En algún momento, a alguien del Museo del Prado le debió de parece una gran idea: una exposición que denunciara el machismo y la misoginia del siglo XIX y flagelara a los hombres por despreciar a cientos de talentosas mujeres artistas. Se rebuscaría entre los fondos de la pinacoteca lo mejor jamás pintado por mujeres, se completaría con visiones masculinas sobre estereotipos femeninos lo más sexistas posible y se presentaría todo con un título que sacudiera conciencias, «Invitadas». Como colofón, se elegiría el lienzo pintado por una mujer más hecho polvo de los depósitos del museo y se pondría a la entrada de la exposición como símbolo del maltrato y el descuido que el Estado y la sociedad patriarcal han tenido con el arte femenino. El Prado convertido en un reluciente aliado feminista. ¿Qué podría salir mal?
Hay que partir de la base de que el Prado, como centro museístico sometido a los vaivenes políticos y culturales, no es la excepción a esa posmodernidad que revisa la Historia, pide perdón por los pecados de nuestros antepasados e intenta redimirse apuntándose a las causas sociales del momento. Así, «la exposición más importante del año», como la han llegado a denominar algunos medios, decidió hacerle un guiño a la más fanática de las modas identitarias: el feminismo de cuarta ola. Para abrir el debate, decían. Angelitos.
De reducto del machismo a aliado feminista
Intentar quedar bien con el feminismo tras 200 años sin una directora y con solo 52 obras femeninas de entre las ocho mil que forman la colección era una misión suicida, más conociendo como se las gastan las hermanas de la sororidad, que siempre han visto al Prado como un reducto del súper machismo cultural. Y, efectivamente, en cuanto han olido la sangre, las feministas se han lanzado como tiburones morados a la yugular de la exposición, a la del director del Prado, Miguel Falomir, y a la del comisario de la muestra, Carlos G. Navarro. Es lo que tiene ir de aliado feminista y hacerle guiños a la Iglesia de la Perspectiva de Género, que si te descuidas te sacan los ojos a bocaos.
La Asociación de Mujeres en las Artes Visuales (MAV), que representa a medio millar de féminas tan sensibles ante el arte como rabiosas con el heteropatriarcado, ha sido una de las más críticas. El director del Prado, el que quería «abrir el debate», quemado por el hostigamiento, las ha acabado llamando «militantes indocumentadas», el comisario de «Invitadas» se quejó de que querían «forzar un discurso feminista contemporáneo que puede generar disrupciones cognitivas», y las interpeladas dijeron que el museo debía hacer caso de las expertas con conocimientos de género (ellas), aprender de sus sabias críticas (las suyas) y que no iban a consentir que las llamaran locas (ellos). Qué quieren que les diga, yo hice palomitas.
Cosificando desde el cartel. Empezamos bien
Ya de entrada, el diseño de la exposición más importante del año se ve raro. Una muestra que debería centrarse en las creadoras donde, de las 130 obras expuestas, solo 46 son de mujeres, poco más de la tercera parte. Al final han tenido que venir los hombres a arreglarlo, parece ser el mensaje. El nombre de «Invitadas» (realmente «Invitadas. Fragmentos sobre mujeres, ideología y artes plásticas en España 1833-1931») también trajo problemas al sonar a segundonas y, por si fuera poco, se elige para cabecera de la exposición un cuadro en el que se representa a una dama de compañía observada por un macho maduro. ¿La portada de la exposición más importante sobre mujeres del Prado es una cosificada femme fatale, tal vez una prostituta, y encima pintada por un hombre? Efectivamente. Imagínense la cara de las feministas cual gorgonas cabreadas. Y todo esto antes de que se estrenara la exposición.
El Prado, como buen aliado, ha hecho todo lo posible por contentar al feminismo. Por un lado, ha rescatado algunos nombres interesantes, injustamente ninguneados por la Historia del Arte, como el de Rosario Weiss, discípula de Goya o Aurelia Navarro, que abandonó su prometedora carrera artística por la presión social de la época y se metió en un convento. Pero por otro lado, para que quede claro el mensaje, «Invitadas» le ha echado imaginación a la interpretación de algunos cuadros para meter el machismo con calzador y justificar así la presencia de tantas obras pintadas por hombres.
Interpretaciones muy particulares
Estas rebuscadas interpretaciones de «Invitadas» cantan más que Leticia Dolera en una convención de embarazadas. Por ejemplo, en la ya citada obra de la cosificada dama de compañía, «Falenas», se puede leer en los textos que la acompañan que tras la «mirada inquietante» de la mujer «se revela una supuesta inestabilidad mental» , mostrando el prejuicio de la sociedad decimonónica hacia las mujeres que no eran esposas ni madres.
«La toilette», de Federico Godoy, es un cuadro que capta un momento cotidiano y alegre en el que una mujer se asea mientras juegan sus hijos. Pues no, «expresa el desorden de su conciencia» porque tampoco puede ser una buena madre. Nada, no proteste. ¿A quién va a creer más, a sus ojos o a los textos de sesudos expertos que buscan machismo hasta debajo de las piedras?
La invitada resultó ser un invitado
Si todo lo que ha leído le parece ridículo, espere, porque lo mejor viene ahora. El diabólico patriarcado no descansa nunca para humillar a las mujeres, y tenía preparada su jugada maestra: la «invitada» de honor de la exhibición resultó ser un «invitado». Ni a Stephen King se le habría ocurrido un giro de guion así.
«El lienzo de Concepción Mejía de Salvador, pintado en la última década del siglo XIX y titulado «Escena de familia», está sin marco, roto, como si hubiese emergido de debajo de la tierra. Durante un largo viacrucis de casi cien años y tras pasar por los almacenes de varias instituciones públicas, el cuadro llegó en 2016 al Museo del Prado. Ahora se puede ver en una de sus salas, luciendo todas sus heridas provocadas por el desinterés del Estado. Es la metáfora perfecta para evidenciar el olvido institucional al que han sido sometidas las creadoras españolas», escribió solemne El Español en el primer párrafo de su crónica.
«Invitadas en El Prado te recibe así: un cuadro destruido de la pintora Concepción Mejía de Salvador. Esa es la metáfora, la del olvido y el menosprecio que la historia del arte y la museografía ha tenido con las artistas. Qué gran entrada a la exposición más deseada del año», dijo en un sentido tuit el periodista, activista y aspirante a carguito Peio H. Riaño, famoso por ver violaciones, explotación sexual y misoginia cada vez que va a un museo.
La realidad choca con la ideología
Pues resultó que la metáfora era perfecta salvo por un detalle sin importancia: el cuadro maltratado por el machismo no lo había pintado una mujer sino un hombre, tal como descubrió la historiadora Concha Díaz Pascual. Ni siquiera era una «Escena de familia» sino «La marcha de un soldado». Y como el lienzo estrella de la exposición ya no podía usarse como testimonio misógino fue retirado discretamente y devuelto a las sombras de las que salió y donde igual permanece otros cien años más.
Involuntariamente, el almanseño Adolfo Sánchez Mejía había servido para demostrar una tesis bien distinta a la que pensaron los promotores de la exhibición, la de que, junto a cientos de obras de mujeres olvidadas, hay cientos de pinturas de hombres que corrieron la misma suerte. El propio Sánchez Mejía, como tantos otros, tuvo que renunciar a su carrera artística y dedicarse a la empresa de calzado familiar para salir adelante.
Pero como estos autores no le interesan al postureo ideológico del siglo XXI, seguirán arrinconados sin que nadie se acuerde de ellos. «Invitadas» habrá ilustrado el machismo del siglo XIX y habrá servido para dar a conocer a algunas creadoras. Pero también ha acabado, quién lo iba a decir, siendo un ejemplo de la desechabilidad masculina y del ridículo que se puede hacer cuando se pretende adoctrinar a cualquier precio. No está mal para la exposición más importante del año.
Estupendo artículo de temática muy distinta a los anteriores. Cosa que, como asidua al blog, se agradece. Que haya variedad. Y volviendo al artículo, hay que ver lo que hacen algunos por contentar al feminismo. La metáfora les ha salido regular. Que haya sido una mujer quien se la haya desmontado tiene hasta su poesía.
¡Muchas gracias, Merce! Pues sí, menos mal que el tenderete se lo ha desmontado una mujer. Ya habría sido el colmo del surrealismo que lo hubiera hecho un hombre.