La guerra es encarnizada. Y no nos referimos a la operación militar especial en Ucrania, que defienden los periodistas y analistas políticos a sueldo del Kremlin que inundan las redes de propaganda prorrusa, en vez de estar del lado de los buenos y convertir a un actor títere de la OTAN en el héroe moderno de nuestros tiempos. Tampoco estamos pensando en la guerra de Gaza que ha sacado lo peor del antisemitismo de la izquierda y el eterno odio (recíproco) del pueblo elegido hacia los palestinos.
Ni siquiera nos referimos a la salvaje campaña electoral en Estados Unidos, que enfrenta al defensor de gatitos devorados por inmigrantes a la maquinaria propagandística del Partido Demócrata y a sus correas de transmisión, el progresismo occidental. Después de hacer un ridículo histórico con el senil Biden, ahora promocionan en tiempo récord a Kamala Harris usando cualquier artimaña a su alcance, desde debates con moderadores nada neutrales hasta la minimización mediática de las consecuencias de haber demonizado a Trump, al que ya han intentado asesinar dos veces. Si eso le hubiera sucedido a la candidata demócrata no dude en que se hablaría a todas horas de los discursos de odio del supremacismo blanco. Pero como le ha pasado a la Bestia, pelillos a la mar, cómo se victimiza este nazi por nada y chistes de Uuuuuy, por poco. A ver si a la tercera va la vencida.
Pero nada de todo eso se puede comparar a la guerra que se ha desatado en España por dos programas de televisión. No se había visto tal combate entre la luz y las tinieblas desde que Isildur le cortó la mano a Sauron. Que ese debate para besugos se haya instaurado en una parte de la sociedad española merecería nuestra compasión, si no fuera porque aquí solo nos compadecemos de Katy Perry y de la redactora de cierto artículo de La Vanguardia sobre el déficit masculino, que quiso reflejar que los hombres no estamos a la altura de las mujeres feministas y le ha salido la historia de la loca de los gatos de Los Simpson (Juan Soto Ivars dixit).
Broncano llega con bronca
El estreno de La Revuelta de David Broncano se anunciaba bronco, valga la redundancia. Las malas lenguas aseguraban que era una apuesta personal de Sánchez para acabar con su némesis televisiva, ese Pablo Motos que, en vez de practicar la sana genuflexión al líder que lleva las riendas de España a golpes de cambios de opinión, da libertad a sus invitados para que lo pongan a parir. Fascismo puro y duro.
El capricho de Sánchez se llevó por delante a la presidenta y al director de contenidos de Televisión Española y finalmente aterrizó en la televisión que pagamos todos a cambio de 28 millones por dos temporadas que, aunque suene a cachondeo, no es caro comparado con otros programas de RTVE. Era la hora de la verdad. David (Broncano) contra Goliat (Motos), imbatible durante más de una década y descuartizador de rivales en las áridas tierras del access prime time. El último, Jorge Javier Vázquez que se quedó descompuesto y sin cuentos chinos.
Dos programas arrasando en el prime time
Contra todo pronóstico, la varita socialista ha hecho magia y La Revuelta, que venía de una plataforma privada mucho más minoritaria, ha empezado con buen pie, superando incluso algunos días la audiencia de El Hormiguero, con un guion ágil que se ríe de su propia leyenda negra sanchista como meta-referencia chistosa y que hace de la guerra con Pablo Motos un guiño cómplice con sus espectadores e invitados.
Frente a él, paradójicamente, Pablo Motos también arrasa. Su programa ha superado los tres millones de espectadores aunque los que le odian hablan del inicio de su decadencia. Tampoco les haga mucho caso, que estos ya quedaron en ridículo a principios de año cuando convirtieron una escena guionizada con Sofía Vergara en la humillación definitiva. Hasta Alan Barroso, que ya es decir, ha demostrado más sentido común que estos agoreros cuando asegura que los dos programas tienen su espacio y pueden coexistir. Nunca pacíficamente, aclaramos nosotros, que la tele es más peligrosa que un busca en manos de Hezbolá.
La nueva guerra civil
Que dos presentadores, dos productoras o dos cadenas se maten por el share no debería sorprendernos. Más nos tendría que llamar la atención un sistema de medición de audiencias inflado, que tiene menos sentido que la trama de Ashoka y que extrapola el comportamiento de millones de personas a partir de seis mil audímetros puestos dónde y cómo quiere una sola empresa, Kantar Media, la antigua Sofres. Pero abrir ese melón no le interesa a nadie, empezando por las propias cadenas de televisión, que no es lo mismo facturar publicidad por dos millones de espectadores que por quinientos mil. O por cien mil.
La cuestión es que esa batalla televisiva ha arrastrado a media España detrás. Unos porque ven en el comisario político Broncano la mano alargada de Sánchez. Otros porque no dudan en considerar a Motos la esencia del machismo y de la ultraderecha. Dos bandos fanatizados que viven su particular guerra civil no al son del Cara al sol o La Internacional, sino de las sintonías de los dos programas.
Un vendaval de aire fresco con sabor progre
Supuestamente, la filiación socialista de La Revuelta no es más que un rumor sin fundamento, aunque lo disimulan muy bien. La portavoz socialista en el Ayuntamiento de Madrid, Reyes Maroto, ha felicitado públicamente a Broncano porque «otra televisión es posible». El independiente Jordi Évole tira de ironía: «Indultos, amnistía… Y ahora nos llena el prime time de antropólogos y escritores. Menuda España nos está dejando el sanchismo». Cuando MasterChef presionó a Verónica Forqué, que se acabaría suicidando, Évole no vinculó el prime time con el sanchismo. No seamos malpensados, estaría ocupado haciéndole cucamonas a Anna Gabriel.
«Aire fresco frente al fascismo en prime time», titula un elocuente artículo de El plural que resume muy bien el mensaje: La Revuelta es un buen programa para pasarlo bien, un «vendaval de aire fresco» frente al odio de la «derecha mediática». Que las —de momento— pocas alusiones políticas se hayan dirigido a Rajoy y Ayuso debe de ser solo casualidad. El más sutil «Gracias por hacerlo, Broncano», en El Mundo, empieza en modo nostálgico recordando la televisión de los años ochenta para acabar diciendo que La Revuelta recuerda esa época porque es un programa inteligente y nada sectario. Aunque el final del artículo, algo sectario si le ha quedado al columnista:
Cuando el otro día le comenté a un amigo que había vuelto a ver la tele por Broncano, me quedé estupefacto con su respuesta. «Bueno, claro, tú como eres un rojo…».
No me entraron ganas de apagar la tele.
Me dieron ganas de apagarlo a él.
La Revuelta de los justos
Lo bueno que tiene el equipo de opinión sincronizada es que como todos dicen lo mismo, se pilla enseguida el argumentario. La Revuelta —léase con voz a lo Alexa— no es un programa afín al gobierno, no fomenta la polarización ideológica, trata temas más educativos y, en definitiva, son los buenos del prime time. La elección inteligente para todo aquel que no sea un patán y un facha. Para eso tiene a un buen comunicador como Broncano, experto en aparentar que pasa de todo. Hasta parece que ni se molesta en competir con Motos. Habría que verle devorando el informe del share cada mañana con el colacao.
Pero que no se confíe. Ser el bueno de la película oficial no implica inmunidad en el bando progre. Mariona Cubells, periodista en La Ser y abnegada feminista, ya se ha quejado de que van pocas mujeres. Como Broncano no se enmiende por la senda del buen aliade, su clásica pregunta de cuánto has follado el último mes pasará de ser una divertida gracieta a una muestra de machismo intolerable, y acabará como Pablo Motos, el epítome de la cultura de la violación para la izquierda española.
Precisamente, el director de El Hormiguero, que también se mete en vena las audiencias cada mañana, mira de reojo a su rival y tira de invitados de lujo para superarlo. Lo consiguió con Lamine Yamal pero no lo ha logrado con Ilia Topuria. Es de suponer que arrasará en unos días cuando lleve a Johnny Depp. Siempre y cuando, claro, Broncano no le contraprograme con otra estrella, como por ejemplo Amber Heard, que vive en Madrid y que vendería su alma por fastidiar a su ex. Si la rubia actriz defecara en directo, le auguramos a La Revuelta (de estómago) el viral de la década.
La auténtica víctima de esta guerra
En medio de este duelo televisivo, recibiendo todas las balas, se encuentra El Gran Wyoming, la auténtica víctima de esta guerra. El Intermedio es un programa que ha ido perdiendo en frescura y ganando en sectarismo hasta convertirse en un panfleto del PSOE. A Atresmedia no le importa mucho porque el que no lo veía en La Sexta se ponía El Hormiguero en Antena 3. Pero ahora le ha salido un hueso en RTVE que compite en la misma liga progre. Además, es un programa que pertenece a Globomedia, una filial de Mediapro que a su vez es una de las productoras de La Revuelta.
Este cruce de productoras y audiencias perjudica a El Intermedio, que en una semana ya ha perdido un 2% de espectadores. Tantos años fiel a la causa para que te barra el fuego amigo, ni siquiera la ultraderecha. No hay derecho. En los tiempos de El peor programa de la semana, Wyoming le habría plantado cara a La Revuelta, en un mano a mano con el Reverendo. Ahora estará buscando algún guion que leer a ver si ve un chiste ocurrente contra Ayuso, cruzando los dedos para que Mediapro o Atresmedia no suelten lastre.
El gobierno puso a David Broncano para acabar con Pablo Motos caiga quien caiga, otro programa mítico de El Gran Wyoming, quién sabe si de profético nombre. El share tendrá la última palabra.
Pues nunca me ha interesado El hormiguero más allá de algún invitado concreto, creo que no he visto un Intermedio completo y el programa de Broncano lo empecé a ver el primer día por curiosidad, me aburrió y lo dejé. ¿En qué bando me incluyo? Aunque confieso que veo muy poca tele, igual por eso ninguno de estos programas me llama la atención.
Le diría que se está perdiendo grandes programas de televisión, pero le estaría mintiendo vilmente.