Ofendiditos

En este mundo veloz de cultura fast food que nos ha tocado, siempre hay una película o serie que destaca, el fenómeno de la temporada «del que todo el mundo habla». Y que brilla, se consume y se olvida hasta que llega el siguiente fenómeno de la temporada y se repite el proceso, cual Sísifo audiovisual. En el momento de escribir estas líneas, ese honor le corresponde a El juego del calamar, una serie coreana en la que un grupo de desesperados en chándal verde se van dejando la vida mientras participan en unos juegos infantiles pero mortales. Siendo la serie «de la que todo el mundo habla», Kaplan contra la censura no iba a ser la excepción, a ver qué se ha creído.

El éxito televisivo del momento presume de ser la ficción más vista de la historia de Netflix, cosa que suena muy bien pero que tiene un mérito relativo porque también lo fueron hace nada Stranger Things , La casa de papel o The Witcher y por el peculiar y algo extraño método de Netflix para contar sus espectadores (con solo ver dos minutos de un capítulo la plataforma ya suma un visionado completo).

En cualquier caso, como cabría esperar de la «serie del año», El juego del calamar ha sido analizado y desmenuzado hasta la saciedad. Pero quédese tranquilo: a nosotros nos da igual si es o no para tanto, o si esconde reflexiones sobre el capitalismo, la deshumanización o la inmortalidad de los percebes sin cáscara. También nos da pereza elucubrar sobre si su guion es magistral o está lleno de tramposos giros argumentales, y no vamos a ir de pitonisos conjeturando lo que sucederá en una segunda temporada que nos atrae tanto como un libro de Cristina Fallarás.

Puestos a entrar en esta salsa (con calamares), nos llama más la atención otra cosa: ver cómo ha desquiciado a la gente aún más de lo que estaba. Alguien nos dirá que esto es como señalar las estrellas y mirar el dedo. Pero es que menudo dedo.

4.000 llamadas al día por tener el número de «El juego del calamar»

Si ha experimentado la agonía de recibir llamadas a todas horas para venderle tarjetas, seguros o cambiar de operadora de telefonía, imagine lo que ha vivido un tipo que tiene el mismo número que aparece en la serie para contactar con los organizadores de los juegos. El pobre hombre llegó a recibir 4.000 llamadas diarias pidiéndole entrar en el juego del calamar. Y como ni conocía la serie no sabía de qué demonios le estaban hablando. Para la prensa esto es una muestra de la pasión que despierta en la gente. Para nosotros también demuestra que hay mucho tarado suelto por ahí, y que a lo mejor una competición donde se quitaran de en medio unos cuantos tal vez no sería mala idea del todo.

Los niños juegan

Algunos psicólogos han alertado en los medios de comunicación del riesgo de que los niños estén recreando en el patio del colegio El juego del calamar y, por supuesto, se ha desatado la alarma. Advierten de que la serie no es para niños (tampoco lo son muchos otros contenidos a los que tienen acceso y no hay tantas quejas, como el videojuego Fortnite), que hay padres que la ven con sus hijos (con dramáticos hilos de Twitter llevándose las manos a la cabeza porque haya progenitores así), que genera ansiedad y que normaliza la violencia entre los más pequeños al pervertir los juegos infantiles.

Algunos centros, temerosos de que los niños se conviertan en el Joker, han avisado a los padres a través de circulares, como ha hecho un colegio de San Sebastián de los Reyes que ha llegado a prohibir los disfraces de Halloween relacionados con la serie. O sea, los niños podrán ir disfrazados de Jack el destripador o del conde Drácula pero no de El juego del calamar. Igual los psicólogos deberían preocuparse también por la salud mental de los responsables de centros así. Y damos gracias por haber pasado una infancia con adultos menos histéricos y sobreprotectores. No sé qué habrían pensado de nosotros cuando jugábamos en el recreo a zombis devoradores de cerebros o nos tirábamos pedradas todos los veranos en el pueblo. Y así ha salido usted, Kaplan, me dirá algún lector. Pues también es verdad.

Los medios fomentan la histeria porque vende

Pero no solo los niños juegan. El fenómeno ha animado a que se realicen versiones «reales» del famoso concurso en diferentes ciudades. En Londres, los perdedores reciben disparos con pistolas de balines cuando caen eliminados, mientras que en Corea del Sur han creado tanta expectación que se han agotado las inscripciones para participar. En ningún caso, recalcan los medios de comunicación —como si fuera necesario decirlo— los perdedores morirán como en la serie. Un alivio, oiga, que ya imaginábamos masacres sin fin.

Hay «expertos» que no dudan en que se debería prohibir la serie a determinadas edades porque pueden confundir emocionalmente. Y otros que piden a la policía que controle los concursos reales para adultos no sea que a la gente se le vaya la pinza. Por supuesto, casi nadie sale diciendo que no es para tanto, que los padres no suelen ser unos locos y suelen preocuparse por lo que ven sus hijos pequeños (este artículo de 20 minutos sería una de las pocas y honrosas excepciones, incluso citan a alguien que no duda en llamar a esto «polémica sobredimensionada»), que los niños solo juegan y que los adultos también lo hacen, disfrutando de sus sueños húmedos seriófilos.

Pero eso no atrae al público ni consigue clics y de lo que se trata es de ponerse apocalíptico y de captar la atención de la audiencia, aunque en el proceso algunos padres y profesores se vuelvan paranoicos pensando que por ver la serie los niños se harán serial killers de provecho el día de mañana. Recemos para que no haya ninguna desgracia relacionada con El juego del calamar. Primero por el pobre al que le toque. Y segundo por el coñazo que nos iban a dar.

«Lost in translation of calamar»

La Asociación de Traducción y Adaptación Audiovisual de España (ATRAE) también ha aprovechado el tirón de la serie para hacer valer sus reivindicaciones, conscientes de que cualquier tema relacionado con El juego del calamar salta a los medios de comunicación. Y por eso ha emitido un comunicado en el que expresan su malestar porque Netflix no ha realizado una traducción profesional, sino que ha usado un método de traducción automática poseditada, que consiste en usar un programa automático y corregir las burradas del algoritmo para que se pueda entender, aunque no resulte una traducción perfecta.

Así Netflix —3.060 millones de dólares de beneficio entre enero y junio de 2021— se ahorra pagar una traducción de verdad y remunera lo justo por la revisión del programa automático. ATRAE tiene un hilo en Twitter lleno de ejemplos de la mala traducción del que destacamos este tuit: «¿Quién no ha dicho «¿Qué diablos?» después de ser testigo de una paliza? Sería más natural un “hostia puta”, “me cago en mi vida”, o alguno de los ricos improperios del castellano, pero el algoritmo no entiende de eso». Bien mirado, igual sí deberían mejorar la traducción, no tanto por disfrutar de los «ricos improperios del castellano» sino porque un servidor aún no se ha enterado bien de las reglas del dichoso juego del calamar. Y eso sin mencionar que el escondite inglés de toda la vida ahora se ve que hay que llamarlo «luz roja, luz verde».

Y por supuesto… el Patriarcado

No podía faltar. El victimismo feminista tenía que hacer acto de presencia sí o sí. Al ser una serie surcoreana, los miramientos feministas que se suelen tener en Occidente no aparecen en ella. En ese sentido, El juego del calamar es una serie como las de antes: donde no se favorece a ningún personaje por el hecho de ser mujer y donde los dos sexos quedan retratados con sus miserias por igual. Una mujer que se acuesta con un hombre para sobrevivir, personajes femeninos inestables emocionalmente, mujeres arrinconadas en algunos juegos porque son menos fuertes… Todo eso es anatema en la políticamente correcta y empoderante ficción audiovisual del siglo XXI.

De ahí a ver misoginia y machismo en la serie solo quedaba un paso. «¿Es machista ‘El juego del calamar?», se preguntan en un artículo. La respuesta es sí, claro. A Barbijaputa, pionera del feminazismo y ya un poco de capa caída ante el exceso de competencia, también se lo parece y se lamenta de que la crítica social de la serie más vista del momento no sea feminista:

«Esta serie podría haber sido otra cosa, pero han decidido que no lo sea (…) Al obviar a la mitad de la población, cabe una réplica legítima del Juego del Calamar en base al sexo de la sociedad, y no en base a su dinero. La división mujeres y hombres en vez de la de ricos y pobres».

Los adalides del globalismo se forran

Curiosamente, el hecho de que todos los multimillonarios VIP que organizan los juegos sean hombres no ha provocado ninguna protesta feminista. Ahí no han pedido paridad: es perfecto que la representación del poder sin escrúpulos sea solo masculina. Eso sí, que las figuras que adornan la sala de los VIP sean mujeres desnudas ha levantado críticas de cosificación que el creador de la serie, sin duda un malvado machirulo, ha tenido que desmentir.

Y mientras feministas, traductores, periodistas, psicólogos, colegios y tertulianos de todo pelaje le sacan punta a la serie, Netflix hace caja, como la hace con Dave Chapelle que ha puesto en pie de guerra a los trabajadores trans de la compañía con su último monólogo. La empresa de streaming, abanderada del globalismo progresista a nivel mundial igual que el resto de gigantes del entretenimiento online como HBO, Amazon o Disney —no se salva ni una— sigue creciendo y aumentando sus tarifas (en España acaban de subir) porque cada vez tiene más demanda.

Y lo hace incluso entre los que critican el globalismo de la izquierda, que no se dan cuenta de que la protesta más eficaz no está en un tuit viral sino en cancelar una suscripción. Pero hasta que eso suceda, los VIP de Netflix seguirán haciéndose ricos y jugando al calamar con nosotros mientras esperamos ansiosos la próxima serie de la que todo el mundo hablará.

4 comentarios

  1. Tiene razón, señor Kaplan. He visto análisis de todo tipo sobre la serie. Quien no ha sacado una polémica ha sido porque no ha querido. Ahora a esperar a la siguiente serie de moda, que en cuatro días nadie se acuerda de esta.

    1. Y tanto, Merce. Fíjese que en lo que he tardado en contestar su mensaje, ‘El juego del calamar’ ya ha sido desbancada como la serie que más se ve ahora en Estados Unidos. Sic transit gloria mundi.

  2. Hola Señor Kaplan, era raro que no hablara de esta serie jaja. Yo me enteré que existía porque me dijo un amigo. Igual, las series y películas actuales no tienen el encanto de las de antes, siempre que miro algo es de las viejitas y no es por hacerme el “rebelde” o “antisistema”, eso se lo debo a mi padre, que me inculcó el gusto por el buen cine.

    1. Hola, Lisandro. Pues coincido plenamente con usted: ya no se hacen películas como las de antes. Menos mal que aún podemos verlas y disfrutarlas.

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