En junio de 1992, El Jueves publicaba el número 785. En su portada, un aterrorizado Juan Carlos I Ieía la noticia del embarazo de la princesa Estefanía de Mónaco por su guardaespaldas Daniel Ducruet. La reina Sofía lo tranquilizaba: «Tranquilo, Juanca, nuestras hijas tienen guardaespaldas femeninas». Aquel número alcanzó la mayor tirada jamás lograda por la revista: 201.700 ejemplares. 32 años después El Jueves aún existe pero se parece muy poco a aquella revista, empezando por las ventas que no llegan a 30.000 ejemplares. Lejos de añorar los buenos tiempos, El Jueves de ahora reniega de su mejor época a la que considera casposa, machista y racista, y a aquellos lectores que se gastaban los cuartos cada semana en la revista los ve como unos pajilleros. Sumida en su mayor crisis, que les ha obligado a pasar de semanal a mensual, la revista saca pecho y presume de evolución. En el cielo, sobrevolándola, se mueven en círculo unas manchas negras como borrones de tinta. Pero no es tinta, son buitres.
El Jueves heredó el trono de El Papus cuando esta desapareció al no saber adaptarse al triunfo del PSOE. A mediados de los noventa tuvo que reinventarse tras las muertes de algunos de sus mejores autores como Ivà, Perich o Gin. En el peor momento, la victoria de José María Aznar relanzó la revista, a lo que ayudaron el desembarco de Fontdevila y Monteys. En 2007, una legendaria portada monárquica fue secuestrada por orden judicial y disparó las ventas. Siete años más tarde, otra portada borbónica autocensurada por la editora las hundió y espantó a la mitad de la plantilla.
Una sátira muy selectiva
Desde entonces, la revista ha entrado en una decadencia lenta pero cada vez más profunda. Algo así como The Walking Dead que también está llena de muertos vivientes. Igual que le sucedió a El Papus y al propio El Jueves con anterioridad, no se les da bien atacar a un gobierno que no sea de derechas (tampoco meterse con el Islam al contrario que con la Iglesia Católica, uno de sus objetivos favoritos). Fue irse Rajoy y gobernar Sánchez con Podemos y perder el norte. Ahora mismo El Jueves debe de ser la única revista de sátira política que ataca más a la oposición que al gobierno. Y eso suena a todo menos a oponerse al poder.
Con el cincuenta aniversario a la vuelta de la esquina, suponiendo que lleguen, El Jueves no pierde comba en atacar a todo lo que huela a derecha, con menos gracia pero la ataca. En cambio, pasa de puntillas por las polémicas que afectan a la izquierda. Y jamás se ríe de temas tan serios como el feminismo, por ejemplo, aunque este sí le haya dado una buena hostia. El 8M de 2019 publicaron una portada en la que un símbolo feminista agarraba por los testículos al trifachito (Casado, Rivera y Abascal). La prensa progre lo aplaudió como nunca. Tres años después, con el feminismo abierto en canal por la ley trans, El Jueves se rio de la tránsfoba JK Rowling echándose encima a las feministas TERF que tanto les aplaudieron y que ahora les llamaban misóginos, fachas y machistas. Si esto no es Justicia poética que baje San Ivà y lo vea.
Chistes que no se deben volver a hacer
En el número especial por los cuarenta años ya se intuía que la nueva generación evolucionada no quería saber nada del pasado de la revista. En la tira Las edades de El Jueves aparecían los fósiles del Pajillerozoico y del Caspozoico y una caja de cemento donde se habían guardado chistes que no se podían volver a hacer bajo la etiqueta «No abrir nunca». Mucho abogar por la libertad de expresión y porque el humor no tenga límites, pero los sacrosantos valores de la izquierda woke y del mojigato progresismo posmoderno no se tocan.
Joaquín Reyes lo llama «tener criterio». Para Albert Monteys, ex director de El Jueves, hay que «hacer los chistes que te representen. Si un chiste racista te representa, igual deberías revaluarte como persona». Qué malas personas eran los dibujantes de antes y qué malos éramos sus lectores que nos reíamos con chistes sexistas y racistas. Y peor aún los que seguimos riéndonos sin revaluarnos. Semos peligrosos, que diría el Maki.
La peor de las censuras
José Luis Martín, uno de los fundadores de la revista que salía los miércoles, publicó no hace mucho unas deliciosas Desmemorias de una revista satírica. En una de las entrevistas promocionales del libro, Martín habló de cómo El jueves se enfrentaba a la censura tradicional, la conservadora de toda la vida, y a los pleitos que le ponían cada dos por tres: reincidiendo. «La libertad de expresión —aseguraba— no hay que darla por hecha, hay que conquistarla día a día. Si hay un retroceso, hay que reunir las tropas y contraatacar. No queda otra». Y es cierto que eso lo han hecho muy bien siempre, la última vez cuando un sindicato policial los denunció por decir que los antidisturbios del 1 de octubre habían agotado las existencias de cocaína.
Pero cuando a Martín le preguntan por la censura woke de la corrección política, al veterano dibujante le tiemblan las canillas:
Mi opinión es que esta censura es peor que la otra. La otra tengo más claro cómo combatirla, pero esta es más sutil, está triunfando la autocensura y no me hace ninguna gracia. Esto se mezcla con el sectarismo: si estás en la trinchera de la izquierda, no se te ocurra criticar lo más mínimo de la izquierda porque te van a fusilar. Es preocupante y para el humor es nefasto. Si tienes que tratar de no ofender a la gente más susceptible, el humor se acaba, porque el humor necesita cierto margen de maniobra. La sorpresa es que los nuevos inquisidores sean justamente la gente que se dice progresista.
El Jueves reniega de su leyenda
Y eso es lo que le pasa ahora a El Jueves. Con la fe del converso, el látigo de la evolución progresista arremete contra todo lo que consideran inapropiado, empezando por sus viñetas de hace veinte o treinta años. Aquellas historias, ahora repudiadas, provocan sarpullidos a los justos de nuestro tiempo, que han perdido la sana capacidad de reírse de todo y de tener una mente abierta y mucho más crítica que la que proporcionan las consignas en que se han convertido hoy las páginas de El Jueves. Ellos nos ven a nosotros como unos machistas rancios y casposos. Nosotros a ellos como unos sectarios que no ven más allá de sus narices ideológicas. Empate técnico.
Solo hay que ver su nuevo especial dedicado a los cómics. En una de sus historias un joven enseña orgulloso a su novia su antigua colección de El Jueves y ella la pone a caldo: Maki Navaja es racista porque hay un moromierda, Clara de noche blanquea la prostitución y el profesor Cojonciano cosifica a las mujeres porque las dibuja con las tetas grandes. Tres joyas de las que deberían estar orgullosos, señaladas y cuestionadas. No se puede reflejar mejor la decadencia de una revista: reduciendo a cenizas su propia leyenda.
Tres clásicos bajo la lupa
Maki Navaja, el último choriso es una de las cumbres de Ramón Tosas, Ivà. Maki es el último de su especie, un bohemio romántico con su propio código del honor en la Barcelona preolímpica. Junto a su banda de compinches sobrevive contra los auténticos atracadores del pueblo llano: los banqueros, los empresarios sin escrúpulos, los políticos, la autoridad o una modernidad que pretende cambiarlo todo para que todo siga igual. Maki Navaja, chorizo, poeta y filósofo, asiste al fin de su época con el orgullo del rey de la manada que ve acercarse el final.
Óscar Nebreda creó al profesor Cojonciano Frenillo de la Pippa, para dar consejos de sexualidad a los españoles que salían de la Transición. Con el tiempo, el profesor amplió sus campos de observación y se convirtió en un sociólogo todoterreno. Siempre burlándose sin piedad de las modas y costumbres de la época y sin renunciar a hablar de sexo, algo que representaba muy bien dibujando a señoras rotundas en contraste con hombres esmirriados, en una crítica a la masculinidad mucho más divertida que la de las feministas de ahora.
Y Clara de noche es otra ídola, como se dice ahora. Creada por Carlos Trillo, Maicas y Jordi Bernet, Clara es una prostituta sexy, cariñosa y de buen corazón. A lo largo de sus historias sexualmente desinhibidas se intuye la parte dura de la prostitución pero también un lado tierno y humorístico a través de una interminable galería de clientes que son los que quedan realmente satirizados, sobre todo los que abordan a Clara con prepotencia e hipocresía. En cambio, la protagonista transmite dignidad y empoderamiento, mucho antes de que nos dieran la turra con esta palabra hasta en la sopa.
El especial de El Jueves simplifica con ojos escandalizados y purificadores estos tres mitos de la revista que, la verdad sea dicha, tampoco eran los más bestias. Si llegan a ver las portadas que le dedicaba la revista al acoso les da algo y cancelan al dibujante quemándolo en la plaza pública.
Clara de noche se salva… si se lee a medias
Entre los muchos progres que en Twitter aplaudían la autocrítica de El Jueves, hubo uno que no había leído nunca a Clara de noche pero que no le «parecía tan mal» porque en una página de Internet había visto la primera parte de una historia en la que Clara y otras prostitutas intentaban sacar del oficio a una chica muy joven que acababa de empezar, antes de que fuera demasiado tarde.
Pero ese tuitero solo vio la primera parte de la historia. Mientras Clara y las prostitutas planean retirar a la muchacha y pagarle algún curso, la chica se va con los clientes de las demás. La historia termina con las prostitutas cabreadas porque la nueva les ha fastidiado la noche. «Todas putas», exclama una de ellas.
Seguramente, este hombre que aplaudía la crítica a la prostitución de la historia habría fruncido el ceño perplejo con el inesperado desenlace. Demasiado complejo para las nuevas generaciones de El Jueves para las que La chica del viernes era poco menos que fomentar la cultura de la violación.
Un buen final
Clara de noche, Maki y El profesor Cojonciano son grandes historias con varios niveles de lectura que han envejecido mucho mejor de lo que El Jueves actual nos quiere hacer creer. En el especial sobre cómics donde critican a estos personajes, el novio de la chica, como buen aliade, se hundía al comprobar que ella tenía razón y que lo que él consideraba una época dorada de la revista fue en realidad machismo, racismo y cosificación.
A nosotros nos habría gustado otro final: después del sermón, el chico echa a la loca de su habitación. Contento de haberse librado de ese bicho que cualquier día le habría plantado una denuncia falsa de violencia de género, se echa una nueva novia que le regala los cinco tomos integrales de Maki Navaja y los cinco de Historias de la puta mili. Eso sí es un buen final y no el que le espera a El Jueves al que, como ya pasó con Aznar y Rajoy, solo puede salvar del hundimiento un milagro: que gobierne pronto la derecha.
Para lo que ha quedado El Jueves con lo divertido que era. Ahora ya no se puede hacer cómics así y cuesta mucho encontrar algo erótico -festivo. Quienes tengan cómics así deberían esconderlos en un doble fondo del armario para protegerlos de los nuevos guardianes de la moral.
Un gran consejo, Merce. Cualquier día tenemos aquí la versión woke de la Revolución Cultural china contra todo vestigio del Patriarcado cosificador. Y no le quepa duda de que la izquierda lo aplaudirá en nombre del progreso y de la lucha contra el fascismo.
Como se nota el ardor de la caspa.