la de los ilustrados franceses, que popularizaron nuestra leyenda negra difundiendo masivamente la Brevísima ––y exageradísima— relación de la destrucción de las Indias de Bartolomé de las Casas, se sentiría orgullosa de cómo una de las grandes fake news de la historia sigue sentando cátedra. Que hubo conquistadores violentos, misioneros poco cristianos y encomenderos sin escrúpulos, no cabe duda. Y que lo peor de la conquista española no tiene nada que envidiar a la de otros imperios coloniales que se acuerdan más de nosotros que de ellos, también.
Pero a diferencia de estos, en general, la América hispana floreció formando parte de un imperio que los vio como españoles de pleno derecho, que legisló para evitar excesos y que les dio lo que consideró lo mejor de la España cristiana de la época. Las 23 universidades abiertas para criollos y nativos, en las que se licenciaron 150.000 personas, son un ejemplo, con cátedra incluida de lenguas indígenas. Un qué han hecho los romanos por nosotros de manual. De la voluntad de mestizaje no cabe duda y la propia Isabel la Católica invitó a ello: «Cásense españoles con indias e indias con españoles».
Demagogia hispanófoba
En el Norte, los colonos ingleses no se casaban con los nativos: los exterminaban. Que se lo digan a los pequot y a los narragansett, o a los indios del Pontiac, a los que regalaron adrede mantas contaminadas de viruela, un hecho histórico que AMLO en su hispanofobia trasplantó maliciosamente a México haciendo sangre de las enfermedades que importaron los españoles. «Los españoles nos trajeron la viruela y en tres siglos ni siquiera fueron capaces de crear una vacuna», manifestó indignado. A ver, AMLO, puestos a hacer demagogia con los avances científicos, tus queridos aztecas no conocían ni la rueda.
López Obrador y Claudia Sheinbaum tienen suerte. Si en vez de Hernán Cortés y la Corona Española les hubiera tocado el general Custer y el destino manifiesto de los Estados Unidos, probablemente ahora no tendrían conquista de la que quejarse ni mexicanos que les escucharan.
Los mitos de la conquista
A pesar del hecho obvio de que México no existiría sin el imperio español, su narrativa nacionalista se empeña en hablar de genocidio ayudado por la historiografía anglosajona que describe un cataclismo demográfico de hasta un 95% de población prehispana desaparecida tras la conquista, entre enfermedades y conquistadores psicópatas. El dato no se sostiene, lo dicen hasta los propios expertos mexicanos que fechan en los siglos XIX y XX la debacle indígena mexicana. Efectivamente, cuando el Virreinato de Nueva España dio lugar al México independiente, en 1821, más del 60% de la población era indígena. Un siglo después, había bajado al 29% y ahora no llega al 7%. Pero la culpa es de Hernán Cortés.
Lo mismo sucede con el mito del saqueo del oro. Zunzunegui recuerda que en 300 años de Virreinato se extrajeron unas 200 toneladas de oro. En un siglo de independencia, las mineras canadienses, las seis que controlan el 70% de la explotación, ya habían sacado 1.400 toneladas, favorecidas por las propias leyes mexicanas, especialmente la Ley Minera de 1992, sí, el año del #Nadaquecelebrar.
México sin la mitad de México
Y ya puestos, tampoco se le puede echar la culpa a España de los desastres políticos y militares de los mexicanos. Después de perder Texas porque el ejército de Santa Ana se echó una siesta, Estados Unidos, con muchos menos soldados, le arrebató la mitad del territorio, incluyendo los actuales estados de California, Arizona, Colorado, Utah y Nevada. Un desastre para México. Y en tiempo récord: no habían pasado ni 30 años desde la independencia. Ni Speedy Gonzales.
Viéndolo en perspectiva, puede que López Obrador y su discípula tengan razón: España debería pedir perdón a los mexicanos. Pero por darles la independencia y dejarlos solos.
Hernán Cortés contra los simpáticos aztecas
Pero los conquistadores acabaron con los aztecas, esa civilización mesoamericana tan maravillosa y avanzada que convivía en plena armonía con sus vecinos, me dirá usted poseído por el espíritu de un fervoroso activista. Pues más bien no. Hernán Cortés tenía medio millar de hombres. Los que realmente acabaron con los aztecas fueron los pueblos sojuzgados por ellos como los totonacas, los tlaxcaltecas y los cholultecas, que se unieron al conquistador extremeño y ajustaron cuentas con los mexicas que habían impuesto un régimen de terror, les sangraban a tributos y les arrancaban el corazón, y no en sentido metafórico. Entre 20.000 y 30.000 sacrificios humanos anuales realizaban los alegres mexicas que, además, incluían la carne humana en una dieta que no era precisamente ecosostenible.
Cuando Tenochtitlán cayó, los soldados de Hernán Cortés alucinaron con la saña con la que los tlaxcaltecas y demás tribus se empleaban para que no quedara vivo un solo azteca. Si cuando la historiadora Inga Clendinnen, citada por María Elvira Roca Barea en Imperiofobia y Leyenda Negra, dice que lamentar la desaparición del imperio azteca es como lamentar la derrota de los nazis en la Segunda Guerra Mundial será por algo.
La torre de las calaveras
Durante muchos años, las crónicas de los conquistadores hablando de la crueldad de los sacrificios aztecas se consideraron una leyenda urbana por parte de quienes nunca dudaron de la leyenda negra sobre los españoles, que tiene su guasa. Las crónicas de Francisco López de Gómara recogiendo testimonios de los hombres de Hernán Cortés sobre muros y torres formados por calaveras humanas se han confirmado cientos de años después, con los descubrimientos arqueológicos. Especialmente revelador fue el hallazgo del tzompantli del templo mayor de Tenochtitlán, una torre formada por decenas de miles de calaveras de hombres, mujeres y niños.
Algunos historiadores piden calma y analizarlo en su debido contexto sin hacer lecturas presentistas, valorando que los sacrificios humanos rituales eran frecuentes en las culturas precolombinas y solían tener significados religiosos que ahora, evidentemente, se nos escapan. No deja de ser curioso pedir prudencia y contexto histórico cuando se es incapaz de aplicárselo a los españoles del siglo XVI.
Museos descolonizados
A las ínfulas de la izquierda nacionalista mexicana solo le faltaba el aderezo del complejo de culpa woke del progresismo occidental. España se ha sumado, con su ministro de Cultura comunista a la cabeza, a la moda occidental de la descolonización de los museos. Devolver lo robado, lo llaman. Una nueva forma de revisionismo histórico que busca que los públicos examinen su relación con el pasado colonial y los expolios realizados. Y de paso socavar la cultura occidental que siempre viene bien.
La descolonización no solo implica devolver objetos sino cadáveres y restos momificados de hace siglos para «darles un trato digno como a cualquier ser humano». Esta genialidad de la posmodernidad progre, una ley de memoria histórica a lo bestia con su puntito de necrofilia, ya se hace con los restos de los indios en Estados Unidos que, ley federal mediante, deben volver a sus tribus en las reservas, suponiendo que aún existan, claro.
Aquí, siguiendo esa estela fulgurante del progreso, la izquierda ya está reclamando la devolución a Canarias de una momia guanche que está de lo más tranquila en un museo de Madrid. Hay que entenderlos, que tantos años exhibiendo la momia de Lenin en la Plaza Roja los ha hecho especialmente sensibles con este tema.
Decir América es de fachas
Si piensa que nada puede mejorar este circo, espere, que aún hay más. En 1977 una reunión de colectivos indígenas en Suecia propuso usar el nombre de Abya Yala en vez del de América, que también es blanco, colonial y facha. La palabra proviene supuestamente del pueblo guna de Panamá y fue popularizada por un activista boliviano y comprobada por otros de su misma cuerda, sin más fundamento histórico que sus cojones morenos. Pero qué más daba, lo importante era el gesto político de sustituir el término opresor América.
Lo cierto es que la palabreja no ha prosperado mucho porque tiene toda la pinta de ser un invent digno de Alvise, pero ahí está todo un Museo Antropológico Nacional etiquetando ahora sus cartelas con América /Abya Yala porque, aseguran, es un término muy empleado. No nos cabe duda de que lo será en algún universo paralelo. El mismo en que el imperio azteca era un paraíso social de los derechos humanos hasta que vino el malvado Hernán Cortés, machista y asesino, según lo definió la experta en cuñadismo mesoamericano Mercedes Milá en el programa El mejor de la historia. La llega a escuchar Doña Marina, alias la Malinche, y la arrastra por los pelos desde Tenochtitlán hasta Tehuantepec.
Menuda turra dan con este tema. Y como hay quien le sigue el juego… Seguro que en aquel momento de la Historia se habrían abrazado a Cortés como locos para ponerse a salvo pero ahora no hay nada que les guste más que ponerse de víctimas. Y yo no digo ná, pero el 12 de Octubre está a la vuelta de la esquina.
¡Anda que no son plastas! Es uno de esos días en que la función de silenciar en Twitter se agradece más. Feliz Día de la Hispanidad por adelantado, Merce.