Feministas contra el porno

El ahora feminista Salón Erótico de Barcelona, antes FICEB, llenó su edición de 2019 de performances sobre violaciones y avisos por megafonía recordando la necesidad del consentimiento, por si la gente no lo tuviera claro. Los visitantes salían del recinto con ganas de todo menos de follar. Y es que para las feministas radicales el porno es violación, crea «manadas», aumenta los delitos sexuales y convierte a las mujeres en víctimas de un mercado machista y patriarcal. La cruzada del feminismo radical, ergo, feminazismo, contra la pornografía no tiene nada de nueva, llevan más de cuarenta años con ella. En los 80 incluso se unió a la derecha más puritana para lograr su objetivo, una historia que no suelen contar. Pero para eso nos tiene usted aquí.

Tras el boom de Garganta profunda (1972), la administración Nixon ya había encargado un informe contra la «obscena» pornografía que empezaba a popularizarse por el país, sin que lograra demostrarse que su consumo fuera perjudicial. Ironías de la vida, «Garganta profunda» sí acabó siendo perjudicial para el propio Nixon, ya que un informante anónimo con el nombre de esta mítica película porno fue el que destapó el Watergate.

Pero lo que los estudios habían dejado claro es que la violencia sexual no aumentaba por ver pornografía, como aseguraban sus detractores. De hecho, una publicación de la Universidad de Copenhague sobre esta cuestión concluyó que los delitos sexuales no solo no habían crecido, sino que tendían a disminuir. Un estudio que, como cuenta Michael Castleman, se ha repetido en décadas posteriores en varios países con idénticos resultados.

Las feministas radicales se unen a Reagan

En los años ochenta el también republicano Ronald Reagan decidió lanzar una nueva ofensiva contra el «vicio del porno» a través de su fiscal general, Edwin Meese, que organizó una comisión consultiva sobre el tema. Mientras, paralelamente, se había creado un movimiento feminista, Mujeres contra la Pornografía, que retomaba la idea —no demostrada nunca— de que violaciones y porno iban de la mano, y de que la industria del sexo denigraba a las mujeres.

El núcleo duro de este grupo lo formaban tres pioneras feminazis: Robin Morgan, Andrea Dworkin y Catharine MacKinnon. Morgan consideraba lo más normal del mundo odiar a los hombres y decía que el porno era la teoría y la violación, la práctica. Para Dworkin la pornografía era en sí misma una violación, algo que hacía extensivo —como buena lesbiana política— a la penetración y a la propia heterosexualidad. MacKinnon, por su lado, resumía su punto de vista con una frase: «Si la pornografía forma parte de tu sexualidad, no tienes derecho a tu sexualidad».

Con este carácter tan tolerante, no es de extrañar que la actriz porno Gloria Leonard, presidenta en 1986 de la Adult Film Association of America (AFAA) que defendía la industria X en nombre de la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos (que protege la libertad de expresión, prensa y culto), definiera a Dworkin y MacKinnon como «el Osama Bin Laden y el Saddam Hussein del movimiento feminista».

Manifestación de Mujeres contra la pornografía en Times Square en 1979. Si hubiera existido La Sexta la habría retransmitido en directo.

Mujeres contra la pornografía se implica a fondo

Ideológicamente, Mujeres contra la pornografía no podía estar más lejos de Ronald Reagan pero el fanatismo hace extraños compañeros de cama, nunca mejor dicho hablando de porno, y este grupo se convirtió en uno de los mejores aliados del cruzado Meese, aunque lo criticaran con la boca pequeña para mantener las formas. Facilitó a la comisión republicana los contactos de una treintena de mujeres que habían sufrido por culpa de la industria del sexo y le dio una justificación teórica que los fanáticos conservadores no tenían. A falta de estudios científicos que avalaran la conexión entre consumo de porno y agresiones sexuales, el plan era usar emocionalmente a las víctimas y recurrir a cualquier argumento que pareciera darles la razón. Como explicó el actor X Tom Byron:

La comisión Meese dijo que la pornografía engendraba violencia contra las mujeres. Citaron un montón de informes parciales que habían hecho entrevistando a criminales, diciendo que dichos criminales se habían inspirado viendo pornografía, lo cual es una chorrada. Son películas. No inspiramos más comportamientos violentos que Freddy Krueger.

Ronald Reagan y su fiscal general Edwin Meese, padres de la comisión anti-porno de 1986. Las madres fueron las feministas radicales Andrea Dworkin y Catharine MacKinnon.

«Bondage» en la comisión

Algunas actrices X testificaron para demostrar que no eran víctimas del porno. Veronica Vera presentó fotos suyas atada y amordazada de una fantasía bondage y escribió unas líneas para leer en la comisión:

El texto decía: «Soy el objeto de tu amor, esperando que goces de mí, que me ates, que encuentres tu placer conmigo. Soy tu objeto de deseo, siempre abierta para tu polla y tu boca».
Pero cuando estaba testificando y llegué a la parte de la polla, pensé: «¿Seré capaz de decir eso?»
Me interrumpí justo antes de la palabra ‘polla’, y el senador tenía una copia del texto delante. Y dije: «¿Puedo seguir, senador?»
Y él dijo: «Por supuesto».
De modo que terminé de leer: «¡Siempre abierta para tu polla y tu boca! Disfrútame, toma tu placer de mí. Al hacerlo entenderás por la pureza de mi entrega que tú también has pasado a ser mi cautivo»
A continuación dije: «Senador, no soy una víctima. Y no quiero ser considerada una víctima. Creo que tanto los hombres como las mujeres deben ser libres para explorar sus fantasías».

Veronica Vera posando para la posteridad el día que defendió, muy apasionadamente, su derecho a tener fantasías sexuales. No sabemos si el senador que la escuchó se escandalizó o se puso cachondo.

Linda Lovelace, usada por el porno y por las feministas

Dos nombres propios brillaron en los informes recogidos: Linda Lovelace y Traci Lords, dos de las mayores estrellas X de su época. La primera, protagonista de Garganta profunda, ya había renegado de su pasado pornográfico en su biografía Ordalía, publicada unos años antes. Declaró haber sido una mujer utilizada, víctima de los malos tratos por parte de su ex marido, agente y chulo, Chuck Traynor. Llegó a decir que la habían violado en sus películas, amenazada a punta de pistola y drogada contra su voluntad. Por supuesto, Dworkin y MacKinnon la convirtieron en su mártir. Algo que la propia Lovelace también criticó posteriormente:

Cuando echo la vista atrás y pienso en las feministas y en Mujeres contra la Pornografía siento que en última instancia ellas también me utilizaron (…) Cuando fui yo quien necesité su ayuda nunca estuvieron ahí para mí. Andrea Dworkin y Kitty MacKinnon escribieron un montón de libros y en todos ellos mencionan mi nombre pero financieramente nunca me han ayudado. Si me presentaba con ellas en alguna de sus conferencias me daban 500 dólares o así. Pero sé que ellas también ganaron dinero conmigo, exactamente igual que todos los demás.

El gran truco de Traci

El caso de Traci Lords merece párrafo aparte porque supuso un auténtico terremoto en la industria X… que ella misma ha seguido rentabilizando hasta nuestros días gracias al movimiento MeToo. En 1986 era la mayor estrella porno del mundo, la mejor pagada, más que cualquier actor masculino, y acababa de fundar su propia productora. Justo en ese momento el FBI descubrió que había cumplido 18 años hacía muy poco, por lo que toda su tórrida carrera la había desarrollado siendo menor de edad. La frase «le salieron antes las tetas que los dientes» parece haberse hecho para ella.

Las leyes contra la pornografía infantil eran ya en los ochenta muy duras en Estados Unidos, y productores y distribuidoras destruyeron todas las copias de las películas de la actriz para no acabar en la cárcel. Su única cinta legal fue, curiosamente, la que había rodado con su propia productora y que se vendió como rosquillas. Aún a fecha de hoy todavía hay mucha gente que cree que el chivatazo al FBI lo dio ella misma para forrarse con su última película X y poder dar el salto al cine convencional, cosa que hizo poco después.

Por supuesto, lamentó ser otra víctima del porno. Como Lovelace, declaró que había realizado las películas bajo los efectos de las drogas para soportarlo. En la comisión la creyeron pero no así sus antiguos compañeros de trabajo, que vivieron por su culpa un calvario policial. Y es que Traci Lords había falsificado su carné de conducir y había mentido a todo el mundo en la industria sobre su edad para poder hacer porno. Según ella, manipulada por hombres sin escrúpulos y contra su voluntad.

Su compañera en varios títulos y también famosa porn star Ginger Lynn, que nunca se fio de ella, lo tuvo muy claro: «Cuando oí que Traci había dicho que la habían obligado a entrar en la industria del porno creo que me meé en las bragas de la risa que me dio».

Ginger Lynn y Traci Lords. En el plató se mataban a polvos. En la vida real lo habrían hecho literalmente.

La conclusión del informe: el porno es el mal

En julio de 1986, la comisión Meese publicó su informe final. Como corresponde a unos buenos fanáticos puritanos, la conclusión era que el sexo explícito era dañino para la sociedad y para las familias, lo vieran jóvenes, adultos o avestruces. A lo largo de 2.000 delirantes páginas llenas de material gráfico para «ilustrar» las conclusiones, se pedía a los ciudadanos que estuvieran alerta y se animaba a la creación de grupos cívicos y religiosos para que vigilaran, denunciaran y presionaran a las autoridades con el fin de impedir la venta de material pornográfico.

Como sucede con las feministas anti-porno de nuestros días, se afirmaba que la pornografía tenía una relación directa con la violencia sexual. La comisión reconocía en el propio informe que esta conclusión se basaba más en el «sentido común» y en las «intuiciones personales» que en los datos empíricos. Como guiño a las feministas radicales que tanto habían colaborado, el informe incluía parte del argumentario de Mujeres contra la pornografía, que se fusionaba maravillosamente con el de los puritanos religiosos.

Menos bien encajaban otras partes del informe, como las descripciones de diapositivas sobre un hombre practicando sexo con gallinas. Para justificar lo «degradante» que era el porno, la comisión Meese había rebuscado en el material más sórdido y violento que había podido encontrar, y que se presentaba como si fuera lo habitual. En el límite del surrealismo, uno de los miembros de la comisíón preguntaba en el informe si era legal tener sexo con un cadáver si se estaba casado con él.

Informe final de la comisión Meese. Como en las revistas porno antiguas, la portada era para disimular. Lo fuerte venía dentro.

Un primer paso hacia la censura

A pesar de los aplausos de feministas anti-porno y ultraconservadores, las conclusiones de la comisión Meese fueron recibidas con una mezcla de indignación, incredulidad y cachondeo general. La presidenta de la compañía editora de Playboy dijo que las recomendaciones de prohibición conjuraban «visiones de la Alemania nazi», y los demócratas, en aquella época mucho más sensatos que los de ahora, vieron «un primer paso hacia la censura» y una peligrosa justificación para inmiscuirse en la vida privada de los norteamericanos.

Muchas feministas, que se habían mostrado en desacuerdo con la campaña anti-porno y el extremismo de Dworkin y MacKinnon, se agruparon en otro grupo de nombre elocuente, Feministas contra la censura, y criticaron duramente el informe. Dos de sus principales autoras escribieron más tarde un artículo con otro nombre de lo más revelador: «Who Watches the Watchwomen?» (¿Quién vigila a las vigilantas?).

Finalmente, el sentido común se impuso y nadie hizo demasiado caso a las recomendaciones de la comisión. Como resumió el director de cine X Bill Margold: «La comisión Meese y el feminismo radical (…) acabaron labrando una impía alianza dedicada a borrar la pornografía de la faz de la Tierra. Evidentemente, fracasaron». El grupo Feministas contra la Pornografía languideció. Los propios progresistas se reían de ellas diciendo con tono irónico que cuidado con ver porno, que era «políticamente incorrecto».

Y todos fueron felices y comieron perdices. Y vieron el porno que quisieron.

Pero ya sabemos que la historia no acaba aquí.

Poco después, la corrección política dejó de ser una broma recurrente de la izquierda y acabó convirtiéndose en el nuevo dogma del progresismo. Y las minoritarias Dworkin y MacKinnon se empezaron a considerar referentes en los estudios de género. Convertida ahora en hegemónica, la rama más fanática del feminismo radical ha iniciado su nuevo asalto contra la libertad sexual de las mujeres (el «solo sí es sí» sale de ahí también), la prostitución y el porno con los mismos argumentos y estrategias inquisitoriales de hace medio siglo. Solo que esta vez ya no necesitan a los puritanos: ellas solas se bastan para llevar las antorchas.

La mayoría de citas de este artículo están tomadas de los capítulos 9 y 10 de ‘El otro Hollywood’, de Legs McNeil y Jennifer Osborne.

6 comentarios

    1. Ahora que son hegemónicas y cuentan con el apoyo de buena parte de los medios de comunicación y de los partidos políticos, las feministas radicales han vuelto a la carga contra el porno, el trabajo sexual y todo lo que se escape a su control. La libertad sexual no va mucho con ellas.

        1. Tengo uno pendiente sobre cómo ha decaído el Festival de Cine Erótico de Barcelona, ahora Salón Erótico de Barcelona, pero mejor esperar a la nueva edición, que tiene pinta de ser igual de catastróficamente feminista que la anterior. Gracias por el apunte 🙂

  1. Te felicito!!! Es el mejor artículo que he leído sobre el tema. Es sencillamente fantástico. Basta ya de tanta falacia contra el porno. “Todes” las que hablan sobre “lo malo” que es el porno, no se han informado lo más mínimo. Se han dedicado a repetir consignas que les han dicho sus amigues, y a creerse todos y cada uno de los testimonios sin probar (y, obviamente mentira) de todas las ex actrices porno que vieron que su carrera después del porno no era nada si no criticaban el negocio que tanto beneficio económico les había dado durante años.

    1. ¡Muchas gracias, Nando and Sara! Toda la razón: las feministas radicales no saben nada de porno y se aprovechan de las ex actrices que saben que blasfemar de su ex profesión es apostar a caballo ganador y así “limpian” su imagen. Claro que habrá habido mujeres que lo hayan pasado mal estando en el porno, pero su experiencia particular no se puede generalizar. Es como si alguien saliera escaldado del mundo del cine y por eso se criticara a toda la industria cinematográfica.

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