Barbijaputa Raquel Sastre

La hasta hace nada misteriosa y desconocida Barbijaputa fue toda una pionera de lo suyo, feminista radical —según ella, el único feminismo que merece la pena— y una voz de referencia hablando de opresión patriarcal, cosificación, hipersexualización, abolicionismo de la prostitución y la pornografía, gordofobia, racismo, peligros varios de la extrema derecha y, por encima de todo, una misandria disfrazada de igualdad que la hacía odiar a los hombres y que posiblemente tendría su origen en unas experiencias personales en las que nos proyectaba a todos sin piedad.

Aunque nunca ha dejado de hacer su podcast ni de estar presente en las redes, su fama se ha ido diluyendo a medida que se incorporaban al mercado nuevas feminazis más mediáticas y afines al poder. Su defensa de los postulados TERF la fueron dejando en un segundo plano y el feminismo hegemónico de la izquierda la acabó ninguneando. A ello ha contribuido su manía de bloquear a todo aquel que le lleve la contraria, lo que ha convertido su comunidad de seguidoras en una cámara de eco más parecida a la secta de Charles Manson o al Telegram de Alvise que a un espacio seguro para mujeres.

Público no quiere terfas

A mediados de abril, el Tribunal Supremo del Reino Unido decidió que la definición de mujer se circunscribía al sexo biológico. Una hostia con la mano abierta al feminismo queer que lo calificó directamente de transfobia. Barbijaputa escribió entonces para el digital Público, con el que llevaba cinco años colaborando, el artículo «Por qué la sentencia en UK es una victoria feminista». Como vio que no se lo publicaban, le preguntó al diario y le dijeron que el director lo estaba revisando. Mientras se producía esta revisión, Barbi ya se iba quejando en sus redes de censura, seguramente porque se olía la tostada y que iba a seguir los pasos de otra colaboradora defenestrada del digital, Lidia Falcón, que, como la propia Barbi, pasó de ser una referente feminista cotizada por los medios progres a una apestada terfa a la que no le piden ni la hora.

Finalmente, Público anunció en un comunicado surrealista que, siendo «un medio comprometido con la libertad de expresión y el debate de ideas» echaba a Barbijaputa por una supuesta deslealtad (quejarse de que no le publicaran el artículo) y por cuestionar el colectivo trans. Viva el debate de ideas y la libertad de expresión, carajo. En una de esas paradojas llenas de justicia poética que tanto nos gustan en Kaplan contra la censura, después de pasarse años blasfemando contra los hombres y la ultraderecha, era un medio de izquierdas y feminista el que le daba la patada por atacar a las mujeres, en este caso las trans que, para parte de la izquierda, son tan femeninas como Ester Expósito a pesar de algún que otro detalle biológico que cuelga por ahí.

El juicio de los locos

La mujer que hace nada decía que Anagrama se merecía un boicot por el libro que entrevista a José Bretón, ahora lloraba por la censura que un medio feminista le aplicaba a ella. Y para colmo en esta ocasión no podía acusar a los fachas. «Robespierre guillotinado», la definió el gran Soto Ivars en El Confidencial aunque nosotros nos la imaginamos toda glamurosa con su avatar de cuernos y rabo, tirada en la bañera a lo Marat y maldiciendo al Patriarcado en su último suspiro.

No es para menos. Menuda racha llevaba la señora. Hace solo dos meses que había salido airosa de un juicio de esos que parecen escritos por el guionista más loco de Netflix. Airosa pero a cambio de revelar su identidad secreta tras décadas de anonimato, lo que suponemos que le habrá hecho menos gracia que tener de vecina a Isabel Peralta dándole los buenos días cada mañana con el saludo nazi.

La historia de este juicio al surrealismo, digno del que sufrió Anónimo García, la ha contado la propia Barbijaputa en su podcast, dos horas y media sesgadas pero muy jugosas que no quitan para que pensemos, como buenos radicales de la libertad de expresión que somos, que a la muchacha le ha caído una buena por una de estas idioteces propias del siglo XXI, en este caso considerar unos chistes sobre judíos como delito de odio.

Barbijaputa, Hitler y el chiringuito sionista

En 2011, un Nacho Vigalondo con unas copas de más escribió en Twitter: «Ahora que tengo más de cincuenta mil followers y me he tomado cuatro vinos podré decir mi mensaje: ¡El holocausto fue un montaje!». Aunque Barbijaputa quiere creer que en esa época Twitter era una arcadia de paz y amor, lo cierto es que se parecía bastante al antro de ofendiditos de ahora, solo que aún no se habían venido tan arriba. Se produjo un gran revuelo en la red clamando por la primera de tantas y tantas campañas de cancelación que habrían de venir. Vigalondo reculó y pidió perdón, también anticipando a miles de arrepentiditos futuros, pero no fue suficiente: al día siguiente, El País echó al director de Los cronocrímenes con quien había contratado una campaña publicitaria.

Barbijaputa, como mucha otra gente, participó en el hashtag #humorelpais apoyando al director y haciendo chistes sobre nazis y judíos. Según ella, en un ambiente de lo más inocente. Teniendo en cuenta que se apuntaron todos los fanáticos de la causa Palestina y haters de Israel, como ella, ya puede imaginarse la inocencia que había. En 2017 esos tuits, que llevaban años revoloteando, la acabaron llevando a los tribunales. Algo que se llama Comité Legal para la Lucha contra la Discriminación, que nadie había oído en la vida y que suena a una de esas entidades regadas con dinero sionista, prima hermana de ACOM, la acusó de delito de odio, antisemitismo y de ensalzar la figura de Hitler. Ahí es nada.

El pasado siempre vuelve en forma de tuits

La prueba de cargo eran aquellos antiguos tuits inocentes, que incluían comentarios como «Hitler la cagó cargándose a los judíos, eso no sirve para nada. Ahora estaríamos mejor si hubieran perseguido, por ejemplo, a los felices», «Hitler era un cabrón por cargarse a los judíos y un cutre por no acabar el trabajo. Ahora mira lo que pasa» o «Los que más me gustaban eran los judíos. Muy fan de los judíos. Si estaban vivos no tanto», compilados a página completa en un tocho enorme y que se atribuían todos a Barbijaputa aunque algunos eran de otras personas o de cuentas falsas que se hacían llamar como ella. La denuncia no había por donde cogerla porque, además, incluía observaciones como considerar que la expresión «Ains» (una interjección habitual en Twitter) era en realidad «Uno» en alemán, lo que demostraba que Barbijaputa estaba en el ajo nazi.

Que un opaco chiringuito projudío fuera un pollo sin cabeza que se creyera Simon Wiesenthal entraba dentro de lo normal, que lo fuera la Fiscalía del Estado español ya no tanto. Y fue la Fiscalía la que engordó la denuncia personándose también en la causa. Algún día se tendrá que escribir algo del daño que le ha hecho a la sociedad considerar a todo delito de odio, y darle alas a cualquier ofendidito de mierda, perdón, a cualquier persona sensible ante los excesos de la libertad de expresión. Por cierto, muchos años antes de la denuncia, Barbijaputa defendía ardientemente a los ofendiditos. Claro que se refería a los que se ofendían por el machismo o el racismo, no a los que lo hacían por los judíos.

Entre el jolgorio de los medios de la derecha, los medios progres que no han explicado el juicio como a ella le gustaría, el lobby sionista que la ha denunciado y la participación de la Fiscalía, Barbijauta ha acabado pensando que los oscuros poderes de Mordor han ido a por ella por ser una mujer valiente, antifascista y feminista. No creemos que sea para tanto. Le tocó la china, como le tocó en su momento a Willy Toledo, Anónimo García, Quequé o David Suárez que estiraron el chicle de la libertad de expresión y los límites del humor en una sociedad que ha fomentado las pieles finas de todo pelaje. Los ajustes de cuentas han hecho el resto.

Raquel Sastre, sospechosa número uno

El juicio tuvo su momento delirante (aún más delirante, queremos decir). Como Barbijaputa era anónima, los denunciantes tenían primero que localizarla. Al principio se hicieron eco de las teorías conspirativas que decían que detrás del seudónimo estaba Nacho Escolar, pero pronto los abogados del Comité Legal para la Lucha contra la Discriminación descubrieron la verdad: Barbijaputa era en realidad la humorista Raquel Sastre.

La propia Sastre ha contado en el programa La Ruina esta confusión que la tuvo dos años imputada. Y hace mucha gracia. Hace mucha gracia, claro, si uno no se para a pensar cómo un ciudadano normal y corriente puede verse implicado en una investigación penal durante años sin tener culpa de nada.

Todas las piezas encajaban para las mentes preclaras de la acusación: Raquel también hacía humor negro (el que más molesta a los ofendiditos) y había contado chistes de judíos, pero lo más definitivo es que tenía baldosas en su suelo como también se veía en el Instagram de Barbijaputa. También usaba el mismo modelo de persiana y reconocía tener ordenador en su casa, como la otra. Blanco y en botella. Por si quedara alguna duda, estaban convencidos de que sus voces sonaban con el mismo acento, un hallazgo sin duda brillante teniendo en cuenta que Raquel Sastre es murciana y Barbijaputa andaluza.

Una cómica murciana contra la intolerancia

Evidentemente, Raquel Sastre no era Barbijaputa pero la confusión no era casual. La humorista se había echado encima a Vox (que por afinidad ideológica simpatizan bastante con el lobby acusador) con un chiste en el que hablaba de lo difícil que era cuidar de un hijo con una discapacidad grave. «Tú imagínate —dijo— tener un tío con parálisis cerebral o que vote a Vox». Y cuando poco después la pusieron en el cartel de la Feria de Murcia, el partido que tanto defiende la libertad de expresión para reírse de moros y gitanos pidió la retirada del cartel porque se veía la cara sonriente de la cómica rodeada de una noria que parecía la aureola de un santo. Según este partido, una clara ofensa al cristianismo. Si los de Solo queda Vox se creen que con estos va a haber menos censura que con la izquierda woke lo llevan claro.

Raquel Sastre lo pasó realmente mal. No tanto por estar imputada siendo inocente, sino porque, en sus propias palabras, «¿puede haber algo más humillante y más triste que alguien se piense que yo soy Barbijaputa?». La entendemos perfectamente y desde aquí le mandamos un fuerte abrazo. Hay límites que no deberían sobrepasarse nunca. Curiosamente, la auténtica inculpada, la de la sororidad universal entre mujeres, no dijo ni mu durante los dos años en que la humorista murciana estuvo bajo la lupa judicial. Ni un triste Yo soy Espartaco ni nada. Barbijaputa se calló como la última parte de su nombre.

La absolución de Barbijaputa

Y eso que la imputación de Raquel Sastre le ha venido muy bien. Como los genios de la acusación se tiraron dos años empeñados en que Barbijaputa era la cómica murciana, se agotaron los plazos de instrucción y, cuando Barbijaputa finalmente fue identificada y citada —no sin antes confundirla con otra persona que acabó también imputada—, ya habían pasado más de dos años de lo que marca la ley. Por tanto, el tribunal que la juzgó sentenció que no se respetó su derecho a la defensa y, sin entrar en el fondo de la cuestión, la puso en libertad. Para unos, un defecto de forma. Para Barbijaputa, el reconocimiento de que el juicio nunca habría tenido que celebrarse. En cualquier caso, ya puede ir dando gracias a la justicia de este sistema patriarcal que corrigió una instrucción digna de El proceso de Kafka.

De todas formas, por lo que sabemos, la historia puede no acabar aquí. La acusación ya piensa recurrir. Por si acaso, y solo por aclarar de cara a futuras investigaciones, nosotros no somos Barbijaputa ni Nacho Escolar. Y tampoco somos Raquel Sastre ni hacemos chistes sobre judíos porque, ya lo dice ella, «es un humor que está muy quemado».

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4 comentarios

  1. Pues no he seguido yo mucho la historia de esta mujer. La conocía por verla por Twitter como feminazi de referencia. Pero por lo leído parece que las nuevas generaciones feminazis vienen pisando fuerte y ha caído en desgracia. No sé, suele pasar con estos personajes que tienen un momento de fama brutal y de repente por un tuit puesto hace diez años les cae la mundial y pasan de ídolo a demonio.

    1. Está en el lado TERF del feminismo, que para las otras feministas es casi tan malo como ser de ultraderecha. Si fuera una de las nuestras, Irene Montero y los podemitas la habrían defendido. Y por supuesto, no la habrían botado de Público.

  2. Ya se dijo hace tiempo que el tema trans iba a ser el caballo de Troya en la cosa del feminismo. Solo faltaba esperar y comprar las palomitas…
    Y no se puede evitar una sonrisita de satisfacción por la caída en desgracia de estos personajes (Barbijaputa, Errejon, Monedero y demás) pero si lo piensas un poco te sube por la espalda un pequeño escalofrío: aquí no se hacen prisioneros y si le ha tocado a reconocidos aliades nadie está a salvo.

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