Desinformación Ucrania

Ya es casualidad que el político norteamericano al que se le atribuye la frase «la primera víctima de la guerra es la verdad» muriera el mismo día que a Estados Unidos no le quedara más remedio que lanzar la bomba atómica sobre Hiroshima para no alargar la Segunda Guerra Mundial. O quizá fue un guiño de la historia. Cuando estalla una guerra la propaganda se adueña del relato mientras la gente muere y huye de sus hogares devastados. El caso de la invasión de Ucrania no ha sido una excepción, con la salvedad de que el conflicto parece haberse extendido a toda Europa y la mentira, la manipulación y la censura están campando a sus anchas. La rusa, que la ve todo el mundo, y la otra, que se ve difuminada a través de una venda azul y amarilla.

Vladimir Putin rompió los esquemas a todos los analistas e hizo lo que Joe Biden se temía entre siesta y siesta: invadir Ucrania. De la noche a la mañana, la opinión pública ha visto como los terrores informativos de la pandemia desaparecían por arte de magia de los medios de comunicación y su lugar lo ocupaban los terrores informativos de la agresión rusa. Y con ello, más motivos para la polarización habitual y el odio al que discrepa o duda. Vamos, un día más en la oficina del siglo XXI.

¿La antesala de la Tercera Guerra Mundial?

No es asunto baladí, se justificarán algunos (como se justificaron otros con la pandemia), que con Putin movilizando su armamento nuclear podemos estar en la antesala de la tercera guerra mundial. Algo que puede dejar el mundo peor que el PP tras la autoinmolación de Pablo Casado. De momento, nada apunta en esa dirección y está por ver. Lo de la guerra nuclear, quiero decir, que lo de Casado sí que no tiene remedio.

Que Putin no es un dechado de virtudes democráticas y que el mundo quizá sería mejor si algún oso ruso se lo hubiera comido está claro. Que Ucrania es una nación modélica que debemos defender a toda costa porque nos jugamos la libertad en Europa ante un nuevo Hitler, igual habría que darle unas vueltas, aunque si no quiere complicarse la vida siempre tendrá la versión Barrio Sésamo de Kamala Harris.

El fantasma de la URSS es alargado

La narrativa elaborada desde los despachos de Bruselas y de la OTAN ha hecho fortuna y no poca gente la ha abrazado con la fe de un cruzado, pasando por encima de complicados antecedentes históricos, tensiones geopolíticas, casi diez años de guerra civil en el este del país e intereses económicos por el mercado gasístico. Al éxito de esta narrativa ha contribuido, y no poco, que uno de los protagonistas sea la temida Rusia. Y ahí entran en juego muchos factores políticos pero también emocionales.

El país más grande del mundo ya no es comunista ni lo es su líder, por muy hijo del PCUS y del KGB que sea. Pero en el imaginario colectivo, incluido en el del propio Putin, un fantasma recorre Rusia, el de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Y eso no lo olvidan muchos países, empezando por Estados Unidos y siguiendo por todos los que alguna vez estuvieron bajo el yugo soviético. Ucrania entre ellos.

Entre el odio y la nostalgia del comunismo

Lo mismo le pasa a mucha gente que odia el comunismo más que la División Azul y sigue viéndolo en el autoritarismo de Moscú. En el bando contrario están los nostálgicos de la URSS, que también sienten que Rusia aún representa algo de todo aquello. Luego está la derecha que odia el comunismo pero se pone cachonda con la mano dura de Putin, que también son unos cuantos. Y finalmente están los que entienden que haya un punto de vista ruso sin añorar el comunismo ni defender el autoritarismo. Si es de estos últimos mi consejo es que no se acerque mucho a las tolerantes redes sociales si no quiere saber lo que sintió el Sexto Ejército en Stalingrado.

Teniendo en cuenta esta división y peleados todos entre sí, unos han comprado el discurso ucraniano y otanista sin ponerle una coma. Otros han viajado en el tiempo para volver al «OTAN no, bases fuera» y, como Putin, tienden a ver nazis brotar como champiñones en Ucrania. Unos quieren que se envíen armas y dar leña al mono ruso hasta la última gota de sangre si hace falta, que ellos les apoyan desde Twitter. Otros piden cerrar el conflicto negociando y pelillos a la mar, sin pensar en el riesgo de envalentonar a un tipo cuyos adversarios tienen la mala costumbre de envenenarse con agentes tóxicos. Siendo prácticos, uno piensa en la razón que tenía Aristóteles con aquello del término medio.

Cerrando el grifo a la propaganda rusa

Al poco de empezar la invasión, la agencia de comunicación Sputnik y el canal de televisión Russia Today (conocida coloquialmente como Tele Putin, lo que da una idea de su nivel de neutralidad) fueron prohibidos por la Unión Europea. La justificación es que estas plataformas «son parte de la maquinaria de guerra de Rusia», y son responsables de difundir las «mentiras de Putin». En palabras de Josep Borrell, alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores, «les hemos cerrado el grifo».

Tras años con la mosca detrás de la oreja por las sospechas occidentales de que estos medios del Kremlin querían desestabilizar con sus informaciones (o desinformaciones, según se mire), la medida fue aplaudida por muchos expertos y políticos europeos, con notables excepciones como la de Pablo Iglesias —que participa en televisiones financiadas por Russia Today, también es casualidad— y quien comparó la manipulación estatal rusa con las televisiones privadas en España. Habría estado mejor el tiro si hubiera puesto como ejemplo a las televisiones públicas, con esa Radiotelevisión cada vez más Espantosa que lleva 65 años al servicio del gobierno de turno.

La guerra de la desinformación

Que Putin censure está mal, aunque era obvio que lo haría porque tras dos décadas en el poder nunca se ha cortado un pelo. Amenazar con hasta quince años de cárcel a los medios que publiquen bulos sobre la invasión de Ucrania no es más que una manera de silenciarlos. Está claro que se considerará falsa cualquier información contraria a la versión del Kremlin que, de entrada, se refiere a una invasión a sangre y fuego que ha provocado casi dos millones de refugiados como una «operación militar especial». Ahora bien, que censure la Unión Europea, supuesta sacrosanta defensora de la libertad de prensa, es más discutible. Que sí, que son órganos de propaganda que extienden la visión rusa pero ¿no tiene derecho un ciudadano europeo a tener esa visión si le da la gana?

La Unión Europea, la de la libertad, ha decidido que no. La guerra también se libra desde el relato. Google ha cerrado los principales canales de estos dos medios en YouTube. Facebook (ahora Meta) y Twitter han bloqueado las dos cuentas. Putin también ha cerrado el grifo de las redes sociales pero a lo bestia, no sea que a sus ciudadanos les llegue algún mensaje díscolo con la desnazificación del país vecino. En su lugar prefiere extender que Ucrania preparaba armas biológicas. Habrá pensado que si a Bush le sirvió el camelo de las armas de destrucción masiva en Irak, por qué a él no.

Las «mentiras» del otro lado

La cuestión es que se ha limitado la propaganda rusa, las «mentiras de Putin», porque se considera que hay que garantizar una información veraz y no permitir engaños que manipulen las emociones. Pero, ¿qué sucede con las «mentiras» del otro lado? Maldito Bulo no es que sea siempre de fiar pero nos da una idea de a lo que nos referimos: de las 73 noticias falsas y desinformaciones que recoge a fecha de hoy sobre Ucrania, dos son confirmaciones de hechos reales, un bulo afecta a Pedro Sánchez, otro a Puigdemont, otra es una confirmación real de un tuit de Santiago Abascal, otro bulo se refiere al experto César Carballo, dos meten miedo con la guerra nuclear y 65 de los 73 son Fake-News que benefician al gobierno de Volodimir Zelenski.

Entre ellos encontramos muchos bulos que se han viralizado en las redes sociales y que han aparecido en medios de comunicación de todo el mundo: desde imágenes de videojuegos haciéndolas pasar por el ataque ruso hasta misses que se convierten en luchadoras pasando por unos soldados ucranianos que insultan heroicamente a los rusos antes de perecer o un temerario fantasma de Kiev que derriba aviones rusos.

No es oro toda la información que reluce en Ucrania

Y si quiere aún hay más. No son bulos desmentidos pero huelen raro: la valerosa muerte combatiendo por su país de una escritora ucraniana que no ha escrito ningún libro o la anciana rusa detenida en unas manifestaciones contra Putin, una famosa superviviente del sitio de Leningrado que tuvo lugar, según algunos medios, antes de que ella naciera. En el baile de cifras algunos apuntan alto y nos la presentan nonagenaria. Si hace caso a estas últimas versiones al menos se la puede imaginar en Leningrado siendo más que un bebé.

O si prefiere otra noticia cuanto menos cuestionable del bando de los buenos le remitimos a lo que el presidente de Ucrania ha considerado un acto de «terrorismo nuclear» que podía haber provocado, dijo, un Chernobil «multiplicado por seis»: el bombardeo de la central atómica de Zaporiyia que abrió los informativos conmocionando a medio mundo con las mismas imágenes de la misma explosión, que tiene toda la pinta de ser una bengala, y un pequeño incendio en un edificio anexo alejado de los reactores. Si se anima le invitamos a ver el vídeo de más de cuatro horas del incidente. Sin duda, es el acto de terrorismo nuclear más aburrido de la historia. Gracias a Dios.

La cultura de la cancelación llega a los rusos

La desinformación no solo atañe a la publicación de bulos. Ante la agresión de Putin, los medios occidentales se han olvidado de la objetividad y han tomado partido, en la línea de las políticas comunicativas de sus gobiernos. El lado pro ruso del conflicto es minimizado y cuestionado (no se hizo lo mismo en Irak o Afganistán donde solo la izquierda describía a los que invadían como los villanos). Las noticias no paran de ofrecer imágenes de refugiados que huyen de Ucrania, por desgracia muy reales y dolorosas. Todo el sufrimiento que está produciendo el ejército de Moscú está siendo retransmitido en directo para que los europeos empaticen con Ucrania y apoyen las sanciones contra Rusia… y contra rusos que nada tienen que ver con la invasión más allá de su nacionalidad. Lo que piensen quienes se están comiendo cancelaciones, despidos, insultos o desprecios no interesa. Por rusos.

Expulsiones de competiciones deportivas o de espectáculos se mezclan con vetos de marcas y sanciones económicas, lo que ha animado a esa caterva de oportunistas y exaltados que se sienten realizados cuando enarbolan antorchas canceladoras. Solo han tenido que cambiar el punto de mira en función de la tragedia que ocupa el primer plano informativo y presentarlo como una muestra de solidaridad con Ucrania. La carrera hacia el despropósito es similar a las del Black Lives Matter, el feminismo o cualquier causa woke. Y tienen una buena excusa: los primeros en promover la rusofobia son sus gobiernos. Putin tiene que estar encantado: ¿No veis cómo nos odian? No nos quieren ni en Eurovisión. Seguidme solo a mí, tovarischi.

Ni los gatitos se libran

Eliminar un curso sobre Dostoyevski y pretender derribar su estatua, cancelar una película de Tarkovski, quitar el nombre de la ensaladilla rusa, prohibir a los gatos rusos inscribirse en certámenes gatunos, vetar el vodka o cambiar el nombre de Kiev por Kyiv son algunas de las felices ocurrencias que hemos vivido en los últimos días. Todas reales aunque parezcan surgidas de la mente de un perturbado. Aún se salvan las montañas rusas, los polvorones de la Estepa o la tabla periódica de Mendeléyev, pero todo se andará. Y yo de usted no escucharía a Tchaikovski, a ver si le van a entrar ganas de invadir Ucrania, como diría Woody Allen.

La situación ha desembocado en cambios de criterio y sesgos de confirmación realmente curiosos para adaptarse mentalmente al nuevo escenario. Grandes defensores de la libertad de expresión justificando la censura (y no miro a ningún tío blanco hetero), liberales poseídos por el espíritu de Maduro que abrazan la incautación de bienes privados, detractores del globalismo que ahora aplauden a la globalista Unión Europea, críticos del nazismo que ven con buenos ojos a los batallones nazis según en qué bando luchen y entusiastas de la vacuna del Covid que consideraban un peligro a los negacionistas y que ahora les da igual si la tienen o no los refugiados de Ucrania. Al menos las feministas sí han sido coherentes. Han hecho lo que hacen siempre con cualquier situación: considerarse las víctimas.

Las víctimas en Ucrania son las mujeres

El gobierno de Ucrania ha prohibido a los hombres entre 18 y 60 años abandonar el país y las feministas se quejan. Pero no por la discriminación que supone enviarlas lejos mientras los hombres luchan y mueren. De eso no han dicho ni mu. De lo que se quejan es de ser las víctimas del conflicto. Es la doctrina de la ONU que ya proclamara en su momento Hillary Clinton. Ahora la recuperan reconocidas luchadoras por la igualdad como Julia Otero («Mejor no ser mujer en una guerra porque somos las primeras víctimas en todo») o Irene Montero (“Las mujeres son las que más sufren en cualquier conflicto bélico”).

La palma se la llevó una anónima tuitera que dijo que las víctimas eran las mujeres porque los hombres solo iban a «combatir». El solo es literal y las comillas también. Que igual ni siquiera van a combatir, sino que se van de putas los muy golfos. Y si alguien piensa que esto son casos aislados que se pase por cualquier informativo. Abundan los reportajes sobre heroicas mujeres refugiadas sacando adelante a sus familias. De heroicos hombres que «combaten» verá muchos menos. Eso sí, cuando las que combaten, ya sin comillas, son las mujeres, entonces ya hay medios que publican sin rubor que «la lucha en armas contra Rusia también es feminista».

La primera víctima de una guerra, volviendo a la frase de marras, es la verdad. En la guerra que libra el feminismo hace mucho que la verdad saltó por los aires. Por eso, no sería extraño que el 8M, ya a la vuelta de la esquina, se convierta en un «No a la guerra patriarcal». Aprovechando que me pillan generoso y rindiendo homenaje a uno de sus grandes éxitos, les regalo a las manifestantes su próximo eslogan: «El machismo mata más que Putin».

RECIBA LAS NOVEDADES DE KAPLAN CONTRA LA CENSURA

No hacemos spam. Lea nuestra política de privacidad para obtener más información.

4 comentarios

  1. Un artículo muy bueno sobre un tema muy complejo. Creo que tiene demasiadas aristas como para quedarse en la simplicidad del Rusia mal, Ucrania bien. Muy interesante, señor Kaplan.

    1. Una guerra siempre es una terrible tragedia, sobre todo cuando se produce la invasión de un país. Pero eso no tiene que impedir darse cuenta de cómo la manipulación y la censura se van apoderando de los relatos de los dos bandos. Y ver todos los ángulos no es negar la agresión de los que invaden ni ponerse de su lado. O eso pienso yo al menos. ¡Muchas gracias, Merce!

  2. Hola, Señor Kaplan, estaba esperando con ansias su nueva publicación jaja. Lo que describe aquí es lo primero que pensé cuando estalló el conflicto (recordando dicha frase), estando preperado para lo que se venía con respecto a la información que nos brindan, y aún así, estos días he estado preocupado por una posible guerra nuclear. Cambiando de tema, ya no me sorprende las ridiculeces abajo descritas, los rusos se deben estar descostillando de risa.

    1. Jajaja, espero que tras esas «ansias» su espera haya valido la pena, estimado Lisandro. Yo no creo que lleguen las cosas al extremo de una guerra nuclear pero nunca se sabe, y más ahora que la guerra fría, que dábamos por congelada, corre el riesgo de calentarse de golpe. Pienso como usted, hay medidas que más que perjudicar le tienen que hacer mucha gracia a Putin, y le vienen muy bien para su discurso. ¡Un saludo!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.