Mientras España contenía la respiración (Cadena Ser dixit) ante la patochada de Pedro Sánchez amagando con dimitir durante cinco días, un acontecimiento convulsionaba el feminismo: la corte de apelación de Nueva York anulaba la condena de 23 años a Harvey Weinstein y ordenaba repetir el juicio. Aquella no fue una condena cualquiera, fue el espaldarazo a un movimiento que venía a hacer justicia a las mujeres víctimas de abusos sexuales y que ha traído una ola de puritanismo y una persecución de los hombres cuyos derechos, empezando por la presunción de inocencia, parecen ser lo de menos. Visto en retrospectiva, Harvey Weinstein ha podido ser el primero al que le atropellaron esos derechos cuando le pasó por encima el camión del #MeToo.
Con Mia Farrow empezó todo
Si lee por ahí verá el año 2017 como la fecha fundacional del #MeToo, con dos artículos periodísticos y un hashtag que hizo popular la actriz Alyssa Milano. Pero para nosotros el asunto se empezó a fraguar en 1992, cuando Woody Allen y Mia Farrow se divorciaron tras 12 años de matrimonio. Allen se había liado con su hijastra mayor de edad y Farrow montó en cólera acusándole también de abusar de otra hijastra de siete años. Finalmente, la investigación policial acordó que no había indicios suficientes de delito y no hubo ni juicio.
Despechada y cabreada, Mia Farrow hizo campaña para que Hollywood se pusiera de su lado. TriStar rescindió el contrato con el director y le dejó tirado con su nueva película que se quedó sin distribución de la noche a la mañana. Por miedo al escándalo nadie quería saber nada de Woody Allen. Pero aparecieron los hermanos Weinstein y Miramax. Harvey Weinstein distribuyó Balas sobre Broadway y se convirtió en un éxito. Y Woody Allen pudo seguir haciendo películas.
La venganza es un plato que se sirve frío
En 2017, el hijo de Mia Farrow y Allen, que sospechosamente tiene los ojos azules de Frank Sinatra, escribió un reportaje en The New Yorker contra el productor que salvó la carrera de su padre. The New York Times, que publicó otro artículo sobre los abusos de poder de Weinstein, acusaría años después a Ronan Farrow de parcialidad al omitir los hechos que no le convenían y de no contrastar ni confirmar sus fuentes.
Mia Farrow, por su lado, aprovechó el clima de caza de brujas que el #MeToo iba a traer a Estados Unidos para, ahora sí, conseguir el destierro profesional de su ex marido con la ayuda de su hija que parece acordarse perfectamente de lo que le pasó hace tres décadas cuando tenía siete años. La venganza del clan Farrow se había consumado.
Harvey Weinstein, de dios a demonio
Cierto es que el grandullón de Harvey Weinstein puso fácil su caza. Su historial es el de un productor de cine sin escrúpulos que dejaría en pañales al Kirk Douglas de Cautivos del mal. Cercano a las élites demócratas, contribuyó generosamente a las campañas de Obama y Hillary Clinton y fue uno de los hombres más poderosos y temidos de Hollywood. A su fama conocida de déspota imprevisible y agresivo se le sumaba la de tener la mano larga con las mujeres, algo con lo que Hollywood estuvo haciendo chistes durante años. Nobody’s perfect pensarían.
Pero en 2017 todo se esfumó. La nueva ola feminista no iba a hacer prisioneros y Harvey Weinstein estaba a punto de pagar el pato por todos los babosos, cerdos, aprovechados, acosadores y violadores —para el #MeToo van todos en el mismo saco— que ha habido desde el cine mudo. De repente, los mismos que le agradecían, adoraban y aplaudían transmutaron en vainas de ultracuerpos y renegaron de él como de la peste, empezando por los candidatos demócratas cuyas campañas regó de millones.
Cien mujeres contra Harvey Weinstein
Especialmente llamativo fue el caso de su mujer, Georgina Chapman, una diseñadora de moda veinte años más joven. En cuanto se casó con Weinstein, su marca vivió un meteórico ascenso convirtiéndose en la favorita de Hollywood porque, según se cuenta, Weinstein obligaba a sus estrellas a lucir los vestidos de su mujer. En cuanto Chapman se enteró, escandalizada, de que su marido era un acosador pidió el divorcio. Se ve que no sabía nada, ni siquiera que las actrices tuvieran que ponerse sus diseños.
En poco tiempo, la lista de víctimas del ahora monstruo sexual llegó al centenar con nombres tan llamativos como Salma Hayek, Angelina Jolie o Gwyneth Paltrow, quien en 1999 agradeció a Weinstein su Oscar al borde de las lágrimas. Las cien acusaciones eran de lo más variopintas y la mayoría no se podían considerar agresiones sexuales propiamente dichas, pero la prensa fue a degüello. Arrastrar por el fango a un poderoso caído, bastante repulsivo y con el armario lleno de cadáveres siempre es un placer sensual como cantaría Sara Montiel.
El gran juicio
Tras acordar, según publicaron los medios, el pago de 25 millones de dólares a 30 actrices y ex empleadas de Miramax, dos mujeres, Miriam Haley y Jessica Mann, lo llevaron a juicio en un ambiente de gran expectación. La primera mujer lo acusaba de obligarla a hacerle una felación en su apartamento para, semanas después, tener relaciones sexuales con él sin oponer resistencia pero sollozando. Después continuó manteniendo contacto amistoso con el productor, según declaró, por si le ofrecía trabajo.
El caso de la segunda mujer es aún más complicado de entender si no se vive bajo la luz feminista. Según Jessica Mann, que mantenía una aventura sexual con Weinstein desde hacía meses, este la violó en el baño de un hotel. Tras aquello mantuvo relaciones consentidas con el productor durante años e intercambiaron numerosos mensajes. La defensa aportó 400 de esos mensajes en los que nunca se mencionó la supuesta violación. Ante este cuanto menos curioso comportamiento, la acusación tiró de Barbara Ziv, una psiquiatra que desde entonces es un ídolo feminista, para convencer al jurado de que las víctimas pueden tener una relación sentimental con sus agresores después de una violación y normalizar el trauma todo el tiempo que haga falta. Y coló.
Una sentencia ejemplarizante
Harvey Weinstein fue declarado culpable por 5 votos a 2 y condenado a 23 años de cárcel. Los cargos: asalto sexual a una de las mujeres (la de la felación) y violación en tercer grado a la otra (la que siguió siendo su amante varios años). En cambio, fue absuelto de los más graves: violación en primer grado y agresión sexual depredadora, que le podría haber supuesto cadena perpetua.
La sentencia fue más que ejemplarizante —ha habido asesinatos castigados con menos años de cárcel— y se celebró en el mundo como el fin de un reinado del terror abriendo las puertas a más denuncias y entronizando el #MeToo. Tres años después ha sido anulada por el tribunal de apelación ordenando su repetición porque resulta que, básicamente, no fue un juicio justo para Weinstein.
Chapuzas legales para perjudicar a Weinstein
Y no lo fue no porque se admitiera que dos víctimas de violación siguieran relacionándose de buen rollo con Weinstein. Sino porque, para intentar demostrar que era un depredador sexual, la corte admitió el testimonio de cuatro mujeres con acusaciones que no eran las que se estaban juzgando —lo que en la jerga judicial se llama testigos de malos actos anteriores— y que posiblemente influyeran en la decisión del jurado perjudicando a Weinstein en un el fin justifica los medios de manual.
Jodi Kantor, una de las reporteras de The New York Times, que escribió uno de los artículos que hundieron a Weinstein, reconoce ahora que «la condena siempre tuvo debilidades» y que los fiscales tomaron «decisiones arriesgadas». Explica Kantor que al ser las acusadas dos mujeres que reconocieron mantener luego relaciones sexuales consentidas con Weinstein, una «combinación confusa para muchos expertos», los abogados recurrieron a «una controvertida estrategia»: subieron al estrado a otras mujeres con relatos de abusos, una decisión que, al calor del clima social imperante, «pareció adecuada en ese momento». Y eso no lo dice el boletín oficial del Patriarcado sino The New York Times. Eso sí, tres años después de una sentencia que aplaudieron con las orejas.
Un nuevo mazazo contra el #MeToo
Ni que decir tiene que la anulación de la condena de Weinstein ha sido un mazazo más a un #MeToo que acumula varias catastróficas desdichas y al que solo el apoyo mediático woke evita que se hunda. Alyssa Milano, la mujer que popularizó el hashtag, acusada de tóxica por sus ex compañeras de Embrujadas y de provocar el despido de una de las protagonistas; Asia Argento, una de las principales protagonistas y denunciantes de Weinsten, acusada de abusar sexualmente de un menor de edad; y la presidenta y copresidenta de Time’s Up, un movimieno primo hermano del#MeToo, obligadas a dimitir tras preferir asesorar al gobernador de Nueva York antes que a las mujeres que lo denunciaron por acoso. Y eso sin contar el juicio contra Johnny Depp, que iba a cobrarse el siguiente gran trofeo para el #MeToo y que acabó condenando a Amber Heard por difamación.
En un país que no vive precisamente sus días más tranquilos con propalestinos brotando como champiñones en las universidades, la repetición del juicio a Weinstein —que no saldrá de la cárcel porque tiene otra condena por violación de otro juicio, también bastante peculiar— ha caído como un jarro de agua fría para el activismo feminista, que capea el temporal como puede. Anita Hill ha intentado transmitir ilusión: «El movimiento perdurará, impulsado por la verdad de nuestros testimonios».
Víctimas un tanto peculiares
Algunas supuestas víctimas de Weinstein que prestaron esos testimonios se muestran bastante enfadadas con la repetición del juicio: «Nuestras instituciones traicionan a las víctimas de la violencia sexual masculina», ha dicho Ashley Judd. «Así es —ha continuado— ser mujer en Estados Unidos, viviendo con el derecho masculino a nuestros cuerpos». Mira Sorvino dijo sentirse «horrorizada» por un sistema de justicia que favorece a los «depredadores». Y Rosanna Arquette aseguró «como superviviente, estar más que decepcionada».
Ashley Judd contó en su momento que Weinstein la recibió en albornoz y se ofreció a darle un masaje a lo que ella se negó. En un momento de la conversación Judd le dijo que sería suya «solo cuando ganara un Oscar en una de sus películas». Weinstein le replicó: «Cuando seas nominada». Y ella insistió: «No. Cuando gane un Oscar». Y se fue. Sin duda, una conversación de lo más peculiar entre una víctima y su agresor.
Arquette también rechazó darle un masaje a Weinstein en albornoz, y apartó la mano cuando este se la dirigió a su entrepierna. Tras una breve discusión se fue de la habitación del hotel. En otras versiones de la historia, contada por ella en diferentes momentos, ella accedió al masaje pero se fue cuando él le puso la mano en su pene. No dudamos que fuera un momento desagradable pero no sabemos si tanto como para sentirse una superviviente, aunque si en vez de ser la versión judía de Jabba el Hutt, Weinstein tuviera el físico de Henry Cavill igual el masaje habría tenido un final feliz.
El doble rasero del activismo feminista
Es verdad, como estas actrices aseguran, que a raíz de esos encuentros Weinstein las fastidió no recomendándolas en películas —probablemente preferiría enchufar a las que sí accedieron al masaje en albornoz— pero igual es un pelín exagerado considerar a Weinstein el único responsable de que sus carreras dejaran de ser exitosas. Si usted pregunta por Hollywood encontrará a montones de actrices que echan la culpa al productor de su estancamiento profesional, al no haber cedido a su acoso (lo que deja en muy mal lugar a las que sí triunfaron). A este activismo que busca la victimización a toda costa le viene muy bien esta narrativa del ogro patriarcal destruye-mujeres, aunque luego hunden las carreras de Kevin Spacey, Woody Allen, James Franco y casi la de Morgan Freeman y les da igual.
Pero qué sabremos nosotros de esas cosas. Bastante tenemos con pensar que incluso un tipo como Harvey Weinstein merece un juicio justo y no una condena ejemplar llena de lagunas legales, controvertidas estrategias y decisiones arriesgadas solo para hacer justicia a víctimas que no siempre está claro que lo sean, contentar al feminismo y satisfacer al dios #MeToo.
Que este tío parece ser un cerdo, pues sí. Que eso no es excusa para que todo valga en un juicio para acabar con él, pues también. Habrá que repetir el juicio pero el golpe que se ha llevado el Metoo es importante. Muy bueno el artículo,que casi nadie ha hablado de este tema.
Muchas gracias, Merce. Se ha hablado poco porque es un tema bastante incómodo, pero ya sabe que eso no es un problema aquí. Kaplan es el héroe que el mundo se merece, pero no el que necesita ahora mismo. Así que lo perseguiremos, porque él puede resistirlo. Porque no es un héroe. Es un guardián silencioso, un protector vigilante… Un caballero oscuro xD
Puedes tardar más o menos en denunciar una violación (mejor menos que mas), vale. Pero seguir manteniendo una relación con tu violador durante meses o años, lo siento, pero no me cuadra por mucho que me lo expliquen eminentes psiquiatras. Y de esa burra no me bajo.
Ni usted ni muchos. Estos detalles del juicio se han comentado poco, ya que la idea es vender el relato de que Weinstein es un monstruo que ha violado a cientos de mujeres cuando lo más probable es que sea el típico tipo asqueroso con poder que se aprovecha de su situación (y otras se aprovechan también). Me dan más pena las curritas de Miramax que le han tenido que aguantar que estas estrellas de Hollywood que ahora van de dignas y que le bailaron el agua durante años.