El efecto McGurk es una curiosa ilusión auditiva en la que el cerebro es capaz de entender palabras completamente diferentes cuando no las percibe con claridad. Los que han visto el encuentro entre Trump y Zelenski parecen víctimas de este efecto de la percepción porque parece que hablen de dos reuniones opuestas: unos ven claramente que Zelenski sufrió una encerrona y otros están seguros de que Trump le paró los pies al líder ucraniano, faltón y maleducado. Es un capítulo más del sesgo otanista o ruso con el que nos bombardean los que hablan de la guerra de Ucrania mientras en el fondo se mueven intereses de los que no sabemos de la misa la mitad.
Como observadores de este loco siglo XXI, la invasión de Ucrania nos afiló el colmillo desde el principio. Solo hay que comparar las crónicas de una década atrás, mucho más neutras y plurales, con las de ahora. En Occidente ya solo se habla de agresores y agredidos, una narrativa que apela directamente a las entrañas con Putin transformado en el nuevo Hitler y Zelenski en la última barricada libre frente a la tiranía. Como consecuencia de estos discursos más propios de la propaganda de guerra que de la libre información en países democráticos, la opinión pública se ha polarizado, unos aplaudiendo la rusofobia, la censura y los bulos otanistas mientras critican el fanatismo ruso, la manipulación de Putin y su injerencia en Occidente, y otros —influidos por la propaganda de guerra del otro bando— haciendo lo contrario.
Putinejos contra zelenskejos
Con este panorama, no es de extrañar que todo aquel que sea crítico con Ucrania, un país que nació con la desintegración de la Unión Soviética y que cuenta con un historial de corrupción que espanta, sea percibido como un miserable putinejo a sueldo del Kremlin, y que todo aquel que piense que Ucrania tiene derecho a defenderse del sátrapa ruso, un ex agente de la KGB perpetuado en el poder a base de eliminar a sus rivales, y no siempre en sentido metafórico, se convierta en un repugnante zelenskejo woke globalista de la OTAN. Independientemente, claro, de que especímenes de ambos bandos existan, con la sibilina misión de influirnos a través de sus objetivos análisis por amor a las ideas, a los rublos o a los euros.
Zelenski acudió al despacho oval de la Casa Blanca para reunirse con un nuevo presidente, que no era con el que fue a la guerra ni el que le había dado setenta mil millones de dólares a fondo perdido. Habían pasado tres años de conflicto bélico, miles de muertos, millones de desplazados y muchos episodios oscuros como la masacre de Bucha o el atentado del Nord Stream 2, trufados de publirreportajes para edulcorar la realidad, como el de Vogue al matrimonio Zelenski o aportando perspectiva de género para presentar a las mujeres ucranianas como las víctimas de una guerra en la que solo se obliga a luchar a los hombres reclutándolos a la fuerza.
Un problema que no se arregla en 24 horas
Durante su campaña electoral, Donald Trump, ese gran líder mundial al que habría que explicarle la diferencia entre transgénero y transgénico, se había jactado de acabar con este conflicto en 24 horas. Visto lo visto, le va a costar algo más. Convencido de que con él esta guerra nunca se habría producido y de que Zelenski se metió en este follón animado por Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Europea, ha puenteado a todos y ha negociado directamente con el tirano ruso con el que se lleva particularmente bien, algo que ha provocado sarpullidos en el resto de Occidente que lleva tres años fomentando el odio a Putin como deporte olímpico.
Pero al que más ha repateado que Trump se lleve bien con Putin es, sin duda, a Zelenski, por motivos obvios, que ha pasado del abuelo Biden, dispuesto a alargar la guerra lo que hiciera falta y que llamaba «dictador» al presidente ruso, a ver como ahora Trump se lo llama a él y quiere acabar la contienda cuanto antes. Además, Zelenski apoyó implícitamente a los demócratas cuando participó en una polémica visita a una fábrica de armas en Pensilvania a dos meses de las elecciones, algo de lo que seguro que Trump se acuerda perfectamente.
Tensión en el Despacho Oval
Entre eso y que el líder ucraniano se teme que Trump sea capaz de dejarles solos frente a Rusia (bueno, solos con la Unión Europea que viene a ser lo mismo), es normal que una cierta tensión sobrevolara la reunión por ambas partes.
La excusa para el encuentro era la firma de un acuerdo para explotar las tierras raras ucranianas y escenificar buen rollo después de los puñales mutuos. Se decidió que era una buena idea dar una rueda de prensa previa a la firma a la que seguiría un almuerzo de concordia entre las dos delegaciones. Esa rueda de prensa fue la peor de las ocurrencias de Trump desde que se llevó al hotel a Stormy Daniels.
Jugando con la tercera guerra mundial
Nada más empezar, Zelenski habló del «terrorista» y «asesino» Putin y pidió garantías contra «el loco ruso» enseñando fotos de ucranianos torturados, pero Trump no entró al trapo. Después de unos cuarenta minutos más o menos normales, en la última pregunta de la rueda de prensa intervino el vicepresidente J.D. Vance, al que no pocos ucranianos consideran un agente de Putin (también lo piensan de la actual directora de los servicios de inteligencia e incluso del propio Trump alias Krasnov, para que vean la confianza que hay). Vance perdió los papeles cuando Zelenski le incomodó recordándole que ni Obama, Trump o Biden hicieron nada para frenar el expansionismo ruso y que Estados Unidos podía acabar sintiendo las consecuencias. Entonces es cuando saltó Trump:
—No, no nos diga cómo nos vamos a sentir. Recuerde: usted no está ahora mismo en ningún tipo de posición para decir cómo vamos a sentirnos. Ahora mismo no está en la mejor de las posiciones, no tiene ninguna carta.
—Yo no juego a las cartas…
—Está jugando con las vidas de millones de personas, está jugando con la Tercera Guerra Mundial (…) O hacéis un trato o estamos fuera.
La prensa europea vende su moto
El famoso reloj del fin del mundo, que estaba a 89 segundos del apocalipisis antes de esta entrevista, casi se adelanta dos horas. Al final no hubo firma y la delegación ucraniana se fue de la Casa Blanca sin almorzar. Los medios europeos, que llevan años hablándonos del nuevo Churchill ucraniano y que le tienen hecha la cruz a Trump por atreverse a ganar las elecciones, poner patas arriba el consenso globalista y mearse en la Unión Europea, sentenciaron: aquello había sido una humillante encerrona. Otras posibilidades como que Trump le cantase las verdades del barquero al ucraniano o que fuera un desencuentro mutuo fruto de un calentón ni se plantearon. El relato ante todo.
«Trump sella ante Zelenski su indecente quiebra moral» (El Mundo), «Una emboscada anunciada» (El Confidencial), «Trump humilla a Zelenski en una tensa reunión en la Casa Blanca» (El País). Hasta Público hablaba de «linchamiento» al pobre Volodimir. Ya sabe lo que solemos decir aquí: no hay que fiarse demasiado de los medios, y si todos coinciden en decir lo mismo con los mismos argumentos entonces no hay que fiarse nada.
En Estados Unidos, donde hasta los demócratas están de Zelenski un poco hasta los huevos, la prensa retrató el choque de trenes de forma más normal, repartiendo las culpas. La CNN consideró que Trump y Vance se mostraron «neutrales» y el muy progresista The New York Times lo vio más bien como un tirón de orejas: «Trump y Vance regañan a Zelenski», muy alejado de lo que hemos leído y escuchado por aquí, donde lo más suave que le han dicho a Trump ha sido «matón», «abusón», «macarra» y «putinejo de tres al cuarto».
Los rusos también venden su moto
La trinchera rusa, estaba claro, se alegró mucho del naufragio diplomático: «La forma en que Trump y Vance se abstuvieron de atacar a ese sinvergüenza es un milagro de moderación», aseguró la ministra de Asuntos Exteriores rusa. Suponemos que milagro de moderación quiere decir que no llegaron a darle de hostias. El ex presidente ruso Medvedev celebró el trato que recibió el «cerdo insolente» de Zelenski y no faltó quien achacara su reacción al exceso de azúcar para adultos. También todo muy sutil y elegante, pero ellos al menos tienen la excusa de que están en la guerra.
En España hemos visto de todo. Oficialmente, apoyo total a Ucrania y Zelenski, como manda la narrativa proucraniana. Hasta la izquierda radical lo ha hecho, aunque aprovechando para pedir la salida de la OTAN, que nunca está de más dar la turra con el tema. Entre las excepciones se encuentra Santi Abascal, converso a la causa trumpista, que tuiteó una delirante mezcla de variopintas cuestiones que no venían a cuento. Al menos Viktor Orban fue más al grano. Los más o menos disimulados prorrusos Helena Villar y César Vidal celebraron también que el presidente pusiera en su sitio a un Zelenski que, según estos dos haters de la Alianza Atlántica, fue a reventar la reunión.
Zelenski no se fía de la Europa de los abrazos
Según los medios del viejo continente, la encerrona había unido más a Zelenski con Europa, como demostró la reunión que tuvo lugar a los dos días, llena de abrazos, con los líderes europeos, entre ellos con Pedro Sánchez que ha anunciado 1.000 millones de euros en ayuda militar a Ucrania. Nosotros también le abrazaríamos por mil millones. Incluso por menos.
Europa stands with Ucrania le transmitió Von der Leyen, dispuesta a gastarse 800.000 millones de euros de los bolsillos de los contribuyentes europeos para armar a la UE dentro de unos años. Zelenski, que sabe que dos tercios de las armas que usa ahora proceden de Estados Unidos y que la misma Europa que tanto le anima a seguir peleando gasta más dinero en comprar gas ruso del que ha destinado para ayudar a Ucrania, debió de pensar que sí, que gracias, pero que con quien le conviene llevarse bien es con el del pelo naranja. A menos, claro, que los tapones de las botellas de plástico puedan ser usados como armas de destrucción masiva y que Putin no pueda soportar más que Rusia no participe en la Eurocopa.
Trump y Zelenski: segundo asalto
Por eso, justo después de que un cabreado Trump anunciara la suspensión de toda ayuda a Ucrania, el líder ucraniano publicó un comunicado limando asperezas y proponiendo por primera vez una tregua parcial y avanzar juntos hacia la paz «bajo el firme liderazgo del presidente Trump», lamentando que la primera reunión no saliera «como se esperaba».
Sin duda, una noticia esperanzadora para los pueblos de Rusia y, sobre todo, la invadida Ucrania aunque los entusiastas que se han creído demasiado la propaganda de la OTAN no sepan cómo reaccionar con este giro putinejo de Zelenski, continúen vendiendo el humo de la Unión Europea y sigan metiendo miedo preguntándose cuál será el siguiente país que ataque el Hitler de Leningrado si no le paramos.
Tal vez en la próxima reunión, los dos mandatarios vuelvan a terminar tarifando y estos patriotas europeos que juegan al Risk con las guerras de los demás pueden volver a notar como se les hincha el pecho de entusiasmo. Claro que también están los del otro extremo, los que han convocado una concentración bajo el lema «Paz y neutralidad. No es nuestra guerra». Entre los que animan a asistir se encuentra Liu Sibaya, una influencer de lo más neutral. Negó la invasión de Ucrania hasta el mismo día que se produjo, la llama «operación especial» y parece el Boletín Oficial del Kremlin. Tiene toda la pinta de ser como Pablo González pero en rubia y en pizpireta. A los entusiastas de Europa y de Zelenski no les seguiríamos ni hasta la esquina. A esta aún menos.
Todo lo que sé sobre está guerra es que alguien me está engañando. Lo malo es que no sé quién.
Vamos a tener que llamar y decir: «¿Es el enemigo? Que se ponga». Y a ver quién contesta. Un saludo, Valentín.
Creo que esta bastante claro Valentín, que país invadió a otro soberano y lo estuvo negando hasta el último momento que iba a invadirlo, que eran invenciones de los satánicos otanistas y que solo se trataba de maniobras militares.
Es un tema muy complicado por la desinformación que existe por parte de ambos lados. Si se asoma a las RRSS verá que hay dos bandos muy radicales que se pelean a muerte y parece que hay que posicionarse en uno de los dos. No sé, creo que hay falta de información y manipulación en ambos.
Asomarse a las redes sociales es arriesgarse a que le lluevan palos de uno u otro bando como si no hubiera un mañana. Algo parecido a lo que pasó entre provacunas y antivacunas o entre partidarios de la tortilla de patatas con cebolla o sin cebolla.