Mascletà Almeida

El más grande detective de nuestro tiempo hojeaba distraído las páginas de Lo País, pasando noticias sobre los peligros del porno, el apocalipsis climático y anónimas denuncias de agresión sexual, cuando sonó el teléfono. Era Lestrade: «Holmes, le necesito en Puente del Rey, en Madrid Río. Venga cuanto antes». Ese tono nervioso lo conocíamos de sobra: ya se lo habíamos escuchado antes, cuando lo de Pegasus, el caso del chantaje de Marruecos a Pedro Sánchez, un asunto más terrorífico que el del sabueso de los Baskerville.

Al llegar a Madrid Río aún se olía la pólvora. Al parecer había habido algo que se llama mascletà, una sucesión de petardos que se disparan en las Fallas de Valencia y que por alguna razón se había trasplantado a la capital. Un sobresaltado Lestrade nos esperaba ante un cinturón policial. Evidentemente, había un cadáver.

El inspector nos saludó con la cabeza y nos abrió paso. Y allí estaba: tirado en un rincón del parque, con la cabeza ladeada, inmóvil, sin rastros de violencia aparente.

—Un ánade sin signos vitales —murmuró Holmes.

—¿Un qué? —pregunté.

—Un pato muerto, Watson.

—Así es, Holmes —contestó Lestrade—. Sospechamos que se puede tratar de un asesinato. Investigue con discreción, hay muchos intereses en juego. En cuanto tengamos los datos de la autopsia le avisaremos.

Fiel a su rigor detectivesco, Sherlock Holmes estuvo toda la mañana examinando con su lupa la escena del crimen. De vez en cuando se detenía, levantaba la cabeza y fruncía ligeramente el ceño. Su nariz aguileña se recortaba contra el cielo gris mientras intentaba unir las piezas de aquel puzzle siniestro. Unas huellas en la hierba llamaron su atención. Por la tarde, Lestrade hizo comparecer a los dos principales sospechosos. Uno a uno desfilarían por el 221B de la calle del Panadero.

El alcalde de la ciudad, José Luis Martínez Almeida, entró con aire despistado. Holmes le esperaba leyendo una noticia de El Plural: «La desgarradora imagen de un pato muerto por la mascletà de Almeida». El tal Almeida tenía una cara simpática que me recordaba a algo alargado y cabezón, pero no caí en qué. Holmes fue directo al grano:

—Usted organizó una mascletà en Madrid Río que no venía a cuento. 300 kilos de pólvora y más de 45.000 euros. Ni las de Valencia son tan grandes ni tan caras. ¿Por qué?

—Verá, señor Holmes, le dije a la alcaldesa de Valencia, que también es del PP, que si ganaba las elecciones organizaría una para hermanar las dos ciudades. Y ya que lo hacíamos, pues qué mejor que a lo grande, que en Madrid no nos estamos de nada. Yo qué sabía que la izquierda me la iba a montar por esto también. Y no solo la izquierda, hasta los catalanes me han acusado de apropiación cultural como si me hubiera puesto rastas.

—¿Y no se le ocurrió otra forma de hermanamiento más económica y menos ruidosa? ¿Unas cañas y unos calamares, por ejemplo?

Almeida se encogió de hombros.

—Ya sabe que a los políticos nos gusta tirar el dinero público. Pero le aseguro que no tengo nada que ver con ese pato muerto. Tendría pato-logías previas —Almeida se rio con su ocurrencia pero Holmes lo miraba con gravedad.

—No se ponga en modo Inés Hernand que tiene la misma gracia que ella y solo falta que eructe y se orine encima. Prosiga.

—Que no tengo nada que ver, se lo aseguro. Como ha dicho mi presidenta, escandalizando a toda la izquierda que la ha llamado insensible: «Será que los patos de Valencia lo aguantan todo y los de Madrid, patas arriba a la primera».

Almeida se fue con prisas, de una forma que a mí me pareció sospechosa. Nos dijo que tenía que comparecer ante los medios de comunicación porque tenía otro lío. Al parecer, había inaugurado una competición de petanca y le había roto la canilla a un abuelete al hacer el saque de honor. «Joder, no aprendo», masculló antes de salir.

La siguiente persona que apareció en nuestro piso fue Manuela Bergerot, portavoz en la Asamblea de Más Madrid.

—Esto ha sido un asesinato, señor Holmes —dijo nada más entrar—. Y el culpable es el alcalde de Madrid, que seguramente es un patófobo, además de homófobo, tránsfobo y xenófobo. Intentamos frenar desde el principio la locura de la mascletà que ponía en peligro la biodiversidad del pulmón de Madrid.

—A ver, que el Manzanares tampoco es el Amazonas —dije.

Bergerot me miró con cara de pocos amigos y continuó:

—Una protectora de animales lo denunció ante la justicia pero el juez era un fascista, como lo son todos los jueces menos Joaquim Bosch y Victoria Rosell, y no la suspendió. El resultado ha sido la muerte y la destrucción. Tenemos voluntarios de asociaciones independientes, como SEO/BirdLife, que casualmente nos votan a nosotros, que están buscando cualquier pájaro muerto que haya por allí para culpar a Almeida. Hasta han hecho un informe de esa catástrofe medioambiental. ¡Ha sido un genocidio! Como el que está cometiendo el Estado terrorista de Israel. ¡Gaza libre! ¡Libertad para el pueblo palestino! ¡Criminales!

La mujer se aceleraba. Holmes levantó la mano para interrumpirla.

—Usted fue de las primeras en difundir a través de las redes sociales la imagen del pato muerto.

—Sí, un vecino nos mandó la imagen del pato asesinado. PACMA también lo difundió en el acto y pidió que le enviaran más fotos de animales muertos.

—¿Y se las mandaron?

—Twitter se llenó de ellas. Mire, mire… —acercó una foto de su móvil donde se veía un montón de aves inertes en el suelo.

Holmes le echó un ojo sin mucho interés y leyó en voz alta una información de la página Newtral: «Esta imagen de pájaros muertos no pertenece a la mascletà de Madrid, sino que fue tomada en México en 2022». Bergerot se puso roja como un tomate y bajó las escaleras de tres en tres sin despedirse. «Déjeme en paz, machirulo», farfulló, «voy a ver si consigo que le caiga la permanente revisable a Ayuso por la masacre de las residencias».

—Bueno, podría haber sido peor —-sonrió el detective—. Al menos no ha hecho como los que se han tomado en serio las fotos de unos pingüinos de una cuenta parodia de Twitter, pensando que los habían matado en Madrid.

Mientras Holmes cavilaba, una manifestación ecologista se congregaba en la calle coreando eslóganes como: «¡Más sanidad, menos mascletà!», «¡Me gusta la fruta, también los animales!», «¡Pirotecnia asesina!», y «¡Duck Lives Matter!». Entre el gentío, algunos despistados lloraban a moco tendido por el perro Excalibur.

—La cosa se caldea —dije—. ¿De quién sospecha, del alcalde o de la portavoz de Más Madrid?

—Almeida ni siquiera acudió a la mascletà. He comprobado su coartada: fallecieron dos ancianas en el incendio de una residencia y se desplazó allí. Con todo el jaleo que montó, al final se lo perdió, cosa que es un alivio. Llega a encender un petardo de forma honorífica y Madrid acaba como la Roma de Nerón. Ese hombre es un gafe con patas, un derrochador de dinero público y, a lo mejor, la alcaldesa de Valencia a la que quería impresionar con tanta pirotecnia le pone más cachondo que Ester Expósito a Dani Martín. Pero no es un asesino de patos.

—Entonces la culpable es esa mujer que le quiere hacer pagar el pato al alcalde, nunca mejor dicho. Está obsesionada con los pájaros muertos, para mí que luego los diseca como Norman Bates. Por lo que tengo entendido Más Madrid es un partido siniestro… algunos lo llaman Hamás Madrid.

Holmes negó con la cabeza.

—Para eso —afirmó— tendrían que ser unos genios criminales, pero son un desastre. ¿No vio el acto que convocaron en San Valentín, el de «Queremos casa para poder follar»?

—¿Ese al que fueron cuatro gatos y que parecía una película porno amateur con el colchón en mitad de la calle?

— El mismo. ¿Imagina a esa gente capaz de planear un asesinato como este?

Estaba claro que no. Todo parecía cada vez más embrollado. En aquel momento, Lestrade apareció triunfante por la puerta.

—¡Holmes! ¡Misterio resuelto! ¡Ponga la televisión!

Todos los informativos decían lo mismo, era la noticia del día:

Un vídeo grabado por un ciudadano, que se encontraba en Madrid Río antes de que se celebrara la mascletà, ha revelado que el pato encontrado muerto en el parque murió antes de que comenzara el evento. En la grabación se observa a una niña pequeña señalando al pato y se escucha a su padre decir que el animal «está dormido». Sin embargo, la realidad es que el pato estaba muerto, tal y como se puede apreciar en el vídeo.

—Parece que fue muerte natural. Ya no hay misterio. —Lestrade parecía satisfecho al ver que, al menos en este caso, no habría gloria para Sherlock Holmes.

Efectivamente, el enigma parecía resuelto con este «giro de los acontecimientos», según El Plural que, después de días dando informaciones apocalípticas, se la tenía que envainar, aunque pronto encontraron otra víctima: «El sufrimiento de un perro en la mascletà de Almeida: no aguanta más y sale corriendo». Maldita.es mantuvo el suspense con un fact checking en el que dudaba de que el vídeo del pato muerto se grabara el mismo día de la mascletà, y El País Madrid asegurara que hubo petardos diez minutos antes de la mascletà que pudieron acabar con la vida del pato. Pero al final hasta la izquierda más activista tuvo que reconocer que el patogate fue un patofake. Un bulo del pato digno de aquel bulo del culo. Inasequibles al desaliento, los activistas ecologistas aún siguen buscando bichos muertos por Madrid Río para llevar al alcalde a la Corte Penal de la Haya.

De todo eso hablaba yo con Sherlock Holmes mientras paseábamos por el Retiro. Yo ya pensaba en cómo titular esta nueva aventura. Pato en escarlata me sonaba bastante bien. Pero mi amigo permanecía serio y meneaba lentamente la cabeza.

—Algo se nos escapa, Watson. ¿Qué eran aquellas huellas alargadas que estaban al lado del pato muerto? ¿Por qué un pato muere justo ese día? Mucho me temo que el caso no está cerrado y que pronto sabremos de un nuevo genio del mal que nos hará añorar a James Moriarty.


En la oscuridad del salón, una figura encorvada se desplazaba de un lado a otro como un león enjaulado. Su plan con el pato había fallado. Debía haber mirado bien la hora cuando lo asesinó, ahora nadie lo relacionaría con la mascletà. Tendría que pensar en otra cosa para lograr su objetivo: la guerra total entre la derecha y la izquierda, a los que odiaba por igual. Unos porque se habían reído de sus leyes para comer menos carne y los otros por ser una izquierda inquisitorial que le negaba su derecho a colocarse en una consultora y vivir del cuento como cualquier expolítico. ¿No había puerta giratoria para él? ¿Tanto importaba que fuera comunista? Pues bien, se vengaría, vaya si se vengaría. El mundo se iba a enterar de quién era Alberto Garzón.

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2 comentarios

  1. Buenísimo, señor Kaplan. Es que en estos casos siempre pasa lo mismo, salen todos en tromba denunciando algo, escandalizadísimos y después se descubre que no es verdad. Eso sí, ahí ya no dicen nada y si te he visto, no me acuerdo. Yo incluso pensé que lo habían puesto ellos para culpar a Almeida. Eso sí, las risas no nos las quita nadie. ????????

    1. Tampoco me extrañaría que fuera como usted dice, Merce. En cualquier caso, me alegra que se haya echado unas risas y que haya disfrutado el relato, que es casi, casi verídico xD

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