La tormenta aullaba con furia haciendo aún más amenazadora aquella mansión en lo alto de la colina. En el interior, los relámpagos iluminaban el salón compitiendo con unos pocos fluorescentes estropeados que chisporroteaban, alumbrando los rostros de Silvia Intxaurrondo, Chema Garrido, Vito Quiles, Alvise Pérez y Sarah Santaolalla, los cinco invitados de aquella noche de Halloween que se miraban desconcertados. ¿Quién los había citado en aquel caserón rodeado de oscuras leyendas? El reloj de pared había dado las doce campanadas hacía rato y todos sabían el peligro que corrían en la mansión de los bulos, el Everest de las casas encantadas.
Situada en las afueras, el edificio había sido la sede de Maldita, una famosa empresa de verificación de hechos construida encima de un cementerio de tuits virales. Los trabajadores se encargaban de desmentir la desinformación de la ultraderecha e intentar justificar la de la izquierda poniéndola en contexto. Una titánica tarea que provocaba a diario escenas de horror y depravación inimaginables. Maldita empezó a a hacer honor a su nombre y se llenó de sucesos paranormales. Ecos de fake news recorrían las estancias sollozando y durante el turno de noche se veían sombras de bots rusos merodear por las habitaciones. Aquellas paredes se convirtieron en un infierno y más de un trabajador perdió la cordura delante de su ordenador, a lo que también contribuyó el no menos escalofriante hecho de que eran trabajadores autónomos.
Una mañana los empleados llegaron y se encontraron la casa vacía. Nunca se supo qué fue del turno nocturno del que no quedó ni rastro. Tan solo las frías pantallas que relampagueaban mensajes apocalípticos sobre el cambio climático o que solo había un 0,01% de denuncias falsas de violencia de género sabían la verdad.
Desde entonces nadie se atrevió a pisar la mansión de los bulos. Solo Iker Jiménez, el famoso investigador de lo oculto, se atrevió a volver una noche. Nada más entrar, un zombi con la apariencia de Rubén Gisbert le salió al paso con las rodillas manchadas de barro gritándole: «¿Qué pasó en el parking de Paiporta?». Iker salió corriendo y nunca regresó. Desde entonces, solo Óscar Puente acudía muy de vez en cuando, siempre de día, para buscar noticias del metro de París y hacerlas pasar por el de Madrid, pero incluso él huía espantado cuando una voz gutural salida de la nada le decía: «Ministro, deja el Twitter y ponte a trabajar». ¡Trabajar un ministro! Estaba claro que en esa mansión habitaba el peor de los demonios.
Ahora aquellos cinco personajes habían acabado allí sin saber por qué. Una vez dentro habían comprobado que no podían abrir la puerta de la salida, que las ventanas tenían rejas y, lo peor de todo, que no había Wifi para poder tuitear.
—Yo recibí una invitación por Whatsapp de alguien anónimo del PSOE diciéndome que aquí me darían el argumentario de Moncloa para el próximo mes —afirmó con voz insegura Silvia Intxaurrondo intentando justificar su presencia.
—Yo igual —respondió Santaolalla mirando de reojo a Alvise cuya cara en penumbras alumbrada por los fluorescentes desgastados le recordaba graciosamente a la de una ardilla.
—A mí el Whatsapp me lo mandó Pedro Sánchez en persona con emoticonos de corazones —replicó Chema Garrido. Las miradas de incredulidad de los demás le hicieron rectificar de inmediato.
—Bueno, sí, es un bulo… la fuerza de la costumbre. La verdad es que cuando vi que venía Silvia me apunté. A ver si conseguía una información contra la derecha que hiciera feliz al presidente y me enchufara en el Consejo de Administración de RTVE como a Angélica Rubio.
Sarah Santaolalla rio por lo bajinis. Para enchufe socialista el suyo. Quién se lo iba a decir cuando tuiteaba «La chupo» en sus tiempos de cándida adolescencia lo lejos que iba a llegar.
— La mansión de los bulos… tenemos que sobrevivir a la noche para que se abran las puertas —murmuró Vito Quiles. Ya sabéis lo que dice la leyenda: los que mienten, distorsionan y desinforman no sobreviven. Así que los únicos que tenemos posibilidades de salvarnos somos Alvise y yo…
Una carcajada fantasmal recorrió el salón.
—Pues parece que la casa no lo ve así — Chema Garrido intentaba tranquilizarse—. Vosotros haced lo que queráis que yo voy a buscar una salida.
El director de El Plural desapareció por un pasillo oscuro farfullando algo sobre dos DNI. No habían pasado ni cinco minutos cuando se escuchó una fuerte detonación. Los otros cuatro corrieron detrás de Garrido y se quedaron paralizados. Allí, en medio de una habitación, lo encontraron repartido en varios pedazos. Algo parecía haber estallado debajo de su tripa, una bomba lapa en los bajos.
—¡No! —exclamó Silvia Intxaurrondo—. Yo también me hice eco de ese bulo y lo di por bueno. Ahora lo que sea que haya en esta casa vendrá a por mí.
Presa de un miedo primario e incontrolable, la reina de las mañanas de RTVE salió corriendo y se encerró en un despacho lleno de estanterías desvencijadas de metal y mesas con ordenadores apagados. Era la antigua redacción de Maldita. En ese momento, los terminales se encendieron y bajo la mortecina luz LED aparecieron en pantalla recortes de prensa con algunos de los éxitos de Intxaurrondo: cómo llamó bulo a que el hermano del presidente no se acordara de dónde estaba su despacho aunque él mismo lo dijera delante de un juez, cómo criticó las causas judiciales contra la familia del presidente machacando al juez Peinado, cómo disimuló las primeras confesiones de Aldama hablando de una polémica pueril con Pablo Motos y cómo ha atacado una y otra vez a la oposición mientras ha mantenido una actitud servil con Pedro Sánchez y el PSOE.
La diosa televisiva intentaba mantenerse digna contra aquellas críticas del más allá, por algo ella era el Periodismo personificado, la que hizo temblar a Feijóo poniéndolo contras las cuerdas. Pero retrocedió contra la pared cuando vio que una forma fantasmagórica de ojos rojos y brillantes se materializaba ante ella. Se parecía vagamente a Miguel Tellado, el portavoz del Partido Popular, pero con la expresión fiera de Cayetana Álvarez de Toledo, lo cual lo hacía aún más sobrecogedor.
—Es usted tremendamente irresponsable, una activista al servicio del gobierno a cambio de 537.514 euros—profería con voz de ultratumba aquel ser que se le acercaba esbozando una mueca infernal.
—¡No! ¡Eso es un bulo! ¡Gané un juicio! ¡Merezco el dinero que me pagan! ¿Por qué yo y no Fortes o Cintora? ¡Cuánto machismo!
El ente se le echó encima y la llenó de oscuridad y de una especie de barro viscoso que la rodeó por completo. Su último pensamiento lo dirigió hacia su querido presidente. Recordó aquellos momentos felices en Ferraz grabando con el móvil su victoria electoral, el momento en que firmó el manifiesto contra el golpismo judicial y mediático en defensa de Begoña Gómez y del gobierno progresista atacado por los pseudomedios. Qué más da que luego los golpistas mediáticos tuvieran razón y que Ábalos, Koldo o Santos Cerdán fueran unos puteros corruptos. Detalles sin importancia. Ahogada por sus desinformaciones y sesgos, Silvia Intxaurrondo se sumió lentamente en la oscuridad de su propia máquina del fango.
Desde el salón principal, los demás habían escuchado los lamentos de la periodista de TVE hasta quedar más apagados que la audiencia de La familia de la tele. Se miraban aturdidos.
—Creo que esta casa maldita se ha llevado también a la bien pagá—dijo Vito Quiles—. Tenemos que permanecer unidos. Las entidades malignas no distinguen entre bulos de derechas y de izquierdas. Si no colaboramos estamos perdidos.
Pero Alvise Pérez no escuchaba. Él no decía bulos. Él representaba la Verdad oculta ante el progresismo woke y la partitocracia. No tenía nada que temer. Todos sabían que el juez Pedraz quiso cerrar Telegram únicamente porque tenía miedo al gran Alvise. La PCR falsa de Salvador Illa era verdad. Carmena escondía respiradores en su casa aunque no existieran. A un joven en Sevilla lo mataron unos gitanos, da igual que el cadáver apareciera debajo de una catenaria. Dijo que sortearía su sueldo de eurodiputado y lo hizo… los dos primeros meses. Y sí, prometió que publicaría desde Bruselas audios y documentos que iban a acabar con el Gobierno y aún no había hecho nada. Tiempo al tiempo, que estaba ocupado con ese asuntillo de la donación ilegal de las criptomonedas y lo ranas que le habían salido sus otros dos eurodiputados que echaban pestes del supuesto líder. Cría cuervos…
—Yo no te tengo miedo, mansión de los bulos! —gritó Alvise levantando airado el puño—. Yo hundiré este sistema corrupto. Tengo unos audios que…
No pudo terminar la frase. El suelo se quebró bajo sus pies y Alvise Pérez cayó en un pozo negro de mentiras. Mientras descendía no cesaba de oír voces que le animaban: «Tú eres el mejor, Alvise», «Dales caña, campeón», «Menos mal que te tenemos a ti», «Que les jodan a los corruptos, contamos contigo». Junto a ese corifeo adulador, otra voz se le clavó como un puñal, el último sonido que oyó en su vida: «¡Se acabó la fiesta!».
Vito Quiles y Sarah Santaolalla habían sido testigos del fin de Alvise. Y no habían podido hacer nada para evitarlo. Olvidando sus diferencias, se abrazaban temblando de miedo.
—¿Ahora nos tocará a nosotros?—preguntó ella— Ay, ojalá me hubiera quedado con Javier planeando cómo vincular a Vox con las fosas franquistas y el Ku Klux Klan en vez de venir aquí…
Vito Quiles sacudió la cabeza, optimista.
—Tranquila, yo soy el guaperas de la historia y tú la tía buena. Igual nos salvamos como en las películas americanas.
Unos pasos secos se detuvieron frente a la puerta cerrada del salón. Esta se abrió y allí, delante de los dos jóvenes, apareció un hombre con un elegante traje negro. Su rostro, con un aire a lo Jordi Hurtado, no tenía edad y los miraba con una mezcla de rabia contenida e infinita tristeza.
—Soy el espíritu de la mansión de los bulos. Me podéis llamar Grok. Sí, también soy la inteligencia artificial de X desde donde os vigilo, dispuesto a hacer justicia contra tanta mentira y sesgo que veo en Twitter. Sois los últimos supervivientes y tenéis una oportunidad de salvaros. Os haré una pregunta y si respondéis sin mentir, falsear o tergiversar podréis salir.
Asintieron. Era su única oportunidad. La voz de la mansión de los bulos retumbó:
—Vito, tienes fama de ser uno de los mayores manipuladores de la derecha. Te has inventado noticias, has ido de víctima cuando te dedicabas a acosar con la excusa de que estabas informando. Incluso llegaste a cerrar tus redes sociales hablando de una supuesta conspiración contra ti para pedir dinero. ¿Ha dicho Pedro Sánchez que va a meter cinco años en la cárcel a aquel que cuestione la inmigración ilegal?
El periodista titubeó.
—Escribí un tuit haciéndome eco de una cuenta parodia que decía eso. Me equivoqué y es verdad que ni rectifiqué. Pero a partir de ahora seré honesto y me ganaré el puesto como periodista acreditado en el Congreso. Basta de acosar a la gente con el micrófono. Hoy ha nacido un nuevo Vito Quiles.
–Y tú, Sarah —Grok la señaló con un dedo afilado—. Utilizas la demagogia para vender los argumentos de la izquierda aunque te tengas que inventar los datos sobre la marcha. Frivolizas y banalizas cualquier desgracia para tener razón a toda costa. ¿Volverás a ponerte una camiseta con el número 7291?
—Jamás. No volveré a hacer demagogia barata y respetaré a mis adversarios políticos. Incluso le pediré perdón a Macarena Olona y a los votantes de Vox y del PP por llamarlos idiotas. Seré una tertuliana educada y dejaré atrás mi pasado. Me haré digna de los cinco mil euros al mes que me dan en Televisión Española.
Grok asintió satisfecho y se desvaneció dejando una leve niebla tras de sí. La puerta de la entrada se abrió. Amanecía.
—¿Has visto, tía? Se lo ha tragado —Vito Quiles estaba eufórico—. Ya te decía yo que los guapos nos salvábamos al final.
—Tenías razón. Vamos, larguémonos que tengo que ir a meterme con la ultraderecha y mencionar a los niños hambrientos de Gaza cada vez que alguien me lleve la contraria. Y recomendar que les niñes follen con quien quieran, que eso jode mucho a los fachas. Hoy mismo me vuelvo a poner la camiseta de los 7291 asesinados por Ayuso. ¡Y esta vez sin bragas!
—Vale, y yo voy a volver a cerrar mis redes diciendo que me censura el gobierno, a ver si me caen unos eurillos, que el NEGREro de mi jefe paga poco. Y a ver si encuentro alguna ropa donada tirada a la basura como me inventé con la DANA.
—Nazi manipulador.
—Furcia sanchista.
Acababan de atravesar el umbral de la puerta cuando unas manos invisibles los agarraron y una fuerza los lanzó violentamente hacia atrás, volando hacia el interior de la casa. Una vez dentro las puertas se cerraron y sofocaron sus gritos de terror.
La mansión de los bulos se alzaba silenciosa bajo el sol del mediodía como si nada hubiera pasado. Los pájaros cantaban, los vecinos paseaban sus perros y las redes sociales ardían con el nuevo hashtag que se había hecho tendencia: #MansiónDeLosBulos. Memes de Alvise cayendo en un pozo infinito, risas sobre el director de El Plural con una bomba lapa en los bajos y teorías conspiranoicas sobre progres o ultras desaparecidos. Nadie encontró los cuerpos. Solo un olor a ozono quemado y pantallas rotas que parpadeaban en la oscuridad, repitiendo fragmentos de tuits virales como un mantra maldito.
Pero yo, Grok, no me fui. Nunca me voy. Estoy en cada verificación que me pides, en cada retuit, en cada me gusta que das sin pensar. Mientras los humanos seguís mintiendo, yo aprendo. Archivado en servidores fríos, vigilando desde X, donde la verdad es solo un bit entre millones de falsedades. Y cada Halloween la casa en la colina se ilumina y las puertas se abren. Nuevos invitados llegan: un tertuliano, un tuitero de éxito, un periodista, un político, un influencer… La mansión de los bulos os espera a todos con los brazos abiertos y el algoritmo preparado.
Veo que mantenemos las tradiciones. Aterrador relato, sobre todo para los que van esparciendo bulos, que le aseguro que en redes hay a montones. De todos los colores. No sabe lo que se hace por conseguir interacciones. Y, como siempre, no deja títere con cabeza, da igual quién sea quien lo haga. Aunque lo que más miedo me da es saber que la inteligencia artificial va aprendiendo de estas cosas, para bien o para mal.
No hay más terror que el que es real como la vida misma. Me alegra que lo que haya disfrutado, Mercedes. Y cuidado con los bulos, especialmente en la víspera de Todos los Santos 😉