«Yo respeto todo, a las feminazis también», declaró la actriz Candela Peña en una entrevista. Y la que se lio. Y es que usar este neologismo maldito no está bien visto, y si quiere encajar en esta sociedad tolerante y progresista mejor que no use esta F-Word o verá que la tolerancia hacia su libertad de expresión desaparece por arte de magia. El linchamiento al que fue sometida Candela Peña en redes sociales y medios de comunicación es una de las muchas pruebas de que el feminazismo está presente en nuestra sociedad del siglo XXI aunque use el mismo truco del diablo, como dirían en Sospechosos habituales: convencer al mundo de que no existe.
La palabra «feminazi» surgió en los años 90 popularizada por el locutor de radio conservador Rush Limbaugh, que comparó el derecho al aborto que reclamaban las feministas con el holocausto nazi. Pero ahora el término ya no se relaciona con lo que dijo Limbaugh, sino con las feministas más fanatizadas, las que usan la igualdad como excusa para imponer un nuevo sexismo que discrimina y odia a los hombres, y que infantiliza a las mujeres al decidir por ellas lo que tienen que hacer. De una forma no muy diferente, por cierto, al machismo que tanto critican.
Y el mérito de que se siga hablando de «feminazis» en la actualidad se lo tenemos que agradecer a una serie de activistas radicales que han sentado cátedra en las últimas olas feministas, y cuyos discursos dignos de una versión hembrista de 2.000 maniacos se han hecho hegemónicos y se han ido apoderando del movimiento feminista hasta casi devorarlo.
Dworkin y Solanas, pioneras feminazis
Andrea Dworkin, considerada la Malcolm X del feminismo, es uno de esos referentes. Lesbiana política de pata negra, fue pionera en considerar el matrimonio heterosexual una violación y en decir que la pornografía enseñaba a violar (su libro más famoso se llama «Pornografía: Hombres Poseyendo Mujeres»). Suya es la novela semiautobiográfica «Mercy», con frases tan delicadas como: «Siempre he querido ver a un hombre golpeado hasta que sea una pulpa sangrienta, con un tacón incrustado en la boca. Como un cerdo con un manzana; sería bueno ponerlo en una bandeja» Si cambiamos «hombre» por «judío» pues un poco nazi sí que suena, pero no lo diga muy alto o le crujen.
La otra joya de la corona es Valerie Solanas, autora del Manifiesto SCUM, una oda al exterminio masculino y que, según la feminista Jéssica Fillol, es «una hilarante sátira dotada de un potentísimo sentido del humor». Solanas, una desequilibrada mental que se tiró diez años entrando y saliendo de centros psiquiátricos, intentó asesinar a Andy Warhol y a dos hombres más, quién sabe si inspirada por su hilarante sátira.
Por supuesto, el feminismo le negará que las feminazis, el hembrismo y la misandria existan. Y le dirán que estas autoras deben ser contextualizadas adecuadamente, lo que parece que las feministas no han hecho… o que han hecho demasiado bien. Solo hay que ver algunos de los eslóganes que se usan en las manifestaciones del 8M, como «Machirulo muerto, abono para mi huerto» para ver que las cachorras de Dworkin y Solanas están igual de rabiosas que sus antecesoras.

La falacia de la mota castral
Existen cientos de páginas en Internet dedicadas a iluminar a los pobres mortales por qué es de malas personas y de ignorantes decir «feminazis», uno de los insultos más odiados por las feministas. Básicamente, vienen a contar que las feministas no son nazis (aludiendo a la literalidad del término cuando saben perfectamente que se usa en sentido figurado) y que es una calumnia realizada desde el machismo, como diría Miguel Lorente, que no soporta los maravillosos logros de la lucha por la igualdad. Para explicarse recurren a falacias de manual como la de la mota castral que consiste en que cuando alguien osa criticarles su radicalismo, se refugian en un lugar más seguro, un argumento más sensato con el que es más difícil discrepar sin parecer un hombre de Neandertal.
Pero el retorno al castro —y no lo decimos por castrar, aunque sea el sueño húmedo de las hembristas— es inevitable. Los mensajes misándricos vuelven una y otra vez cada vez con menos disimulo y calando más en la opinión pública. Ahí tenemos a toda una asesora de Naciones Unidas comentando la venganza del coronavirus matando hombres por el daño que les hacen a las mujeres. Que igual nazi no es pero acojona, porque no viene de una tarada de Twitter sino de toda una ejecutiva de la ONU… aunque pueda estar tan tarada como la loca de Twitter. De hecho, hasta podría tener una cuenta B para dar rienda suelta a su pasión feminazi.

Los privilegios del Patriarcado
Otro argumento habitual para maquillar el feminazismo es el clásico «No odiamos a los hombres, solo pedimos que renuncien a algunos de sus privilegios». Y nombran una retahíla de situaciones desventajosas para las mujeres, olvidándose de aquellas en que los hombres son los perjudicados, como el 70% de los asesinados en España, el 92% de los muertos en accidente laboral, el 72% de los suicidios, y el 84% de las personas que viven en la calle. Si este es el Patriarcado de los privilegios exijo inmediatamente el libro de reclamaciones. Menuda estafa, oiga.
Le invitamos a que entre un momento a los enlaces de arriba. Verá algo curioso, y más en una sociedad supuestamente tan patriarcal. Son noticias en las que NUNCA se titula por la mayoría masculina perjudicada: se la oculta, por ejemplo, hablando de personas sin distinguir por sexos y, en el caso de las víctimas de siniestrabilidad laboral, tendrá que llegar a la última línea del artículo para saber que los hombres son casi el 100%. La noticia de los sin techo es aún mejor: lo importante es el 16% de mujeres en la calle, no el 84% masculino.
Las principales víctimas de la guerra son… las mujeres
Con estos ejemplos puede hacerse una idea de cómo se manipula el discurso invisibilizando cualquier dato que no convenga a la narrativa de género, como demostró también la apresurada retirada de un cuadro de una exposición feminista del Prado en cuanto se demostró que el lienzo que había permanecido olvidado en los sótanos de la pinacoteca no era obra de una mujer ignorada por el Patriarcado, sino un hombre igual de olvidado pero mucho menos aprovechable para la causa.
El discurso de las feminazis considera siempre que las auténticas víctimas son las mujeres y que los hombres son prescindibles. Como dijo en su momento Hillary Clinton: «Las mujeres somos las principales víctimas de la guerra. Perdemos a nuestros maridos, padres, hijos y hermanos en combate». Que la palmen los maridos, padres, hijos y hermanos -las bajas militares en las guerras han sido históricamente masculinas- es lo de menos. Lo realmente terrible es lo que sufren sus esposas, madres, hijas y hermanas. Tócate los pies, que no los huevos que es sexista.
La RAE se mete en el jardín feminazi
A pesar de los intentos feministas por desterrarla, esta F-Word sigue siendo más popular que nunca. Pero la RAE no se ha atrevido a incluirla en el diccionario, aunque su community manager, sin miedo a la muerte, sí lo hizo en la cuenta de consultas de Twitter:
Feminazi: (Acrónimo de «feminista» + «nazi») se utiliza con intención despectiva con el sentido de ‘feminista radicalizada.
Por supuesto, como le pasó a Candela Peña y a cualquiera que ose utilizar en público la palabra innombrable, recibió un tsunami de críticas por validar un término «despectivo» hacia el noble movimiento feminista. Ellas pueden llamar a los hombres violadores, agresores, tóxicos y asesinos, pero ojo cuidao con llamarlas a ellas feminazis, no seamos despectivos.
Después de este incidente, la RAE tuvo suerte. Con la cruz que le ha hecho el feminismo radical a cuenta del lenguaje inclusivo, es un milagro que una turba morada no le haya prendido fuego a la Academia, a sus sillones y a sus señoros. Solo salvarían, tal vez, a Pérez- Reverte, ahora que en su nueva novela se ha sumado al discurso de que las mujeres sufren más que nadie. Pero que no cuente con eso: toda buena feminazi tiene claro que al aliado converso se le trata a patadas. A fin de cuentas, no es más que un hombre.
Estupendo artículo, como siempre. Algunas dirán que no y que es un insulto, pero si pudieran exterminarían a los hombres y a las mujeres que no piensan como ellas. Como yo.
Solo hay que ver los eslóganes tan “pacíficos” que usan en las manifestaciones. ¡Gracias por pasarte una vez más por el blog, Merce!