Por si fuera poco convivir con un asesino que los va matando uno a uno, los diez negritos de Agatha Christie se enfrentan a un enemigo mucho más despiadado: la corrección política. La batalla cultural los ha puesto en el ojo del huracán y James Prichard, el bisnieto de la reina del crimen, que es el que vive de las rentas millonarias de su bisabuela y controla sus derechos, ha decidido que Dix petits nègres pase a llamarse en Francia Eran diez para evitar connotaciones racistas, “no herir” y adaptarlo a los nuevos tiempos. Lo curioso es que esto no es nuevo y la que es una de las novelas más famosas de todos los tiempos (cien millones de copias vendidas) lleva siendo víctima de la censura moral desde que se publicó. Porque no solo es una de las más exitosas, también es una de las que más ofende.

Ten Little Niggers se publicó en Reino Unido en 1939 y su salto al otro lado del Atlántico pocos meses después ya supuso un problema. La palabra “nigger” en Estados Unidos tenía una carga racial despectiva que arrastraba desde antes de la guerra civil. Así que le cambiaron el título por Then There Were None (Y no quedó ninguno). No fue el único cambio: desapareció la referencia a la isla del Negro en la que transcurre la trama y que se llamaba así por su forma de labios negroides. La canción de los negritos, fundamental en el argumento, era muy popular en Inglaterra, pero los americanos prefirieron usar la primera versión de esa canción, que por algo la habían hecho ellos, cambiando el racismo de color –niggers por indians– dándoles una alegría a los defensores de los nativos americanos que la consideraban una canción infantil genocida.

Una misma obra y tres títulos

En 1945, René Clair se encargó de la primera adaptación cinematográfica de la novela y, de nuevo, se encontró con el tabú de la n-word, por lo que en Estados Unidos la película se estrenó con el título de Y no quedó ninguno, y en el resto del mundo con el de Ten Little Niggers o de su correspondiente traducción. Desde entonces la obra se ha conocido hasta con tres títulos diferentes: los dos mencionados y Ten Little Indians, (Diez pequeños indios), tomado de la adaptación teatral en Estados Unidos, a partir de la canción “americanizada”. Por si fuera poco el galimatías, la famosa canción también ha sufrido modificaciones para hacerla más respetuosa y en algunas traducciones aparece como Diez pequeños soldados (lo cual no deja de ser llamativo: no podemos decir que mueren los negros ni los indios, pero sí los soldados).

El tema era blanquear a los negritos y a los indios, primero con disimulo y ya, en plena época de la justicia social, a bombo y platillo. En este artículo con motivo del 75 aniversario de la novela, el maquillaje buenista es completo. Ni una sola referencia a la controversia racial e incluso se habla de la canción de los soldados como si hubiera sido así toda la vida: “Para escribir la novela, Christie buscó inspiración en una canción infantil, muy popular en la época, titulada “Ten little soldiers”, que narraba la desaparición progresiva por diferentes causas de diez soldados, hasta no quedar ninguno”. Solo hay que escuchar la canción original para ver que no, soldados no eran, a menos que fueran de Zimbabwe.

Partitura original de Ten Little Niggers, un hit del teatro ministrel que hoy no pondrían en Los 40 principales.

La justicia social nunca descansa

Uno podría pensar que si ya le cambiaron el título en 1940, en las adaptaciones cinematográficas, en la obra de teatro e incluso en la canción, con los pobres soldados muertos, ya no habría problema. De hecho, Y no quedó ninguno es el título oficial desde 1980 en numerosos países. Pues sigue habiendo problemas: el justiciero social no descansa nunca. Lo que ha hecho el oportunista bisnieto de Agatha Christie no es más que otro paso en una campaña cuyo fin es erradicar de la faz de la tierra el supuesto racismo de Diez negritos. No basta con contextualizar, con explicar que una escritora victoriana de principios del siglo XX no podía pensar de otra manera. Que solo es una novela, que tampoco es para tanto… No, hay que imponer un nuevo orden moral. Multicolor, como el país de la abeja Maya.

En 2002, la presión de una “iniciativa cívica” en Alemania consiguió que Diez negritos se convirtiera en Al final no quedó ninguno, lo que nos demuestra que lo que vivimos ahora viene de lejos. Si en vez de diez negritos hubieran sido diez judíos, igual se hacen más los locos.

Y no se vayan todavía, que aún hay más. En 2014 el activista Earl Ofari Hutchinson escribió un artículo pidiendo que se quitaran de Amazon las ediciones antiguas, políticamente incorrectas, de la novela, dirigiéndose directamente al CEO de la compañía. Un rápido paseo por las versiones anglosajonas de Amazon prueba que la campaña fue un éxito. Ni rastro de Ten LIttle Niggers. Y ya no quedó ninguno, nunca mejor dicho.

Misma película, versión USA y versión inglesa: encuentre las diferencias.

Para Agatha Christie siempre fueron diez negritos

¿Y sabemos qué podía pensar de todo esto la propia Agatha Christie? Pues no aunque tenemos alguna pista. En su autobiografía publicada después de su muerte, en 1977, es un milagro encontrar referencias a sus libros entre tanto viaje y recuerdos familiares. Aún así se puede leer: “Había escrito Diez negritos porque era tan difícil de realizar que la idea me fascinaba. Tenían que morir diez personas, sin caer en lo ridículo, y sin que se viera fácilmente quién era el asesino. Escribí el libro después de una planificación concienzuda y el resultado me gustó. Era claro, directo, de solución nada fácil, aunque la explicación fuera perfectamente razonable, tal como se aclaraba en el epílogo: La obra gustó y tuvo buena crítica”. Del supuesto racismo no solo no dice nada, sino que, además, se refiere a la novela por su título original: Ten Little Niggers.

Habrá que esperar a que el bisnieto publique una nueva edición de las memorias y cambie las palabras de su bisabuela para convertirla en una mujer adelantada a su tiempo y precursora del movimiento Black Lives Matter. Él dice que ella estaría encantada con la retitulación de su libro, aunque habría que preguntarse si realmente es así, si le habría dado igual mientras cobrara el cheque o si habría puesto a su descendiente en el Orient Exprés para recibir las puñaladas de todos los pasajeros.

Como nunca sabremos la solución a este enigma, el bisnieto podrá seguir haciendo caja apuntándose a las modas del momento y cambiando el título de la novela. Y así cada vez quedarán menos países donde los Diez negritos sean diez negritos. Por cierto, España es uno de ellos. En cuanto arreglen eso y quiten los conguitos el racismo se habrá acabado para siempre.

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