Las dos películas más famosas sobre el hundimiento del Titanic se rodaron en 1997 y en 1958. La primera la conoce todo el mundo mientras que la segunda, La última noche del Titanic, permanece algo olvidada, y eso que no está nada mal. Que se lo digan a James Cameron que la tuvo en mente para inspirarse, por no decir otra cosa. Pero existe otra versión aún menos conocida, la primera gran superproducción que se rodó sobre el mítico naufragio. La hicieron los nazis en plena Segunda Guerra Mundial y estaba destinada a ser la gran película de la Alemania de Hitler. No solo no lo fue sino que ni siquiera se estrenó en su país de origen. La historia que rodeó a este peculiar largometraje daría para otra película. De momento, se tendrá que conformar con nuestro artículo.
Los alemanes se ve que le tenían cariño a este suceso histórico. Ya habían rodado una primera versión de la catástrofe apenas un mes después de producirse, cuando aún se estaban sacando cadáveres del Atlántico Norte, con todo el nivel técnico que uno puede imaginar en 1912, que no era precisamente Star Wars.
En 1942, el ministro de propaganda del Reich, Joseph Goebbels, quiso usar el fin del Titanic para demostrarle al Führer que el cine alemán no tenía nada que envidiar al de las decadentes potencias occidentales. Y de paso tendría un film que le hablara al mundo de las bondades (sic) del nazismo. ¿Que qué provecho se le podía sacar al hundimiento de un transatlántico desde un punto de vista nazi? Espere a ver el guion.
El film adaptaba la realidad histórica al gusto goebbeliano. En este Titanic, los británicos eran unos tipos sin escrúpulos cuya avaricia acababa provocando el choque con el iceberg, y donde todos demostraban ser unos cobardes de la peor calaña. Tan solo el primer oficial que, casualidades de la vida, era alemán manifestaba sentido común y coraje. Primero advirtiendo sin éxito de la tragedia que se avecinaba y, después, liderando él solito el salvamento en los botes salvavidas.
Una crítica nacionalsocialista al capitalismo
La película no solo habla de la vileza británica frente a la nobleza aria, sino que es una crítica feroz al capitalismo —luego dicen que lo de nacionalsocialismo no tiene nada que ver con el socialismo— al que hace responsable de la catástrofe. El presidente de la naviera White Star Line quiere hundir las cotizaciones en bolsa de su empresa para posteriormente comprar acciones a bajo precio y, después de batir el récord de velocidad con el Titanic, aumentar su valor de mercado. En el barco se enfrenta a otro millonario inglés que también quiere aprovecharse del trapicheo financiero y, entre la especulación de unos y otros, el Titanic acaba chocando con el hielo por no aminorar su marcha.
El Reichsminister no escatimó recursos para la que iba a ser una obra magna. La producción de Tobi Films para la UFA incluía localizaciones en el Mar Báltico, exteriores en el que fuera uno de los cruceros más lujosos de Alemania, la llamada «reina del Atlántico Sur», el Cap Arcona, y un presupuesto de cuatro millones de marcos que la convirtió en una de las producciones alemanas más caras del momento. Para dirigirla se eligió a Herbert Selpin, que venía de tener éxito con otra película de propaganda, Carl Peters, y en su reparto coral destacaban dos populares actrices del régimen nazi, Kirsten Heiberg y Sybille Schmitz.
La última víctima del Titanic
El rodaje fue complicado, básicamente porque rodar una gran producción cinematográfica en mitad de una guerra suele serlo. Pero es que, además, Selpin era un cineasta muy temperamental. Y ser un director con carácter está bien, pero quizá no era la mejor idea serlo en la Alemania nazi. Menos aún cuando enfrente tienes a Joseph Goebbels, uno de los tipos más siniestros que ha pisado este mundo. Y Selpin pronto iba a comprobar en sus carnes lo que sintió el Titanic después de chocar con el iceberg.
El equipo tenía asignados a unos oficiales de la Kriegsmarine, supuestamente para asesorar al director. Harto de que el rodaje no avanzara debido a que los oficiales se dedicaban a perseguir y flirtear con las actrices, un día se quejó a su guionista Walter Zerlett-Olfenius, con el que también había frecuentes tensiones. «Con la cruz de hierro en el pecho pueden hacer lo que quieran», le comentó el guionista. «Seguro que tienen esas condecoraciones por las mujeres que han conquistado y no por sus méritos de guerra», fue la sarcástica respuesta de Selpin.
Denunciado por el guionista a la Gestapo —lo que define a la perfección la catadura moral del susodicho—, el director fue detenido en el acto. El mismo Goebbels le pidió que se retractara de sus palabras. No lo hizo y al día siguiente apareció ahorcado en la celda con sus tirantes. Goebbels le envió una breve carta a la esposa de Selpin notificándole el «suicidio» de su esposo y prohibió que se mencionara su nombre en el set de rodaje. Treinta años después del naufragio, Herbert Selpin se convirtió así en la última víctima del Titanic.
Prohibida por Goebbels
Ya con otro director y en un ambiente de trabajo que, se puede uno imaginar, no era el más alegre y distendido, la película consiguió terminarse. Pero una vez lista, al líder de la propaganda nazi no le gustó y la vio poco apropiada. Con Alemania bombardeada cada dos por tres, no le pareció buena idea estrenar un largometraje que hablara de desastres y muertes en masa. Además, se podían hacer malintencionados paralelismos entre el Reich y el Titanic.
Así que Goebbels prohibió su estreno en territorio germano y solo dejó que se viera en los territorios ocupados donde parece ser que gustó bastante. Tal vez por esos malintencionados paralelismos. Precisamente, de su exhibición en París es el imaginativo cartel que ilustra este artículo, con los pasajeros agarrándose a las letras que forman el título y sin rastro del pobre Herbert Selpin.
Las vicisitudes de una película nazi
Cuando acabó la guerra, la película maldita acabó formando parte de los dos mil títulos requisados por el Ejército Rojo. Eran las llamadas «películas de trofeo», muchas de las cuales se emitieron en los cines de la Europa del Este convenientemente dobladas y censuradas, cosa que no dejaba de tener su punto surrealista: la censura de Stalin permitía antes ver películas nazis que estrenar a autores soviéticos. En el caso de Titanic hubo poco que censurar. Como era una crítica al capitalismo, aquello con un par de retoques debió de parecer El acorazado Potemkin en el agua.
A los ingleses, claro, no les gustó tanto. Primero prohibieron la película y, en 1949, se editó una versión en la que se censuraban los momentos más antibritánicos, en especial la frase final: «La muerte de 1.500 personas continúa sin castigo. Una condena eterna por la loca búsqueda de lucro de Inglaterra». Hasta 2005 no se pudo ver la versión íntegra en Estados Unidos y, en 2017, se editó sin cortes en Alemania. Actualmente, se puede encontrar sin problemas en YouTube. Hasta que algún ofendido se queje, claro.
Ideologías al margen, este Titanic tiene sus momentos. En uno de ellos, la amante del presidente de la naviera, despechada, le abandona diciéndole: «Yo tengo una oportunidad de salvarme y tú no. Soy una mujer. ¡Una mujer! Y las mujeres y los niños van primero». Solo le falta añadir: Ajo y agua, toma machismo.
Y es casi seguro que James Cameron vio también la película. Hay una trama con unas joyas robadas y un rescate en un camarote cerrado inundado que se parece al de la oscarizada versión. Y al plano con la novia del oficial alemán despidiéndose de él mientras desciende en un bote solo le falta un «si tú saltas, yo salto» con la música de James Horner de fondo.
El terrible final del Cap Arcona
La historia le reservaba un último giro macabro a esta producción nazi. El barco en que se rodó, el Cap Arcona, protagonizó en 1945 uno de los episodios más turbios de la Segunda Guerra Mundial. Después de ser usado como plató, el otrora lujoso buque alemán acabó convertido en un improvisado campo de concentración sobre el mar en la bahía de Lübeck. Hitler se había suicidado hacía tres días y la guerra estaba ganada. Pero aún así la aviación británica atacó el Cap Arcona sin que se sepa aún muy bien por qué. Más de 4.000 prisioneros que sobrevivían hacinados en condiciones inhumanas perecieron con las bombas, el hundimiento del buque y las ametralladoras de los aviones británicos que no sabían a quién estaban masacrando.
Hubo el triple de muertos que en el Titanic. Y aún así fueron pocos comparados con los naufragios del Wilhelm Gustloff y del barco hospital Goya. 15.000 víctimas entre los dos. También casi en el tiempo de descuento de la Segunda Guerra Mundial y torpedeados por submarinos soviéticos que sabían que estaban cargados de fugitivos alemanes, militares pero también civiles, sobre todo mujeres y niños. El día que se investiguen en profundidad los crímenes de guerra de todos los bandos, el mundo se quedará más helado que Di Caprio agarrado a la tabla.
Muy interesante, señor Kaplan. No conocía yo esta película ni la historia que hay detrás. La añadiré a mi eterna lista de cosas pendientes.?
¡Hay tantas cosas por descubrir en este mundo! 😉 Muchas gracias, Merce 🙂
Hola Señor Kaplan, la verdad es que no conocía esta película sobre el Titanic. Con respecto al Titanic verdadero, investigaciones recientes han descubierto que el espesor del casco era menor al reglamentario, por eso se rajó cuando impactó con el iceberg. No se sabe si querían aligerar el peso para que viajara más rápido y gastara menos combustible, o simplemente para ahorrar material, así que esta película nazi no está tan fuera de la realidad.
Hola, Lisandro. Interesante su apunte sobre el Titanic. Todavía se descubren nuevos hallazgos sobre el desastre y surgen nuevas teorías. Aún así, leyenda y realidad se entremezclan y quién sabe lo que sucedió realmente. Un saludo desde la otra orilla del Atlántico.
Respecto al Titanic, un investigador canadiense descubrió en el 91 que el acero que se usó en el casco del barco tenía un contenido alto en azufre, por lo que era quebradizo; y de ahí que se rajara al impactar con el iceberg. Eso unido a que como se mencionó antes era más delgado de lo que debería hizo que se hundiera tras el accidente