Samantha Hudson Doritos

Pero antes un poco de historia. Con 15 años, un muchacho llamado Iván González hizo un trabajo para el instituto, un vídeo que colgó en YouTube y en el que cantaba cosas del estilo de Soy maricón y me encanta Jesucristo / Pero eso no le importa mucho al puto obispo / Me echó de la iglesia por estar montando el pollo / Yo solo le gritaba a Jesús que me lo follo. Aquella tontería de adolescente provocó las iras del profesor de religión que se trasladaron a muchos católicos, a Ciudadanos, al PP —y porque Vox no existía—, a Hazte Oír y al obispo de Mallorca que acabó excomulgando al chaval como si fuera el mismísimo anticristo.

Samantha Hudson: engendro o icono

El efecto Streisand hizo su magia e Iván, travestido en Samantha Hudson, inició una carrera meteórica que le ha convertido, con apenas 25 años, en un engendro ideológico o en un gran referente, según el color del cristal de la guerra cultural con que se mire. El progresismo lo ve como un ejemplo para las nuevas generaciones, un adalid de la diversidad, la inclusión y el antifascismo que nos han metido hasta en la sopa: series, películas, documentales, programas de televisión y festivales. Y también le han dado unos cuantos premios, entre ellos uno que se llama Reconocimiento Arcoiris Orgullo de País del Ministerio de Igualdad que suena más cursi que Yolanda Díaz hablando del machismo de los algoritmos.

Para otros, en cambio, el autor de Soy maricón no es más que un ídem, un travelo que responde al objetivo de la izquierda de corromper el humanismo cristiano e imponer el relativismo moral de la agenda LGTBI. Declaraciones como «Yo abogo por aniquilar, destruir la familia tradicional nuclear monógama» desde luego que no le ayudan mucho a hacer amigos entre los sectores más tradicionales de la sociedad.

Y luego están los que, en un justo punto medio aristotélico, lo ven como un ejemplo más de nuestra decadencia cultural, fiel reflejo de esta posmodernidad absurda que vivimos, que encumbra a cualquiera que le cae en gracia, por muy estrafalario o imbécil que parezca. Como se percibe a sí mismo Iván es complicado saberlo. En parte por el cacao que debe de tener dentro de su cabeza no binaria y en parte porque suele asegurar que todo lo que dice en las entrevistas «son chorradas». Al menos sinceridad no le falta.

Una reina de los bajos fondos en su salsa

Entre los highlights de esta autoproclamada «reina de los bajos fondos» se encuentra una polémica intervención en ese programa adoctrinador disfrazado de concurso musical que es OT defendiendo la cultura del fracaso, y el videoclip de la canción Por España, que sacó el Día de la Hispanidad, una gamberrada petarda y provocadora en la que se liaba a leches con unos falangistas y acababa pegándole un tiro al mismísimo Caudillo. Por supuesto, la derecha volvió a entrar al trapo como un miura, que era de lo que se trataba.

Pero no solo los católicos más tradicionales echan espumarajos con este travestí encumbrado por el progresismo patrio. Una parte del feminismo lo odia aún más ya que lo ve como un gay misógino al servicio del capitalismo que se burla de las mujeres y boicotea la lucha feminista. Si algún día lo nombran ministre de Igualdad acabará como Franco en su videoclip.

Acostumbrado a las críticas, Samantha Hudson suele pasar de todos, eso sí, considerando a sus críticos unos homófobos, tránsfobos o LGTBIfobos y viendo discursos de odio por todas partes. A lo mejor a nosotros también nos vería mal por referirnos a él en masculino. Pero si él mismo no se aclara con su identidad sexual —se ha definido unas veces como travestí, otras como persona trans no binaria y se considera «el perineo del género», sea lo que sea eso— qué vamos a saber nosotros, pobres cisheteros básicos.

Embajadora de Doritos durante 48 horas

Y así llegamos a la noche de autos. Como buen icono marxista y antifascista del colectivo LGTB, Samantha Hudson se ha dejado llenar los bolsillos por las multinacionales de la derecha capitalista, que saben que apuntarse a todo lo woke les da puntos. Doritos anunció que convertía al travestí en su embajadora para España sin saber el avispero en el que se metía. Dos días después reculaba y anunciaba su despido.

¿El motivo? Una campaña de cancelación en toda regla. Solo que en este caso no es de la izquierda, sino de esa derecha que ha aprendido muy bien los mecanismos de las cancelaciones progres: boicot a la marca, incendio en las redes sociales y toda la munición posible en forma de odio, violencia e insultos. A Doritos, que pertenece a la yanqui PepsiCo, le llovieron más palos que cuando anunciaron que iban a hacer un snack para mujeres que cupiera en el bolso o cuando hicieron aquel anuncio de la runner sexy que lamía lo que fuera buscando restos de doritos y que también encantó a las feministas.

El pasado vuelve en forma de tuits

Claro que en este caso la munición contra Samantha Hudson estaba a huevo: unos tuits antiguos intolerables para los estándares actuales de corrección política que ofenderían hasta a Jeffrey Epstein.

  • Odio a las mujeres que son víctimas de violación y recurren a centros de autoayuda.
  • Quiero hacer cosas gamberras, como meterme a una niña de 12 años por el ojete.
  • Feliz Año Nuevo a todos los pederastas que me siguen.
  • En bragas y gritando que soy ninfómana delante de una niña de 8 años majísima.
  • Lloro de risa con vídeos de acoso escolar que acaban en suicidio.

El miedo de Doritos a acabar como Bud Light

Aunque los tuits eran ya conocidos, Doritos se debió de asustar al ver que la polémica llegaba a Estados Unidos donde se planteaban si una persona tan controversial, como dicen ellos, era la más adecuada para representar a una marca familiar, algo que en España, donde la purpurina progre lo cubre todo, ni se plantearon.

Temiendo que aquello acabara como la cerveza Bud Light, que en otra gran ocurrencia contrató a una influencer trans, sufrió un boicot masivo, perdió en bolsa cinco mil millones de dólares y despidió a su vicepresidenta de marketing, Doritos desistió. Se tendrán que buscar a otra embajadora LGTB con un pasado tuitero más discreto. Una pena que Carmen de Mairena esté muerta.

Cancelado y obligado a pedir perdón

Descompuesto y sin Doritos, Samantha Hudson hizo acto de contrición. Ya lo había hecho en 2021 cuando los tuits salieron a la luz por primera vez: «Tenía 15 años y pensaba que hacer la tonta de esa manera y frivolizar con temas tan delicados era lo más. Pido perdón a todo el mundo». Y lo ha vuelto a hacer ahora: «Llevo cuatro días recibiendo infinidad de mensajes violentos, amenazas, descalificaciones y acusaciones muy graves», ha escrito disculpándose de nuevo por aquellos mensajes «totalmente fuera de lugar, desagradables y ofensivos».

Samantha será muy destroyer y le sudará el coño todo pero se la ha envainado cumpliendo con el guion que se espera del progre pecador arrepentido porque antes pensaba mal, como le pasó a la wokísima Perra de Satán que recibió un meneo de su pasado también en forma de ocurrencias graciosas a costa de gitanos, negros y lesbianas.

La caza continúa

Por supuesto, como pasa en toda buena cancelación, pedir perdón no le ha servido de nada y la masa tuitera que la ha llamado pedófilo, pervertido y degenerado encabeza ahora otro boicot contra Ballantine, por su nominación a los premios Ídolo, y a AtresMedia que la incluye en el programa de televisión Sexo, famosos y muñecos de trapo, un —tiene toda la pinta— espanto que se promociona con un muñeco que se masturba delante de su imagen. Ni adrede les podría haber quedado más oportuno.

Aunque el lector sagaz ya ha intuido que Samantha Hudson no es santo de nuestra devoción, sí le creemos cuando dice que solo estaba ansioso por llamar la atención (que es lo que sigue haciendo, solo que a expensas de la derecha que le sale mucho más rentable). Si la efímera embajadora de Doritos es un monstruo depravado no lo es por estos tuits ni por sus boutades de buscacasito y merece el mismo boicot que J. K. Rowling por burlarse de las personas trans: ninguno. Y aunque algunos opinan que aun siendo bromas son terribles e inaceptables tampoco lo compramos. Es el mismo argumento de los que critican los chistes de Arévalo y con el que algunos celebraron su muerte.

¿Justicia poética?

En cualquier caso, somos optimistas, más bien realistas, y no creemos que Samantha Hudson sufra mucho tiempo. Pronto volverá a estar por todas partes —los medios progres se han hecho los locos con toda la polémica— y habrá otras marcas más comprometidas que lo contraten. Es lo que tiene ser de la Familia, que diría Vito Corleone. Pero la hostia se la ha llevado y a sus canceladores siempre les quedará Doritos como París a los amantes de Casablanca.

A algunos todo esto les parecerá justicia poética o una muestra de manual de lo que pasa cuando el marketing se ciega de ideología, pero lo que queda claro es que la cultura de la cancelación ya es de lo más transversal, por usar el argot woke, y que la guerra cultural acaba igualando a todo el que participa en ella. Solo se necesita una causa justa, sea esta unas declaraciones en favor del sexo biológico, una acusación anónima de violación en El País, la asistencia a una manifestación en favor de ETA o un chiste sobre una niña con síndrome de Down. Una causa justa, una antorcha y la turba nos recibirá con los brazos abiertos como a uno de los suyos.

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4 comentarios

  1. Pues es verdad que este personaje me parece un mamarracho ridículo pero también es verdad que no estoy a favor de ninguna cancelación. Estos linchamientos tuiteros que aprovechan la masa y el anonimato me parecen hasta vergonzosos. Que luego cuando les pasa a «uno de los suyos» ponen el grito en el cielo.

    1. Un caso clásico de ver la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio, habitual en los exaltados de todo tipo. Ellos no cancelan ni linchan: hacen justicia. Como en el lejano Oeste.

  2. Como bien apunta, sr. Kaplan, la progresía woke, como buenos poseedores de la verdad absoluta, lo mismo que se descolocan cuando otros se manifiestan o montan algaradas callejeras, no conciben que esto de la cancelación se vuelva contra alguno de ellos, como ya ha pasado.
    Pero no me niegue que aún estando en contra, cuando ocurre no arquea una ceja ni se le escapa una sonrisilla malévola…

    1. No se lo niego. Incluso suelto alguna carcajada maligna como el conde Draco de Barrio Sésamo. Pero luego me arrepiento de mi innata maldad machirula.

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