Cuento feminista de Navidad

Aquello no cabía en su cabeza deconstruida. ¿Cómo podía la gente celebrar las fiestas navideñas viviendo en un país donde el terrorismo machista estaba a la orden del día? Deberían estar todes en la calle exigiendo el fin del Patriarcado en vez de cantar villancicos, reunirse con la familia y darse regalos. Como representante de la nueva masculinidad, Ebenezer Lorente tenía muy claro que la Navidad era un cuento capitalista y patriarcal, así que aquella noche cenó temprano sin ni siquiera pensar que era Nochebuena. La Navidad era cosa de fachas, estaba claro.

Acababa de revisar su agenda de charlas feministas y los correspondientes ingresos en su cuenta corriente cuando se recostó satisfecho en el sillón. Qué dura era la vida del aliado, pensó cabeceando por el sueño. De repente, escuchó el sonido de unas cadenas arrastrándose por el pasillo junto a unos lamentos. Giró la cabeza y vio una sombra que traspasaba la puerta. No podía creerlo. Era el fantasma de su socio y amigo Marley Planchabragas, que se había suicidado meses atrás para evitar hacer más micromachismos. Estaba envuelto en el sudario con el que fue enterrado y llevaba una larga cadena formada por libros feministas y denuncias falsas de violencia de género.

—Pero Marley, ¿qué haces aquí? Tú estás muerto.

Una voz de ultratumba retumbó en el salón:

—Ebenezer, mira mi castigo para toda la eternidad. Arrastro la cadena que fui forjando a lo largo de mi vida de aliado feminista, pero he vuelto del más allá para que no acabes como yo.

—¿Pero cómo puedes tener tantas denuncias falsas en esa cadena? —replicó Lorente—. Si solo son el 0,01%.

—¡Calla, insensato! —contestó el fantasma—. Esta noche te visitarán tres espíritus. Atiéndeles porque es tu última posibilidad. Con todas las conferencias que has dado en chiringuitos feministas tu cadena es aún más larga que la mía.

Y dicho esto, el alma en pena de Marley Planchabragas se desvaneció en el aire, dejando a Lorente con la boca abierta. «Esto tiene que ser un truco desde el machismo», pensó, «porque los fantasmas, como las mujeres violentas, no existen. ¡Paparruchas!»

El espíritu del feminismo pasado

Llevaba un buen rato durmiendo cuando, a medianoche, Lorente se despertó sobresaltado en la cama. Delante de él se encontraba la primera visita de ultratumba que le había anunciado su amigo. Era una lozana muchacha que vestía una túnica blanca con un pecho al descubierto. Parecía despreocupada y feliz. Se parecía mucho a Susana Estrada, pensó Lorente.

—Soy el espíritu del feminismo pasado —sonrió y le tomó de la mano—. Levántate y ven conmigo.

En un abrir y cerrar de ojos, Ebenezer Lorente fue transportado a una realidad que solo conocía por los libros. Vio a Clara Campoamor defender el sufragio femenino en 1931 frente a la diputada del PSOE Margarita Nelken y a la diputada del Partido Radical Socialista, Victoria Kent, y cómo salió aprobado después de que 160 hombres votaran a favor. Asistió a la redacción de la Constitución tras la dictadura, que proclama que los españoles son iguales ante la ley sin discriminación de sexo. Como si fuera una película, vio a cientos de mujeres salir adelante sabiéndose iguales y eligiendo libremente lo que querían hacer con sus vidas en cada momento, asumiendo sus aciertos y sus errores. Vestían como querían, hacían lo que les daba la gana y no se sentían las víctimas de nada.

Ebenezer se despertó en su cama. El fantasma del feminismo pasado le había devuelto allí después de hacerle visitar una playa española en los años 80 llena de mujeres en toples. Miró el reloj. La una de la madrugada. La hora de la segunda visita de su particular cuento de Navidad.

El espíritu del feminismo presente

El segundo espíritu se le apareció puntualmente. Era muy diferente al anterior. Era una mujer rubia de pelo corto con cara de mala leche y axilas peludas de color violeta. Le recordaba un poco a Sonia Vivas. «Me gustaba más Susana Estrada», pensó. El espíritu le tomó de la mano y la habitación se desdibujó. Ahora se encontraba en el Ministerio de Igualdad, en medio de una reunión de la ministra con su equipo. Hablaban todas a la vez, excitadas de la emoción.

—Tía, nos han dado más de 500 millones de euros. ¿En qué lo gastamos?

—¡Encarguemos un informe contra el color rosa de los juguetes!

—Ya lo hicimos el año pasado pero lo volveremos a hacer. ¡Abajo el rosa opresor!

—Más campañas que digan que todo es machismo, que está por todas partes y que una mujer no puede salir por la noche sin que la acosen, la violen o la maten.

—Buena idea. Que no quede una adolescente en España sin pánico a los hombres y sin que necesite la ayuda de alguna asociación feminista. Por cierto, ¿cuántas tenemos ya?

Unas 2.000. Y han cobrado desde 2014 más de 150 millones de euros.

—¿Solo? ¡Necesitamos más, muchas más!

—¡Otra idea! Una ley a favor del aborto libre desde los 16 años. Nuestro cuerpo, nuestra decisión.

—Y otra ley que prohíba la prostitución, el porno, la gestación subrogada y cualquier profesión en la que una mujer sea libre de lucir su cuerpo. Nuestro cuerpo, nuestra decis… ah, no, aquí no.

—La ley del Solo sí es sí nos ha salido rana pero no lo reconoceremos en la vida. ¿Qué os parece otra ley que diga que obligue a interpretar la ley como nos dé la gana a nosotras?

—¿Y si salen más violadores a la calle por culpa de nuestra cagada?

—Pues le seguimos echando la culpa a los fascistas de los jueces, a ver si conseguimos que los echen.

—Y vamos a añadir una disposición adicional a la ley trans que considere transfobia no estar dispuesto a tener sexo con mujeres que tengan más rabo que la Pantera Rosa.

—Y vamos a abrir una sede del Ministerio en Nueva York para celebrar allí nuestras reuniones. ¡El Falcon será feminista o no será!

—¡Y vamos a quemar todos los colegios mayores masculinos que son nidos de violadores!

—Hoy estáis inspiradas —dijo Irene Montero con un brillo psicópata en los ojos.

Lorente se despertó temblando en su cama, cubierto de sudor frío. Conocía todo eso pero verlo de primera mano, asistir a esa diarrea legislativa le puso de los nervios. Miró el reloj. Las dos, la hora del tercer fantasma. ¿Qué podía ser peor que aquello que acababa de presenciar?

El espíritu del feminismo futuro

La aparición del último espíritu le dejó aterrorizado. Estaba completamente cubierto con un burka negro y no quedaba claro si era hombre, mujer o alguno de los cien géneros existentes. Su mano parecía un témpano y en cuanto la tomó, Ebenezer Lorente apareció en medio de un cementerio.

—¿Pero por qué me has traído aquí? ¿Esto qué es?

El espíritu no respondió. Y señaló las lápidas. Todas tenían nombres masculinos. Se fijó en el cartel que había en la entrada del cementerio: «Machirulo muerto, abono pa’ mi huerto».

Una voz a su espalda le sobresaltó.

—¿Pero qué haces aquí? ¡Ponte a cubierto!

—¿Cómo? ¿Qué es lo que pasa? —respondió Lorente fijándose en el tipo que le había hablado. Vestía unos harapos y tenía la mirada de la derrota y la desesperación.

—¿Es que quieres que las feministas te pillen? ¿Quieres acabar en este osorio donde nos envían para que paguemos por siglos de opresión patriarcal?

—Pero qué me estás diciendo, si el peligro somos los hombres, el machismo, las mujeres son seres de luz…

El hombre le miraba sacudiendo la cabeza.

—Vaya, parece que has pasado por una de sus granjas de reprogramación. En mal momento las permitimos. Ahora las mujeres solo nos usan para que las fecundemos y luego nos castran y nos ponen a trabajar para ellas mientras presumen de su monarquía feminista y de haber logrado por fin la igualdad.

—Monarquía… ¿ni siquiera es una república? —Lorente alucinaba.

—Oh, sí, empezó con una república hembrista cuando la hija de Dina Bousselham derrocó la dictadura chavista de Pablo Iglesias. Pero entonces una antigua feminista, Anna Prats, tomó el poder para instaurar la monarquía lesbiana y se coronó reina. Ahora la única esperanza que tenemos es que los ejércitos trans y las tropas de feministas racializadas acaben con la dinastía Terf. Con un poco de suerte se matarán entre ellas y podremos volver a la normalidad.

—Pe… pero… esto es peor que El cuento de la criada — balbuceó Ebenezer Lorente.

El cuento de la criada es una mariconada al lado de la realidad feminazi, muchacho. Ojalá lo hubiéramos evitado cuando pudimos hacerlo…

—¿Y las mujeres? -Lorente temblaba de pánico- ¿No hay mujeres normales?

—Tras décadas de adoctrinamiento apenas quedan. Y las que resistieron están en otro cementerio, ese que tiene el cartel de «Alienadas».

Ebenezer se tiró a los pies del espíritu, gimoteando:

—¡Yo no quería esto! ¡Solo pretendía aprovecharme de estas chaladas y cobrar dinero público! ¡Por favor, dame una oportunidad. Haré lo que esté en mi mano para impedir esta locura!

Navidad

El despertador sonó a la hora de cada mañana. Ebenezer Lorente abrió los ojos y saltó de la cama. ¡Había regresado! Se asomó a la ventana y le gritó a un muchacho que pasaba por la calle:

—Eh, chico, ¿qué día es hoy?

—¿Cómo que qué día? ¡Es Navidad!

A Lorente se le iluminó la cara y sintió que se apoderaba de él el espíritu de la Navidad y el del sentido común. Se vistió a toda prisa y salió a la calle gritando:

—¡Feliz Navidad a todos! ¡Ni todas ni todes, sino a todos! ¡Vivan los machirulos! ¡Viva la igualdad real! ¡Las denuncias falsas son un montón!

Una pareja le miró extrañada.

—¿Pero usted no es el tipo que sale por la tele hablando de feminismo y de patriarcado?

—¡Patriarcado el que tengo aquí colgado! ¡Feliz Navidad! —Se rio y siguió corriendo calle abajo.

Y en algún lugar, Marley Planchabragas sintió que su cadena era un poco más liviana, y le guiñó el ojo al espíritu del feminismo pasado que se parecía a Susana Estrada.

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3 comentarios

  1. Buenísimo. No podía faltar una versión de Cuento de Navidad en el blog. Y da miedo pensar que si no hacemos algo, ese será el futuro de hombres y mujeres normales. Feliz Navidad, señor Kaplan.

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