Las mentiras de Picasso

Las apariciones por videoconferencia de Volodimir Zelenski empiezan a parecerse a las chapas de Greta Thunberg: él habla que te habla y los políticos le aplauden en pie, que queda muy bien, pero nadie le hace caso. A diferencia de la sueca repelente, el presidente de Ucrania al menos tiene motivos de peso para prestarse a este paripé. Sin embargo, a veces la lía. En Israel comparó la invasión rusa con el Holocausto (con lo que son los judíos cuando les tocan ese tema) y en Grecia el nuevo Churchill le cedió la palabra a un neonazi del batallón Azov, cosa que habría hecho tragarse el puro al Churchill de verdad. A los españoles también nos han caído algunas: primero durante su discurso en Holanda, dando a entender que Felipe II fue un tirano, y después en nuestro propio Congreso, mentando Guernica y la bicha de la Guerra Civil.

Como es costumbre en su tournée por los parlamentos, Zelenski buscó la empatía con el pueblo ucraniano recordando algún episodio histórico nacional. Que nos podría haber hablado de Daoiz y Velarde pero no, tiró por Guernica, algo que mal que le pese a Santiago Abascal, que hubiera preferido Paracuellos, tiene su lógica: es el episodio más publicitado de nuestra guerra civil y lo que más les sonaría a los productores y guionistas de la serie Servidor del pueblo que probablemente estén detrás de los discursos de su ex estrella televisiva venida a presidente de la nación.

Y es que Guernica se convirtió en el bombardeo más famoso de nuestra contienda bélica a pesar de que ni fue el primero sobre población civil ni el más devastador. La localidad vasca de Durango fue bombardeada un mes antes por la Aviación Legionaria italiana y hubo bastantes más muertos, como en cientos de ataques posteriores sobre numerosas ciudades españolas. Pero la masacre de la Legión Cóndor en Guernica se llevó toda la publicidad, como la torta de Will Smith eclipsando la gala de los Oscar. Y todo fue gracias a un reportero, a un cuadro y al poder de la propaganda.

La crónica de George Steer

Ahora es bien sabido que la Alemania nazi utilizó la Guerra Civil como campo de pruebas para ensayar la fuerza destructiva de su aviación. Pero en 1937 era un dato desconocido y fue el periodista George Steer el primero en decírselo al mundo. Su crónica del bombardeo de Guernica en The Times y The New York Times causó una gran conmoción y obligó a las fuerzas franquistas a improvisar una verdad alternativa en la que acusaban a los propios vascos de incendiar su pueblo («Barbarie marxista en Guernica» titularon los medios nacionales). La dictadura mantuvo este relato contra viento y marea durante décadas, aunque acabó siendo tan creíble como si el brazo incorrupto de Santa Teresa le hiciera peinetas al Caudillo.

Pero detrás del gran reportero Steer había algo más. Fue también un hábil propagandista y algunos creen que pudo ser un agente secreto británico. De hecho, en la Segunda Guerra Mundial dejó el periodismo y dirigió una unidad de propaganda en el ejército inglés hasta que falleció en un accidente de coche en Birmania. A su talento para la psicología de masas hay que sumar su cariño por el nacionalismo vasco, con el que tenía estrechos contactos, y con la causa republicana. Que no es que le queramos quitar mérito a su celebérrimo telegrama sobre Guernica, pero que el señor Steer tenía sus intereses para hacer lo que hizo canta por soleares. La izquierda y el nacionalismo vasco se lo agradecieron siempre.

El mito frente a la realidad

Porque mientras el franquismo se empeñaba en negar lo evidente, el otro bando se dedicó a mitificarlo, dando forma a una leyenda en torno a Guernica llena de inexactitudes y falsedades que, en pleno siglo XXI, aún se dan por ciertas: la masacre fue aún peor porque era día de mercado (había sido suspendido), murieron 1.654 personas (los últimos estudios apuntan que fueron menos de 150), el lugar se eligió adrede por su simbolismo para el pueblo vasco (lo más seguro es que los alemanes ni supieran qué demonios era eso del árbol de Guernica, que ni tocaron), la villa no tenía ningún interés militar (sí lo tenía: obstaculizar la retirada republicana y presuntamente asegurar el norte para las tropas nacionales) y el mito más famoso de todos: fue una orden directa de Franco, algo que nunca se ha podido demostrar.

Picasso con p de propaganda

Pero si Guernica ha quedado inmortalizado en el imaginario colectivo se debe a un óleo sobre lienzo de 7’77 metros de largo y 3’49 de alto. El relato oficial que haría llorar a Spielberg cuenta que Pablo Ruiz Picasso se conmocionó tanto con las terribles noticias del bombardeo que se puso a trabajar en una obra que plasmara aquella tragedia. El artista aprovechó un encargo que tenía del gobierno de la República para la Exposición Universal de París y en 35 días acabó la que se convertiría en su obra más famosa, un grito contra la brutalidad de la guerra fascista en España, que hizo gratis como muestra de su patriotismo. Si quiere quedarse con esta versión nos parece muy bien, pero si sigue leyendo luego no se queje de que le hemos roto la ilusión.

La peculiar génesis del «Guernica»

Para empezar, Picasso tenía buenos motivos para aceptar aquel encargo de la República: le habían nombrado director del Museo del Prado y le habían asegurado que su obra se expondría junto a Goya y Velázquez. Y la República también tenía razones para estar en aquella exposición universal, que quería convertir en un escaparate internacional de su causa.

Sobre la temática de la obra, hay ideas que tanto podrían representar el dolor de la guerra como el mundo taurino. Tres años antes una cornada se había llevado por delante al amigo de Picasso, el torero Ignacio Sánchez Mejías. Y algunas de las figuras del cuadro parecen encajar con aquel suceso.

Quién sabe si Picasso recicló esas ideas en aquel gran óleo que debió de realizar bajo presión. Hay que recordar que el lienzo se le encarga en enero de 1937 y que hasta mayo no había pintado ni un trazo. ¿Le inspiró para ponerse a trabajar el ataque de la Legión Cóndor o el ataque del comisario español de la exposición que vio que se les echaba el tiempo encima y aún no había nada hecho?

En cualquier caso, aquel encargo adquirió pronto una clara intencionalidad política y propagandística. El bombardeo de la villa vasca se había hecho famoso y si Picasso lo pintaba podía serlo mucho más y ganar adhesiones (y fondos) para la República.

Un «regalo» a cambio de 200.000 francos

Lo que sí se sabe con seguridad es que Picasso lo hizo gratis… pero cobrando un dineral. Según la famosa carta de su amigo Max Aub, recibió a regañadientes, que él no quería, que le obligaron, una cantidad «por los gastos». En total fueron 200.000 francos en dos pagos. 115.000 euros. Casi 20 millones de pesetas de las de 1937. Esa cifra supuso el 10% del coste total del pabellón español y era diez veces más que lo que hasta entonces había cobrado por cualquiera de sus cuadros que, también es verdad, eran bastante más pequeños.

Tal vez para disimular un poco aquella cantidad simbólica, junto al Guernica, Picasso anadió al pabellón de París cuatro pequeñas esculturas que había hecho entre 1931 y 1933. Una ganga, oiga. Y que conste que nos parece estupendo que al pintor más célebre de su tiempo le pagaran por su trabajo, pero decir que es lo de menos porque realmente lo hizo por amor a la República y que no quería cobrar nada… En fin, que así da gusto trabajar gratis. Yo también me comprometería con la República. Y con la Segunda Guerra Púnica si hace falta.

Picasso, entre nazis y comunistas

La leyenda romántica en torno al comprometido Picasso no termina aquí. El mito incluye anécdotas famosas. En una ocasión, un oficial nazi le enseñó una postal con el Guernica y le preguntó ofendido: «¿Usted ha hecho esto?» Y el pintor malagueño contestó: «No, lo han hecho ustedes». La anécdota, real o no, sirve también para endulzar una realidad biográfica incómoda: Picasso vivió en la Francia ocupada alternando sin problema con los alemanes. Los oficiales de la Gestapo más ilustrados le iban a visitar como si fueran fans. Por supuesto, si acude a las fuentes sentimentales —los mismos que defienden que Picasso pintó el Guernica por patriotismo— le dirán que el artista vivió durante esos años con un gran sufrimiento interior.

Tras la liberación de París, Picasso decidió afiliarse al Partido Comunista francés. Quién sabe si para acabar con ese sufrimiento interior o por quitarse cualquier sombra de colaboracionismo de encima. Su unión con la izquierda gala le hizo aún más famoso y, como suele pasar, que fuera millonario no planteó ningún dilema moral al partido de los parias de la Tierra. A fin de cuentas, todos se beneficiaron mutuamente. La magia del comunismo.

En 1953, al morir Stalin, la revista Les Lettres Françaises le encargó un retrato del dirigente soviético para la portada. Que el autor del pacifista Guernica homenajeara a un dictador responsable de millones de muertes le chocó a muchas personas. Pero más aún a los propios comunistas que consideraron un insulto el dibujo de Picasso. Pintar toros y mujeres con ojos salidos estaba muy bien, pero al camarada Stalin se le tenía que retratar como Marx manda.

El «Guernica» se universaliza con la Guerra Fría

El último eslabón que consagró al Guernica se lo debemos a la Guerra Fría. Mientras el exiliado Picasso disfrutaba de la fama en París, su cuadro más famoso se exponía en el MoMA a la espera de que se instaurara la República para traerlo a España, como era el deseo del artista (en cuanto quedó claro que la III República quedaba muy lejos, Picasso se conformó con que acabara la dictadura). En Manhattan recordar los orígenes rojos de la obra quedaba un poco raro en plena Guerra Fría, así que decidieron darle un enfoque más universal «contra todas las guerras».

El Guernica regresó a España en 1981. Picasso nunca lo hizo porque falleció en 1973 y, según la versión oficial —ya sabe, la de que pintó el cuadro por amor a la República y que sufrió mucho durante la ocupación nazi— fue por su antifranquismo. Existen al menos dos amigos suyos, Antonio Olano y Luis Miguel Dominguín, que cuentan otra cosa: que a Picasso no le habría importado volver pero que tenía miedo de hacerlo, no por Franco sino por las represalias de los comunistas. «No puede ser, si acepto regresar a España me matan los míos», recoge Olano en uno de sus libros dedicado al pintor malagueño. Tiene sentido: si los comunistas pusieron el grito en el cielo por un dibujo de Stalin, a saber qué le habrían hecho si vuelve a España.

Epílogo: Cabra, 7 de noviembre de 1938

Un año y medio después del bombardeo de Guernica, el 7 de noviembre de 1938, tres katiuskas republicanos comprados a la Unión Soviética atacaron el pueblo cordobés de Cabra. Las bombas cayeron en el Mercado de Abastos, en la Plaza Vieja y en el humilde barrio de la Villa. Murieron un centenar de personas, más o menos las mismas que en Guernica.

En 2018 se cumplió el 80 aniversario de aquella desgracia. Como sucede de un tiempo a esta parte con las barbaridades republicanas en la Guerra Civil, pasó completamente desapercibido. La entonces vicepresidenta del Gobierno, la socialista Carmen Calvo, nacida en Cabra, ni se acordó. Seis años antes, el director general de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía lo justificó diciendo que «fue un error de los republicanos». Y los expertos progresistas aún se ofenden cuando alguien se refiere a «la Guernica del sur». Lo consideran una «ocurrencia» cargada de «sectarismo».

El péndulo de la Historia es así de injusto. La tragedia de Guernica se ignoró durante la dictadura. La de Cabra se ignora ahora. Con la diferencia de que Guernica es universal y Cabra ni siquiera se conoce en España. Es lo que pasa cuando no hay periodistas maestros de la propaganda que se lo cuenten al mundo ni ningún Picasso que lo pinte.

RECIBA LAS NOVEDADES DE KAPLAN CONTRA LA CENSURA

No hacemos spam. Lea nuestra política de privacidad para obtener más información.

6 comentarios

  1. Un artículo de lo más interesante con todo lo que esconde la historia del Guernica. Eso sí, puede ser bastante polémico por tocar alguna que otra vaca sagrada. Otro ejemplo más de cómo se tergiversa la Historia a conveniencia.

    1. El mundo de arte tiende a ser visto con esa aureola de romanticismo, ocultando o disimulando sus aspectos más prosaicos. Si encima es arte político al servicio de una causa, aún más. Pero para contar las cosas desde otro punto de vista estamos aquí 😉 Un saludo, Merce.

  2. Hola Señor Kaplan, lo cierto es que la primera víctima de la guerra es la verdad y se cometen atrocidades en ambos bandos porque la guerra es un vale todo. Lamentablemente, es la naturaleza del ser humano.

  3. Hay incluso una teoría que dice que Picasso pintó una Natividad, y que fue tras el bombardeo cuando lo bautizó «Guernica». La verdad nunca la sabremos. Buen artículo, señor Kaplan. 😉

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.