Jessica Rabbit

La tarta de Jessica Rabbit con la que Kaplan contra la censura celebra sus primeros 50 artículos tiene su aquel. Porque, aunque cueste creerlo, Jessica Rabbit es la responsable de que exista este blog. Cierto que oficialmente lo abrí cuando Twitter me suspendió la cuenta por sus cojones morenos, pero si hoy pienso como lo hago y no como un progresista de bien se lo debo en cierto modo a la voluptuosa femme fatale de ¿Quién engañó a Roger Rabbit? Pero, ¿cómo es eso posible? ¿Qué esconde usted, Kaplan?, se preguntará intrigado mientras intenta agarrar un trozo de tarta. Aquí vengo a contárselo, que no hay mejor forma de celebrar 50 artículos que revelando algunos oscuros secretos. Así que deje las manos quietas y lea, coño, que la tarta no se va a ningún lado.

Para conocer esta historia que haría llorar al mismísimo Spielberg tenemos que retroceder unos cuantos años. Arpas y volutas de humo: el joven Kaplan era entonces un ingenuo ciudadano que consideraba el feminismo un movimiento por la igualdad, creía en la superioridad moral de la izquierda y tenía claro que oscuras fuerzas fasciosas conspiraban porque sí, porque disfrutaban jodiendo y robando al pueblo. En aquella época empezaba a tomar fuerza un partido llamado Podemos que parecía canalizar estas maravillosas ideas. En un informal encuentro, Kaplan incluso conoció a unos muchachos de lo más simpáticos, Juan Carlos y Pablo, así se los presentaron. Qué graciosos para ser anticapitalistas y comunistas, pensó, uno tenía apellido de monedero y otro de iglesia.

Saltamos un año más tarde. Kaplan estaba viendo con unos amigos y su hija esa joya que es ¿Quién engañó a Roger Rabbit? De repente, la hija, una chica de 17 años, se indignó terriblemente en lo que sería el primer contacto de Kaplan con un ofendidito. «¿Cómo os puede gustar? Ese dibujo está hipersexualizado, con esas tetas imposibles que no dejan de moverse». Kaplan le contó que la idea de los animadores fue hacerla lo más sexy y explosiva posible y que no era más que un dibujo animado en una película donde el protagonista era otro dibujo animado, un conejo con tirantes y pajarita, que tampoco tenía mucho de realista. Aquellos diecisiete años miraron a Kaplan con espanto: «Típico de los tíos, siempre usándonos para vuestro placer. Por culpa de eso nos violan, ¿sabes?» Se levantó y se fue, dejando a sus padres con cara de no-la-conocemos-de-nada-lo-juramos.

Una simple anécdota, una tontería, pero Kaplan le dio algunas vueltas y algo en su interior empezó a agitarse. ¿Qué ideas le habrían metido a esa pobre cría para convertirla en una talibán? El feminismo no era eso… ¿verdad? Con el tiempo aquel recuerdo no desapareció sino que fue creciendo según veía más y más cosas a su alrededor. Kaplan contra la censura ya empezaba a gestarse, aunque él no lo sabía.

Los años pasan. Amigos acusados de esas denuncias falsas que oficialmente nunca pasaban del 0,01%, medios adoctrinando sobre las bondades de un feminismo que culpabilizaba continuamente a los hombres de todos los males de las mujeres, amigas que siempre habían ido detrás de cabrones o que habían prosperado en sus empresas liándose con los jefes, y que ahora se manifestaban a gritos echándole la culpa de esas decisiones a la masculinidad tóxica y al Patriarcado. Y desde algún sitio, el eco de Jessica Rabbit cantando:

Why don’t you do right
Like some other men do?

Si Kaplan osaba poner objeciones a los dogmas feministas, su entonces pareja, otra orgullosa feminista afiliada a Podemos, se transformaba y se convertía en la vaina de Donald Sutherland al final de La invasión de los ultracuerpos. Años después de dejarla, él aún da gracias al cielo de que no le haya acusado de violencia de género por cada vez que le dio una palmada en el culo. Ahora cuando la ve por la calle se cruza al otro lado y esquiva su mirada, no sea que esa gorgona empoderada le convierta en estatua de piedra. Lo mismo hace, por cierto, cuando ve a Juan Carlos y a Pablo.

Como un castillo de naipes, las demás creencias de Kaplan en la fe progresista se derrumbaron una tras otra y se dio cuenta de que el futuro prometido tenía muy poco de luminoso, sobre todo si eras hombre, blanco, heterosexual y te gustaban las películas de Harry el Sucio. La censura, el pensamiento único, la persecución del disidente, la intolerancia de otros tiempos seguían ahí. Ahora en nombre de otros valores morales, los correctos, los únicos. Desterrado de la izquierda por sus estrafalarios pensamientos disidentes, pasó de ser un ciudadano comprometido a un paria reaccionario. Un facha para entendernos. «¿Qué me importa a mí la civilización cristiana y la libertad mientras una sola niña migrante sufra por culpa del heteropatriarcado?», fue lo último que Kaplan escuchó antes de saltar por la ventana del progresismo y huir como alma que lleva el diablo. Detrás de él, los ultracuerpos señalaban y chillaban.

El resto se cuenta rápido: Twitter, ese granito de arena de Kaplan contra la censura y, para alegría del nuevo Kaplan, mucha gente llena de sentido común a lo largo del camino. Los enemigos de la libertad son legión, sí, pero enfrente hay otra legión. Unos galos irreductibles dispuestos a pelear contra este nuevo totalitarismo disfrazado de paraíso republicano, plurinacional, feminista, diverso, globalista, multicolor, ofendido y censurador. Enseñando el culo a lo Braveheart antes de cada batalla si es necesario.

Así que, mi querido galo irreductible, ahora sí, coja un trozo de tarta, una copa de vino y brindemos por Jessica Rabbit. Con ella empezó Kaplan contra la censura. Y recuerde que no somos malos, es que el progresismo nos ha dibujado así.

5 comentarios

  1. Estupendo artículo. Ahora ya sabemos el origen de este blog tan interesante que no me canso de recomendar. Muchas felicidades por el cumpleartículo y a por otros 50 más.

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