La ley del Solo sí es sí, aparte de un disparate de proporciones homéricas, resultó ser de lo más oportunista. Se aprobó el verano de los pinchazos químicos, una paranoia feminista que aterrorizó a las mujeres con la idea de que hordas de violadores las drogaban cuando estaban de fiesta para anular su voluntad y someterlas a su depravación. Las denuncias por sumisión química se dispararon aquellos días pero no se demostró ni un solo caso, a menos que incluyamos en el lote de los pinchazos químicos las picaduras de dos apis melliferas, vulgo abejas, que fueron las únicas que se pudieron comprobar.
Irene Montero y su ministerio aprovecharon ese terror inoculado a base de bulos y medios de comunicación sensacionalistas añadiendo la sumisión química como agravante de un delito de agresión sexual que hasta ese momento se consideraba abuso sexual. Como suele pasar con el feminismo, todo se confundió en un maximalismo sin grises en el que una mujer con unas copas de más ya era un guiñapo indefenso que no podía pensar ni decidir por sí misma, poniéndolo a la misma altura del estado de inconsciencia.
El runrún de la sumisión química
El ambiente ya venía caldeado meses antes de los pinchazos. El Xocas fue linchado en medios y redes por decir que era «trucazo» no beber alcohol y aprovecharse de la euforia de mujeres que sí bebían para ligárselas. «Ser hombre, salir, no beber y esperar que las mujeres que están en el mismo bar o discoteca o pub sí lo hayan hecho. Acercarse entonces, hablar y conseguir que se vayan con ellos: a su casa, a la de ella, al coche o donde sea», escribía Isabel Valdés, la corresponsal de género en El País, alertando de que eso podía ser delito, en un relato al que solo le faltaba la niebla londinense para parecerse a una crónica sobre Jack el destripador. Y eso que en aquel momento era abuso y no agresión.
Tras la aprobación de la ley del Solo sí es sí y pasado el verano de los pinchazos fantasma, el runrún se mantuvo en los medios con nuevas denuncias que recordaban a la época de la burundanga, que también fue de mucho ruido y pocas sumisiones demostradas a pesar de que la prensa afín hizo lo que pudo. La Ser dio altavoz a un estudio del Instituto Nacional de Toxicología para asegurar que los casos de violaciones con sumisión química se habían disparado un 75%. El estudio aunque publicado en 2024 se refería a 2022, el año de la paranoia de los pinchazos, hablaba solo de «sospechas» y concluía que la mayoría de los resultados provenían del consumo de alcohol. Sola y borracha quiero denunciar una sumisión química tenía que haber titulado la Ser aquella noticia.
Escándalo en la convención de Tecnocasa
Hacía falta un buen caso mediático, ejemplarizante, que levantara al feminismo contra el Patriarcado y que maquillara esas estadísticas que no conseguían mantener el terror en la población femenina ni justificar más dispendios de dinero público para los chiringuitos de turno. Una manada de Pamplona de la sumisión química, para entendernos. O algo como el caso Pélicot francés, que parece casi de película de terror. Y el cielo se abrió con un turbio asunto en Tecnocasa del que El País dio la exclusiva a través de su corresponsal de género, la del artículo del Xocas, para que la sitúe.
A mediados de junio, una mujer denunció que la habían drogado y violado tras una convención de Tecnocasa en Santander. Siguiendo el manual de estilo de la buena feminazi, El País no dudó del relato de la víctima y, sin un solo presunto en su artículo, Isabel Valdés dio por cierta la versión de la mujer, de nombre Elena: no bebía alcohol pero tras aceptar un ron cola se despertó desnuda en la cama del hotel, con dolor vaginal y marcas en las muñecas de haber sido atada. En el hospital dio positivo en benzodiacepinas y cocaína que ella no había consumido. Al principio no recordaba nada pero un día al pasar por la calle un hombre le guiñó el ojo y lo reconoció: era su violador. Para empeorar las cosas, al ir a denunciarlo a su jefe, este no quiso saber nada y la despidió para evitar el escándalo.
Patriarcado y capitalismo en estado puro
Aquello prometía. Lo tenía todo: sumisión química, violación, chulería machista y despido de una empresa conocida. Patriarcado y capitalismo salvaje todo en uno. Yoli Díaz, como ministra de Trabajo feminista que es, citó un larguísimo hilo de Isabel Valdés dando por cierto el relato de la violación y el despido —«un reflejo del silencio con el que aún sigue intentando ocultarse la violencia sexual desde algunos espacios»— y anunció en Twitter que iba a tomar cartas en el asunto:
Esto es una vulneración flagrante de derechos fundamentales. Ninguna denuncia puede hacer que te despidan. He pedido a la Inspección de Trabajo que investigue lo ocurrido. Esto no puede quedar así. No estás sola.
La negrita es nuestra, la sororidad siempre hay que resaltarla.
Los demás medios acudieron a la miel y también se hicieron eco de un asunto destinado a figurar en las hemerotecas como la violación con sumisión química de Tecnocasa de la que nos hablarían hasta en la sopa, pero que acabaría siendo el bulo de Tecnocasa mucho menos publicitado y convenientemente diluido en el maremágnum informativo.
Una pesadilla sin perspectiva de género
Y es que la instrucción acabó siendo una pesadilla sin perspectiva de género alguna. La policía forense descartó la sumisión química. Las cámaras de seguridad mostraban a una mujer entrando por su pie en el hotel con el tipo que conoció en la fiesta, el violador que la drogó, según ella. La supuesta violada, las cámaras lo dejaban también claro, salió a hacer jogging como si nada a la mañana siguiente, en una actitud cuanto menos peculiar de quien se ha despertado intuyendo que algo terrible ha pasado.
La policía llegó a entrevistar hasta a una veintena de testigos y ni uno acreditó nada parecido a lo que contaba Elena, sino una versión bastante diferente. Según ellos, la supuesta víctima buscó drogas y las repartió en la fiesta, tonteó con media convención, ligando descaradamente con otros hombres a los que llegó a ponerles las manos en sus pechos y presumió de ser «una puta». Al día siguiente en un grupo de WhatsApp alardeó de haberse drogado, subiendo la imagen de un test positivo que «lo iba a petar», y lo petó. También, dijo orgullosa, se había «follado a Mister España», quien, precisó, la tenía pequeña.
Uno de los testigos recordó que Elena aseguró durante la fiesta que no tenía ningún problema en que le echaran algo en la bebida. «Nah, eso no me da miedo —le dijo—, lo veo más como un regalo». Vamos, la candidata ideal para una campaña del Ministerio de Igualdad contra la sumisión química.
La denunciante rencorosa
A medida que investigaba la policía, para desesperación de la pobre corresponsal de género de El País que tenía que informar de todo aquel castillo de naipes en caída libre, se supo también que la mujer sabía que la iban a despedir, por lo que amenazó a su jefe con liársela. Isabel Valdés intentaba contrastar sus informaciones con las declaraciones de Elena, que veía una mano negra que quería hundirla y un contubernio en el que estaban todos compinchados, desde el violador a los veinte testigos pasando por su ex jefe de Tecnocasa.
La intervención de la víctima en Telecinco fue todo un poema. Se indignó por los comentarios de los periodistas cuestionando su versión. Tiró de argumentario feminista diciendo que se cuestionaba su vida privada en vez de creer su relato y hasta llegó a acusar de supuesta corrupción a los policías que la investigaban. Quién sabe, se nos ocurre, si tentados por Tecnocasa con un chalé en primera línea de playa. Poco tiempo después, su abogada renunciaba a la defensa por «diferencias irreconciliables» con su cliente.
El bulo de Tecnocasa
Aquello pintaba mal. Solo un aquelarre de la Asociación Mujeres juezas podía salvar a Elena y, para su desgracia, las juezas más feministas y fanáticas de España —para la historia queda su ovación en pie a la madre secuestradora María Sevilla— estaban mirando para otro lado. Finalmente, la instructora tomó una decisión. A la corresponsal de género de El País le tuvo que costar mucho escribir este titular: «La jueza archiva la causa de la violación denunciada en una convención de Tecnocasa y traslada al juzgado la posible existencia de denuncia falsa». El auto concluía que no había ningún indicio de sumisión química y que los hechos denunciados no se sostenían por ningún lado.
Paralelamente, Elena resultó condenada por un delito leve de amenazas tras haberla denunciado su ex jefe. La violación por sumisión química se quedó en algo muy diferente: una venganza por haber sido despedida, urdida junto a un compañero también despedido. A falta de saber si la condenan también por denuncia falsa, que está por ver, de momento la ex trabajadora de Tecnocasa tendrá que pagar 720 euros de multa. No está mal comparado con la pena de seis a doce años de cárcel que le podría haber caído a mister España si llega a ser condenado por violación con el agravante de la sumisión química.
‘El País’ no sabe dónde meterse
Cómo habrá tenido que ser de obvio este caso, que hasta la propia parroquia lectora de El País, que se desayuna al borde del orgasmo con las homilías de Àngels Barceló, no lo ha visto claro y ha cuestionado el trabajo periodístico de Isabel Valdés y sus nueve artículos en total sobre el tema. La defensora del lector ha intentado justificar a la redactora en un texto que no tiene desperdicio y cuyo título ha inspirado el de nuestra aleccionadora entrada bloguera: «Una espinosa denuncia de sumisión química».
La defensora del lector de El País reconoce que los artículos de Valdés tienen titulares de noticia aunque en realidad se asemejen más a crónicas en las que se introducen unos cuantos elementos subjetivos que, casualidades de la vida, coinciden todos con la parte denunciante. «El tipo de relato utilizado —admite El País— provoca al lector la confusión de que se recogen los hechos probados de una sentencia, cuando lo que se plasma es una denuncia de parte. Para sostener el relato de forma tan subjetiva hacían falta más indagaciones, más testimonios y, en definitiva, más información».
No obstante, el artículo también se cura en salud asegurando que aún no es una denuncia falsa oficial y que (léase con voz de letanía solemne) «el porcentaje de sentencias condenatorias por denuncia falsa es ínfimo», el 0,0084 % según la Fiscalía.
Esas fascistas notas de la comunidad
El capítulo de enmiendas al que iba a ser el gran caso de sumisión química de nuestro tiempo se completa con las fascistas notas de la comunidad a los tuits de Isabel Valdés y Yolanda Díaz: «La denuncia fue archivada y la denunciante ha sido condenada. No hubo violación. Se lo inventó todo por venganza». Escandaloso. Dan por cierta una violación sin pruebas y los tuiteros de la ultraderecha les corrigen cuando se demuestra que es un bulo. Esto con el Twitter progre no pasaba.
Eso sí, los 30 mil favs que tiene el hilo de Isabel Valdés no se los quita nadie. Ni citados como estos que se vinieron arriba ante una narración completamente sesgada: «Deberíamos ir a quemar todas las putas oficinas de Tecnocasa, nos lo están pidiendo a gritos», «Tecnocasa encubre violadores y despide a mujeres víctimas de violadores» o el sutil «Nombres, apellidos y fotografías. Que quede marcado de por vida el cabronazo». Sin duda, escritos por grandes defensores de los derechos humanos y la presunción de inocencia.
Vuelve Juana Rivas
Las feministas y aliades encomiendan sus esperanzas ahora a otro posible caso de violación con sumisión química reabierto estos días en Madrid tras ser archivado inicialmente por incoherencias y no encontrar pruebas que acreditaran la versión de la denunciante. Pero el gran caballo de batalla que se nos avecina es la madre de las madres protectoras, Juana Rivas in person, de nuevo en el primer plano informativo, con nuevas denuncias del hijo mayor —que en realidad son las mismas de siempre, abducido por su madre como atestiguaron los psicólogos independientes en el juicio— y la supuesta presentación de un escrito de la Fiscalía italiana por malos tratos contra Francesco Arcuri, que su abogado niega haber recibido.
Tampoco sería novedoso: Juana Rivas ya le ha puesto ocho denuncias a su ex marido, todas archivadas. En el horizonte, la repetición del proceso judicial que decidió la custodia separada de los hijos, tras aceptar un recurso de los abogados de Juana Rivas. Y si El País tiene a su corresponsal de género y su dicharachera redacción feminista que promueve linchamientos como el de Carlos Vermut, Juana Rivas cuenta, además, con tres bestias pardas del negocio de género a su lado: Miguel Lorente, Paqui Granados y la periodista de Público Marisa Kohan. Nos espera un buen déjà vu con el tema, así que tómelo con calma. Y si algún alma caritativa nos pasa algo de sumisión química para hacer más llevadera la turra que se avecina, mucho mejor.
el bulo del culo, el bulo de la convención de tecnocasa, pegamento en la vagina, vuelve juana rivas, raquel méndez dafonte se inventa un warren stacey en la limia
Si no recuerdo mal, es la primera vez que aparece por este blog la «corresponsal de género» de Lo País. Y mira que ha hecho méritos…
Por otro lado, que fácil y barato es joder la vida a un tío, aunque sea todo un mister España, y ensuciar la reputación de una empresa.
En cuanto a lo de Juana Rivas, ¿todavía anda por ahí Paqui Granados?
Un saludo
La susodicha corresponsal de El País tuvo un cameo en el artículo sobre Carlos Vermut pero es verdad que hasta ahora nunca había aparecido con todo el esplendor empoderante que merece. Y sí, mucho me temo que Paqui Granados anda metida en todo esto: forma parte del equipo jurídico de Juana Rivas. Otro saludo, Valentín.
Si es que con esa ley los hombres estáis vendidos, siempre lo digo. Ahora por cualquier venganza, despecho o capricho que no se consiga se denuncia y aunque luego se demuestre que no es verdad, la condena social ahí queda. Y lo de la Rivas es capítulo aparte. La primera «madre protectora» , creo. Anda que no está viviendo gente gracias a su historia.
Y lo que queda, Merce. Aunque al menos cada vez se ve más oposición a esa ley a pesar del lavado del cerebro al que nos someten los medios de comunicación. Algo es algo.
¿También se habla, ahora, de sumisión química en el caso Mouliaa/ Errejón?
Efectivamente, la sumisión química viene bien para todo, sobre todo para explicar las incoherencias en las denuncias.