A la FIFA le gusta lo novedoso. Así comenzaba una de las noticias que, en 2010, daba cuenta de la elección de las sedes mundialistas para 2018 y 2022: Rusia y Qatar. En realidad, debería haber dicho que a la FIFA le gustaba el dinero. Y es que lo del mundial de Qatar olió raro desde el primer momento. Solo la Atlántida sumergida habría sido una elección peor. Jugar en un sitio con temperaturas que podían llegar hasta los 50 grados no parecía demasiado sensato. Elegir lo novedoso ha obligado a trastocar todos los campeonatos nacionales para disputar el campeonato mundial en invierno con temperaturas más razonables. No les quedaba otra si no querían que Messi, Mbappé, Modric, y compañía se disputaran la copa del mundo de la hipertermia.
Dos años después de aquella controvertida decisión, el artífice de la elección del mundial en Qatar, Mohamed Bin Hammam, fue suspendido de por vida al presentarse a la presidencia de la FIFA a golpe de talonario, comprando votos aquí y allá. El hombre debió de pensar que lo que había valido para conseguir el mundial serviría para hacerse con la federación. Quién iba a pensar que estos de la FIFA se pondrían exquisitos.
El runrún era tal que la FIFA tuvo que iniciar una investigación interna que dictaminó que, si bien no se podía demostrar que hubiera habido sobornos en la elección del mundial, sí hubo una «conducta potencialmente problemática».
Para conducta potencialmente problemática la que les estalló en la cara tres años después cuando siete miembros del comité ejecutivo de la FIFA fueron detenidos en Zurich acusados de corrupción, en una operación que acabó provocando la caída de los dos directivos más poderosos del fútbol de entonces: el presidente de la FIFA, Joseph Blatter, y el presidente de la UEFA, Michel Platini.
Un mundial bajo sospecha permanente
Las sospechas se convirtieron entonces en acusaciones concretas: según el FBI, Rusia y Qatar habrían pagado millones de dólares para conseguir los votos necesarios para acoger el mundial. Doce años después de aquella polémica votación en la que se apostó por lo novedoso, 11 de los 22 miembros que participaron en ella han sido suspendidos, multados o imputados en diferentes casos de corrupción. Dos han sido condenados (por otras causas) y Blatter y Platini han sido finalmente absueltos aunque siguen desterrados del planeta fútbol, que no quiere saber nada de ellos.
Por su parte, Rusia celebró tranquilamente su mundial sin que la Unión Europea y la OTAN se metieran mucho con Putin, que ya se había anexionado Crimea en 2014, y que había prohibido publicar malas noticias durante la celebración del campeonato. Eran otros tiempos en los que nadie sabía situar Ucrania en el mapa, Zelenski sonaba a marca de electrodomésticos y donde no hacía falta ponerse tiquismiquis con la falta de democracia en Rusia. Esa capacidad para hacer la vista gorda fue todo un aviso a navegantes de lo que pasaría cuatro años después en la perla del Golfo.
Mucho fútbol y pocos derechos humanos
Desde que se les concedió el mundial, Qatar, de la mano de la dinastía Al Thani, había modernizado su futurista capital Doha e invirtió 200.000 millones de euros en las infraestructuras deportivas que no tenía. Y aunque han presumido de avances sociales, continúan siendo una monarquía absoluta con pena de muerte, sin partidos políticos ni libertad de expresión, y donde los derechos humanos brillan por su ausencia, especialmente los de los inmigrantes, las mujeres y el colectivo LGTB, los tres caballos de batalla del progresismo en Occidente.
De hecho, a unos meses de la celebración del mundial, The Guardian publicó un reportaje de esos suyos, lleno de datos poco contrastados en el que hablaba de 6.500 trabajadores inmigrantes muertos durante las obras del mundial, supuestamente víctimas de las penosas condiciones de trabajo a altas temperaturas. Aunque los números estaban cogidos con pinzas y posiblemente bastante exagerados, habría sido interesante seguir investigando la situación laboral de los trabajadores inmigrantes en el emirato —más del 80% de la población— que, estaba claro, no era la mejor de todas.
Pero parece que cuando conviene ese debate puede quedar aparcado. Que se lo digan al actual entrenador del FC Barcelona, Xavi Hernández, quien, nublado por los petrodólares y el nacionalismo, llegó a decir que en Qatar se vivía muy bien y, aunque no fuera una democracia, funcionaba mejor que España. Pues igual tiene razón y deberíamos funcionar como en Qatar y aplicar sus castigos a los condenados del Procés. Nos habríamos ahorrado los indultos, la eliminación del delito de sedición, la rebaja del de malversación y quizá tendríamos nueve independentistas menos de los que preocuparnos.
Eva Kaili, la amiga de Qatar
Los esfuerzos por hacerse dignos de Occidente acabaron siendo reconocidos en el Parlamento Europeo para sorpresa de muchos: «El Mundial de Qatar es la prueba de cómo la diplomacia deportiva puede lograr una transformación histórica de un país, con reformas que han inspirado al mundo árabe», afirmó la vicepresidenta de la Eurocámara, Eva Kaili, una rubia y explosiva — así la definían los medios antes del MeToo-— eurodiputada socialista.
Nueve días después de esas hermosas declaraciones, ya en plena celebración del campeonato, Kaili y unas cuantas personas más vinculadas al Parlamento Europeo, a entidades humanitarias y a sindicatos fueron acusadas de aceptar sobornos para promocionar los intereses del emirato y de Marruecos. El escándalo ha recibido casualmente, o no, el mismo nombre que recibieron en su momento las acusaciones de compra de votos para la celebración del mundial en Qatar: Qatargate. De hecho, es su segunda parte y promete ser mejor que El padrino II.
Tres mil años de opresión europea
Alguien pensaría que con este historial de corrupción, falta de libertades, explotación laboral y déficit de derechos humanos habría un boicot general al denominado «mundial de la vergüenza». Pues no. Ni un país se plantó. Ni siquiera los que más presumen de defender a las minorías sufrientes de este mundo opresor: la Inglaterra que se arrodilla por los negros y la Alemania que llena sus estadios de luces con la bandera LGTBI. Hasta Estados Unidos se fue a Qatar como si nada. A fin de cuentas, ¿no se hicieron unos Juegos Olímpicos en la Alemania de Hitler? Pues ya está.
A punto de inaugurar el campeonato, el presidente de la FIFA dio una de las comparecencias más sonrojantes que se recuerdan. Aseguró que, en vez de criticar tanto a Qatar, los europeos deberían disculparse por lo que habían hecho durante los últimos 3.000 años, sin que quedara claro si se refería a las primeras colonias de los fenicios o a las invasiones de las tribus dorias. «Hoy me siento qatarí, árabe, africano, gay, discapacitado, trabajador inmigrante…», rubricó Gianni Infantino con una mirada de cordero degollado que no se creía ni él. De alguien que es capaz de remontarse 3.000 años para encontrar supremacismos blancos, lo raro es que no se sintiera también faraón egipcio.
El tirón de orejas de Klopp
Los medios de comunicación tampoco se lucieron especialmente en vísperas del torneo. Más allá de repetir como un loro el dato de los supuestos 6.500 trabajadores muertos en las obras del mundial, citar los pesimistas informes de Amnistía Internacional y alucinar con el discurso de Gianni Infantino, todo lo que hicieron fue preguntar a los jugadores y entrenadores si les parecía bien ir a Qatar. El entrenador del Liverpool, Jürgen Klopp, les sacó los colores al responder:
Ha habido muchas oportunidades de denunciar desde la concesión del Mundial. Dos o tres años para decir: «Por cierto, esto no está bien (…). Vosotros sois los periodistas. Vosotros deberíais haber mandado ese mensaje. Y no habéis escrito grandes artículos críticos sobre ello porque son «las cosas de Qatar». No, las cosas están muy claras: todos somos culpables. Pero decirle ahora a los jugadores «tenéis que llevar este brazalete o, si no, estaréis de ese lado y no del otro»… No. Son futbolistas y es un torneo. Lo hemos organizado nosotros y ellos jugarán lo mejor que puedan para sus países.
Nadie se pone el brazalete LGTBI
Lo del brazalete a lo que se refería Klopp fue el típico postureo, la pataleta woke a la que se suele recurrir en Occidente cuando se protesta por algo sin que vaya a ser de ninguna utilidad pero que queda muy bien en las redes sociales y da titulares tipo «El gran gesto de…». En este caso, era un brazalete con la leyenda One Love con los colores del arcoíris en señal de respeto para el colectivo LGTBI. Hasta diez selecciones europeas se comprometieron a llevarlo con el apoyo de sus respectivas federaciones que estaban dispuestas a pagar las sanciones que les impusiera la FIFA y Qatar.
El dinero y los cojones están para las ocasiones, vinieron a decir pero con palabras más elegantes. Cuando se supo que las sanciones, aparte de monetarias, iban a venir en forma de tarjetas amarillas, con el riesgo de acumularlas y acabar sancionados sin jugar partidos, todos los equipos se echaron atrás. La ocasión y el dinero lo tenían. Les faltó lo otro. Hasta para hacer un gesto simbólico que no servía para nada.
Inglaterra hinca la rodilla
Al final, el sarao futbolero se desató y, como corresponde al deporte que más pasiones despierta en el planeta, todas las quejas sobre Qatar se olvidaron mágicamente, y eso que los jugadores ingleses volvieron a hincar la rodilla contra el racismo, en otro de esos brindis al sol de los que hablábamos antes. «Sentimos que este es el escenario más grande y creemos que es una declaración fuerte que dará la vuelta al mundo», se explicó el entrenador inglés. Por suerte, los tumbaron en cuartos así que si quieren dar declaraciones fuertes que usen Twitter, como cualquier persona necesitada de casito.
Dispuestos también a dejarse notar, los jugadores de la selección alemana posaron en su primer partido con la mano en la boca denunciando la censura que les impedía ponerse el famoso brazalete. Quizá fue porque con tanto activismo tenían la cabeza en otro sitio, pero la tetracampeona del mundo no pasó de la primera ronda, lo cual también tuvo su lado bueno: la de gestos inútiles de la que nos hemos librado, que los teutones también son de los que se ponen muy intensos.
Marruecos despierta la locura
Sin duda, Marruecos se ha convertido en la sorpresa del mundial de Qatar. Solo la pudo parar la campeona de Rusia 2018, Francia, que a la postre también fue de nuevo finalista. En el camino, los leones del Atlas se llevaron por delante a Bélgica y las dos selecciones de la Península Ibérica, lo que provocó altercados en Bélgica y Francia y muchos menos en España, para desgracia de algunos que esperaban aprovecharse de esta situación para revivir la Reconquista. El sutil leña al moro que se hizo tendencia en Twitter antes del partido contra la Roja y que los españoles muy españoles se comieron con patatas después de una catastrófica tanda de penaltis, lo deja bien claro.
En el otro extremo estuvo esa izquierda que se la coge con papel de fumar y que rezaría cinco veces a la Meca solo por quedar bien. Un comentarista de RTVE dijo durante el España-Marruecos que los marroquíes robaban el balón y salían corriendo, «un término estrictamente futbolístico. Quien lo saque de quicio tiene un problema», aclaró el comentarista. El que lo sacó de quicio fue Pablo Iglesias, que pidió indignado la destitución del comentarista. Al ex vicepresidente del gobierno solo le faltó exigir que España pidiera perdón por la guerra del Rif.
Integrados pero no en Europa
No obstante, algo de razón tenían esos que los medios de bien llaman fachas. La selección marroquí estaba formada por jugadores que ni siquiera habían nacido en Marruecos. Catorce procedían de Canadá, Francia, Países Bajos, Bélgica o España, como es el caso de su estrella, Achraf Hakimi, que nació en Madrid y dio sus primeras patadas al balón en el Getafe. Hakimi declaró en una entrevista:
«Fui a la Selección Española (…) y vi que no era mi sitio adecuado, no me sentía como en casa. No era por nada en concreto, sino por lo que yo sentía, porque no era lo que había mamado y vivido en casa, que es la cultura árabe».
Que nos parece muy bien que el chico respete las raíces de sus padres, pero está claro que su integración en Europa no es precisamente modélica. Y tener millones de marroquíes de segunda y tercera generación nacionalizados españoles que siempre sentirán que España no es «el sitio adecuado», qué quieren que les diga. Que como la cosa se tuerza la leña nos la darán los moros a nosotros. Si lo que queremos es acabar como Francia y sus zonas no-go, como la que acogió la final de la última Champions, sin duda vamos por buen camino.
¿Por qué Argentina no tiene jugadores negros?
Mientras la Argentina de Leo Messi empezaba a superar rivales y se postulaba como candidata a campeona, el mundo woke iba a lo suyo. The Washington Post publicaba el artículo «¿Por qué no hay jugadores negros en la selección argentina?», escrito por la profesora de Historia de la Universidad de Texas y experta en identidades raciales, Erika Denise Edwards. El artículo tenía ese saborcillo del que se siente moralmente superior a todos escribiendo desde un país que ha exterminado a sus poblaciones nativas y ha sido el más racista de todos hasta hace prácticamente nada.
En cualquier caso, hemos de estar agradecidos a que Erika Denise Edwards escribiera sobre un mundial de fútbol masculino y no uno femenino, porque la turra podría haber sido aún mayor. La señora tiene un libro llamado «Esconderse a plena vista: las mujeres negras, la ley y la creación de la República Argentina blanca», un estudio con perspectiva de género sobre el borrado racial que sufren las mujeres negras argentinas, que tiene toda la pinta de ser una apoteosis woke para toda la familia.
La final de las finales
El mundial de la vergüenza culminó en una de las finales más vibrantes que se recuerdan, entre Argentina y Francia. Messi subió sin discusión al Olimpo de Di Stéfano, Pelé y Maradona y consiguió la tercera estrella para los muchachos, mientras Kylian Mbappé presentó sus credenciales para ser algún día el sucesor de la Pulga. Los dos, por cierto, comparten vestuario en el Paris Saint Germain, propiedad del emir de Qatar, que se lo debió de pasar en grande viendo a sus dos cromos favoritos competir en la final de las finales.
En plena celebración, el emir le colocó al capitán de la selección argentina el besht, una túnica tradicional que usan en las grandes ocasiones los VIP del mundo árabe y que, suponemos, les encantó por aquellos lares pero que aquí provocó más cachondeo que otra cosa. La «batita de Agata Lys» a la que se refirieron en Twitter o la «cosa de encaje de Victoria’s Secret» que dijo el periodista Tomás Roncero —a quien siempre le perseguirá su visionario pronóstico del mundial: «equipo decepción, Argentina; jugador decepción, Messi»— le fastidió la foto del siglo a Adidas, patrocinadora del jugador.
Aunque se resarcirán vendiendo millones de camisetas albicelestes con el 10 en la espalda. Un negocio redondo. Como el que ha hecho el Estado de Qatar con el mundial, que lo suyo le ha costado.
Qatar gana el mundial
Es posible que Pablo Echenique se compre una de esas camisetas. El portavoz de Podemos ejemplifica muy bien esa hipocresía bipolar con la que la Europa progresista de los derechos humanos ha vivido este campeonato del mundo. El día que comenzó el torneo publicó en un tuit:
Me encanta el fútbol y los mundiales todavía más. Pero, por primera vez desde que tengo memoria, no voy a ver el mundial de fútbol de Qatar. Que el poder económico de una dictadura teocrática valga más que los derechos de las mujeres, de los trabajadores y de las personas LGTBI me da asco.
El día que Argentina se proclamó campeona publicó otro:
Desde el 11 de julio de 2010 que no me hacía tan feliz el resultado de un partido de fútbol.
Y es que ya lo decían en El secreto de sus ojos, esa película tan argentina como Messi o Echenique: Se puede cambiar de todo pero nunca se puede cambiar de pasión. Y los que no comparten esa pasión y ven aún más claramente la jugada de Qatar y el desastre europeo se deben de sentir como el futbolista holandés al que Messi le dirigió la que sin duda fue la frase del campeonato: «Bobo, ¿vos que mirás? ¡Anda para allá!».
La verdad es que ha sido un Mundial más marcado por sus polémicas que por el fútbol. Y ahora que ha empezado a salir los de los sobornos, aún más. Al menos ha quedado clara una cosa: cuando hay pasta de por medio, el postureo buenista pasa a un segundo plano.
Poderoso caballero es don Dinero, amiga Merce. Ayer, hoy y siempre 😉 ¡Felices fiestas y feliz año nuevo!
Yo me preocupé de ver el fútbol, no de las polémicas, y me la pasé muy bien, para mi fue ver 100% fútbol y del bueno, Argentina ganó en toda justicia, se los paseó a todos y es lo que cuenta. Y la Final, la mejor de la Historia!!!
Yo me fijé en todo, que el artículo también habla de fútbol xD Argentina justa campeona, desde luego.
Hola Señor Kaplan, todavía estamos celebrando jaja. El fútbol es el deporte que más dinero mueve en el mundo y creo que son varios los poderes que intentan controlar la FIFA, entre ellos Estados Unidos, por eso salen a la luz los escándalos de corrupción. Todo lo que los progres dijeron sobre mi país me hicieron acordar a usted, somos un mal ejemplo para el mundo jaja y la final puede traducirse como nacionalismo vs. globalismo.
Hola, amigo Lisandro. Enhorabuena por la Tercera 😉 La verdad es que prefiero que gane una selección como la argentina libre de postureos progres que las majors europeas tan concienciadas por todo pero que son incapaces de plantar cara al dinero de Qatar. ¡A disfrutar la copa mundial y feliz 2023!