Hace una hermosa mañana de verano y va usted paseando por el parque. Y se encuentra con una estatua de Cristóbal Colón, o de Winston Churchill, o de Miguel de Cervantes. O de fray Junípero. Ahí, toda imponente, como suelen ser las estatuas. Contémplela y disfrútela. Pero rápido porque esa turba que se ve a lo lejos tiene intención de tirarla al mar a la mínima oportunidad. Para ellos no hay nada como el placer de derribar estatuas opresoras. Y ojo con criticarlo, que lo hacen en nombre de la justicia y la tolerancia. La misma que tenía Atila o su prima hermana Sonia Vivas, que se la tiene tan jurada al pobre fraile como a la población masculina del planeta Tierra.
Los emperadores romanos tendían a la megalomanía, por algo se consideraban dioses, y se dedicaban a llenar el imperio de estatuas, inscripciones y monumentos a su mayor gloria. Luego se morían (o los morían) y el nuevo emperador podía aplicar la damnatio memoriae (condena de la memoria) que consistía en borrar todo rastro de su antecesor. Y, por supuesto, lo primero que derribaba eran sus estatuas.
En el 20° Congreso del Partido Comunista de 1956, se denunció el culto a la personalidad de Stalin y se destruyeron casi todos los monumentos al camarada Iosif, que eran unos cuantos miles repartidos por toda la URSS. Como se ve, la megalomanía y lo de derribar estatuas cuenta con una ilustre trayectoria de varios siglos. Algunos le han añadido un poco de fanatismo de masas como el ISIS haciendo picadillo el museo de Nínive, pero la esencia es la misma: reescribir la historia al gusto del que manda.
La chispa de la vida dictatorial
Por esa misma razón los grupos radicales detrás de movimientos como Black Lives Matter y Antifa saben perfectamente por qué atacan estatuas: quieren borrar la memoria colectiva y cumplir con ese viejo sueño comunista de acabar con la cultura occidental (y esas cosas que van con ella: el liberalismo y el capitalismo) para sustituirla por su burbujeante mezcla de marxismo liberador e identitarismos de todo tipo.
Para ello solo tienen que aprovecharse de unos blancos de clase media que se autoflagelan con placer, culpándose de todos los males de la historia para demostrar que, en su infinito progresismo, son más buenos que el Día de la Madre.
Derribar estatuas es saludable
Tipos como el gobernador demócrata de Nueva York, diciendo que «es una expresión saludable» derribar estatuas o la también democratísima Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, que ya ordenó retirar los retratos de políticos confederados del Capitolio después de haberse arrodillado en honor de George Floyd, son un buen ejemplo de ese occidental acomplejado dispuesto a quedar bien con las minorías sin ser consciente de la bestia a la que están engordando, que es cualquier cosa menos un inocente corderillo surgido de la nada. Solo hay que darse un paseo por Google -algo que se le ocurre a cualquiera menos a los periodistas- para ver que las fundadoras del movimiento Black LIve Matters, Patrisse Cullors, Alicia Garza y Opal Tometi, tienen reconocidos vínculos con la izquierda radical y llevan años apoyando el socialismo bolivariano.
También si rascamos en Antifa veremos que, detrás de su apariencia desorganizada y de unos orígenes mitificados que les vinculan nada menos que con la lucha contra Hitler, hay conexiones que les llevan también a la izquierda radical e incluso al partido demócrata que ve en ellos su mejor opción de desgastar a Donald Trump, después de que ni la gestión del coronavirus le haya hecho perder demasiada popularidad.
La ONU tuitea a favor de Antifa
Pero la progresía mundial no se fija en esos sutiles detalles. Solo les interesa la narrativa a lo Hollywood del bien (negros, antifascistas, derechos sociales…) contra el mal (violencia policial, racismo, capitalismo…), disculpando cualquier acto vandálico de Black Lives Matter y Antifa. La izquierda radical nunca ha sido un problema para esta gente, para quien el infierno se encuentra solo en el otro extremo.
Revelador es el tuit de la mismísima ONU defendiendo a Antifa y criticando que Trump los llamara terroristas: “Los expertos en derechos humanos de la ONU expresan su profunda preocupación por una reciente declaración del Fiscal General de los Estados Unidos que describe a Antifa y a otros activistas antifascistas como terroristas domésticos, diciendo que socava los derechos a la libertad de expresión y de reunión pacífica en el país». Un tuit que tuvo que borrar a las pocas horas y del que apenas queda constancia en algún medio de comunicación.
Occidens delenda est
Esta damnatio memoriae a lo bestia de Black Lives Matter y Antifa no anuncia un mundo mejor. Contribuye a crear una sociedad sin contexto histórico, donde el análisis se sustituye por consignas y donde da igual que Winston Churchill fuera fundamental para librarnos del nazismo porque ahora el nazi racista es él.
Y aún podría ser peor. Los romanos también tenían otra costumbre: arrasar las civilizaciones que les habían tocado mucho las narices. Lo hicieron con Cartago después de que el pesado de Catón no parara de recordar aquello de «Carthago delenda est«. Si se permite a Black Lives Matter y a Antifa derribar estatuas, lo siguiente que vendrá será un Catón posmoderno pidiendo que arda la civilización. Y esos progresistas con complejo de culpa dirán que cómo no, que debemos resarcirles por tanto sufrimiento… justo antes de ver como les rebanan las cabezas de sus cuellos impolutamente burgueses, blancos y empáticos.
Nota: Encontré en Twitter la imagen que ilustra el post. Me ha sido imposible identificarla. Será un placer hacerlo si alguien conoce al autor de esta genialidad que resume perfectamente lo que hay detrás de las estatuas atacadas.
Muy bien explicado, señor Kaplan. Gracias por la información. No son cosas de las que te suelan informar.
Efectivamente, son cosas que no interesa demasiado que se sepa. Gracias, una vez más, por la visita, Merce 🙂