Abogado Podemos

Miré el reloj. A unos minutos de la medianoche y allí estaba yo, en la esquina de Montera con la Puerta del Sol a punto de resolver el misterio de la caja B de Podemos. Sonreí. La calle Montera. Muy apropiado. Repasé mentalmente los sucesos que me habían llevado hasta allí. Una maraña de política, corrupción, sexo, ambición, denuncias y mucha mierda. Siempre hay mierda en estos casos y solo hay que seguir su olor para encontrar la verdad.

No hacía ni 24 horas que unos timbrazos me habían sacado de la modorra de aquella mañana pegajosa de verano. Tuve que abrir yo porque Betty, la maciza secretaria que llevaba diez años conmigo, se había hecho feminista y se había despedido. «Estoy harta de que me tenga usted aquí con un vestido ceñido paseándome solo para mirarme el culo», me dijo. «Así que me voy a fundar una asociación en defensa de las secretarias cosificadas por los detectives machistas».

Al abrir la puerta no lo dudé ni un instante. Tacones, melena rubia, los labios pintados de rojo putón y el característico olor del miedo mezclado con un perfume barato.
—Buenos días, Echenique —saludé.
—¿Cómo me ha identificado a pesar de mi disfraz? —exclamó admirado—. ¡Es usted tan bueno como me habían dicho!
Me encogí de hombros haciéndome el interesante sin mencionar el sutil detalle de la silla de ruedas llena de pegatinas de Unidas Podemos.

—¿En qué puedo ayudarle?

Echenique se quitó la peluca y me habló con cierta suspicacia:

—Supongo que estará al tanto de los pequeños… asuntos alrededor de nuestro partido. Lo del móvil que robó la ultraderecha, la tarjeta SIM copiada… que se rompió sola…

—Algo he oído —respondí distraidamente.

—Bien. Lo de la tarjeta SIM lo pudimos controlar —continuó— y Pablo Iglesias pudo inutilizar casualmente, y sin querer, claro, el contenido de ese teléfono móvil para que no cayera en malas manos, ni siquiera en las de la propia propietaria del móvil, una antigua alumna suya a la que había puesto matrícula de honor tras muchos sudores y trabajárselo mucho.

—¿A Iglesias?

—El curso.

—Ah, claro, claro. Continúe.

Echenique se movió incómodo en su silla, que chirrió con un sonido que costaba distinguir de su voz:

—La cuestión es que la alumna de matrícula de honor, luego asesora de Pablo en el Parlamento Europeo, donde ella siguió sudando y trabajándoselo, igual no se tomaba bien que no le devolviéramos la tarjeta SIM en meses y que cuando lo hiciéramos estuviera borrada. Pero, entienda, había fotos comprometedoras y conversaciones digamos… poco apropiadas. Solo trascendió una a la opinión pública, la de azotar hasta sangrar a Mariló Montero, y mire la que se lio. Así que una vez le devolvimos la tarjeta inutilizada y para que no se nos cabreara, le concedimos un pequeño capricho: un diario digital que fuera honesto, objetivo y riguroso a la hora de informar.

Pasé por alto la definición que había dado de La última hora, aguantándome las carcajadas, para ir a lo importante. ¿En qué podía ayudar yo si la tarjeta SIM ya estaba destruida?

—El tema es el abogado —Echenique agachó la vista al ver mi mirada clavada en él (en realidad en un trozo de calamar rebozado que le colgaba de la barba)—. Tenemos un problema con un abogado.

La abogada que se tiraba al fiscal y el abogado purgado

Por resumir la situación: Pablo Iglesias se enteró de lo de la tarjeta SIM gracias a una abogada de su equipo que se tiraba a un fiscal de Anticorrupción y que le había pasado la información. El jefe del equipo legal de Podemos no vio con buenos ojos esa práctica y decidió apartar a la mujer del caso. En buena hora. Solo el macho alfa puede tomar represalias contra las mujeres del partido (y encima con lo agradecido que estaba él por filtrarle información confidencial). Así que, aprovechando una oportuna denuncia de la abogada contra dicho abogado por acoso sexual, Podemos tuvo la ocasión perfecta para echarle a patadas en nombre del feminismo. Y ya puestos, ascender a la abogada para asesorar al propio Iglesias.

Echenique me había relatado cómo se habían sucedido los acontecimientos: la Justicia había desestimado la demanda de la abogada por acoso sexual, acoso laboral, hostigamiento, coacciones y lesiones por considerarla poco creíble. Y encima el abogado, que debía de estar encantado con su ex partido, había denunciado ante los tribunales la existencia de una caja B dentro de Podemos. Al estilo de la de Bárcenas, solo que en vez de M.Rajoy ponía P. Iglesias. Ni el escritor de novela negra más brillante podría haber ideado una trama como esta.

Mi trabajo consistía en encontrar la única lista existente con los beneficiarios de esa caja B que, misteriosamente, había desaparecido de la sede de Podemos, donde estaba guardada en una caja fuerte.

Tania

Tras estudiar el caso, me encaminé al Congreso. Allí, tras una columna, me costó encontrar a Tania. La vi algo desmejorada, se notaba que ya no gozaba de los favores del líder y apenas se molestaba en resaltar sus encantos.

—¿La lista de la caja B? —me respondió con desgana— Sí. Yo la tuve una temporada pero hace tiempo que no sé de ella. Se la llevó Dina. Primero a Marruecos, luego a Estrasburgo… Tiene suerte, ahora la puede encontrar en Madrid, en la redacción de ese kiosko que le ha puesto Pablo.

Me despedí y me alejé de allí. Dejé a Tania mascullando algo sobre que «yo podría haber sido ahora ministra en vez de esa…». La última palabra no la entendí muy bien y eso que solo eran dos sílabas.

Dina

Llegué justo antes del mediodía. La última hora bullía de actividad. Negros y musulmanes corrían de un lado a otro gritando consignas revolucionarias. En un despacho, unas charos realizaban una chocho charla bailando contra el patriarcado con movimientos espasmódicos que me recordaban a la niña de El exorcista. El hilo musical, en bucle, era El violador eres tú. Vi a Dina en su despacho, presidido por un retrato de Mohamed VI. Entré sin llamar, que la educación es machista:

—Vengo de la sede de Podemos. Pablo me ha dicho que me des la lista de la caja B que hay que incluir a más mujeres.

—Joder, no se entera. Se la di a Irene hace un par de meses -me respondió sin mirarme siquiera—. Cuando le mandaba fototetas en Estrasburgo le veía más concentrado. Dile que se la pida a su mujer, y no me molestes más que estoy escribiendo un articulo contra las cloacas.

—¿Las de Podemos? —no pude resistirme al comentario.

—No, las fascistas. De las nuestras ya escriben otros medios. Cuando mandemos hay que hacerle unos retoques a eso de la libertad de prensa. Ya lo tengo hablado con Pablo. Por cierto, —Dina me miró por primera vez— ¿tú quién eres? No me suenas…

—Soy nuevo —le dije, y me retiré antes de que hiciera más preguntas y gritando algunas soflamas para disimular—. ¡Sí se puede! ¡Alerta antifascista! ¡Viva la República! ¡Abascal nazi!

Irene

Mi siguiente parada era la mansión de Galapagar. El inexpugnable casoplón de Pablo Iglesias e Irene Montero. Custodiado por la Guardia Civil y la Policía para que unos vecinos no protestaran a las puertas. Qué mal sienta el jarabe democrático cuando te lo recetan a ti, pensé. Esperé pacientemente hasta el cambio de turno al caer el sol y me colé por el muro. Pasé por las dos piscinas, el gimnasio, el palacete para invitados, el zoológico y los jardines que hacían que Versalles pareciera un par de setos mal puestos. La mansión estaba tranquila, demasiado tranquila. Me puse alerta y me arrepentí de haberle dejado mi revólver a Echenique. «Tengo unos asuntos pendientes con unos tuiteros», me dijo con un extraño brillo en los ojos.

Mis sospechas se confirmaron. Allí, tirados en el suelo, inconscientes, estaban Pablo Iglesias e Irene Montero. Él llevaba unos calzoncillos de cuero negro y tenía un látigo de nueve colas en la mano, y ella iba vestida solo con una camiseta de tirantes del 8M medio desgarrada. Les habían sorprendido en medio de algún retorcido juego sexual. Todos los ricos son unos depravados, no falla. Les tomé el pulso. Vivos aún. Un disparo cada uno. Detrás de ellos, la caja fuerte abierta… y vacía. La lista de la caja B había desaparecido. Pero me fijé en un detalle y esbocé mi famosa media sonrisa. Cogí el móvil de Iglesias y marqué un número:

—A medianoche en la Puerta del Sol, si no quiere que le cuente a todo el mundo lo que ha hecho.

Caso resuelto

Acababan de dar las doce cuando escuché un chirrido familiar detrás de mí.

—¿Cómo lo has sabido? —me dijo Echenique apuntándome con mi propio revólver. Ya con las confianzas que da estar a punto de matarme, hasta me tuteaba.

—Fue sencillo. Deduje que no había ningún P. Iglesias en la lista de la caja B de Podemos, pero sí un P. Echenique. Iglesias no necesitaba sobresueldos porque ya le pagaban bien Irán y Venezuela. Pero a ti no. Le pediste dinero extra para pagar la Seguridad Social de tu asistente. Cuando te condenaron por no pagársela, tu jefe supo que te quedabas la pasta pero no se atrevió a decirte nada porque sabías demasiado. Y así seguiste beneficiándote de la caja B durante años. Pero cuando el abogado desveló su existencia tuviste miedo de que te vendieran, planeaste asesinar a tu jefe y me contrataste a mí para que mis pistas me llevaran a Galapagar y me echaran la culpa del crimen. Era obvio. Sobre todo porque dejaste un trozo de calamar rebozado en el suelo, como el que te cuelga de la barba.

—Eres demasiado listo —gruñó amartillando el revólver— pero las cámaras del casoplón te habrán grabado. Solo tengo que poner en Twitter que eres un fascista de la ultraderecha y todos me creerán cuando diga que tuve que matarte porque al fascismo se le combate y se le destruye.

—Iglesias y Montero viven, avisé a tiempo a la policía y podrán declarar contra ti, y al menos a ella la creerán. Y te han cerrado la cuenta de Twitter por un tuit misógino contra Macarena Olona. Jaque mate, Echenique.

—Maldito —aulló-, al menos me daré el gusto de…

Un disparo atronó en la noche, seguido de un grito de dolor.

La pistola que llevaba Echenique estaba en el suelo y él se retorcía con la mano ensangrentada. A mi lado, en la penumbra, mi secretaria Betty, más escotada que nunca, sostenía su Beretta Pico aún humeante.

—Justo a tiempo, nena. Me alegro de que al final no te hicieras feminista.

—En cuanto vi que los tíos feministas son todos unas nenazas me di cuenta de que allí no pintaba nada. Yo necesito un machirulo de verdad, jefe.

La cogí de la cintura y le planté un beso en los morros mientras las sirenas de la policía se acercaban. «Chúpame la minga, dominga», canté en homenaje al tipo que me miraba con odio feroz desde la silla de ruedas. Betty me guiñó el ojo y me susurró algo al oido.

Y puse la misma cara que John Wayne al final de El hombre tranquilo.

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2 comentarios

    1. Me alegro de que le haya gustado, Merce. Exactamente es como lo ha descrito. A una historia tan rocambolesca como la que le está pasando a Podemos le pega mucho este tono noir 😉

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