Dani Alves absuelto

Cuando hace un año y tras catorce meses de prisión preventiva, Alves fue condenado, solo cuatro gatos nos atrevimos a contar las incongruencias de la sentencia que, por resumir, reconocía que la denunciante mintió en una parte de su declaración —la que se pudo cotejar con las cámaras— y , en cambio, se le daba completa credibilidad a la parte en la que no había cámaras aunque hubiera indicios a favor del futbolista. Tiene los detalles en esta entrada de Kaplan contra la censura que, insistimos, es de las pocas que encontrará metiendo el dedo en la llaga. Casi nadie, exceptuando al imprescindible Bou y dos o tres más se quiso meter en este jardín, no sea que pareciera que se defendía a quien ya se había decidido que era un violador incluso antes del juicio.

Tres juezas sin piedad contra la Audiencia de Barcelona

Tras la sentencia, la apelación no prometía gran cosa salvo un endurecimiento de la condena. Pero, contra todo pronóstico, tres juezas y un juez del Tribunal Superior de Cataluña, dos del sector progresista y dos expertos en Igualdad, lo que lo hace aún más llamativo, le han limpiado la cara a la Audiencia de Barcelona y consideran que hubo «una serie de vacíos, imprecisiones, inconsistencias y contradicciones sobre los hechos, la valoración jurídica y sus consecuencias» que hacen que no se pueda desvirtuar la presunción de inocencia. Que es la forma elegante de decir que aquella primera sentencia estaba llena de agujeros y no podía ser la base para condenar a nadie a cuatro años de prisión.

Ignorando que el tribunal de apelación estaba lleno de mujeres y de expertos en violencia de género, la izquierda ha salido en tromba, con el chip habitual cuando no le gusta lo que dicen los tribunales: violencia institucional y justicia patriarcal. «Indignación por la decisión de revocar la condena a Dani Alves: El mensaje es terrible» titulaba el mismo diario Público que hace un año celebraba en éxtasis la primera sentencia: «La credibilidad de la víctima por encima de todo».

La culpa es de los mitos machistas

Irene Montero apareció en las redes sociales con ese rictus chungo que se le pone cuando se mosquea y habló del mito machista de las mujeres mentirosas (obviando el detalle de que esta sí mintió). Yo sí te creo, hermana, pero porque esto te lo ha hecho Dani Alves y no Monedero. El secretario general de Podemos, Pablo Fernández, tuiteó una imagen en la que unos jueces lascivos manoseaban a una mujer. Una fascista nota de la comunidad le recordaba que a Alves le habían absuelto tres mujeres.

En plena indignación, Antena 3TV y Telecinco llegaron a hacerse eco de unos polémicos vídeos de Tik Tok de Alves celebrando su absolución con la canción Borracha sin comprobar que se grabaron hace años. La Sexta tranquilizó a su parroquia: «La absolución de Alves no implica que sea inocente. Las claves de la polémica sentencia del TSJC». Para los del periodismo ante todo, el futbolista no tiene presunción de inocencia sino de culpabilidad, y así sería aunque lo absolviera el papa Francisco y el tribunal de la Haya.

Desde el lado moralmente superior de la Historia, el juez Joaquim Bosch se lamentó de que se miren tanto las contradicciones de la mujer y se le exija ser «una víctima perfecta», otro mito machista que, según él, desincentiva a denunciar a las mujeres maltratadas. Dejando de lado que, con Alves absuelto, ya no hay oficialmente ninguna víctima (por mucho que las feministas llamen así a todas las mujeres que dicen que han sido agredidas), lo que el juez de cabecera de los progres muy cafeteros insinúa es que la palabra de la mujer debe prevalecer, aunque mienta, porque las víctimas perfectas no existen. Por tanto, su testimonio imperfecto debe ser suficiente para condenar a un hombre a la cárcel.

La presunción de inocencia molesta a la vicepresidenta del Gobierno

Si le entran sudores fríos espere a saber lo que ha dicho toda una vicepresidenta de España como María Jesús Montero. Para la Chiqui es una vergüenza que «se cuestione el testimonio de una víctima» y se diga «que la presunción de inocencia está por delante del testimonio de mujeres jóvenes, valientes, que deciden denunciar a los poderosos, a los grandes, a los famosos». A nuestra vicepresidenta ese detallito de la presunción de inocencia, reconocida en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, no parece importarle demasiado ante la luz cegadora del feminismo. El aplauso de los socialistas de Jaén tras escuchar estas palabras es lo más parecido que hemos visto a aquella escena de Star Wars en la que se proclamaba el imperio galáctico y la reina Amidala pronunciaba su famosa frase: «Así es como muere la libertad, con un estruendoso aplauso». Eso sí, con acento andaluz.

En esa línea a lo Palpatine se ha manifestado también la ministra de Igualdad, Ana Redondo, que cree que no se puede cuestionar la veracidad de lo que diga una mujer en un juicio. Y parecía normal cuando la nombró Pedro Sánchez. «La presunción de inocencia no puede sostenerse sobre la falta de credibilidad de la víctima», ha declarado en la SER sin que nadie le chistara. El feminismo hegemónico y fanático se ha convertido en una hidra de siete cabezas a la que, con la excusa de acabar con el Patriarcado, le sobran los derechos humanos de la mitad de la población de este país.

El TC ampara secuestrar hijos con denuncias falsas

Lo cierto es que por muy contento que esté Dani Alves —conociendo al feminista Tribunal Supremo, nuestro consejo es que se quede en Brasil por si las moscas—, la presión es más fuerte que nunca. No hace ni diez días que conocimos una ponencia del Tribunal Constitucional firmada por la magistrada dogmática (la definición es suya) María Luisa Balaguer, que defendía que una mujer tenía derecho a secuestrar a sus hijos y alejarlos del padre si antes había puesto una denuncia por violencia de género, aunque luego se demostrara falsa.

Juan Soto Ivars ha contado muy bien, a lo Zola, este relato de terror suscrito por la mayoría progresista del TC y denunciado por los dos magistrados conservadores, que lo ven como un torpedo a la línea de flotación de la presunción de inocencia y que hará feliz a las María Sevillas y Juana Rivas que pululan por España. La madre de todas las madres secuestradoras, por cierto, aún no ha devuelto a su hijo pequeño tal como ha dictaminado la justicia italiana tras perder la repetición del juicio. ¿Cumplir con la justicia patriarcal de Italia? Jamás de los jamases. A ver si dejando pasar el tiempo puede alienar al niño un poco más y usarlo contra el padre.

El odio contra ‘El odio’

Y podemos seguir para bingo. La publicación de El odio, el libro más odiado del momento, ha mostrado el poder del feminismo aprovechándose de la indignación de unos cuantos y contribuyendo a que la editorial Anagrama haya sucumbido a la presión y aplazado sine die la distribución de este libro en el que «se da voz al asesino», en este caso a José Bretón confesando el asesinato de sus dos hijos pequeños.

En medio de un intenso debate sobre la libertad de expresión, el derecho de las víctimas, y con periodistas vendiendo a precio de oro el ejemplar que les mandó Anagrama, tal vez tras haber escrito una reseña criticando el afán mercantilista del autor y de la editorial, las feministas se han mostrado intransigentes ante su caso canónico de violencia vicaria recurriendo a una de sus armas favoritas: la apelación a las emociones y el sentimentalismo: «Nada hay más importante que el dolor de una madre», se ha llegado a decir volviendo a colocar a la víctima en el epicentro moral de la humanidad.

Una sentencia ‘pionera’ que prohíbe discrepar

A raíz de la polémica con El odio, un libro que nos interesa menos que las memorias de Borja Sémper, nos hemos enterado de otra sentencia de la que apenas se ha hablado. Hace un año se le prohibió a un condenado de abuso sexual «desacreditar la veracidad de los hechos probados». Es decir, no puede decir que piensa que es inocente o que los hechos han ocurrido de otra forma a lo que pone la sentencia. Porque, según esta, era importante para la víctima que el agresor, su padre, no pudiera decir que no había sucedido.

«Tuvimos mucho cuidado en ser escrupulosos y exquisitos con el derecho a la libertad de expresión», ha explicado Victoria Rosell, ex delegada del Gobierno contra la Violencia de Género y casi vocal del CGPJ, que participó en esta sentencia que califica de «pionera» (por algo será que a nadie se le ocurrió antes). El condenado puede decir lo que quiera… menos su versión. Así da gusto ser escrupuloso y exquisito con la libertad de expresión.

Hacia una sociedad… ¿igualitaria y justa?

El lector avispado se dará cuenta de que todos los casos expuestos tienen algo en común: se cercenan o se piden cercenar derechos fundamentales, sobre todo a los hombres, en nombre de las supuestas víctimas, lo sean o no, y por las que cualquier iniciativa por muy totalitaria e intolerante que parezca está permitida para proteger a las mujeres. Tras el derecho penal de autor que trae consigo el concepto de violencia de género, este era el siguiente paso lógico, así que no se escandalice, malvado machirulo.

Cuando hace un mes todos los grupos parlamentarios menos Vox aprobaron las casi quinientas medidas extra del nuevo Pacto de Estado contra la Violencia de Género (que costarán un pico y regarán de dinero público miles de chiringuitos), la ministra Redondo, la de que no se puede cuestionar lo que diga una mujer en un juicio, se alegró porque vamos camino de «transformar una sociedad patriarcal y machista en una sociedad democrática, igualitaria y justa». Sin garantías procesales para los hombres, con las mujeres mintiendo impunemente, favoreciendo a las madres secuestradoras y sin el derecho de opinar que no se está de acuerdo con una sentencia. Pues qué quieren que les diga. Si eso es lo que nos espera con la sociedad democrática, igualitaria y justa nos quedamos con la patriarcal y machista.

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2 comentarios

  1. Se sabía que este caso iba a traer cola, pero no que se llegaría a despreciar la presunción de inocencia y menos toda una señora vicepresidenta. Esto se resume en: si el juez dice lo que yo quiero es estupendo y gracias a las nuevas leyes; si el juez no dice lo que quiero, justicia machista y patriarcal. Y eso de querer anteponer los sentimientos de cada uno antes que las leyes, los DDHH y las libertades lo dejamos para otro día. Que nadie sabe lo que pasó en ese baño más que los dos, pero si te vas a un baño con un tío de madrugada ya te digo yo que no vais a jugar al parchís.

    1. Citando a esa gran filósofa de nuestro tiempo y azote de viejecillos pajilleros llamada Carla Galeote, igual fue a hacerle una mamada de esas que no está claro si consiente o no consiente. Prepárese que esto va para largo. Lo de Alves, digo. Las turras de Carla está claro que también.

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