Érase una vez una alcaldesa demócrata de piel blanca como la nieve y cabello rubio como la miel llamada Jenny Durkan. Vivía Jenny en la villa de Seattle, una de las villas más progresistas de un reino donde gobernaba un terrible ogro llamado Donald Trump. Después de que un policía matara a un hombre de piel oscura en Minéapolis, hubo un estallido de manifestaciones y altercados por todo el país y Seattle no fue una excepción. Y así es como empieza este cuento que llevó a Jenny al increíble CHAZ de las maravillas.
Con el protagonismo de unos revoltosos pero buenos muchachos negros llamados Black Live Matters, se produjeron enfrentamientos pacíficos con la policía. Tan pacíficamente lo hicieron que consiguieron que esta tuviera que retroceder y abandonar sus instalaciones. Entonces los chicos de Black Lives Matter fueron a ver a la alcaldesa rapeando «Ay ho».
Les recibió la concejala socialista Kshama Sawant, abriéndoles las puertas del Ayuntamiento, con una sonrisa de oreja a oreja. «Vosotros sois mis amigos, no estos racistas con los que comparto ayuntamiento», les dijo emocionada. Los alegres zagales de Black Lives Matter exigieron que se retiraran los fondos a la Policía local o se harían con el control de una parte de la ciudad. Jenny sintió el fuego progresista arder en su interior y no retiró los fondos sino a la propia policía de Seattle. La bondad del pueblo triunfaba sobre la brutalidad policial. Cuánto gozo y algarabía.
CHAZ, un sueño hecho realidad
Black Lives Matter salió a festejar junto a los manifestantes que llevaban semanas luchando con la policía y saqueando de vez en cuando las tiendas. Pacíficamente, ya saben. Entonces, aprovechando que Jenny había pedido que se fuera la policía, decidieron continuar con el plan de hacerse con una parte de la ciudad y crearon la Zona Autónoma de Capitol Hill (CHAZ), ocupando unas manzanas de Seattle. Jenny asentía como solo puede asentir alguien satisfecho del trabajo bien hecho. Por fin el sueño progresista se ponía en marcha, un oasis en el reino del ogro, una aldea irreductible de demócratas contra los malvados republicanos. Sus compañeros, el honorable gobernador de Washington y la líder de la Cámara de Representantes, tan puros y demócratas como ella, aprobaban el gesto. ¿Qué podía salir mal?
Black Lives Matter inició su andadura huyendo del capitalismo y abrazando el anarquismo, el socialismo, la justicia racial y la solidaridad. Como reflejó un medio de comunicación progresista español, se celebraban reuniones, conciertos, se veían películas, pintaban grafitis, creando una comunidad que haría palidecer de envidia a la Arcadia griega. Este medio de comunicación aseguraba que aquello recordaba a cierto movimiento 15M, que debió de ser otro edén izquierdista. «CHAZ demuestra cuánto amor y unidad puede haber cuando se junta la comunidad» declaró feliz uno de los líderes de Black Live Matters.
Huertos para negros e indígenas
Cuando el ogro Trump amenazó con intervenir en CHAZ si no se ponía orden, Jenny se opuso. El malvado ogro veía aquella naciente comuna como «un grupo de terrorismo doméstico con una agenda radical». ¿Cómo podía decir eso de aquella maravilla?, se preguntaba Jenny mientras visitaba los huertos urbanos de CHAZ como aquel que era presidido por un cartel que decía «Solo para negros e indígenas y aliados de las plantas». Puede que el que lo escribió hubiera fumado alguna de esas plantas y estuviera un poco perjudicado, pero daba igual: lo importante era el mensaje. Fuera el que fuera.

Pero, ¡ay! Los días felices en CHAZ estaban a punto de terminarse para siempre. Primero se cambiaron el nombre por CHOP, que aparte de ser las siglas de Protesta de Ocupación de Capitol Hill, también significa «cortar» y «trocear». Aquel cambio que hacía pensar más en Jack el Destripador que en John Lennon ya anunciaba lo que iba a venir. Un rapero de Black LIve Matters se había hecho el hombre fuerte de la comuna y, Kalashnikov en mano, —en ufano guiño, quizá, a los buenos tiempos de la URSS— decidió tomar el control de aquel remanso de amor, aunque sonara algo raro en una comunidad ácrata.
¿Y si llamamos a la policía que echamos hace dos semanas?
Las noches dejaron de albergar pacíficas reuniones en las que los soñadores cantaban sus melodías de esperanza para convertirse en peligrosas veladas llenas de abusos, tumultos y peleas. Hubo tiroteos, heridos y algunos muertos. Como la policía no pudo acceder, las ambulancias tampoco pudieron entrar a atender a los heridos. Un residente de CHAZ se indignó y amenazó con denunciar a la policía por no acudir en su ayuda. Qué más daba que les hubieran expulsado hacía dos semanas. Eso era un detalle sin importancia.
Y a partir de aquí los acontecimientos se precipitaron: los enfrentamientos se intensificaron y algunos espíritus libres de la comuna pensaron que tal vez no fuera tan mala idea tener algo de policía allí dentro. Los comerciantes y vecinos, hartos de aguantar el paraíso, le comunicaron a Jenny que ya estaba bien, que pusiera fin a aquello. Y a Jenny, con gran dolor de su alma progresista, no le quedó otro remedio que hacerles caso.
Desbandada general
Atrás quedaron sueños rotos como las inocentes peticiones de Black Lives Matters: «El Departamento de Policía de Seattle y su correspondiente sistema judicial son irreformables. No pedimos su reforma; exigimos su abolición». Atrás quedaron esas visitas risueñas a los jardines solo para negros, indígenas y plantas de los aliados. Ahora Jenny tenía que sufrir viendo como había desbandada de la comuna escapando del caos. Gente de poca fe.
Pero la esperanza es lo último que se pierde. Mientras contemplaba los restos humeantes del CHOP de Seattle, Jenny recordaba las palabras de uno de los líderes de la comuna: «Le he dicho a la gente que no se centre en el lugar. CHOP no es un lugar, es una idea». Por eso no importa que haya sido un desastre. Puede haber fallado la aplicación pero no la idea, que es perfecta. Total, es lo que pasa siempre con el socialismo.
Y con este feliz pensamiento, nuestra heroína volvió a su ayuntamiento para idear nuevas maneras de derrotar al malvado ogro que gobernaba su reino de barras y estrellas, y con varias preguntas rondando por su cabecita demócrata: ¿Habrá alguna petición de change.org para dinamitar el Monte Rushmore? ¿Habrá conguitos que prohibir en Seattle?
Si es que se sabía que eso no tenía futuro ninguno. Y que bien contado así, en forma de cuento. Una vez más un magnífico artículo, señor Kaplan.
Muchas gracias, Merce. Un cuento de hadas casi con trasfondo terrorífico 😉 Muy honrado de nuevo con su visita.
Maravilloso artículo, enhorabuena caballero !!
Muchas gracias a usted por leerlo. ¡Un saludo!
Por entonces no te seguía. Aquel episodio fue ejemplificador. Muy bien contado, como siempre.
Muchas gracias, caballero 🙂