Pocos casos han demostrado el daño que pueden causar a la opinión pública los movimientos identitarios asociados a la izquierda como el de Samuel Luiz, el joven de 24 años asesinado de una brutal paliza en La Coruña. El hecho de que fuera homosexual —cosa que sus agresores no sabían— e increpado al grito de «¡maricón!» ha sido suficiente para que se señalara como un crimen homófobo. Y que hubiera gente que lo pensara no tendría mayor problema si no fuera porque no se ha podido pensar otra cosa. Cualquier medio que no indicara esta motivación con claridad o cualquier persona que simplemente pidiera prudencia hasta que avanzara la investigación ha sido señalado por los que se creen más puros que nadie hasta el punto de ser considerado también un homófobo y, todo va en el pack, un ultra de extrema derecha.

Samuel tuvo la desgracia de que unos desalmados lo mataran cuando salía de fiesta con sus amigos. Nosotros hemos tenido la desgracia de que haya sucedido en medio del Orgullo LGTBI, la celebración anual del gran movimiento identitario por antonomasia, junto al feminismo y el antirracismo, todos colonizados por la izquierda desde hace años. Por eso, desde el minuto uno la maquinaria propagandística y mediática progresista se ha puesto en marcha para convertir a este chaval en el nuevo mártir de la causa y demostrar que existe mucha homofobia en España. Lo cual, siguiendo el razonamiento, justificaría la necesidad de nuevas leyes, que las asociaciones LGTBI reciban más recursos y, de paso, da barra libre para hacer campaña contra los partidos de derechas —para ellos, ultraderecha— a los que se les supone ideológicamente responsables de esta situación.

Oficialmente, en 2019 se cometieron 278 delitos relacionados con la discriminación por orientación sexual o identidad de género, entre amenazas verbales, lesiones o tratos degradantes. Por comparar, ese mismo año hubo 7.093 robos con violencia e intimidación y 2.339 delitos contra la libertad e indemnidad sexual. Desde el año 2000, ocho personas han sido asesinadas por su orientación sexual en España, sin contar a Samuel que aún está por ver. Sin duda, una desgracia para ellas pero no parece una cifra muy «estructural». Seguro que es similar a las que pueda haber en Israel y algo inferior a la de Qatar, por seguir en Oriente Medio. Ahora atrévase a decir esto delante de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Trans y Bisexuales (FELGTB). Por cierto, su cómputo particular casi cuadruplica las cifras oficiales, entre otras cosas porque, como ellos mismos indican, amplían el campo «a incidentes discriminatorios que tal vez no son constitutivos de delito».

El caso es que, a pesar de que España no parece ser un país especialmente homófobo, la tragedia de Samuel ha llevado el victimismo LGTBI hasta niveles de odio al disidente pocas veces visto. Samuel se ha convertido en su símbolo. Nadie puede oponerse. Ni los medios de comunicación, ni la investigación policial, ni siquiera su propio padre destrozado por la tragedia. Todo con el apoyo de la izquierda cultural y política que, sea por buena fe e ingenuidad o por calculado interés, ha vuelto a hacer lo que mejor sabe: unos dejarse manipular emocionalmente, otros politizar el dolor y usar a los muertos en su beneficio.

El efecto mariposa: una bandera que no ondea en Madrid provoca un asesinato en Galicia

«Morir porque te den una paliza en realidad es ser asesinado» —decía en su informativo matinal el cómico Ángel Martín—. «Si la paliza ha sido por tu orientación sexual es un asesinato homófobo. Lo digo porque algunos medios que van de serios parece que no lo tienen claro y publicaron «Muere un joven de 24 años», como si fuera por un empacho de tartas, en lugar de «asesinaron a un joven de 24 años al grito de maricón»».

Treinta mil likes avalan el éxito del mensaje, que entusiasmó a no pocos medios: «Ángel Martín habla con contundencia sobre el asesinato de Samuel y recibe el aplauso unánime» (El Confidencial), «La clara explicación de Ángel Martín a los que niegan el asesinato homófobo de Samuel» (La Sexta). Juan Carlos Monedero, que también aplaudió al cómico, aprovechó para mentar a Vox como supuesto instigador de odio y decirle al alcalde de Madrid que si hubiera colgado «la bandera LGTBI en el ayuntamiento, el asesinato de Samuel habría sido un poco más difícil». El nuevo efecto mariposa: las banderas que no ondean en Madrid provocan homicidios en La Coruña.

¿Y quién es el padre de Samuel para llevarle la contraria a la causa LGTBI?

Mientras la izquierda agitaba la homofobia y los colectivos LGTBI preparaban manifestaciones por toda España, las primeras investigaciones no confirmaban que el asesinato hubiera sido por la orientación sexual de Samuel. Hubo un malentendido con un grupo de chicos por culpa de un móvil, el intercambio de un par de frases —donde se dijo el «maricón»— y la salvaje paliza. A Samuel le llamaron también «subnormal» e «hijo de puta», otros insultos habituales en las discusiones y peleas. Aunque las amigas de Samuel declararon que tenían claro que había sido por su orientación sexual, la policía no se cerraba a ninguna hipótesis. Pero nada de esto se podía comentar sin provocar la ira de los justos para los cuales si se decía «maricón» solo podía significar ofensa y odio al homosexual, al más puro estilo triunfitos contra Mecano.

El momento más surrealista tuvo lugar cuando el padre de Samuel, diácono del movimiento evangélico Congregación Cristiana, pidió que la muerte de su hijo no fuera utilizada como bandera de nadie y que las manifestaciones por su hijo no fueran aprovechadas por los políticos, que se manifestaran solo por la pérdida de Samuel. Cualquiera que se asomara a Twitter pudo comprobar con sus propios ojos a un movimiento que pone su causa por encima de las personas y que no perdona la no adhesión a sus principios identitarios. ¿Quién era ese hombre para decirles a ellos que no usaran a Samuel como símbolo de su lucha? Total, solo un padre al que le habían matado a su hijo.

  • «El padre de Samuel me puede comer el culo hasta quedarse sin lengua».
  • «Si ni muerto le importa su hijo lo suficiente para defender su causa, pues no sé qué le hará falta a ese carcamal para entenderlo».
  • «El padre será un neandertal de ultraderecha».
  • «Samuel es ya un símbolo y lo será siempre y su padre un cómplice de la LGTBIfobia silenciosa que nos quita la vida».
  • «Menudo gilipollas el padre, sinceramente».
  • «Pues que tenga claro el padre de Samuel que su hijo ha dejado de ser «su» hijo por mucho que diga».
  • «Es que el asesinato ha sido político, en fin lo que tendría que aguantar el chaval en casa también».

Los medios desinforman

Estos mensajes que se pueden leer en Twitter de tolerantes miembros y simpatizantes LGTBI no se han visto en ningún medio mainstream, tan dados ellos a hablar del odio y la intolerancia en las redes sociales. Igual porque al espectador le chocaría este nivel de violencia verbal en una gente que siempre es presentada con la bandera arco iris del respeto y de la paz. En cambio, las protestas por la muerte de Samuel sí fueron ampliamente difundidas. En el telediario de RTVE (¿dónde están esos de los viernes negros cuando se les necesita?) las manifestaciones por Samuel enlazaron con una noticia sobre unos altercados contra los homosexuales en Georgia. Un espectador despistado relacionaría e incluso vería la conexión entre ambos sucesos. Desde luego, los que gritaban en la manifestación de Madrid «Ayuso, fascista, estás en nuestra lista» seguro que sí. Ya sabe, los curiosos efectos mariposa de la izquierda identitaria.

Mientras se apagaban los gritos contra la ultraderecha de las manifestaciones, la policía empezaba a descartar la homofobia como móvil. Pero la izquierda mediática no podía dejar escapar la presa. Con lo bien que le ha ido con la violencia de género, esto era una oportunidad fantástica para crear el clima social adecuado y ampliar el negocio. «Cuando tú matas a un tío llamándole «maricón» hay un componente de odio, y hay un componente de odio contra los homosexuales. Indiscutible esto», afirmó el periodista Javier Ruiz en el programa de Ana Rosa Quintana. Según la prensa progresista, Ruiz hizo enmudecer al plató. Pero qué le voy a contar: lo mismo que Ángel Martín, Jorge Javier Vázquez, Paco Tomás… con este tema, todos parecen haber removido más conciencias que Martin Luther King.

El senegalés del que sí se podía decir que era senegalés

Por cierto, a Javier Ruiz le echaron poco después, lo cual también ha sido aprovechado para presentarlo como una víctima por atreverse a decir supuestas verdades incómodas… aunque estas «verdades incómodas» sean el discurso dominante en la opinión pública. Paralelamente, los amigos de Samuel quedaron espontáneamente delante de las cámaras de televisión con una de las pocas personas que tuvieron el valor de defender al muchacho de la salvaje agresión. Casualidades de la vida, fue un senegalés, con lo cual ya nos ha quedado claro que decir el origen africano de unos sospechosos de violación está mal, pero si intervienen en una buena acción se proclama a los cuatro vientos, con cámaras grabando y todo. ¿Que ve usted un poco de demagogia buenista en todo esto? Mire que aviso a Serigne Mbayé y se la lía en un momento.

La policía que, por suerte, va a lo suyo pasando de todas estas zarandajas identitarias, ha detenido ya a los sospechosos de la brutal paliza, donde incluso hay un miembro cercano a los Riazor Blues que no son precisamente muy de extrema derecha. El juicio tendrá que determinar si hay delito de odio y homofobia. El progresismo lo tiene claro desde el principio y, seguramente, ni una sentencia en contra le hará bajar del burro. Si la justicia es patriarcal, ¿por qué no puede ser homófoba? Aunque está por ver si los acusados no son lo suficientemente españoles y fachas si interesará mantener ese discurso. Lo mismo sucede con muchos de los medios de comunicación convencionales, que también han tomado partido en la causa general contra la homofobia y que se revuelven incómodos con entrevistas como la que Sonsoles Ónega le hizo a una amiga de los detenidos en Telecinco.

Una hereje de la ortodoxia buenista y periodística

En la entrevista, la chica dejó claro que sus amigos tienen que pagar por lo que han hecho porque asesinaron a una persona, pero asegura que no existe homofobia porque en su grupo hay un chico gay y que si hubiera estado gordo le habrían llamado «gordo de mierda». «No podemos normalizar llamar a alguien maricón por la calle», le explicó nerviosa Sonsoles Ónega. «Claro —le replicó la muchacha— pero es que hoy en día está normalizado. Yo me enfado con alguien y te voy llamando lo que vea. Yo si te veo con gafas, pues, «¡Tú con gafas, te las voy a romper!»».

Por supuesto, la mayoría de los medios cerraron filas: «Sonsoles Ónega, implacable con la amiga de los detenidos por Samuel y su dantesca visión» (El Confidencial), «Sonsoles Ónega estalla contra una amiga de los detenidos por el crimen de Samuel» (La Vanguardia), «La magistral lección de Sonsoles Ónega a una amiga de los detenidos por el crimen de Samuel» (Fórmula TV). Y es que la muchacha, aparte de explicar a su manera cómo funciona en el mundo real el mecanismo del insulto, cosa que no interesa cuando se trata de ver opresiones culturales y estructurales, añadió algo que a ciertos plumillas les escuece bastante: «A los programas os da chichilla lo de maricón». Dudar de la sagrada profesión periodística al servicio de los no menos sagrados índices de audiencia, a quién se le ocurre. Si decimos que es homofobia, es homofobia. Que estos fachas no empiecen con sus mariconadas.

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13 comentarios

  1. Muy bien contado. Menos mal que existen blogs como este , sin censura. Si se demuestra que no ha habido homofobia, a ver si salen todos a rectificar. Ya se lo digo yo: NO.

    1. ¡Muchas gracias, Merce! 🙂 Pues pienso como usted. O se harán los locos o dirán que nunca está de más denunciar la homofobia aunque no fuera verdad. Rectificación ni una.

    2. A estas alturas les perjudica más el discurso de homofobia, practicada por inmigrantes y militantes de extrema izquierda, que cualquier otro. Simplemente este asunto dejará de existir.

      1. Está claro. En cuanto el factor «facha» y «español» salga de la ecuación todo se disolverá como un azucarillo. Auguro segunda parte del artículo 😉

  2. Y si lo hubieran matado al grito de «gilipollas de mierda» entonces Maestre y Javier Ruiz debieran haber salido con una bandera nueva que se pudiera sumar al arcoiris Technicolor(de los gilipollas), porque gilipollas son un rato, y dado que la mayoría deben votar a la izquierda, tienen sobrados motivos para victimizarse 🤣🤣🤣

  3. Hola Señor Kaplan, leyendo este artículo recordé que la izquierda siente odio y desprecio hacia el cristianismo por considerarlo «retrógado y homófobo», pero siente simpatía hacia el islamismo, religión en que la homosexualidad no sólo está terminantemente prohibida, sino que además, dependiendo del país, ésta se castiga con la muerte, o en el mejor de los casos, con prisión. Y entonces uno se lleva las manos a la cabeza pensando que ese tipo de razonamiento demuestra a las claras la decadencia de Occidente.

    1. Totalmente, Lisandro. Es uno de los grandes sinsentidos de la izquierda moderna. Sucede lo mismo con el machismo. Ponen el grito en el cielo cuando le ponen el refresco a la mujer y la cerveza al hombre, pero no ven mucho problema en el hijab ni en las culturas machistas del mundo árabe.

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