En 2022, en plena crisis por la invasión de Ucrania y los recortes del gas ruso, Pedro Sánchez nos aseguró que no habría grandes apagones en España y que esas «escenas apocalípticas» eran cosa de la ultraderecha. Siguiendo ese argumentario, uno de sus secuaces mediáticos de confianza, Javier Ruiz, entonces en la SER, afirmó que el miedo a un gran apagón era «un miedo infundado, un gran bulo». Han tenido que pasar tres años para que el destino se burle de aquellos que sacaban pecho por la fortaleza de nuestro sistema energético, empezando por el propio Ruiz que se quedó sin luz en pleno directo. El país fundió a negro arrastrando a Portugal, y el gran bulo se hizo carne mortal demostrando que, a veces, el conspiranoico es el más cuerdo de los locos.
Mientras los españoles añadíamos un nuevo concepto a la lista de términos cataclísmicos —el cero energético— y asistíamos a algo que nos habían dicho que jamás sucedería, los del nunca dije apagón ya se preparaban para cambiar el relato sobre la marcha, hasta el punto de que el hecho de recordar esas palabras del pasado se convertía en otro bulo de la ultraderecha porque resulta que, dicen ahora, se referían solo a la guerra de Ucrania. Fallo nuestro por no preguntar y pensar que si nos decían que nuestro sistema eléctrico era segurísimo lo era de verdad.
El ingeniero Jorge Morales, apologeta de las renovables y del cambio climático, se ha paseado por cadenas de televisión y emisoras como si fuera el único experto energético del mundo afirmando que este era un riesgo que corríamos, apuntalando la idea de que la posibilidad de un gran apagón estaba ahí. Los verificadores de Maldito clima, que escribieron «El supuesto gran apagón eléctrico: los expertos lo consideran muy improbable», le han añadido un «que dure semanas». Los hay que tienen la cara mas dura que el sarcófago de Chernobyl.
Las malvadas nucleares
Este ajuste del relato no era para menos. Aparte de suceder lo que no iba a suceder, la España de progreso que tanto presume de energías limpias acabó superando el apagón con la ayuda de las centrales de gas, los generadores diésel y las nucleares francesas. Y para desesperación de la izquierda ecosostenible, las causas más probables del desastre apuntan a un exceso de confianza en las volátiles energías renovables, en concreto la solar, que no tuvo el apoyo de otras energías que proporcionan estabilidad como la denostada nuclear, que en ese momento ni estaba ni se la esperaba, supuestamente con el beneplácito del operador del sistema, Redeia (Red Eléctrica de España).
Con medio país señalando a Red Eléctrica de España y culpando a las renovables, Sánchez se revolvió durante una de sus comparecencias televisadas, en la que solo le faltó decir Si quieren más luz que la pidan. Atacó con saña la energía nuclear no fuera que se reabriera un debate que a la izquierda no le interesa, ahora que va a acabar con las centrales nucleares. Por eso el presidente desinformó asegurando que estas fueron un problema durante el apagón, una falsedad que le osó recordar una fascista nota de la comunidad en Twitter que debería ser eliminada en aras de la democracia y la libertad.
El misterio de los 15 gigawatios
Como le pasó a Manolo Escobar con su carro, a nosotros nos birlaron 15 GW de electricidad sin que se sepa cómo ni por qué. O eso explicó Sánchez. Y como no podía cargarle el muerto a la ultraderecha o a Franco, y estaba claro que nunca asumiría que pudiera ser culpa de su maravillosa transición ecológica, ya ha insinuado que los responsables podrían ser los operadores privados como Endesa, Iberdrola o Naturgy que, siendo sinceros, con los beneficios históricos que tienen año tras año tampoco es que nos den mucha pena.
Y entre esos operadores privados, Sánchez ha incluido a la propia Redeia, pasando por alto el detalle de que, aunque tiene un 80% de participación privada muy repartida, la controla el gobierno por ser su accionista mayoritario y está presidida por la socialista Beatriz Corredor, una señora que no tiene formación científica, se lleva 500.000 euros anuales y, la duda ofende, no tiene intención de dimitir por un apagoncillo de nada… aunque presida el organismo que vela por la seguridad del sistema eléctrico. Lo normal en España.
Vuelven los expertos
Puede que usted no pudiera conectarse en ningún momento a Internet durante las horas que duró el fundido a negro. Pues considérese afortunado. Desgraciadamente, el gran apagón no afectó a los iluminados. Los medios y las redes se fueron llenando de opinólogos y expertos en cortes de luz, averías extrañísimas y ciberataques de la más diversa procedencia. Seguramente, estas mentes preclaras son las mismas que lo sabían todo sobre volcanes, pandemias, vacunas, invasiones rusas, aranceles y cónclaves vaticanos. Ah, cuántos genios como Gonzalo Miró viven desaprovechados en las redes.
Junto a estos expertos y analistas de sofá brotaron los tuits políticos. Unos contra el presidente, al que casi acusaban de provocar el apagón él solito, cosa que hasta nosotros vemos poco posible, y otros para atacar a la oposición por pedir aclaraciones a Sánchez en vez de aplaudirle, que ya hay que ser mala gente para hacer oposición oponiéndose. Aunque suene a chiste, a Mazón también se le ocurrió pedir explicaciones. Esperemos que mejores que las que él ha dado por la DANA. Por su parte, Podemos aprovechó para empatizar con Gaza, la Cañada Real y echarle la culpa al cambio climático. Y porque no han caído en la cuenta de que los cables tienen conectores macho-hembra, que si no ya hablarían de violencia machista.
El mismo truco de la pandemia
El gobierno, aparte de cambiar el relato sobre la imposibilidad de un gran apagón, demonizar las nucleares, considerar fachas a los que duden de las renovables, hacerse el loco con Red Eléctrica de España y culpar a las eléctricas, que no está mal en cuatro días, ha recurrido al mismo truco para apaciguarnos que utilizó en la pandemia después de acojonarnos y confinarnos: suavizar la situación dándonos palmaditas en la espalda y felicitándonos por nuestra gran capacidad de resiliencia ante la adversidad, en un reprís de aquel salimos más fuertes porque los españoles podemos con todo. «Orgullo de país», ha declarado la chiqui vicepresidenta del gobierno, María Jesús Montero: «El sistema funcionó y los ciudadanos fueron ejemplares». Menos mal que esto no duró mucho o nos habrían sacado a aplaudir como focas a los balcones, iluminándonos con las linternas de los móviles y cantando vaya usted a saber qué.
Para vendernos la moto del orgullo de país se han agarrado a las eternas ganas de cachondeo de los españoles. Algunos aprovecharon las horas sin electricidad para disfrutar de una tarde primaveral (otros para vaciar los supermercados y agotar las existencias de pilas). Por tanto, ahora resulta que el apagón no ha sido tan malo ya que nos ha servido para salir, divertirnos y relacionarnos con los demás, cosas que se ve que hasta ahora nadie hacía. Una exultante Elisa Mouliaá celebraba la vuelta a unos idílicos años 90 y que «la oscuridad también es luz». Acreedora de dos grandes valores que saltan a la vista, poesía y sensibilidad, seguro que fue eso lo que hizo que Errejón se fijara en ella.
Instaurar el Día del Apagón
El País fue un poco más allá: durante el apagón no solo sustituimos la «dopamina de las redes por la dopamina social» como si hubiéramos despertado de una pesadilla de Black Mirror, sino que, además, nos libramos de bulos de la ultraderecha y volvimos a confiar en los medios tradicionales. Qué maravilla (para ellos). Una sentida carta de un lector de ese diario pedía la instauración del Día del Apagón para conmemorar este reencuentro con lo mejor del ser humano, del que también habló Javier Aroca, en RTVE. El tertuliano comentó que podía haber felicidad en quedarse nueve horas aislados en un tren, una experiencia que no dudaba en recomendar. Siendo su pareja Àngels Barceló la verdad es que podemos entender que celebre estar nueve horas sin saber nada de ella.
Habría que preguntarse si Aroca o los articulistas de El País tendrían el mismo estado zen si el apagón se hubiera producido bajo la presidencia, pongamos por caso, de Isabel Díaz Ayuso en vez de la de su amado Pedro Sánchez. Seguramente en ese caso se habrían fijado más en la media docena de fallecidos o en las molestias que causó a millones de personas, entre ellas 35.000 usuarios del transporte terrestre que, lejos de sentir la feliz experiencia de quedarse tirado en un tren, resultaron ser unos fascistas que se cagaron en todo lo que se menea.
¿Sabremos alguna vez lo que pasó? La verdad es que todo fue «bien» porque fueron una pocas horas en un día de primavera. Ese apagón pasa en invierno y estamos tres días y tres noches sin luz y te digo yo que no habría ni bailes ni aplausos. Nos comíamos unos a otros, habría pillaje y saldría la peor parte de las personas. A ver qué decían entonces todos estos de «esto nos vendría bien de vez en cuando».
Pues dirían que es culpa todo de la ultraderecha y sus campañas de odio. Cero dudas.
Los verificadores de Maldito clima son unos fenómenos…
Y luego se quejan de que la gente hace más caso a los bulos que a sus verificaciones.
Dice el Bunbury, el cantante, que el apagón le supo a poco, más los que disfrutaron del apagón bailando y disfrutando de la cercanía de la gente sin móviles ni demás cachivaches.
Miles de personas tiradas en trenes, ascensores, enfermos en casa que les falló las máquinas con las que respiran, pérdidas millonarias y está panda de miserables hijos de la gran puta, porque no tienen otro nombre, lo celebran.
No me imagino lo que estarían diciendo estos seres de luz si gobernará la derecha.
Tenemos suerte, como la panadería el apagón nos ha pillado con los buenos en el gobierno.
Dioss que para de países como diría el guaperas de la Moncloa.
Ya ha escuchado a la ministra de apellido raro: «España será verde o no será». Qué nivel, ni Churchill en sus mejores tiempos.