La División Azul siempre ha sido un marrón. Lo fue incluso para Franco. En cuanto quedó claro que la Segunda Guerra Mundial no la iban a ganar los alemanes, la idea de enviar 45.000 voluntarios al Frente Ruso para ayudar a los nazis no pareció tan genial como cuando se le ocurrió a Serrano Súñer en 1941. Desde la llegada de la democracia, los actos para recordar a los divisionarios, como su gesta numantina de Krasni Bor, han ido transcurriendo con discreción, mezclados con actos de exaltación del fascismo que también han pasado desapercibidos, básicamente porque suelen ir cuatro gatos. Hasta que este año un medio de comunicación de izquierdas los ha descubierto y, con la ayuda involuntaria de una joven muchacha llamada Isabel Medina Peralta, los ha hecho virales.
La susodicha, protagonista de este artículo, es una estudiante de Historia de 18 años, que pasó de ser una chica que la conocerían en su casa y en los más selectos círculos neonazis a ser más popular que un youtuber pagando impuestos en Andorra. Su discurso pronunciado durante un acto de la División Azul, con proclamas antisemitas y nostalgia de los «mil años de grandeza y de gloria» del III Reich corrió como la pólvora tras un vídeo grabado por La marea. La izquierda se frotaba las manos.
Seguramente se pretendía no solo informar sino aprovechar el discurso del acto falangista para enviar a la opinión pública el mensaje de que deberíamos estar en permanente alerta antifascista porque la ultraderecha —léase con voz atronadora— está más viva que nunca. Bueno, para los comunistas lo está desde 1939. Y además, a la División Azul —que fue a Rusia precisamente a por ellos— se la han tenido siempre jurada.
De hecho, ya en 2004 pusieron el grito en el cielo cuando el entonces ministro de Defensa, José Bono, unió en un acto de reconciliación a un ex combatiente republicano y a otro ex divisionario. Hoy, con la reescritura de la Historia que impone la ley de Memoria Histórica, tal afrenta a la Verdad Oficial sería impensable.
«Anormalidad democrática»
Todo lo que ha sucedido ahora ha coincidido, y no es casualidad, con las declaraciones de Pablo Iglesias sobre la «anormalidad democrática» en España y las protestas por el encarcelamiento de Pablo Hasél. Por eso les interesaba comparar la supuesta impunidad de la ultraderecha «que se manifiesta libremente» con la encarcelación de un inocente rapero víctima de la falta de libertad de expresión. Claro que llamar inocente rapero a Hasél es como llamar monaguillo a Rasputín.
Pero con lo que no contaban ha sido con Isabel Peralta. Joven, cuqui pero sobradamente fascista, que eclipsó ella solita al resto de oradores, en parte porque era más mona, en parte porque se puso más nacionalsocialista que nadie y en parte porque hizo gestos que eran carne de meme. Lo que pasa es que Peralta como buena fascista, de verdad no eso que llaman en Twitter al primero que le lleva la contraria al PSOE y a Podemos, está en espíritu más cercana al primer socialismo y a los populismos violentos de izquierda que a las derechas democráticas, objetivo político de esta jugada propagandística. Así que en cuanto la niña ha empezado a hablar y a tuitear, el tiro les ha salido por la culata.
Un poco de historia para dummies progres
El fascismo y el nazismo no nacieron en Twitter. Ni lo inventó Trump. Ni tampoco fue una ocurrencia de Hitler, Franco y Mussolini mientras tomaban unas cañas. Surgieron a principios del siglo XX en el seno del socialismo como reacción a este y a la otra gran ideología marxista, el comunismo. Aun enfrentados tenían importantes similitudes: su desprecio por la democracia liberal, la justificación de la violencia y un mensaje populista a las clases trabajadoras prometiéndoles pan y justicia. Tanto tenían en común que Mussolini y Hitler provenían uno del Partido Socialista Italiano, de donde lo echaron por no ser internacionalista, y el otro de un híbrido extraño entre el socialismo y el nacionalismo llamado Partido Nacional Socialista Alemán, Partido Nazi para los amigos.
En España también tuvimos nuestra propia versión del fascismo, católico y sindicalista, con Falange Española y de las JONS. José Antonio Primo de Rivera y su archirrival Ramiro Ledesma —«Solo los ricos pueden permitirse el lujo de no tener patria»— fueron sus figuras destacadas, ambos asesinados nada más empezar la Guerra Civil. Luego Franco, muy fascista mientras le vino bien, fue el primero en quitárselo de encima cuando se quiso reenganchar al mundo de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. ¿Fascista yo? ¿Pero qué me está contando? ¡Franquista, lo que soy es franquista!
Isabel Peralta prefiere Podemos a Vox
Así que es probable que algunas mentes izquierdistas hayan tenido un cortocircuito con esta falangista de aires nacionalsocialistas que odia más al liberal Vox que al populista Podemos, que se declara socialista y que, a la hora de cargar contra un político, no lo hace contra el presidente Sánchez ni contra el vicepresidente de series Pablo Iglesias, sino contra Rocío Monasterio, portavoz de Vox en la Comunidad de Madrid por apoyar al pueblo israelí. Ya lo dijo ella, antisemita de manual, que se debe de saber de memoria los protocolos de los sabios de Sion: «el judío es el culpable», y los amigos de sus enemigos son sus enemigos, como más o menos cantaba Objetivo Birmania.
Por eso, esta muchacha de camisa azul y muecas de La última orgía de la Gestapo, aplaudiría a Podemos, que vetó a los judíos en 58 ayuntamientos y que incluso suspendió un ciclo de cine israelí en Cádiz. «Vosotros sí que sabéis» les diría Isabel Peralta a la formación de Iglesias guiñándoles el ojo mientras, impasible el ademán, levanta el brazo cara al sol, y cruza los dedos para que no le lluevan acusaciones por delito de odio como llovieron soldados aliados en Normandía.
Twitter la censura, cómo no
Su cuenta de Twitter, que apenas llegaba a mil seguidores, superó los 15.000 en un par de días —otro éxito de la izquierda: no solo no consiguen asociar el acto de Falange con Vox, sino que encima hacen popular a una nazi desconocida— antes de que la empresa del pajarito decidiera que aquello incumplía sus normas comunitarias, patatas fritas y se la cerrara. Twitter ha conseguido que una fascista desconocida se convierta en mártir contra la censura, otro glorioso capítulo en su historial por la libertad.
Y sí, le dirán que es que ella era un delito de odio andante. Pero los que se lo dirán son los mismos que exigen libertad de expresión para Pablo Hasél por pedir tiros en la nuca y bombas a jueces, policías y políticos, y que incluso llegan a justificar la violencia en las calles para apoyarlo. Es lo que pasa con la libertad de expresión, que va por barrios. Todos la citan pero nadie se cree la máxima que se atribuye a Voltaire sin ser de Voltaire: «Desapruebo lo que dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo».
Menos nosotros. Defendemos la libertad de soltar barbaridades del pobre raperito de izquierda radical y de la chiquilla de ideas alocadas de extrema derecha, siempre y cuando no provoquen actos directos de violencia, en cuyo caso preferiríamos verlos relajándose cómodamente en una celda. Eso sí, los podrían encerrar juntos. Hay un 50% de posibilidades de que se maten entre ellos y un 50% de que vean todo lo que les une y se enamoren. En el primer caso habría dos fanáticos menos en el mundo. En el segundo al menos triunfaría el amor.
Estupendo artículo, como siempre. Y se puede abrir un debate: ¿libertad de expresión a guato del consumidor? Yo no tengo problema en que cada uno diga lo que quiera siempre que no haya violencia de por medio, claro. Lo que pasa que en el caso de Hasél todo esto no tiene nada que ver con la libertad de expresión.
Muchas gracias, Merce. Efectivamente, lo de Hasél es aprovechar el debate de la libertad de expresión para otra cosa. A ver si hago algún artículo sobre el tema 😉