Aunque le pueda parecer lo contrario después de leer estas líneas, nos gusta mucho el cine español. Se lo juramos por Berlanga, cuyo espíritu está presente en todo lo que sucede en este país. Pero el ombliguista cine patrio actual nos lo pone cada vez más difícil. La 38 edición de los Goya, la menos vista desde 2006, no fue la excepción sino la regla: la gala no acerca el cine a su público, lo espanta. Presentadores sin gracia, una ceremonia interminable, un activismo político que sobra, películas que en su mayoría interesan poco y la sempiterna petición de dinero público. El Estado tiene que darles todo porque lo valen. Y si algunos lo criticamos es porque ellos son unos artistas incomprendidos y nosotros unos fascistas.
Tras una alfombra roja con el icono Inés Hernand arrastrando el nombre de RTVE por el fango, habían transcurrido doce minutos de gala cuando Ana Belén lanzó la primera soflama feminista de la noche, en este caso contra la violencia sexual que sufren las mujeres en el cine (al hilo del auto de fe de El País que se ha cargado a Carlos Vermut con tres denuncias anónimas). A los veinte minutos, Alba Flores ya gritó «¡Paz para Palestina!» sin venir a cuento. Y a los 26, la ganadora del Goya a la mejor canción, Rigoberta Bandini, reivindicaba los derechos del colectivo LGTBI.
No había pasado ni media hora y tres de los megahits del activismo de izquierdas ya habían hecho su aparición. Habría más a lo largo de las casi tres horas y media que se prolongó la ceremonia: el cambio climático, el empoderamiento femenino, la memoria histórica, la diversidad racial, el colectivo trans, el genocidio de Gaza, los niños de la Cañada Real y las críticas a Javier Milei que quiere hacer recortes al cine argentino.
Lo importante es Gaza, no el campo español
En una semana en la que el campo español se había levantado en pie de guerra con movilizaciones por medio país, solo el montador Jaume Martí se acordó de ellos en su discurso al recoger su premio. A los dos guardias civiles asesinados el día anterior por unos narcos ni los mencionaron. Lógico, desde los tiempos del No a la guerra ya se sabe de qué pie cojea el comprometido cine español y hablar en favor de la Benemérita o de unos agricultores que protestan contra la Unión Europea y un gobierno progresista no es de rojos de bien. Emocionalmente, les pilla más cerca la franja de Gaza.
En definitiva, nada nuevo bajo el sol de unos Goyas en los que La sociedad de la nieve arrasó con trece premios: los doce que ganó más uno que le tendrían que haber dado a Inés Hernand que parecía que se había esnifado media cordillera de los Andes. Y si Juan Antonio Bayona fue el ejemplo de lo que nos gusta del cine español —un director que hace películas interesantes pensando en el espectador y que en sus discursos se emociona, da las gracias y ya—, Pedro Almodóvar fue su reverso tenebroso. Y no es la primera vez que lo traemos aquí por algo que nada tiene que ver con su faceta cinematográfica. Que sí, que el señor ha ganado dos Oscar. Pero eso fue hace veinte años y ahora cuando habla es para dar la brasa.
Almodóvar, el paladín de las subvenciones
El manchego contestó en el escenario al vicepresidente de la Junta de Castilla y León, que había llamado «señoritos» a los «que quieren vivir de producir obras cinematográficas que luego no ve nadie a costa de millones y millones de euros que pagan con mucho esfuerzo los contribuyentes españoles». Almodóvar aseguró que las subvenciones que reciben los cineastas «como anticipo» las devuelven «con creces» a la sociedad, a través de impuestos, de la seguridad social y de la creación de empleo.
El auditorio rompió en aplausos y la progresfera, esa a la que le encanta ese cine español comprometido con la sociedad que suele dar la nota en los Goya, aseguró que el director había humillado al político de Vox («Almodóvar destrozando al fascista de Juan García-Gallardo en un minuto y medio»). Por supuesto, no tenían razón. Almodóvar y media docena más puede que devuelvan las ayudas a la sociedad. El resto ni de coña. Por la sencilla razón de que sus películas nunca han sido rentables.
Unas taquillas con truco
La realidad es que el éxito o no de la cosecha cinematográfica nacional depende de unos pocos títulos que elevan la taquilla anual y dan la sensación de que todo el monte es orégano. Por ejemplo, en 2014 se batieron todos los récords del cine español: 124 millones de recaudación gracias al taquillazo histórico de Emilio Martínez Lázaro Ocho apellidos vascos, que hizo 56 millones de euros, casi la mitad del total.
Aquel mismo año se produjeron 216 largometrajes más. En las diferentes líneas de ayudas públicas se destinaron más de 60.000.000 de euros. Si miramos la lista de esos 216 largometrajes la mayoría de ellos son absolutos desconocidos y solo se han podido ver en festivales, algunos bastante recónditos, y apenas han tenido recorrido comercial aquí o en la dimensión desconocida. Y eso ha sucedido todos los años: buena parte de la producción audiovisual española no la ve casi nadie aunque esté regada por subvenciones. Bayona, Amenábar y Santiago Segura han sostenido prácticamente ellos solos el castillo de naipes del cine español. Y al pobre Segura ni siquiera se lo reconocen, ninguneándolo año tras año.
El cine español recauda la mitad de lo que recibe
Una década después de esa foto de 2014, la situación es la misma (unas pocas películas maquillan el año) con la salvedad de que se hacen muchas más (322 en 2022), han ingresado bastante menos (81 millones en 2023) y reciben más dinero público que nunca (167 millones presupuestados para 2023). Solo hay que saber restar para darse cuenta de que a fecha de hoy el cine español recauda la mitad de lo que recibe. Es difícil creer que así se pueda devolver nada «con creces», por muchos impuestos o cotizaciones a la seguridad social que se abonen.
Solo en esta edición de los Goya, quitando La sociedad de la nieve que juega en otra liga, ningún titulo pasa la prueba del algodón. 20.000 especies de abejas recibió 680.000 euros de subvención, 34 euros por cada especie de abeja, y ha recaudado 1.000.000 de euros. Cerrar los ojos será del gran Víctor Erice y todo lo que usted quiera pero lleva recaudados 432.000 euros y tuvo una subvención de 1.000.000. Ninguna de ellas, e incluimos las otras dos nominadas a mejor película —Saben aquell y Un amor — ha cubierto los costes de producción. Ya del resto ni hablamos.
Vida más allá de las salas… a veces
Es cierto que en estos tiempos un largometraje no muere necesariamente en las salas. Aparte del más o menos prestigio conseguido, del que nadie come, la televisión, las ventas al extranjero y las plataformas de streaming pueden alargar su vida. Que también habría que ver luego esa vida porque una cosa es Los otros (200 millones en todo el mundo) y otras el llamado cine independiente o de autor, en el que, en nombre del arte, la experimentación y el talento creativo cabe cualquier churro, también llamado obra maestra incomprendida, que suele despertar cero interés en el público.
En este último grupo se encuadra el autoproclamado antifascista Eduardo Casanova. Siempre ha dicho que su fumada de Pieles —1.000.000 de euros de coste, 85.000 de taquilla— «se estrenó en 180 países» por estar en Netflix. Decir que formar parte de un catálogo es estrenarse en 180 países es digno de alguien que dice solo ver películas de su amigo Carlos Vermut y que no acudió a los Goya no fuera que le preguntaran por él. Que una cosa es luchar contra el fascismo y otra dar la cara por tu amigo y enfrentarse a El País.
El feminismo ¿al rescate? del cine español
El cine español es frágil y desigual, siempre en el filo de la navaja, y por eso la industria necesita las subvenciones para seguir existiendo. Pero el problema ya no es depender de estas ayudas —a fin de cuentas, todas las cinematografías reciben ayudas públicas de algún u otro tipo— ni que sea un cine que, precisamente por esas ayudas casi aseguradas, va por libre de un público al que le cuesta identificarse con sus historias y discursos ideológicos. Es que, por si fuera poco, las subvenciones también se están politizando gracias a —oh, sorpresa— las políticas feministas.
Desde 2015, los criterios para conceder las ayudas sobre proyectos han beneficiado progresivamente a las mujeres en aras de la igualdad de género. La concesión de ayudas suma puntos extras si en las categorías técnicas principales aparecen mujeres y si hay directoras y debutantes, una de esas medidas de discriminación positivas de las que pobre de usted, vil misógino, si osa cuestionar, y que lleva a situaciones surrealistas, como que se valore más que haya mujeres en una película a contar con un director que haya ganado un Oscar.
El reinado de las directoras españolas
Gracias a las cuotas vivimos una «explosión de talento femenino» (este año hubo más nominadas en los Goya que nominados, como presumió el presidente de la Academia en su discurso), un «reinado de directoras españolas» según la prensa del sector, que aplaude con las orejas que en los últimos siete años solo haya ganadoras al Goya a la mejor dirección novel: Carla Simón, Arantxa Echevarría, Belén Funes, Pilar Palomero, Clara Roquet, Alauda Ruiz y la última, Estibaliz Urresola. Ahora mismo, ser hombre y ganar un Goya a la dirección novel está más complicado que el futuro de Podemos.
Esta celebración de voces femeninas ha dado al cine español una moda de producciones intimistas y de estilo naturalista con mirada femenina que parecen todas cortadas por el mismo patrón. A algunos les entusiasmarán pero a nosotros nos da sueño. Vea Alcarràs, Las niñas o Estiu 1993 después de comer y si aguanta despierto le damos una medalla. Qué le vamos a hacer: ni compartimos esa mirada femenina ni estamos adecuadamente deconstruidos para valorar al nuevo cine español como se merece.
Miedo y silencio entre los profesionales masculinos
Para alegría de CIMA, la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales que funciona como un lobby feminista contra el cine opresor y masculinizado, la discriminación positiva en el cine español se disparará con la nueva ley del cine, que quedó a medias en la anterior legislatura. Se considerarán las películas dirigidas por mujeres —y las rodadas en lenguas cooficiales, que aquí no se da puntada sin hilo— como «obras difíciles» y podrán optar a un aumento de las ayudas de hasta un 75%. Y eso era en el proyecto del año pasado. Verá cuando el nuevo ministro del ramo, el comunista Ernest Urtasun —el que quiere descolonizar los museos españoles— le meta mano.
Al hilo de todas estas medidas, Rebeca Argudo realizó un reportaje en La Razón. Las respuestas que le dieron algunos profesionales fueron altas, claras y en technicolor: «En esta industria hay miedo, auténtico terror a no volver a trabajar. Todo el mundo calla, cuando casi todos pensamos que esta norma es injusta y discriminatoria». Ese fue el sentir general de los entrevistados junto a la frase más repetida: «Por favor, que no salga mi nombre».
Los compositores se sienten perjudicados con las cuotas
Reportajes como el de Argudo son la excepción. La profesión (masculina) permanece en silencio. Por eso llama la atención la encuesta a 41 músicos de cine españoles que realizó el portal de bandas sonoras Mundo BSO. Ante las quejas de compositores que perdían trabajos porque los productores contrataban a mujeres para ganar puntos en la subvención, realizó una amplia encuesta en la que, efectivamente, los compositores (no las compositoras, muy minoritarias en el sector) reconocieron que se sentían perjudicados.
Pero no solo eso, las respuestas también vislumbraban prácticas bastante turbias como la utilización de compositores masculinos sin acreditar o el despido de compositoras una vez asegurada la subvención. Y todo esto solo en una de las ocho categorías técnicas en las que se premia la presencia femenina.
Una película de terror
Como ve, el cine español parece a veces terrorífico. Y eso que no entramos en lo difícil que es trabajar en el cine: meses esperando que suene el teléfono, endogamia profesional y poco sueldo. Una película de terror pero no de las chulas como La pasajera, a la que tenemos mucho cariño porque la vimos después de Madres paralelas y nos sacó del sopor a ritmo de pasodobles, antihéroes machirulos y parásitos alienígenas.
A modo de conclusión, mientras se aleja la cámara y suena una melodía de guitarra sobre fondo de cuerdas, podemos decir que nuestro cine no es mejor o peor que otros con luces y sombras similares, incluidos el narcisismo y el activismo de sofá, pero algunos miembros de la gran familia del cine español y los políticos que mantienen esta industria con pies de barro sí que son para darles de comer aparte. Pero tampoco mucho, que estos tienen más peligro que los de La sociedad de la nieve, que les das la mano y te comen el brazo.
Si es que para dos o tres películas españolas que merecen la pena, el resto son para quemarlas. Aquí quitas a Amenábar, Bayona y Segura y no se come nadie un colín. Prefiero el cine español de antes con toda su incorrección. Por eso luego te encuentras La pasajera y ese conductor tan machirulo y poco delicado y te haces megafan.
Ese Blasco es un hallazgo de personaje y el film de Raúl Cerezo y Fernando González Gómez (que también tienen la interesante Viejos), un gozoso homenaje al cine fantástico. Levanto mi copa de coñac y brindo a su salud, Merce, y a la del equipo de la película. ¡Va por ustedes!
El ninguneo sistemático al que se se somete a S. Segura me parece escandaloso. Vale, no es John Ford, pero durante varios años ha salvado la taquilla del cine español de la que tanto presumían algunos. Será por haber parido un personaje como Torrente, por el que tiene que pedir disculpas cada dos por tres mientras se reverencia a un personaje tan siniestro como Almodóvar sin pedirle explicaciones por haber pergeñado Pepi, Luci, Bom…
Y como bien dice, el cine español ha pasado en unos años de mostrar «la guerra civil a través de los ojos de un niño» a «la odisea de nacer mujer en el mundo de hoy, ayer y mañana», rodado por una mujer, por supuesto.
Así es, Valentín. Primero con sus hoy irrealizables Torrentes y luego con su cine familiar, Santiago Segura ha ayudado a la industria cinematográfica más que otros muchos directores. Supongo que algún día se reinventará de nuevo y hará alguna película social feminista de denuncia de la masculinidad tóxica ambientada en una España plurinacional inmersa en el cambio climático con la que le darán el Goya. Ese día yo me serviré una cerveza bien fría y me pondré a ver Torrente 2: Misión en Marbella.
El cine español es al cine mundial lo que la música militar a la Música, una puta mierda.