Si hay algo que desgraciadamente tenemos claro es que cuando se produce una catástrofe estamos vendidos. Lo padecieron los habitantes de la Palma con el volcán y los valencianos tras la DANA. Ni qué decir tiene de la pandemia que nos dejó a las puertas de una sociedad distópica. El agosto que llevamos va camino de ser otro ejemplo. Más de 150.000 hectáreas arrasadas, cuatro fallecidos y miles de desalojados en los 40 incendios activos que asolan Ourense, León, Asturias, Zamora o Cáceres. Las imágenes de poblaciones cercadas por el fuego y sus habitantes huyendo asustados acongojan a cualquiera. Y ver a nuestros gobernantes escaqueándose para no reconocer su nefasta política forestal, usando el desastre para sus guerras particulares y aprovechando para meternos el apocalipsis climático en vena también asusta. No tanto como el fuego pero casi.
Alguien decidió hace unos cuantos años que la culpa de todo la tenía el cambio climático, entendido este no como un proceso más o menos natural sino como un dogma catastrofista sobre el que no cabe discusión alguna. Pobre de usted si dice que en verano siempre ha hecho calor y que recuerda a su padre durmiendo durante las noches toledanas de agosto en la terraza. Cómo se atreve a hacer valer una experiencia personal frente a los mapas rojos y negros de la tele, que dan una lipotimia solo de mirarlos. No se le ocurra tampoco dudar de los datos desdequehayregistros. Ya puestos a ser un buen ciudadano, tampoco cuestione el porcentaje oficial de denuncias falsas de violencia de género.
Ya solo por ese aura de verdad inmutable, producto de un supuesto consenso científico que vive y se financia con el cambio climático, deberíamos sospechar que no es trigo limpio todo lo que luce bajo el armaguedón. Si es lector asiduo de esta bitácora sabe que nos inspira un sano escepticismo en casi todo. Y nos hace arquear la ceja ver cómo los medios, a los que tanto les preocupan los bulos negacionistas, dan alas —por poner un ejemplo— a que un ex ministro de Egipto proclame que las pirámides pueden desaparecer en cien años por culpa del cambio climático sin más rigor que el de sus cojones morenos y egipcios.
Del segundo mejor año al peor de las últimas tres décadas
Las altas temperaturas de este agosto, porque en agosto suele hacer mucho calor, sumadas a los fuertes vientos han prendido el fuego en unos bosques más densos de lo habitual, gracias a que el año pasado llovió como nunca, aunque si no hubiera llovido habrían dicho que la culpa de los montes ardiendo fue por la falta de agua. Nunca se puede uno fiar de lo que saldrá en los medios. Sin ir más lejos, El País sacaba pecho de que el año pasado fue el segundo año con menos fuegos en una década, y ahora acaban de publicar que apuntamos ya al peor año en tres décadas.
Y muchos tienen claro quién es el culpable. Un científico del CSIC aseguró en la radio pública que «detrás de los incendios está el cambio climático»; otro experto de la Universidad de Sevilla también ha visto en este fenómeno al responsable de los imprevisibles incendios de categoría seis que asolan media España. «No me gusta ser alarmante —ha afirmado— pero son algo parecido al apocalipsis». Pues menos mal que no quería alarmar.
El cambio climático que todo lo tapa
Culpar al cambio climático no es ninguna novedad. En enero de este año también fue el responsable de los incendios en Los Ángeles. Y también de la DANA valenciana. Forma parte del discurso habitual. La mayoría de políticos ven en este tipo de desastres una oportunidad para hacer caja ideológica y vender las políticas verdes transnacionales regadas con millones de euros. La ministra de la cosa ecológica, Sara Aagesen, ha asegurado que los incendios son «un aviso de que el cambio climático está ahí», y a Pedro Sánchez, como Nerón viendo arder Roma, las llamas le han inspirado proponiendo nada más y nada menos que «un pacto de Estado contra la emergencia climática».
Todo esto estaría muy bien si fuera cierto. Pero la verdad es que el discurso de la emergencia climática enmascara las verdaderas causas de los incendios, que no son otras que la negligencia de unos políticos que tienen a nuestros bosques y montes abandonados. Desde la precariedad laboral de los bomberos forestales y la escasez de medios hasta el nada pequeño detalle de que en los últimos diez años la inversión estatal y autonómica en prevención de incendios ha caído a la mitad, de 364 millones de euros en 2009 a 175 millones en 2022.
El Plural, nuestro referente habitual en información rigurosa y contrastada, se ha hecho eco de esta situación aunque con un curioso matiz: solo se ha acordado de las regiones gobernadas por el Partido Popular, que, cierto es, se lo han puesto fácil con frases tan visionarias como la del consejero de Medio Ambiente de Castilla y León cuando afirmó que mantener un operativo contra incendios todo el año era «absurdo y un despilfarro».
Una España más vacía que nunca
El progresivo abandono del medio rural, promovido por unas autoridades que cargan con impuestos y burocracia unas actividades que no les interesan porque consideran poco cool y dan pocos votos, es otro de los motivos que subyacen detrás de los incendios. El sabio campo (los incendios se apagan en invierno) que durante mucho tiempo supuso un control natural de los bosques está desapareciendo, aumentando la biomasa forestal, un polvorín en las tórridas olas de calor del verano.
A ello hay que sumar el laberinto burocrático autonómico, estatal y comunitario que hace que limpiar un monte pueda ser más difícil que aprobar unas oposiciones a notaría. La excesiva regulación de la legislación mediombiental parece elaborada a menudo por políticos happyflowers que lo único verde que han pisado en su vida es un chicle de menta. Estas normas suponen auténticas gincanas para aquellos que quieran cuidar nuestros bosques. Y muchos claudican.
El laberinto de la regulación forestal
La ganadería extensiva, con cabras y ovejas actuando como cortacéspedes naturales, ha sido siempre fundamental para reducir la biomasa inflamable. Sin embargo, la Política Agraria Común (PAC) y las restricciones en áreas protegidas han complicado la vida a los ganaderos y a sus pobres animalicos que no tienen culpa de nada. En las comunidades autónomas, obtener un permiso para una quema controlada en invierno requiere un estudio de impacto ambiental, autorizaciones de la Consejería de Medio Ambiente, y plazos que pueden alargarse meses. Y rece para que no se prolongue hasta que haga calor y ya se lo prohíban hasta nuevo aviso. Un vuelva usted mañana que ríase usted del de Larra.
En este artículo de Libertad Digital, se cuenta una historia delirante: la redactora se plantea recoger un poco de leña de un árbol muerto en un monte que no es privado. Decide preguntar si puede hacerlo, llama al Ministerio de Transición Ecológica y a diferentes consejerías autonómicas de Medio Ambiente que no saben responderle. Una operaria le dice que sí pero que se tiene que llevar el árbol entero, y un agente forestal le comunica que necesita una autorización municipal y que, como seguramente no se la van a dar, lo mejor es llevarse la leña a escondidas para que no le pille la Guardia Civil.
La vecina que humilló al experto
Igualmente reveladora pero mucho más dolorosa fue la escena vivida en La Hora de la 1. La esfinge sanchista Silvia Intxaurrondo hablaba con Leticia que, junto a otros vecinos de Posada de Valdeón, se había resistido a la evacuación para intentar evitar sin ayuda de nadie que las llamas entrasen en el pueblo y en el Parque Nacional Picos de Europa.
Entonces interviene el típico experto, Paco Castañares en este caso, que lleva toda la semana opinando de medio en medio: que si tendrían que haber hecho un cortafuegos «tranquilamente» en invierno y ahora no tendrían la preocupación del fuego y que lo que pasa es que en el medio rural se han vuelto muy urbanitas. La vecina de Valdeón no le deja acabar: «No nos dejan hacer eso que usted está diciendo (…). Somos el único municipio dentro de un parque nacional y no nos dejan. Tenemos que pedir permiso para cortar un árbol, tenemos que pedir montones de permisos para cualquier cosa. Antiguamente con mis abuelos no había peligro de incendio… ahora estamos atados». Castañares, conocido en sus tiempos socialistas como El Castañas, recibió una buena ídem de la mujer que, viendo como se le quemaba su vida, no estaba para monsergas en vinagre. Por cierto, desobedecieron y salvaron su pueblo y el valle. Y no fueron los únicos.
La dichosa Agenda 2030… y los minerales raros
Y es que la famosa Ley 43/2003 de Montes y las cada vez más ecologistas normativas autonómicas y municipales exigen numerosos permisos para desbroces y talas, incluso en montes privados. En 2022, la Fundación Artemisan señaló que los propietarios se enfrentaban a un «exceso de burocracia» para realizar estas talas. De ahí a cagarse en los muertos de la Agenda 2030 hay un paso.
Relacionado con la agenda de marras no puede faltar el asunto de las especulaciones con los terrenos quemados para construir instalaciones renovables, una de las teorías favoritas de los conspiranoicos que, a fecha de hoy, no ha conseguido ser confirmada a gran escala poniéndoselo fácil a los fact checkers, que refutan fotos de Grecia que se hacen pasar por la costa española y que no hacen más que recordar que la Ley de Montes impide recalificar áreas incendiadas en 30 años. Aunque se puede hacer antes por «razones imperiosas de interés público», un atajo del que se han aprovechado algunos como los impulsores del proyecto eólico y fotovoltaico en la devastada Sierra de la Culebra de Zamora que se quemó hace solo tres años.
Aunque si quiere estar al último grito, no deje de comparar el mapa de los incendios de este verano con el de los yacimientos de los minerales raros en España. Hay una cierta correlación, por no decir que son casi idénticos, que ha disparado toda serie de teorías en las que no faltan sospechas de acuerdos opacos entre el gobierno español y los chinos para darles acceso preferente a esos yacimientos. Suena loco, sí, pero de un tipo como Sánchez nos esperamos ya cualquier cosa. Maldita.es está trabajando a destajo para tranquilizar a su parroquia y desmontar este misterio muy misterioso. Eso sí, de momento la veda, con el bosque aún humeante, la ha abierto un gobierno regional del PP.
El 95% de los incendios los provoca la acción humana
Pero lo que no es ninguna teoría conspirativa es el hecho de que el 95% de los incendios forestales en España son producidos por el hombre ––aquí a las feministas no les preocupa el lenguaje inclusivo— y más de la mitad son intencionados. Solo en los fuegos de este mes de agosto se han detenido a casi 30 personas, entre ellas un bombero forestal que quería crear su propio puesto de trabajo por las bravas. Suponiendo que concedamos la mayor, que el cambio climático es la principal causa de los incendios forestales, ¿cómo encaja esa teoría con la de que casi todos los incendios tienen un origen humano? Si quitáramos ese factor humano, el 95% de los incendios directamente no existirían por mucha emergencia climática que haya por medio.
A lo mejor resulta que los pirómanos están conchabados con el cambio climático y forman una especie de mafia de la chispa y la lumbre. No lo descarte. Y si mete en la ecuación a la ultraderecha mucho mejor. O a Franco, al que algún imaginativo espécimen humano de cierto renombre entre la izquierda considera responsable último de los incendios. Y no es broma. Hasta ha ilustrado su hilo con una imagen de la cumbre de Hendaya en la que, probablemente, Hitler y Franco planificaron la devastación de Europa a base de incendios forestales a 80 años vista.
Lo que mejor saben hacer los políticos
El último rescoldo humeante del drama de los incendios lo protagoniza la eterna lucha entre políticos. De hacer un frente común que salve nuestros bosques no tienen ni idea, pero, oiga, qué bien se les da echarse mierda entre ellos. Óscar Puente (que tiene los trenes como las ruinas de Pompeya) critica a Mañueco por estar de vacaciones en Cádiz mientras en Castilla y León «está calentita la cosa». El PP contraataca criticando a Sánchez por seguir de vacaciones en La Mareta y no decretar el estado de alarma nacional en un revival del «Si quieren más ayuda que la pidan».
La refriega no decae, todos buscando hacer leña del árbol quemado. La presidenta de Extremadura se queja de que el Estado les ha dicho que no va a proporcionar más ayuda, y el delegado del Gobierno en la región asegura que eso es mentira. Bolaños, que es un cachondo, opina que a diferencia del PP, los desastres naturales siempre pillan a los socialistas currando por España y, en fin, Podemos hace lo que puede, animando campañas en redes sociales recordando que con los 485 millones que el Estado da a la tauromaquia se podrían contratar muchos bomberos. Cierto. Y con los 530 millones del Ministerio de Igualdad aún más.
Y mientras, España arde y bomberos y voluntarios no dan abasto con miles de ciudadanos desesperados sintiéndose abandonados por sus gobernantes as usual. Incluso han detenido a un voluntario que se quedó para luchar contra las llamas. El mundo al revés. Es a nuestros políticos a quienes habría que detener. Y ponerlos a desbrozar y limpiar todos los montes de España. Al menos así se ganarían sus astronómicos sueldos. Y luego, si les quedan ganas, que sigan perorando del cambio climático.
Pues nada, otra catástrofe donde la gente se queda abandonada a sus suerte y quién debería dedicarse a solucionar los problemas lo único que hacen es discutir y echarse las culpas mutuamente. Ahora con echarle la culpa de todo al cambio climático, al fango, a la ultraderecha y a Franco, ya lo tienen todo hecho. Un desde de país.
El político es sin duda el peor peligro para este planeta, seguido muy de cerca por el activista fanatizado.